jueves, 14 de octubre de 2010

11-S. LA GRAN MENTIRA. (IV de XV). El móvil de los atentados. Análisis geopolítico del conflicto.

Infokrisis.- La geopolítica es aquella rama de las ciencias políticas que estudia la influencia de la configuración y los accidentes geográficos en el desarrollo de la vida política y en la historia de las naciones. Los centros en los que se enseña geopolítica son raros y, sin embargo, esta ciencia guía los destinos de la humanidad. Se trata casi de una ciencia “esotérica” en el sentido de que muy pocos estadistas reconocen que buena parte de las orientaciones de sus políticas exteriores están dictadas por ella. Es una ciencia reservada a unos pocos, pero, no les quepa la menor duda que en las instancias que deciden la política exterior de las grandes potencias, las decisiones están marcadas, fundamentalmente, por los análisis geopolíticos.

EL MOVIL DE LOS ATENTADOS. EL ANÁLISIS GEOPOLÍTICO DEL CONFLICTO

Fundada en el siglo XIX y desarrollada en el primer tercio del siglo XX, influyó en la toma de decisiones que precipitaron la Primera y la Segunda Guerra Mundiales y el desarrollo de las estrategias del Este y el Oeste durante la Guerra Fría. Los nombres Mackinder, Kjellen, Haushofer posiblemente no digan nada a los lectores, pero episodios tan importantes como el Pacto Germano Soviético de 1939, Yalta, el desarrollo de la marina soviética en los años 60 y 70, la política exterior de Nixon o buena parte de las directrices de Stalin, la posición de Inglaterra en relación a Gibraltar, todo ello deriva directamente de las concepciones geopolíticas puestas al servicio de los proyectos hegemónicos de las superpotencias.

La geopolítica extrad sus conclusiones de distintas ramas de las ciencias del Hombre, en especial de la historia. A través de la crónica de las acciones de los hombres, encuentra confirmación a sus intuiciones. El análisis geopolítico parte de la base de que siempre, a lo largo de la historia, han existido dos potencias en disputa: una oceánica y otra continental, una potencia marítima y otra terrestre. Ayer fueron Cartago y Roma. Durante la Guerra Fría fueron Estados Unidos y la URSS. Algunas escuelas geopolíticas añaden a este análisis connotaciones ideológicas. Mientras que las potencias oceánicas atribuyen más importancia al comercio y a la vida económica, las potencias continentales dan mas importancia al Estado y a su organización.

Existen distintas escuelas geopolíticas, pero todas ellas hacen girar sus reflexiones en torno a la lucha por la hegemonía entablada entre el “mar” y la “tierra”. En la actualidad existe una potencia que domina sobre la gigantesca “isla” que es el continente americano y que completa su control sobre los mares gracias a la alianza histórica con Inglaterra (y por extensión con los países de la Commonwelth). El Pacto UKUSA (United Kingdom - United States of America) renovado tras la Segunda Guerra Mundial llevó a la práctica ideas que larvaban desde mediados del siglo XVIII tanto en Estados Unidos como en Inglaterra. La familia Bush -como veremos en otro lugar de este estudio- compartió desde generaciones estos planteamientos de alianza del mundo anglosajón. Su adversario era la potencia continental (el Imperio Austrohúngaro, Alemania, Rusia, etc.).

La geopolítica sostiene que, dependiendo del momento histórico, una potencia hegemónica continental termina convirtiéndose en un Imperio y ensanchando sus fronteras a la búsqueda de “espacio vital” hasta que encuentra una barrera geográfica que realmente le suponga una línea de defensa segura. Durante la Guerra Fría el teatro preferencial de operaciones era Europa. Era evidente que la URSS era la potencia continental del momento y, por tanto, su “destino geopolítico” era controlar toda Europa Occidental y crear un vasto imperio desde Lisboa a Vladikostov. De hecho, el Pacto Germano Soviético había sido el intento de articular un eje “terrestre” que tuviera como centros el Berlín hitleriano y la Rusia stalinista. En ambos bandos, el pacto encontró enormes resistencias que, finalmente, terminaron arruinándolo, pero la intención implícita consistía en crear un rival que consiguiera evitar la hegemonía mundial de la “isla” anglosajona. Tras la guerra, con Stalin y luego, cuando Kruschev fue alejado del poder, por la camarilla neostalinista de Breznev, estas ideas siguieron en vigor hasta el hundimiento de la URSS, pero con un matiz: para poder llevar adelante sus planes hegemónicos, la URSS precisaba abrirse hasta los “mares cálidos” del Sur, tal como ya habían intentado los zares. El fatum geopolítico de Rusia estriba en que carece casi completamente de salida al mar. Así pues, Rusia intentó “abrirse” hacia los mares (en Vietnam, en Corea, con la intervención en Afganistán que debería acercarlo al Indico, Cuba, guerrillas en las excolonias portuguesas, etc.) y crear una inmensa flota de submarinos nucleares y cruceros lanzamisiles con el intento de contrarrestar la hegemonía marítima anglosajona.

