nfokrisis.- Interrumpiendo las Ultramemorias y, a raíz de la reflexión iniciada tras conocerse los resultados de las elecciones europeas, hemos elaborado una serie de documentos de análisis sobre la situación y los enfoques del “área”, el último de los cuales son estos breves apuntes sobre estrategia. Con ello, cerramos esta serie –bastante árida por lo demás- ofreciendo para el debate estas notas. Estos apuntes serán perfilados en los próximos días y deben ser considerados ahora como notas indicativas de las líneas de tendencias a perfilar.
CUESTION DE OBJETIVOS Y ESLABONES DÉBILES
1. Objetivos
La estrategia es el plan general de trabajo para la conquista de los objetivos políticos. El objetivo es aquella meta que se marca un movimiento político en función de la cual se enuncia el plan estratégico. Hoy, en este momento, a la hora de elaborar un plan estratégico es preciso plantearse qué objetivo se persigue. Para enunciarlo deberemos tener en cuenta:
1) La inalterabilidad del panorama político español en los últimos treinta años (el país ha sido dirigido invariablemente por el centro-derecha y por el centro-izquierda, solos o con el concurso de los dos eventuales aliados nacionalistas, PNV y CiU) se ha debido a que durante la transición el sistema político fue concebido como sostenido sobre los grandes columnas: PP y PSOE.
2) A lo largo de estos últimos treinta años, ambas columnas se han erosionado y han perdido la imagen positiva que podían tener, sin embargo, no han aparecido fuerzas políticas con entidad suficiente como para disputarles espacio. Los casos de corrupción, los ataques recíprocos, la degradación del sistema representativo, la ineficacia en la gestión de las crisis y el triunfalismo en los momentos de auge –sin que sepan exactamente a qué se deben los primeros y por qué se producen los segundos- ha hecho que cada opción se imponga a la otra, no tanto por méritos propios, como por demérito del adversario.
3) Dados los vínculos de la partidocracia con los consorcios mediáticos y dada su subordinación a los centros de poder económicos (plutocracia), parece difícil poder desbordar a los partidos allí en donde son amos de la cancha de juego, controlan el marcador y a los árbitros y ellos mismos, a fin de cuentas, son los que en 1978 marcaron las reglas del juego. Es inútil pretender vencerlos en este terreno.
4) Para desbordarlos, la política no es el terreno más adecuado. Recordamos, el caso de Le Pen a mediados de los años 80, cuando logró una cómoda presencia parlamentaria en la Asamblea Nacional: bastó que los partidos mayoritarios se coaligaran para modificar las reglas del juego y hacer imposible la presencia de diputados del Front. En Italia se han producido casos similares en una y otra dirección. Quien controla el poder y está aliado con los medios controla las reglas del juego: prestigia y desprestigia a su antojo y abre y cierra puertas a voluntad. No es en el terreno de la política, pues, en donde encontraremos el eslabón más débil de la cadena protectora del statu quo surgido en 1978.
5) Consideramos que la Constitución y el Estado de las Autonomías están prematuramente avejentados: han muerto de partidocracia y plutocracia, se han visto aquejados por un déficit democrático que hace que, cada vez más, el parlamento elegido en las urnas tenga menos que ver con las necesidades de la sociedad y la marcha de la misma. Los niveles de abstención oscilan entre el 35 y el 55% del cuerpo electoral y la participación política es mínima. No existen nexos de unión entre el diputado elegido y sus electores. Ni entre el programa aplicado por el partido vencedor y sus promesas electorales. La ley d’Hont, las listas cerradas y bloqueadas, el acceso a los medios de comunicación, el que solamente se distribuyan fondos públicos para los partidos que han obtenido cargos electos, todo ello contribuye a perpetuar una clase política parasitaria, ante el desinterés creciente de la sociedad y su divorcio de las esferas representativas.
