sábado, 16 de octubre de 2010

El Misterio de la Catedral de Barcelona. La leyenda áurea en la Catedral

Infokrisis.- Aparece por primera vez en nuestro recorrido por la catedral la Leyenda Áurea -que volverá a surgir unos capítulos más adelante- está presente en varios capiteles extendidos del claustro y, en sí misma, tiene el valor de testimonio de una época, lo mejor del Medievo, y nos introduce en el universo legendario gibelino e imperial frente a la concepción puramente sacerdotal de la dimensión espiritual. Recordemos el final de la leyenda: el Árbol Seco reverdecerá cuando un emperador llegado de Occidente cante misa bajo sus ramas.


El misterio de la Catedral de Barcelona
Primera Parte
Capítulo III
ADAN Y LA CAIDA:
La Leyenda Aurea de la Catedral


En las impostas del claustro de la Catedral de Barcelona, sobre el tercer pilar de la crujía, paralelo a la calle del Obispo, se resume, en siete escenas, la Leyenda Aurea. Dichos capiteles fueron cincelados a mediados del siglo XV y, quinientos años después, la pertinaz erosión del tiempo no ha conseguido desfigurarlos.

La Leyenda Aurea surgió en el período de las Cruzadas y tiende a integrar y resumir los aspectos más importantes del Antiguo y del Nuevo Testamento. El tema central es la asimilación del Arbol del Edén con la Cruz de Cristo. La Leyenda se inicia con la expulsión de nuestros primeros padres del Paraíso. Este primer tema está representado en dos capiteles, contiguos uno al otro. En el primero, todo es estático, pero no se refleja una quietud surgida de la serenidad sino del terror experimentado por Adán y Eva ante el Creador. En el otro, la quietud se ha transformado en deslabazada fuga de la pareja originaria, perseguida por el ángel armado. Llama particularmente la atención en este segundo relieve, la salamandra que discurre bajo los pies de Adán; es la notación hermética del fuego. No es pues un significado devocional lo que debemos buscar en estos dos capiteles sino una enseñanza más profunda. Y, gracias a ella conoceremos lo que representó la Caída para la Humanidad. [Foto 11.- ADAN Y EVA ANTE EL PADRE, DUALIDAD Y UNIDAD A LA IZQUIERDA Y DERECHA DEL ARBOL DE LA CIENCIA][Foto 12.- ADAN Y EVA HUYENDO DEL PARAISO PERSEGUIDOS POR EL ANGEL. A LOS PIES DE ADAN, LA SALAMANDRA]

El mito bíblico nos habla de la Edad de Oro originaria, en donde los hombres vivían en comunión con la Unidad. La aparición de Eva, es decir, el tránsito de lo Unico a lo Dual, entrañó la verdadera Caída, que debía materializarse en el episodio de la tentación de la Mujer. Para comprender su sentido hay que aludir a los dos lados del Arbol. El lado derecho corresponde al Alma Divina, el izquierdo, al Alma Natural de los khabalistas o al Espíritu Mercurial de los "filósofos por el fuego". El Alma Divina está situada -como la imagen del Padre Eterno en el capitel- a la derecha del Arbol, substraído del dualismo, nada hay bajo sus pies. El Alma Natural, formando a la izquierda, está representada por la pareja, es la dualidad en sí; sus cuerpos desnudos, aparecen entre las piedras y una lujuriosa vegetación a sus espaldas les corta la huida. Probar los frutos del Arbol del Bien y del Mal, supone renunciar al lado Derecho e iniciar el engorde del Ego. Fue así como se patentizó la Caída; hasta ese momento, identificado con la espiritualidad pura, la quietud y la serenidad, el Ser pasó a la esfera Devenir, a lo que es mero tránsito y flujo constante. Pero no por ello desapareció completamente su calidad superior; ésta se retrajo hasta quedar reducida apenas a un átomo. Y esto enlaza con una hermosa leyenda gibelina representada a continuación.

Cubiertos con unas miserables hojas, Adán y Eva huyen perseguidos por el Angel; tal es el tema del siguiente capitel. Tras la Caída, la Expulsión. Quien porta dentro de sí el Caos de la dualidad, no tiene lugar en el espacio sagrado del Orden, en el Edén. Ni Adán ni Eva volverán jamás al Jardín, solo a un hijo suyo le será dado tal privilegio. [Foto 13.- EL ARBOL SECO EN UN CAPITEL DEL CLAUSTRO]