Pero, una serie de circunstancias fatales entrañaron la ruina de este proyecto geopolítico (el empantanamiento de Afganistán, la elección de Wojtyla como Papa y la subsiguiente repercusión sobre Polonia que entrañó el desmantelamiento de su red de alianzas defensivas, la Guerra de las Galaxias de Reagan que obligaba a la URSS a realizar un esfuerzo presupuestario que no estaba en condiciones de afrontar y, finalmente, las fuerzas centrífugas de carácter étnico-religioso que actuaban en el interior). A partir de ese momento, EE.UU. ya no tendría rival geopolítico; al menos en el futuro inmediato, por que a medio plazo, los propios analistas americanos dudaban de poder conservar durante muchas décadas su hegemonía.

LAS NUEVAS ORIENTACIONES EN POLÍTICA EXTERIOR

La política exterior americana ha variado sensiblemente con la administración Bush. Resulta evidente que en el historial de George W. Bush, no se encuentran rastros de que jamás se haya interesado por la política exterior (ni por política alguna, por lo demás). Si además tenemos en cuenta que resultó elegido por unas pocas decenas de votos, se entiende que los primeros meses del personaje en la Presidencia hayan sido vacilantes hasta el 11 de septiembre. Bush carece de talla intelectual para forjar una nueva orientación en política exterior, pero para ello están los antiguos funcionarios que trabajaron con su padre y que, de hecho, son las eminencias grises de su administración: el vicepresidente Dick Cheney y su Secretario de Defensa, Donal Rumsfeld, los llamados “halcones”, frente al “paloma”, Colin Powell que también estuvo a las órdenes de Bush “señor”. Rumsfeld ha enunciado una nueva doctrina de defensa cuya aplicación supone un intento de actualizar las líneas de política exterior que deben mantener la hegemonía americana en las próximas décadas.

A finales de marzo de 2001, cuando hacía pocas semanas que Bush se sentaba en el despacho oval, salió a la superficie una de las ideas-fuerza de su administración: China ha pasado a la categoría de ser enemigo estratégico. Esta idea ha sido expuesta en el contexto de un estudio sobre la modernización de las fuerzas armadas norteamericanas. Dicha reforma es un medio para alcanzar un fin: seguir detentando la hegemonía mundial. Estos elementos se conocen con el nombre de “Doctrina Rumsfeld”.

El eje de la polémica es la orientación de la expansión americana hacia el Pacífico con todo lo que esto implica:

-          Decoupling (desconexión) de Europa y de la OTAN.
-          Preponderancia de las armas de largo alcance.
-          Designación del nuevo enemigo estratégico: China.
-          Adecuación de las FF.AA. al nuevo teatro operacional.

Desde los años finales de los años 80, la doctrina del Estado Mayor del Ejército Chino explica que la guerra con EE.UU. es inevitable. Inevitable no quiere decir, deseable. China desde 1973 evitó el enfrentamiento con EE.UU., aceptó la llamada “política del ping-pong” emprendida por Nixon que, en la práctica consistía en generar una alianza estratégica entre Washington y Pekín para aislar a la URSS. Durante 25 años, esta política ha logrado mantenerse. China recibió a cambio su reconocimiento diplomático por Occidente, entró en el Consejo de Seguridad y aisló a Taiwán. EE.UU. obligó a la URSS a distraer fuerzas del teatro europeo y reubicarlas en sus amplias fronteras con China, especialmente en la zona del Usuri, reivindicada por el coloso asiático.

