Infokrisis.-Sin duda el elemento que recibe mayor atención del visitante y que siempre, a partir de ese momento, quedará inscrito en su memoria cuando se le mencione la Catedral de Barcelona, son sin duda las ocas que se encuentran en el claustro y que son la herencia de una vieja tradición barcelonesa que relatamos a continuación. Esta tradición entronca con el patrimonio de la tradición hermética: no en vano, la oca es el símbolo de aquel que está en vela permanentemente.
El Misterio de la Catedral de Barcelona
Primera Parte
Capítulo XVII
LAS OCAS DEL CLAUSTRO
Primera Parte
Capítulo XVII
LAS OCAS DEL CLAUSTRO
Las ocas son, sin duda, los huéspedes más simpáticos del claustro; las hemos visto en muchos otros lugares góticos, casi siempre unidas a leyendas graélicas o artesanales. En la Seo barcelonesa no podía ser de otra manera. Cuenta una vieja tradición que apenas abierta la cantera e iniciadas las obras, durante la noche, unos ladrones, irrumpieron en la "logia" del "barraquer", guardián de los dineros y de los instrumentos de construcción. Pero nuestro "barraquer" mantenía junto a la cantera, un corral con estridentes ocas que graznaron hasta despertarlo. Este puso en fuga a los desalmados. Para recordar este episodio, el capítulo catedralicio quiso que las ocas siempre vigilaran el templo.
Otra tradición es coincidente con la anterior. La primera mártir barcelonesa, Eulalia, fue advertida por las ocas de su corral de la presencia de los esbirros de Daciano. Así pues las trece torturas -dramatización lúgubre de los avatares que sigue la materia prima en su mortificación, como veremos en la segunda parte de esta obra- se iniciaron bajo el augurio de los graznidos de estas aves.
Las ocas estaban presentes en lugares sagrados, como mínimo, desde que en el 390 a. de JC alertaron a la guardia del Capitolio romano de la presencia de los galos. E incluso antes, se sabe que el templo de Juno era protegido por ocas sagradas. La tradición céltica asimilaba el cisne con el ánsar y fue así como, apenas disimulado, Helias -Helios = el Sol-, el glorioso "caballero del cisne", conquistó el Grial. Mucho antes, en el Egipto de las primeras dinastías, los faraones, identificados con el sol, gustaban ser representados en forma de ocas, pues, no en vano, sostenían que este ave había nacido del huevo primordial... ese mismo huevo que, año tras año, baila bajo la clave de bóveda del templete de San Jaime en el claustro y al que consagraremos unas pocas líneas más adelante.
Así pues el tema parece tan viejo como la misma humanidad. Nuestro admirado Fulcanelli ve en las ocas arcanos de la gran obra, pero desdeña extenderse sobre su significado simbólico y hermético. Las pocas líneas que consagra a este animal son insuficientes para saciar la sed de saber del aprendiz. Y sobre todo ¿por qué graznan en nuestra Catedral? [Foto 31.- LAS OCAS DEL CLAUSTRO]
Una leyenda relaciona a las ocas con las hermandades de constructores. Aquellos hombres sabios que alzaron los más hermosos edificios del Medievo eran conscientes de que sus propias manos eran más sofisticados instrumentos de trabajo y el primero de los útiles geométricos. Pues, en efecto, al abrir la palma y extender los dedos, observaron que pulgar y meñique formaban un ángulo recto mientras que anular, índice y medio, correspondían a las tres garras de la oca, unidas por la membrana que les facilita nadar. Vieron además que si extendían la mano con la palma perpendicular al suelo y el pulgar paralelo a este, a modo de cuadrante, los otros tres marcaban las posiciones del sol en los solsticios (anular e índice) y en los equinoccios (el medio). Fue así como divinizaron a este animal en cuyas extremidades vieron reflejado el recorrido del disco solar; para su mentalidad tradicional esto constituyó el indicativo de que había algo de la naturaleza del astro rey en estas aves. Su capacidad para desplazarse por encima de las aguas, le confirman en su carácter tradicional que hacía de ellos un producto del huevo cósmico primordial; en efecto, "el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas" tal como escrito está en el Génesis. [Foto 32.- LA MANO, INSTRUMENTO DE MEDIDA DE LAS ESTACIONES]
Luego estaba su plumaje blanco. La luz pura del Sol Verdadero es blanca. El iniciado, cuando atraviesa por la experiencia del "albedo" (segunda fase de la obra u "obra al blanco") se siente invadido por una luz blanca que surge de su interior y, paralelamente, percibe como el compuesto mineral que bulle en el Atanor, dentro del huevo filosofal, adquiere esa misma tonalidad, desapareciendo la textura hojaldrosa que cubría la etapa entre el negro y el blanco, para pasar a un aspecto pastoso y uniforme; entonces sabe que ha coronado la segunda fase de la obra hermética, aquella, en la que según los textos canónicos, se opera la fusión entre el Rey (principio activo, oro, Azufre o alma) y la Reina (principio pasivo, Mercurio o espíritu), formándose el ente andrógino. Esta fase se llama también "cópula filosofal" y su unión resulta indisoluble: no es raro, pues, que hoy la oca haya pasado a ser símbolo de la fidelidad conyugal. Pero también señala con su impronta la dignidad real. Los egipcios anunciaban la entronización de un nuevo rey liberando ocas en las cuatro direcciones del horizonte y diciendo: "Apresúrate y di a los dioses que el faraón ha tomado la doble corona". Quien, como la oca, puede desenvolverse sin dificultad sobre las aguas caóticas e informes, es que ha vencido a la naturaleza del Mercurio primitivo, su movilidad y fluidez, y ha conseguido fijarlo, liberando la semilla del oro. Los antiguos tomaron el abultamiento circular que lucen las ocas en su cabeza como otro signo distintivo de la naturaleza solar de dicha ave, mientras que la largura de su cuello fue tenida como un intento titánico de dotar a la oca de una mayor proximidad al astro rey.
No en vano se decía en la Edad Media que las ocas y los cisnes eran blancos por fuera y negros por dentro. Quien haya conseguido purificar sus tres santuarios, vencer la oscuridad y las tinieblas interiores y abrirse a las cumbres luminosas, comprenderá por qué el tránsito del interior de la Catedral a las galerías abiertas del claustro, es algo más que un simple cambio de escenario; los graznidos de las ocas se lo indican, esos animales que siempre, en cualquier circunstancia, como el alma del Despierto, están en perpetua Vela.
Gustav Meyrink, al viejo escritor de Praga, supo transcribir en unas pocas líneas la naturaleza de esta experiencia, aun sin hablar del animal que la encarna en nuestra Santa Catedral. "La que llave abre nuestra naturaleza interior está oxidada desde el Diluvio. Se llama velar, velar lo es todo".
La Oca, es el símbolo de aquel que está perpetuamente en vela...
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