Así pues, el problema que se plantea es ¿cuál es el eslabón más débil para derribar todo este entretejido de intereses empresariales, políticos y mediáticos? ¿Por dónde puede romperse el sistema político español con más facilidad? ¿En dónde los equilibrios son más inestables y esa inestabilidad puede transformarse en ariete para derribar a la “banda de los cuatro” (PSOE, PP, PNV, CiU)?
- El “eslabón más débil” hoy no es la partidocracia: goza de buena salud, el crecimiento de UPyD parece haber alterado ligeramente los equilibrios pero, de momento, resulta muy difícil saber hasta dónde querrá llegar Rosa Díez en su cuestionamiento de la partidocracia e incluso si rechazará las voces de sirenas que le inducirán sin duda a integrarse como un partido más. La experiencia de estos últimos 30 años demuestra que por intolerables que sean los niveles de corrupción, por altísimo que sea el absentismo de la población, por pronunciado que sea el divorcio entre la clase política y la población, mientras ésta controle los mecanismos de poder con el apoyo de los consorcios mediáticos y del poder económico, aquí no cambiará la correlación de fuerzas políticas que se vienen prolongando desde la transición.
- El “eslabón más débil” hoy no es el “capital”: mientras el poder político no sea más que una proyección del poder económico y mientras la clase política siga comiendo de la mano del capital, éste jamás será cuestionado. Utilizando las más variadas teorías económicas, siempre se defenderá la hipótesis de que cuando el capital está creciendo hay que dejarle crecer porque así nos beneficiamos todos, mientras que cuando el capital está en crisis, el dinero público debe de apoyarlo para evitar su hundimiento. Repetimos: no estamos en una democracia formal, sino en una plutocracia real y los meses de experiencia de esta crisis demuestran que tanto el PP como el PSOE han estado de acuerdo en apoyar a los sectores que, precisamente, han sido quienes la han precipitado: patronal de la construcción y banca, especialmente, pero también patronal de hostelería y del automóvil. Y mientras el sistema esté configurado como lo está hoy, el capital siempre condicionará a la clase política y le seguirá dando de comer.
- El “eslabón más débil” hoy no son los “movimientos sociales” como opina la izquierda radical que en su búsqueda de una “clase revolucionaria objetiva” la ha buscado entre las minorías sexuales, entre los defensores del aborto libre, del ecologismo político, entre divorciados y okupas, o incluso entre anti taurinos, entre “antifas”, entre movimientos anti-racistas… Los “movimientos sociales” son, por definición, minoritarios y especialmente centrados en una temática muy específica, más allá de la cual, carecen de visión de conjunto. Frecuentemente se trata de fenómenos marginales sin impacto directo en la sociedad. Por otra parte, el basamento teórico de todos estos movimientos es demasiado simple, casi primitivo, como para poder jugar un papel relevante. Muchos de ellos, por lo demás, lejos de ser muestras de la disidencia social, no son sino elementos reforzantes de la partidocracia, muchos están configurados como ONGs fuertemente subvencionados y que de no existir tales ayudas públicas haría años que habrían desaparecido.
- El “eslabón más débil” no es, contrariamente a lo que algunos optimistas tienen tendencia a pensar, Internet. Si bien es cierto que ahí la información circula libremente y que el peso de los grandes consorcios mediáticos es menor, existiendo por tanto, más posibilidades para acceder a una información libre, no es menos cierto que para una correcta utilización de Internet en ese sentido es preciso estar dotado de espíritu crítico y que los distintos programas educativos aprobados en los últimos 35 años desde la Ley General de Educación de Villar Palasí, hasta las incesantes y anuales reformas educativas actuales, el denominador común ha sido una creciente amputación de la capacidad crítica de los alumnos. Por otra parte, Internet, en su estadio actual de desarrollo, solamente puede ser considerado como un “medio auxiliar” para desencadenar un proceso desestabilizar del sistema político, no como el medio por excelencia.