Pero las cosas variaron sensiblemente en el interior de China a partir de la muerte de Mao. Los nuevos gobernantes adoptaron decididamente la política de “un país, dos sistemas” que ha reportado un espectacular crecimiento económico, mientras que la natalidad quedaba contenida y se generaba un tejido industrial en trance de irrumpir masivamente en los mercados de todo el mundo. Junto a Europa, China iba a ser un competidor de los EE.UU. Sólo que un competidor extraordinariamente más agresivo que iba a generar resistencias especialmente entre los países de las orillas del Pacífico. El Washington Post lo enunció con claridad: “El crecimiento de China significa que el Océano Pacífico será el campo de batalla para las fuerzas norteamericanas”.

La Doctrina Rumsfeld explica, según Alejandro Uriarte, que el “actual sistema de alianzas americano es un resabio de la guerra fría”. Prevé que buena parte de sus aliados actuales –entre ellos la Unión Europea- se perderán y que los enemigos de EE.UU., después de un período de transición de 10 años –hasta el 2010- se verán intimidados por las armas de largo alcance de sus enemigos, especialmente en la zona del Pacífico. Una ofensiva china en esa zona implicaría que los gobiernos de Corea del Sur, Tailandia, Filipinas y Japón, tras verse intimidados, romperían su alianza preferencias con EE.UU. y terminarían clausurando sus bases militares en esas países.

Esta doctrina fue aceptaba por Bush frente a las tesis de Colin Powell partidario de una entente cordial con China. Pero la postura de Powell se debilitó extraordinariamente cuando la inteligencia americana advirtió que durante el bombardeo de Bagdad en abril de 2001 –realizado justo cuando Powell estaba de visita en Oriente Medio- las baterías iraquíes contaban con tecnología china. Luego los americanos redoblaron sus vuelos de espionaje sobre China, perdiendo un avión; volvieron a sacar el tema de los derechos humanos, facilitaron nuevos apoyos al Falung-Gong (secta religiosa de oposición) y procuraron por todos los medios aislar a los aliados de China en la zona, especialmente a Pakistán.

En los primeros momentos, si bien la designación de China como adversario principal fue aceptada por el Pentágono, surgieron algunas resistencias en la medida en que desembocaba fatalmente en una reducción del presupuesto de Defensa.

Los análisis de Rumsfeld no son absurdos. La guerra de las Malvinas demostró que un solo misil disparado a kilómetros de distancia puede acabar con un costoso destructor o hundir un transporte de helicópteros y, por lo demás, los mísiles Tomahawk se emplearon masivamente en Kosovo, Iraq y Afganistán. La importancia de los aviones tripulados sigue siendo grande, pero cada vez van ganando más terreno los “aviones inteligentes” (no pilotados).

En efecto, mientras el Pentágono sostiene que deben invertirse anualmente en Defensa entre 70 y 100.000 millones de dólares para financiar la modernización de las FF.AA. (frente a los 60.000 actuales), lo que se deduce de la Doctrina Rumsfeld, es justamente lo contrario, la sustitución de los planes de armamento más costosos (construcción de dos superportaviones de la clase Nimitz, cancelación del Proyecto Joint Strike Fighter y reducción de pedidos del cazabombardero F-22) por otros más adaptados a la nueva realidad y, mucho más baratos (barcos lanzamisiles más pequeños y ágiles, desarrollo de aviones no tripulados), lo que permitiría un ahorro de 20.000 millones anuales. En otras palabras, la doctrina Rumsfeld tiene como consecuencia un descenso de ingresos en el complejo militar-industrial. Después del 11 de septiembre todo esto ha cambiado y las partes han llegado a un acuerdo. La doctrina Rumsfeld se mantiene (China es el enemigo principal), pero las necesidades bélicas del día a día generadas a partir del ataque a Afganistán, crean la necesidad de aumentar las partidas de defensa y respetar planes armamentísticos propuestos. A primera vista, da la sensación de que la “Operación Afganistán” ha sido posible gracias a un acuerdo entre “halcones” y “palomas”.