Cuando Adán se sintió viejo y sin fuerzas, envió a su hijo Set, al Jardín para buscar el Santo Oleo que la misericordia de Dios le había prometido. "Llegó a la puerta del Paraíso donde encontró un Querubín y quedó pasmado al ver la claridad que salía del Edén. Y el ángel dijo: "¿A qué vienes?" Y Set respondió: "Mi padre Adán que está cansado de vivir, me envía y te suplica que le mandes el Oleo de misericordia que Dios le prometió cuando le arrojó del Paraíso". Y el ángel le dijo: "Introduce la cabeza en la puerta y mira todo lo que verás dentro". Set así lo hizo y vio dentro muchas especies de árboles y pájaros y toda suerte de maravillas que no podría explicar la boca humana. Y en medio del Edén vio una fuente muy bella y clara y de aquella fuente salían cuatro ríos, uno de los cuales se llama Fisson, otro Guisson, otro Tigris y el último Eufrates; y éstos son los ríos que abastecen de aguas a todo el mundo; y sobre aquella fuente vio un gran árbol cargado de ramas, sin hojas y sin corteza". Por tres veces introdujo la cabeza en el Paraíso hasta que obtuvo del ángel tres esquejes del Arbol y con ellos regresó al lecho de su padre Adán. Pues bien, en uno de los capiteles del claustro de la Seo, puede verse la dramatización de este relato y la escena en la que el ángel custodio del Paraíso cierra el paso a Set. Tras él, las ramas sin hojas y descortezadas del Arbol de la Ciencia que ostentan entre ellas una cruz y la imagen de Cristo 

Set, en efecto, pudo regresar al Jardín Edénico y llevarse consigo una rama del Arbol de la Ciencia; plantada en Hebrón siguió frondosa y viva como el primer día de la Creación; pero cuando Cristo murió, el Arbol se secó "para reverdecer sólo cuando un Señor, Príncipe de Occidente, alcance la Tierra de Promisión con la ayuda de los cristianos y haga cantar misa bajo este árbol seco". La actitud de Set es la propia del Titán y con más propiedad, la del Héroe.

La "vía heroica" presupone un intento de restauración del estado edénico primordial, una reconquista del paraíso originario. En la mitología clásica, quien triunfa, se reintegra en el estado que conoció la humanidad durante la Edad de Oro, es el héroe; quien fracasa, el titán. Desde este punto de vista, la naturaleza titánica de Lucifer, Adán, o Prometeo es idéntica. Hércules, Set, Lohengrim, por el contrario, marcan la vía del Héroe.

La brusca sequedad del Arbol, coincidente con el último suspiro del Nazareno, no implica su muerte completa. Nosotros mismos hemos visto maravillosos grabados góticos del Arbol Seco, en el Colegio Pellegri de Cahors, a donde acudimos guiados por la lectura de Fulcanelli y también, a ese otro ejemplar, aun más bello, situado en la puerta del Palacio Baroncelli a pocos metros de la residencia de los papas en Avignon; en todas estas formas estilizadas, el artífice se ha preocupado de mostrar el Arbol Seco casi del todo desprovisto de hojas... pero no completamente. Unas pocas situadas siempre en sus ramas más bajas, nos indican, no solo que el Arbol es una higuera, sino que además no está muerto. Puede resucitar en cualquier momento; está presto para el despertar.

El estado de comunión con la Unidad propia de la Edad de Oro, esto es, la divinidad antes de la Caída, iluminaba toda nuestra naturaleza; pero al producirse la falta adámica, se retrajo en sí misma y redujo a un único punto situado a la altura del corazón, que los verdaderos rosacruces ubican en el extremo del ventrículo derecho, justo tras el esternón. Ese "átomo", último reducto de la divinidad perdida, equivale a las escasas hojas que muestra el Arbol Seco. Es el Azufre de los alquimistas y el Atomo Crístico de los rosacruces. Sepultado bajo la capa grosera del Ego, el hombre no puede percibir su luminosidad; hace falta desmontar, pieza a pieza, el Ego, para que, como el Arbol Seco, pueda reverdecer y su luz iluminar nuestra vida.

Como se sabe, el simbolismo alquímico está repleto de imágenes relacionadas con la agricultura y el reino vegetal. En ocasiones se ha comparado la Alquimia a un "cultivo celeste" y algunos autores han presentado todo el procedimiento alquímico comparándolo a las operaciones agrícolas: no en vano, dicen los alquimistas, el Azufre  símbolo del alma  es como una semilla muy pequeña,  el grano de mostaza  que es necesario plantar en las condiciones requeridas, para que genere un árbol recio.

Pero otras claves simbólicos  igualmente relacionadas por la agricultura  parten de presupuestos diferentes. Así, por ejemplo, Fulcanelli, repasando los artesonados del castillo de Dampierre llega a aquel que representa un árbol seco sobre el cual, una filacteria, muestra las notaciones alquímicas correspondientes al Azufre y al fuego. El Arbol Seco es  nos dice  el símbolo de los metales reducidos de sus minerales y fundidos; la temperatura del horno les ha hecho perder la vida que tenían en el yacimiento y son impropios para los alquimistas, deben ser "reincrudados", es decir, vivificados.

La "temperatura del horno"  las pasiones, los sentimientos, las voliciones, todo lo "mental", en definitiva  ha separado el metal de su mineral: en otras palabras, ha hecho caer sobre el binomio alma espíritu el principio de individuación: lo ha separado del Todo. Si Fulcanelli nos indica que "son impropios para el alquimista" ello hace alusión a la tarea de reintegración en el estado primordial que supone el trabajo del hermetista. Las distintas fases de la obra hermética son pues los distintos niveles de reintegración del hombre en el estado primordial, las distintas fases de realización espiritual y de perfeccionamiento de la Piedra.

(c) Ernesto Milá - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción total o parcial de este texto