- El “eslabón más débil” no son los medios de comunicación. La apelación a la “libertad de información” no es más que mera parafernalia para encubrir el hecho fatal de que los profesionales de la información se deben a sus empresas y estas a los capitales que las mantienen. Frecuentemente, algunos medios prefieren incluso no publicar noticias que harían aumentar el número de sus lectores, a cambio de publicidad institucional. El papel de la mayoría de medios de comunicación ante los 192 muertos del 11-M indica hasta qué punto se han alcanzado niveles desaprensivos y hasta qué punto se está dispuesto a ignorar que la mayor masacre de la historia de España no tiene paternidad reconocida. Los medios de comunicación no están interesados en promover campañas demoledoras contra ninguno de los grandes partidos, aunque en sus redacciones lleguen constantemente informaciones sobre corruptelas. Los periodistas están hoy maniatados por los intereses de sus empresas y éstas tienen solamente un objetivo: apuntalar el sistema partidocrático cuando éste lo requiera.
-El “eslabón más débil” no es la juventud: si a finales de los años 60 algunos pudieron llegar a creer que la juventud sustituiría al proletariado como clase objetivamente revolucionaria, ni entonces ni ahora tenían razón. La juventud no es un grupo social homogéneo. Sus intereses son múltiples y contrapuestos. En los últimos treinta años, los jóvenes se han despolitizado progresivamente y han realizado un repliegue hacia lo individual. Los bajos salarios, la precariedad laboral, el hecho de que ni siquiera un título universitario garantice trabajo ni dé acceso a un nivel de vida digno, ha hecho que de los jóvenes, en general, uno de los sectores más pasivos de la sociedad. Realmente, ni siquiera es un nihilismo activo lo que muestra la juventud, sino simplemente una apatía y un desinterés incluso a la hora de encarar sus propios problemas… en este sentido cabe decir que los programas de estudio de los últimos 30 años han cumplido su objetivo: modelar a la juventud como grupo social fundamentalmente pasivo y ajeno a los problemas políticos y sociales de su tiempo.
- El “eslabón más débil” no son los “poderes fácticos” como lo fueron durante la transición. Magistratura, policía y fuerzas de orden público, fuerzas armadas, no tienen ya ninguna iniciativa en la sociedad, ni intención de influir como en otro tiempo. Simplemente se han reducido a ser clases funcionariales cuyo salario es pagado por el Estado al que le deben fidelidad gobierne quien gobierne. De hecho, la novedad es que los otrora “poderes fácticos” se han convertido en dóciles subordinados de la clase política: las fuerzas aéreas sirven para poco más que para custodiar el espacio aéreo lituano o para trasladar en la flota de Falcon 800 a los mandamases de turno como si de nuevos ricos se tratara; la marina no es más que un agrupación de barcos dirigidas hacia aquí y hacia allí según las conveniencias del gobierno que ni siquiera es capaz de asignarles misiones claras y otro tanto ocurre con nuestras fuerzas terrestres, presentes en todo el mundo… habitualmente allí en donde los intereses de la defensa nacional no están en juego. En cuanto a la magistratura, los “jueces estrella” y su afán de protagonismo han sustituido a la percepción que se tuvo de ella como poder. Y en cuanto a las fuerzas de orden pública, su papel ni su opinión se tienen en cuenta a la hora de elaborar las líneas básicas de la seguridad ciudadana. Las clases funcionariales jamás son “eslabones débiles” sino, seguramente, constituyen los tramos más sólidos de la cadena.
Si todos estos sectores no son los “eslabones débiles” del sistema plutocrático ¿en dónde pueden radicar los puntos de fractura?: En las clases trabajadoras.
Será preciso redefinir lo que entendemos por “clases trabajadoras”, algo que tienen poco que ver con el concepto marxista (derivado del papel ocupado en el proceso de producción). En nuestra opinión este concepto engloba a dos sectores:
- la clase obrera tradicional compuesta por obreros manuales empleados en fábricas y
- las clases medias que ocupan desde puestos de mando intermedios, profesiones liberales, autónomos.