LA LUCHA CONTRA EL CONTROL DE LAS FUENTES DE ENERGÍA

No hay nada en la política actual de los EE.UU. y en su accionar, que no esté implícito en la propia historia del país. En 1890 el capitán Alfred T. Mahan, sostenía que “Estados Unidos necesitaba una flota numerosa y capaz de fin de reforzar su posición como potencia comercial en el mundo”. Esta idea fue aceptaba por la Administración americana y especialmente por Tedy y Franklin Roosevelt. A partir de ahí la influencia de esta idea ha ido ganando peso constantemente en las administraciones americanas. En 1980, el presidente Carter explicó: “EE.UU. considerará un ataque vital contra sus intereses cualquier intento de potencias hostiles por interrumpir la circulación de petróleo en el Golfo Pérsico”. Incluso en las últimas fases de la Guerra Fría, a pesar de que el énfasis se colocaba en la disputa ideológica, ya se hizo evidente –especialmente a raíz de la Tercera Guerra Arabe-Israelí- que el petróleo era el motor del mundo y que había que asegurar las líneas de suministro. Así pues, la llamada “ruta del petróleo” (Golfo Pérsico, estrecho de Omán, Cuerno de Africa, Madagascar-Mozambique, cabo de Buena Esperanza, Golfo de Guinea, costa norteafricana) se convirtió en el objetivo de las dos superpotencias y así pueden explicarse las guerras africanas (en las excolonias portuguesas), la indefinición de EE.UU. en el tema de los derechos humanos en Sudáfrica mientras duró la Guerra Fría), e incluso la disputa entre Argentina e Inglaterra por las Georgias del Sur, situadas en pleno Atlántico, ambas partes tenían como objetivo mejorar sus posiciones y asegurar el suministro petrolífero hasta el Atlántico Norte (o bien, en el caso de la URSS, desbaratarlo).

En octubre de 1999 se produjo una pequeña reforma en el dispositivo militar norteamericano. En su momento nadie lo advirtió y ni siquiera mereció una pequeña referencia en medio de comunicación alguno. Y sin embargo era una alteración trascendental y extremadamente significativa si nos atenemos a lo que ocurrió dos años después. Se diría que el cerebro de aquella reforma estuvo “inspirado” a la hora de proponerla. Efectivamente, en esa fecha el Departamento de Defensa transfirió el mando de las fuerzas norteamericanas en Asia Central, del Comando del Pacífico al Comando Central. De este mando dependen las fuerzas estacionadas en el Golfo Pérsico y Arabia Saudí. No hay que llamarse a engaño, la función de estas fuerzas es garantizar el flujo de petróleo a EE.UU.

La tendencia no es nueva, se inaugura en 1990, cuando, a la caída de la URSS sigue la Guerra del Golfo, más tarde los conflictos interiores de la nueva Rusia en la región del Cáucaso e incluso, por extensión, como veremos, en las tres guerras balcánicas.

Hasta 1999, Asia Central no era un teatro preferencial de operaciones para el Pentágono, sino una región periférica sin interés. Todo esto cambió cuando se descubrieron grandes reservas naturales de petróleo y gas natural en la región del Caspio. A finales de los años 90 esta región comprendida entre los Urales, la frontera Occidental de China y las repúblicas exsoviéticas del Sur, empezó a ganar peso geopolítico. A este interés no es ajeno la cadena de conflictos que se han sucedido en los alrededores. Por que si existe un móvil para el 11 de septiembre, ese móvil es geopolítico y es tan negro y untoso como el petróleo.

Hasta el final de la Guerra Fría, la confrontación entre los bloques se debía fundamentalmente a cuestiones ideológicas; a partir del hundimiento de la URSS se olvidaron las motivaciones ideológicos y la lucha por la hegemonía mundial se centró en el control de las fuentes de energía y de las zonas donde existían reservas. En la medida en que el consumo de energía aumenta anualmente un 2%, el interés por esas zonas aumenta también vertiginosamente.

Mientras duró el conflicto con la URSS, el teatro principal de operaciones era Europa. Allí era donde debía de centrarse el conflicto entre ambos bloques. Tanto la OTAN como el Pacto de Varsovia, acumulaban sus mejores fuerzas intervención, los medios tecnológicos y militares más potentes e incluso materiales diseñados a propósito para ese teatro de operaciones. Cuando, finalmente, la URSS quebró, se produjeron una serie de alteraciones geopolíticas en cadena: Africa dejó, bruscamente, de tener interés y pasó a la categoría de desahuciada por las potencias internacionales; en cuanto a Europa, vio alejarse la posibilidad de ser escenario de una nueva destrucción. A partir de ese momento, otras zonas emergieron como focos de posible conflicto y, al mismo tiempo, como teatros preferenciales de operaciones a fin de asegurar el suministro de energía a EE.UU. y a sus aliados. Estas zonas eran tres: el Golfo Pérsico, posteriormente la zona del Caspio y las regiones del Sur de China. Tras este nuevo diseño se había producido una reflexión sobre el futuro: las necesidades energéticas aumentan, las reservas disminuyen. Y no sólo de petróleo o gas, sino también de agua. Por lo demás, el cambio climático permite pensar que en los años venideros, el efecto invernadero provocará la desertización de algunas zonas y la disminución del agua disponible para riegos y consumo de la población, con las dramáticas consecuencias que pueden intuirse. Cuando Clinton era todavía el inquilino de la Casa Blanca, el Consejo de Seguridad Nacional emitió un informe en el que se decía: “EE.UU. debe mantenerse consciente de la necesidad de estabilidad y seguridad regionales en áreas clave de producción, a fin de garantizar nuestro acceso a los recursos energéticos y a su libre circulación”.

En el 2000 hubo una disminución en los suministros de petróleo y gas natural. En aquel momento la Administración americana desplegó su actividad en cuatro frentes:

1)       en dirección a Nigeria, solicitando de ese país cupos adicionales de petróleo,
2)       ayuda a los Estados ribereños del Caspio para que construyan nuevos oleoductos en dirección al Oeste,
3)       fomento de las prospecciones en zonas inexploradas de los EE.UU. y
4)       pactos con el gobierno mejicano para aumentar el suministro energético de ese país.

La cuestión es que otras potencias han abordado iniciativas similares para asegurarse la continuidad en los suministros. A lo largo de 1999, el Ejército Chino desplazó el grueso de sus unidades de élite de la frontera con China y en los territorios disputados del Usuri, al Oeste del país –Chianking-, allí donde se están realizando prometedoras prospecciones petrolíferas; además, reforzó su flota y la concentración militar en el Mar de la China. Los japoneses, por su parte, han reforzado su dispositivo marítimo y desplegado unidades aéreas en esa misma zona. Rusia ha tenido especial cuidado en machacar a los disidentes chechenos precisamente por lo estratégico de la región en donde despliegan su actividad: el Cáucaso. Por lo demás se calcula que otros países en vías de desarrollo triplicaran en veinte años el consumo de energía. Está claro que, en el futuro, no habrá petróleo para todos. Sólo los que obtengan seguridad en los suministros podrán alcanzar los niveles de desarrollo del siglo XXI. En el 2050, la humanidad tendrá entre 9.000 y 10.000 millones de habitantes, mientras que los recursos del planeta serán similares a los actuales.
No hay que olvidar que los Estados deben intentar resolver los problemas presentes y prever los futuros. Las proyecciones sobre el consumo de energía en los próximos años a partir de las cifras actuales y de los desarrollos industriales previstos, son escalofriantes y ningún gobierno puede volver la espalda a estos datos. El Departamento de Energía de EE.UU. prevé que el consumo mundial de petróleo aumente un 43% (de los 77 millones de barriles diarios actuales a 110) en apenas veinte años. En ese tiempo la humanidad habré consumido dos tercios de las reservas conocidas en la actualidad. A pesar de que las tecnologías de prospección habrán facilitado el hallazgo de nuevos pozos y permitido extraer petróleo de donde hoy resulta imposible o muy difícil, es seguro que será imposible mantener por mucho tiempo esos niveles de consumo. Esto sin olvidar que se trata de un bien que, antes o después, se agotará. Por el momento, las investigaciones sobre fusión en frío parecen estar muy lejos de rendir sus frutos y, desde luego, será imposible que haya resultados tangibles antes de 25 ó 30 años.

En la actualidad ya se perciben nuevos focos de conflicto a causa del petróleo. Michael T. Klare, explicaba: “China ha declarado al Mar de la China Meridional parte de su territorio marítimo nacional y ha afirmado su derecho a emplear la fuerza para protegerlo. Aunque sin mencionar a China por su nombre, Japón ha advertido sobre una amenaza a sus rutas de comercio vitales (aproximadamente 80% del suministro de petróleo a Japón llega por barcos cisterna a través del Mar de la China Meridional) y ha prometido tomar medidas de protección en consecuencia. La agresiva postura de China ha estimulado a otros países vecinos, entre ellos, Indonesia, Malasia, Filipinas, Tailandia y Vietnam, a reforzar sus propias capacidades aéreas y navales”.