Y hay dos buenos motivos para considerarlos como “eslabón más débil”:
1) La clase obrera tradicional está hoy más que nunca amenazada por tres fenómenos implacables:
- el paro (la solución más fácil ante la crisis de las empresas es reducir personal, luego, estimular el paro)
- la competencia desleal de la inmigración que acepta trabajar al precio de dumping laboral: puestos a contratar, un patrono prefiere sobre todo contratar a trabajadores que están dispuestos a rendir el doble por la mitad del salario: los inmigrantes.
- la deslocalización empresarial que reduce globalmente la demanda de mano de obra transfiriendo hacia el “tercer mundo” la contratación de la fuerza de trabajo.
Mientras persistan las actuales circunstancias económicas (depresión – globalización) estos tres factores jugarán fatalmente contra la clase obrera tradicional
2) Las clases medias, a pesar de su heterogeneidad (valdría la pena aquí releer a Max Weber y a su teoría de los diferentes “status” de este grupo social (status político, status económico y prestigio social) se ven amenazadas actualmente por cuatro fenómenos implacables e inseparables de la actual fase de la depresión:
- descenso de sus ingresos globales al ralentizarse la actividad económica, este descenso llega incluso a situarlas ante el fantasma del paro y, especialmente, de la “proletarización”.
- aumento de la presión fiscal directa e indirecta en la medida en que aumenta el endeudamiento a causa del gasto público. La opinión de los economistas “liberales” consiste en afirmar que si se aumenta la presión fiscal sobre las clases favorecidas se produce un retraimiento de la inversión (por tanto más paro), mientras que si se aumentan los impuestos al consumo, el Estado aumenta ingresos y la presión pasa más desapercibida… especialmente porque se aplica sobre las clases medias.
- sensación de que su preparación y capacidades no se corresponde con sus niveles de renta procedentes del trabajo y que otros sectores sociales mucho menos preparados tienen acceso con más facilidad a los grandes mercados de consumo. A partir de esta constatación se genera en las clases medias un resentimiento creciente ante la estabilidad defendida por el sistema político-económico.
- cambio en su percepción ante el futuro, introduciendo en sus vidas el factor inseguridad en unas capas sociales que, por definición, buscan garantías y seguridades ante el futuro. Este elemento introduce en las clases medias un factor de incertidumbre que se resuelve, frecuentemente con actitudes de desconfianza que puede llegar hasta el rechazo visceral ante su situación.
Así pues, en nuestra opinión:
Los eslabones más débiles del actual sistema socio-económico son las clases medias y la clase obrera. En situaciones de auge económico, el espejismo del consumo y del crédito les hubiera seguido engañando sobre sus posibilidades de futuro, pero en una situación de quiebra del sistema surgido de Bretton Woods, y, especialmente, ante la perspectiva de una larga y dura depresión, estas clases seguirán siendo, mientras dure la depresión, los eslabones más débiles y esto implica que puede ser ganadas para una tarea de desestabilización del sistema político surgido en 1978 y ya hoy completamente agotado.
El grupo social “target” es precisamente éste: clases medias y clase obreras, lo que hemos definido como “clases trabajadoras”. Por primera vez en la historia sus intereses son coincidentes y las amenazas que deben afrontar son exactamente iguales.
El objetivo es: lograr que el desgaste de la partidocracia y de sus mecanismos de poder sea tal a lo largo de toda la fase de “crisis social” (que, véase el anterior documento sobre el “frente político social”) que cuando, la prolongación de la depresión, precipite la “crisis política”, el potencial de frustración y la necesidad de cambio de las clases trabajadoras (clase media más clase obrera) sea el ariete con las dos columnas sobre las que se sostiene el actual sistema político español.
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