Pero hay algo mucho más terribles que el desarrollo, por que es posible vivir sin los últimos gritos de la tecnología, pero no es posible vivir sin agua. Y precisamente la escasez de agua es el segundo de los problemas que van a estallar en los próximos años. El calentamiento global de la atmósfera de un lado y la superpoblación de otro, hacen que el agua empiece a escasear en algunas zonas de Oriente Medio y el sudeste asiático. El acuerdo de 1959 entre Egipto y Sudán para repartirse las aguas del Nilo, excluyó a Etiopía y no puede ser sino germen de discordias futuras. El pacto entre India y Paquistán por las aguas del Indo (1960), ha logrado prolongarse hasta nuestros días, pero es uno de los motivos que están tras la disputa entre ambos países que pugnan por algo más que Cachemira. Otro tanto ocurre con las aguas del Eufrates, cuya distribución ha sido pactada entre Irak y Siria, pero no por Turquía. Así mismo en el trasfondo del conflicto entre Israel y sus vecinos se encuentran las aguas del Jordán y, en buena medida, es uno de los obstáculos para el reconocimiento de un Estado Palestino y ha envenenado las relaciones con Jordania y Siria en donde se encuentran las fuentes de este río. El Ministro de Asuntos Exteriores de Egipto, Boutros Gali declaró en 1988 que “La siguiente guerra en nuestra región será por las aguas del Nilo, no por política”. 

Si bien el calentamiento de la atmósfera generará un volumen de lluvias más alto, esto ocurrirá sólo en zonas de costa, mientras que en el interior aumentará la sequedad y tierras que hasta ahora han sido de labranza, se convertirán en desiertos. El problema se agravará en los próximos años, especialmente en las zonas bañadas por las aguas de un mar interior, en zonas marítimas en disputa o en las riberas de grandes ríos que discurren por distintos países, será inevitable el estallido de conflictos. Para el año 2050 se estima que se alcanzará el tope en la demanda de agua, más allá del cual, ya no habrá existencias disponibles ni para consumo humano, ni para la industria. Los problemas que derivarán de esa situación afectarán, no sólo al desarrollo, sino a la supervivencia misma de algunos pueblos.

Imaginemos lo que puede ocurrir en algunas zonas –como en las orillas del Caspio- en las que existen aguas en disputa y, para colmo, se han encontrado grandes reservas de petróleo y gas natural; por no hablar del Mar de la China en donde siete Estados reivindican sus derechos. Y la situación no es mejor en el Golfo de Guinea (donde diversos Estados reivindican territorio y mares de los vecinos), en el Golfo Pérsico (donde ya han estallado dos guerras por conflictos territoriales relacionados con el crudo), Mar Rojo o en la zona de Timor.

Y en lo que se refiere a países productores de petróleo, con las fronteras estables y relaciones normales con sus vecinos, muchos se encuentran al borde del marasmo interior y en situación extremadamente difícil. Tal es el caso de Venezuela o Colombia. En otros, pueden producirse estallidos en cualquier dirección: Irán (con una confrontación no resuelta entre moderados y radicales), Iraq (con una Zona de Exclusión vigilada, el problema kurdo al norte, la sucesión de Saddam, y el bloqueo económico), Arabia Saudí (tutelado de cerca por EE.UU. pero en cuyo corazón late el integrismo wahabita que ha dado alas a Bin Laden y Al Qaeda), Argelia (con una guerra civil interior y una fuerte amenaza islamista), Angola (empobrecida por casi treinta años de guerra civil), Nigeria (con tensiones étnico-religiosas insuperables y con estallidos cíclicos), Sudán (dominado por el integrismo islámico), etc. Existen pocas zonas productoras de petróleo en donde haya una estabilidad completa y proyectable hacia el futuro.

Los atentados del 11 de septiembre han supuesto un verdadero “casus belli” para EE.UU. Le han permitido acercarse un poco más a la nueva zona de reservas petrolíferas del Caspio. A partir de ahí –y en los momentos de escribir estas líneas- está realizando avances hacia Filipinas y hacia Iraq (inicios de febrero del 2002). La lucha por el control de las fuentes de energía es el móvil, en lenguaje policial, perseguido por los planificadores de los atentados del 11 de septiembre. Hasta tal punto estas acciones han favorecido el despliegue americano en aquella zona que, aun en el caso de que nuestra tesis resultara falsa, podríamos decir que “si non é vero e ben trovato”, por que, en cualquier caso, este nuevo movimiento político-militar de los EE.UU. solamente ha sido aceptado por la opinión pública mundial, tras el efecto dramático de los atentados del 11-S, sea quien sea el que los planificó.

© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen