2. UNA FUTURA REVOLUCIÓN POLÍTICA PARA UNA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA YA INICIADA
En las semanas previas al nombramiento de Donald Trump como presidente de los EEUU han sido significativas las visitas y declaraciones que ha recibido por parte de los magnates del hub tecnológico de Silicon Valley. Allí están las sedes de Netflix, Apple, Google, Facebook y los grandes fondos de inversión de capital-riesgo. Tradicionalmente, había sido un feudo del Partido Demócrata. Pero esto ha cambiado radicalmente en los últimos cuatro años. Vale la pena detenernos para tratar de explicar estos cambios de orientación que, erróneamente, se están comentando como bruscos y producto de reacciones personales, cuando en realidad vienen de lejos, son profundos y resultan ser la consecuencia lógica de la transición de la Tercera a la Cuarta Revolución industrial.
La mayoría de los directores generales de las grandes empresas tecnológicas ya se habían puesto del lado del conservadurismo desde 2019, algunos desde antes. Pero lo ocurrido en los últimos meses tiene importancia histórica.
Además de Elon Musk, el segundo empresario vinculado a las nuevas tecnologías que ha mostrado un apoyo decidido a la candidatura de Trump ha sido Jeff Bezos, fundador de Amazon (de la que hoy posee el 7% de acciones). Bezos es propietario del Washington Post (cuyas posturas políticas, prácticamente desde su fundación, habían sido de centro-izquierda). Durante la reciente campaña electoral, Bezos se negó a que su diario, como era tradicional, tomara partido por uno de los candidatos en liza (habitualmente, por el más progresista). Bezos declaró que, la información y sus medios debían ser “neutrales” y evitar tomar partido… de hecho, lo estaba tomando y, de manera clamorosa, negando implícitamente el apoyo a Kamala Harris. Hay que recordar que Bezos, con Musk, desde 2015 figuran en la cabeza de los “hombres más ricos del mundo”, oscilando siempre entre los cinco primeros puestos. Su fortuna deriva de las nuevas tecnologías y, en especial, del e-commerce. No es una fortuna “estática”: invierte en nuevas tecnologías y en especial en la industria aeroespacial en competencia con Elon Musk.
A partir de 2022, el
alineamiento de Silicon Valley con el conservadurismo de Trump era inequívoco.
Pero había precedentes.
Larry Ellison, propietario de Oracle, ya había participado con Sean
Hannity (influyente comunicador conservador) y Lindsey Graham (miembro del ala
más conservadora del Partido Republicano), en una plataforma para discutir las
posibilidades de anulación de las elecciones de 2020. Esta semilla fructificó y
los desastres del “ultraprogresismo” generado en los cuatro años de Biden,
precipitaron un vuelco en la situación.
En junio de 2024, una
veintena de magnates de Silicon Valley se reunieron para tomar postura: 18 de
ellos decidieron apoyar a Trump y, en conjunto, se le entregaron 9 millones de
dólares para su campaña.
Una cantidad pequeña si se la compara con los 46 millones cedidos por Musk. Por
su parte, Peter Thiel, alemán, fundador con Musk de Pay Pal y con
acciones de Facebook, dio a la campaña de Trump 15 millones de dólares.
El recién llegado a estas
posiciones es Mark Zuckerberg dando carpetazo a la censura políticamente
correcta en sus redes sociales (Facebook, Instagram, WhatsApp y Theads).
Su nueva toma de posición ha sido la declaración más espectacular del sector;
una más, en realidad. Zuckerberg pagará las ceremonias de inauguración del
mandato de Trump. Y como muestra “geopolítica” de este cambio de posición,
está trasladando la sede de Meta de California (Estado con fama
de ser el más “liberal” y “progresista”) a Texas (el más conservadora). En
Texas, también es donde Musk ha trasladado la fabricación de satélites Starlite,
uno de sus negocios más lucrativos.
Por su parte, el actual CEO
de Apple, Tim Cooke ha donado en los últimos años 200 millones de
dólares para el conservadurismo norteamericano.
De las grandes “redes
sociales”, solamente Linkedin, quizás la más débil y especializada,
dirigida por Reid Hoffman, tomó partido contra Trump. Pero las grandes empresas
de Inteligencias Artificial, como Open AI, por boca de su propietario
Sam Altman, se muestran a favor de Trump y otro tanto David Marcus, antiguo
presidente de PayPal, o David Saks, gerente de una de las mayores
empresas de capital-riesgo.
Ciertamente, el apoyo de
Zuckerberg pareció, inicialmente, forzado por la victoria de Trump en las
elecciones, pero no así los de Musk y Bezos y el de la mayor parte de magnates
de Silicon Valley que han apoyado a Trump en sus años de opositor perseguido
judicialmente. Sin embargo, en declaraciones posteriores, Zuckerberg, confesó
que le habían “ordenado” difundir lo ordenado por la OMS durante la pandemia y
sobre las “vacunas” y rompió con las empresas de “verificación” de contenidos
(en realidad, de mera censura), alimentadas por George Soros.
Tras estas constataciones
que no deja lugar a dudas, cabe preguntarse, ¿a qué se debe este apoyo de
los propietarios de las nuevas tecnologías a Donald Trump?
Hay muchas respuestas para
explicarlo:
1) Un retorno a la realidad: las reflexiones de los personajes más influyentes de Silicon Valley, los han llevado a una conclusión: el “ultraprogresismo” está resultando catastrófico para las sociedades occidentales. Fruto de delirios de visionarios, algunos de ellos pertenecientes a sociedades secretas seudomísticas, y de “ideólogos” de comportamientos personales erráticos y trastornados, resulta muy fácil percibir que, sus orientaciones presentadas como quintaesencia de la “corrección política”, han llevado a las sociedades occidentales a una situación de parálisis y caos social creciente, en el que lo accesorio y personal pasaban a primer plano. El fracaso de la ingeniería social es constatable para todos aquellos que tienen ojos y ven, cerebro y piensan; quien precisa argumentaciones es que todavía no ha percibido la realidad tal cual es: es, literalmente un “alienado” (tanto en el sentido dado por la RAE a esta palabra –loco, demente, perturbado, ido, desequilibrado, enajenado, alucinado, demenciado, insano, chiflado, majareta”–, o bien, en el sentido marxista –alguien que ha dejado de percibir la realidad tal cual y ha perdido la percepción de sí mismo–). De ir la sociedad por ese camino unos años más y pronto entraría en colapso. Así pues, se trata de revertir ese fenómeno.
2) A los multimillonarios del sector de las nuevas tecnologías les preocupa la tendencia del ultraprogresismo de subsidiar cada vez más actividades, lo que implica una necesaria subida de impuestos. A las clases medias ya no se les puede exprimir más: así que ahora tocaba el turno a las grandes fortunas: a ellos en concreto. Éstas, por lo demás, ya se han visto afectadas por las bajadas de la bolsa en EEUU durante la “era Biden” que han recortado su patrimonio. Por otra parte, las políticas “liberales” y “ultraprogresistas” están favoreciendo un aumento desmesurado de la deuda de los Estados, de la que solamente se benefician los inversores en productos financieros convencionales, pero no los especializados en capital-riesgo, vinculados a las nuevas tecnologías y a su desarrollo.
Estas son, al menos, las
dos razones que se han argumentado para explicar el cambio de actitud de
Silicon Valley. Y son ciertas, pero hay una razón más profunda, invisible si
no se tienen en cuenta las tendencias de las anteriores revoluciones
industriales.
Para entender lo que está
ocurriendo es preciso fijar la idea de que nos encontramos inmersos en los
primeros pasos de la Cuarta Revolución Industrial.
Esta revolución está
protagonizada por una serie de “tecnologías convergentes” (esto es, que,
interactuarán, apoyándose unas sobre otras): ingeniería genética, robótica,
inteligencia artificial, nanotecnología, criogenia, informática cuántica,
energía de fusión…).
Al hablar de revoluciones
industriales, es muy difícil establecer una fecha concreta de su inicio y de su
final, pero, de lo que no cabe la menor duda es que el desarrollo de las
ciencias de vanguardia en el primer cuarto del siglo XXI ha ido avanzando a
velocidad cada vez más vertiginosa y está cambiando nuestras vidas.
Una “revolución industrial”
es tal cuando cambia radicalmente la forma de energía utilizada por las
sociedades, cambian las tecnologías de la comunicación y se ofrecen productos
inéditos, radicalmente nuevos, en los escaparates de consumo. Una revolución
industrial debe registrar una innovación tecnológica radical, implementar los
procesos de automatización y alterar la manera de comunicarnos. Es frecuente
que varíen también los países hegemónicos y la concepción misma del poder.
Desde mediados del siglo
XVIII hasta mediados del XIX, se produce la primera revolución industrial. La nueva tecnología es el
vapor que facilita la actividad de los mineros en el Reino Unido (el bombeo de
agua se realiza mediante máquinas de vapor cada vez más eficientes) y las
hilaturas. Todo esto genera, por una parte, tránsitos del campo a la ciudad
(que precisa mano de obra para las nuevas industrias), mejora en las
condiciones de vida, paso de la producción artesanal a la industrial, en los
campos se mejoran las técnicas de cultivo necesarias para alimentar a más
población, se crea un sistema financiero para implementar las nuevas
industrias, los ferrocarriles se van implantando (las 80 horas que se tardaba
en ir en carromato de Manchester a Londres, se convierte en 8 gracias al
vapor), los astilleros botan barcos de hasta 200 metros y las navegaciones
entre ambas orillas del Atlántico se reducen de un mes a diez días, esto
permite extender los imperios coloniales. El vapor, pues, mejora las
comunicaciones y la interrelación entre personas. Son los años en los que
aparece un nuevo poder. Por una parte, Inglaterra es la nación que detenta la
hegemonía mundial. Son los años de la independencia americana y de la
revolución francesa. Para Inglaterra es un período de estabilidad y expansión
colonial que emplea a la Compañía de Indias Orientales como punta de lanza del
imperialismo y al ejército británico como fuerza auxiliar para garantizar los
buenos negocios. Es un tiempo de desigualdades crecientes y de condiciones de
vida infames para los trabajadores. El poder político está detentado, o bien,
directamente por los propietarios de las grandes acumulaciones de capital que
se van formando, en bolsa y en los negocios del transporte y el comercio. Los
antiguos lores que quieren no perder su posición económica, se convierten en
empresarios vinculados a la bolsa, al comercio, al textil, a la minería… La
“nueva burguesía” -propietaria de las patentes de las tecnologías del vapor, o
bien sus explotadores- es la clase hegemónica que impone sus puntos de vista,
la forma de organización política que le es más cómoda y el modelo social.
Pero en el último tercio
del siglo XIX hasta el final de la Primera Guerra Mundial, se produce otro
cambio tecnológico: irrumpe la electricidad, el motor de combustión interna
que se aplicará en distintos campos, incluida la aviación, la automoción y la
guerra. Aparecerá, así mismo, la “telegrafía sin hilos” y la radio. Será a
partir de 1900 cuando estos avances empiecen a manifestarse en toda su plenitud
y será durante la Primera Guerra Mundial cuando lleguen a su desarrollo
definitivo y en la Segunda a su clímax. Henry Ford será el primero en aplicar
la producción en cadena y la estandarización en sus fábricas; será el primero
que se dé cuenta de la necesidad de abaratar el precio de los productos y
aumentar salarios para convertir a los trabajadores en consumidores. Esa idea
es fundamental: aparece la figura del “consumidor”, aparece una clase media
importante y extendida. Esta Segunda Revolución Industrial es una revolución
tecnológica unida a la explotación de nuevas fuentes de energía: es la era de
los hidrocarburos, de la energía hidráulica.
A principios de siglo EEUU ya ha sustituido a Europa como hegemónica,
pero el desarrollo de la industria siderúrgica y de la investigación química,
ha convertido a la Alemania unificada por Bismarck en la gran potencia europea.
A ello ha contribuido la anexión de Alsacia y Lorena después de la guerra
franco-prusiana, lo que permite a Alemania disponer de carbón y hierro que,
junto a nuevas tecnologías para tratar el acero otorgan potencia a este país.
El Reino Unido no está dispuesto a permitirlo. Solamente el poder económico
mundial sigue residiendo en la Bolsa de Londres. En EEUU, primera potencia
mundial a principios de siglo, el poder está en manos de los “barones
ladrones”, los magnates del ferrocarril, las comunicaciones, las financias y el
petróleo. Ellos son, en ese momento, los propietarios de las nuevas
tecnologías. Las telecomunicaciones experimentan el primer desarrollo: el
telégrafo se ha generalizado a mediados del siglo XIX, luego aparece el
teléfono (1876), más tarde el telégrafo inalámbrico (1897), la radio (1901)… El
acero y las nuevas tecnologías entrarán en liza en la guerra de 1914-1918
demostrando su eficiencia: el carro de combate, la ametralladora, el avión, los
camiones. El poder político se ve condicionado y, en la práctica, dirigido
por las grandes corporaciones que imponen sus políticas a despecho de que
puedan ser excusa para desatar guerras. Las desigualdades generadas por la
primera revolución industrial terminan generando en la Segunda, una rección de
la que la Revolución Rusa y la aparición de los fascismos, serán los arquetipos.
La guerra de 1914-18 ha obligado a los científicos a avanzar y forjar nuevos
proyectos que se traducirán en los veinte años siguientes en avances técnicos
civiles (aviación comercial, inicios de la televisión, generalización de la
radio) y militares (inicio de la era espacial con la V-2, desarrollo de la
logística, investigación nuclear, primeros pasos en la conquista del espacio
exterior y bomba atómica) que se unirán a los que se han producido entre
finales del XIX y principios del XX: la implantación de la electricidad,
primero a las calles y luego a los hogares, y de su producción. La generación
de la radio y de la telegrafía sin hilos o del teléfono. Cuando termina la
Segunda Guerra Mundial es evidente que se ha entrado en una nueva era.
En 1945 con las bombas
de Hiroshima y Nagasaki puede decirse que entramos en la Tercera Revolución
Industrial que se prolongará hasta principios del siglo XXI. Está orientada
en varias áreas: energía nuclear y sus aplicaciones pacíficas, telecomunicaciones
y tecnologías de la comunicación, automatización de los procesos de producción,
conquista del espacio y microinformática mediante satélites o a través de fibra
óptica, desembocando en las autopistas de la información tras la generalización
de Internet. Veinte años después de la derrota de las potencias del eje, la
nueva revolución científica y tecnológica tiene tres vértices: EEUU, Europa y
Japón. Quienes imponen las reglas del juego son un nuevo modelo de empresas que
operan en todo el mundo: las multinacionales. Serán ellas las más interesadas
en ampliar su radio de acción y, tras la caída del Muro de Berlín, establecer
el proceso globalizador.
El tránsito de la tercera a
la cuarta revolución industrial tiene lugar en un momento indefinido ya en el
siglo XXI. Las nuevas tecnologías son, en gran medida, desarrollo de las
antiguas, pero en la cuarta revolución industrial aparecen nuevas áreas de
investigación que actúan en sinergia con otras. Las hemos enunciado antes: son
las “tecnologías convergentes”.
Es necesario observar que los métodos de organización política no han cambiado apenas desde la Primera Revolución Industrial: la democracia, degenerada en parlamentarismo y éste degradado en partidocracia, reviste, en esencia, características muy similares a la Inglaterra de la segunda mitad del XVIII y en EEUU, el sistema electoral es el mismo que en el momento de la independencia, sin apenas modificaciones.
Pero hay un problema que se
va manifestando de manera creciente: la desvinculación creciente entre el
progreso científico y la forma de organización política de las sociedades.
En la tercera revolución
industrial, la partidocracia se ha convertido en una plaga en todos los países.
Y especialmente genera problemas porque las élites económicas surgidas de la
segunda y tercera revolución industrial quieren seguir siendo hegemónicas y
dictando sus reglas del juego, transmitidas por la London Economic
School, la escuela del socialismo fabiano por excelencia, transmisora de
los dogmas “progresistas” a las élites económicas (de la que George Soros, es
un ejemplo, o la propia familia Rockefeller) e impuestas por la estructura
burocrática de las Naciones Unidas a través de la Agenda 2030 y
de los proyectos que la han precedido… a pesar del progresivo proceso de
decadencia y brutalización que se está generando.
Es probable que el cambio
radical de posturas políticas de Elon Musk se deba a su drama personal. Una
cosa es criticar las locuras de los “estudios de género” y otra muy diferente,
experimentarlas en el propio núcleo familiar. Uno de los hijos de Musk, Xavier
Alexander Musk, a los 16 años, inició su “proceso de transición” al sexo
femenino en 2019, convirtiéndose en “Vivian Jenna Wilson”. Su padre vio
en directo las consecuencias de los “estudios de género” y, sin duda, esto le
previno contra este tipo de productos del “ultraprogresismo”.
Pero el problema es que las
ratios de capitalización de las grandes empresas tecnológicas generan muchos
más beneficios que las empresas industriales clásicas o que la propia
especulación financiera o la actividad bancaría. Lo que hace que este tipo
de empresas, con menos personal (pero más especializado) obtenga más beneficios
en menos tiempo y sin recurrir a financiar sus actividades a través de la banca
clásica. En otras palabras: a medida que las “nuevas tecnologías” generan
mayores acumulaciones de capital en menos tiempo, las viejas “dinastías
económicas” surgidas de la Segunda y Tercera Revolución Industrial van perdiendo
posiciones en relación a las primeras y centran lo esencial de sus beneficios
en su colaboración cada vez más estrecha con los Estados gobernados por la
cleptocracia.
A lo largo del gobierno de
Obama y del gobierno Biden, se puso de manifiesto que las “viejas élites” -a
las que, desde ahora llamaremos “el dinero viejo”- están dispuestas:
1) a poner todo tipo de palos en las ruedas a las empresas tecnológicas, y, paralelamente,
2) a seguir apoyando el sistema mundial surgido de 1945 y a sus dos columnas políticas (un centro-izquierda y un centro-derecha que se van alternando en el ejercicio del poder, con orientaciones muy parecidas sino coincidentes, fuera de las cuales, las nuevas opciones son demolidas en poco tiempo o bien integradas y si logran hacerse con un amplio espacio político, son contenidas por el famoso “cinturón sanitario”).
Todo esto sería aceptable,
solamente si el “sistema” funcionase: pero no funciona. La gran crisis de
2007-2011 fue un toque de atención. Y lo que ha seguido desde entonces no se
ha traducido en una rectificación de los aspectos más indeseables de la
economía y de la política mundial, sino un “dejar hacer”, enfatizando solamente
aspectos muy irrelevantes que solamente interesan a minorías (wokismo, LGBTIQ+,
corrección política, multiculturalidad, discriminación positiva, etc.) que han
aumentado el caos social y han hecho imposible que los Estados se sustenten
sobre verdaderos valores y principios. El rápido deslizamiento hacia
situaciones caóticas que padece hoy la sociedad es demasiado visible como para
que pueda negare.
El problema es que las
élites económicas surgidas de la Segunda y Tercera Revolución Industrial
permanecen absolutamente desinteresadas por el proceso de barbarización de las
sociedades (de la misma forma que las élites de la Primera, no sentían
empatía por niños de 7 y 8 años trabajando 14 horas en sus fábricas, ni por la
ausencia total de salubridad y seguridad en tajos, fábricas y minas). No les
preocupa, por ejemplo, que los avances tecnológicos de la revolución científica
que está teniendo lugar ante nosotros,
dada la actual ordenación del mundo, no pueda llegar nunca en el futuro
a las masas: les basta con saber que ellos sí disfrutarán de ellas… y que el
resto de la población siga en el limbo o se nutra con clips de Tik-tok,
con streamings de ínfima calidad, videojuegos, con el “salario social” y con la
comida basura.
Pero, desde el punto de
vista de los propietarios de las nuevas patentes tecnológicas, de los
inversores de capital-riesgo, de los propietarios de las compañías
tecnológicas, las cosas se ven desde otro punto de vista mucho más actual y
realista: una sociedad barbarizada, una sociedad en la que solamente una
pequeña cúpula tenga acceso a las nuevas “tecnologías convergentes”, pueda disfrutar
de la robótica, recurrir a la ingeniería genética o a la nanotecnología, a
medicamente de diseño personalizado, a una medicina preventiva, y a todos los
nuevos productos que nos están ofreciendo, no es económicamente viable y, lo
que es peor, puede generar respuestas inesperadas por parte de las masas
capaces de desembocar en procesos insurreccionales que hagan saltar en pedazos
los Estados… y, por tanto, destruir las perspectivas que en el futuro
abrirán (están abriendo) las nuevas tecnologías.
Hay que recordar que cuando
empezó la sustitución de los disquetes por CDs, las unidades de grabación
-hacia mediados de los años 90- costaban en torno a los 3.000 euros actuales
(en España, 500.000 pesetas, cuando el salario medio se situaba en 150.000). Solamente
la difusión masiva hizo que el nuevo producto estuviera al alcance de todos
(hoy, esas unidades se venden a 10-15 euros, casi a título de reliquias). En la
actualidad estamos atravesando el mismo recorrido para los equipos de realidad
virtual que empezaron vendiéndose en torno a los 6.000 euros y en la actualidad
pueden encontrarse por 400… Con otras tecnologías no será diferente: la
rentabilidad se obtiene por la masificación en las ventas y esto solamente
puede alcanzarse abaratando el producto y haciéndolo accesible a las masas.
El fordismo ya había llegado a esa certidumbre hace 115 años. Las nuevas
tecnologías del presente, como las del ayer, solo son económicamente viables,
si se convierten en productos de consumo de masas.
A diferencia de las élites
económicas de la segunda y tercera revolución industrial que, en buena medida,
vivían de la inversión en armamento y, consiguientemente, de la generación
artificial de conflictos (el último, el conflicto ucraniano, precisamente) para
estimular el gasto y la reposición de lo consumido y/o destruido, los
promotores de la Cuarta Revolución Industrial no necesitan guerras para
implementar sus productos, sino todo lo contrario: precisan, eso sí, una
situación de estabilidad para poderlos producir en masa y hacerlos accesibles a
todos. Y es evidente que la política del “salario social” y los subsidios
para mantener narcotizados a grupos sociales, junto con las subidas impositivas
para poder pagar la deuda acumulada durante las últimas décadas, en última instancia
nos pondrán cerca de estallidos sociales después de impedir el acceso de las
nuevas tecnologías a las masas (Piénsese lo que puede suponer para una sociedad
el saber que exiten medicinas genéticas que revertirán enfermedades hoy incurables o productos que prolongarán
los telómeros de las células y con ellos aumentará la esperanza de vida, pero
no serán cubiertos por la seguridad social, ni estarán al alcance de todos los
bolsillos).
De esto podemos deducir tres axiomas:
1) Los intereses, los principios y las tendencias de los consorcios tecnológicos no son los mismos que los de las viejas corporaciones multinacionales, o las del viejo capitalismo financiero. El capital-riesgo apuesta por los desarrollos de tecnologías futuras; el capital financiero, por su parte, lo hace por la industria y las empresas convencionales del pasado. Las viejas élites piensan solamente en el aquí y el ahora o, en que poder aplicar en exclusiva las nuevas tecnologías, por caras que sean. Las nuevas élites tecnológicas saben que solamente la democratización de estas tecnologías abaratará costes y eliminará riesgos de problemas sociales: porque, no se olvide, que estas tecnologías a la vuelta de pocos años, estarán en condiciones de alargar la esperanza de vida. Pensar en una sociedad en la que un sector de la población tenga una esperanza de vida de 80 años y una pequeña élite económica la pueda prolongar hasta los 130, es simplemente imposible. Esto solamente podría suceder si la élite financiera tuviera el control de los nuevos medios de comunicación: pero los está perdiendo. Lo demuestra Twitter-X, Meta y sus “redes sociales” o los digitales de información, ante los que los medios convencionales están cada vez más debilitados y subsidiados. La información en la Cuarta Revolución Industrial circula de manera muy diferente a las tres anteriores.
2) Una sociedad tecnológica precisa de una cultura que, por una parte, garantice la estabilidad y, por otra, asegure su futuro formando nuevas élites tecnológicas. Se suele criticar a los gigantes tecnológicos por vivir de espaldas a la cultura. Eso supone olvidar que Amazon (una de las seis mayores empresas junto a Apple, NVidia, Google, Meta y Microsof) inicialmente nació como librería en línea en 1995 y que al término del primer año, ya era la mayor librería del mundo. Resulta inevitable unir “libros” (convencionales o electrónicos) al desarrollo de la cultura y a la forma en que se distribuye esa cultura.
3) Los propietarios de las nuevas tecnologías marcan las reglas del juego. Con la Primera Revolución Industrial se inicia el “capitalismo” en el Reino Unido. En cada una de sus siguientes etapas ha tenido distintas formas cada una de las cuales ha modelado las sociedades surgidas de las siguientes revoluciones industriales. Siempre, los propietarios de las nuevas tecnologías y de las patentes, son los que han dictado las reglas del juego de carácter político: capitalismo incipiente, capitalismo industrial, capitalismo multinacional, capitalismo globalizador, correspondiendo la hegemonía respectivamente a los Estados Nacionales, a los bloques geopolíticos y a asociaciones internacionales burocratizadas. En los primeros pasos de la siguiente revolución industrial está empezando a ocurrir el mismo proceso, solo que, en esta ocasión se está reformulando espontáneamente la misma lógica: y la toma de posesión de Silicon Valley a favor de Donald Trump es tan significativa, como el hecho de que Elon Musk entre en su administración y se configure como futuro candidato presidencial republicano.
Ahora bien, esto presenta
muchas dudas y solamente una certidumbre:
1) El viejo ultraprogresismo, ahora, empieza a verse rebasado por resultados electorales adversos en todo el mundo y una resistencia cada vez mayor de las fuerzas conservadores y de sus nuevos aliados, las grandes empresas tecnológicas. Es el auge de los populismos.
2) Nadie puede afirmar si la alianza entre el “conservadurismo” y los “gestores tecnológicos” será permanente o circunstancial (solamente para derrotar al ultraprogresismo y lograr una base social que las tecnológicas todavía no poseen).
3) El “viejo orden” (los Soros, los Schwab, las “dinastías económicas”, el capital financiero, las asociaciones del “poder mundial” [Trilateral, Bildelberg, Foro de Davos, etc.] como antes la masonería presente, sobre todo en las dos primeras Revoluciones Industriales) reordenarán sus fuerzas y tratarán de resistir mientras las circunstancias se lo permitan, si bien casi todo juega en su contra.
4) La revolución tecnológica es -como ya hemos dicho en otros artículos sobre el transhumanismo- una revolución antropológica que puede decantarse hacia dos vertientes opuestas e incompatibles: el transhumanismo o bien el Arqueofuturismo (idea sobre la que insistiremos más adelante).
* * *
Quedaría por explicar el
papel de Bill Gates en todo este proceso. Gates, cuya empresa Microsoft, es
el puente entre la Tercera Revolución Industrial y la Cuarta, se vio
beneficiado por ser la primera gran acumulación de capital procedente de un
consorcio tecnológico. Apple tardó bastante más en afirmarse y no
mediante el ejercicio del monopolio de los sistemas operativos, sino por las
cualidades de diseño e innovación.
Gates, se comportó como los viejos magnates del “dinero viejo”: inversión en bolsa (Warren Buffet le enseñó las leyes de la economía financiera convencional) y tratar de “hacerse simpático” mediante una fundación que ejerciese actividades filantrópicas.
Pero, contrariamente a la imagen que han querido proyectar sus asesores en la materia, lejos de ser un “profeta del futuro” (a los Steve Jobs o a lo Elon Musk) o un genio clarividente, sus iniciativas (sanitarios portátiles para África y vacunación para todos) han hecho de él algo completamente aparte en relación a los demás magnates de Silicon Valley, tratándose de proyectos filantrópicos propios del “viejo orden” que oscilan entre la chusca ignorancia (inodoros para África), el fanatismo ignorante (las vacunas) al servicio de la industria farmacéutica, siendo un personaje que se ha mostrado -incluso desde el origen de Microsoft- muy limitado y desprestigiado hoy en la meca tecnológica de Silicon Valley (véase: El descenso a los infiernos de Bill Gates). Entre “vender agua azucarada o construir un mundo nuevo” como planteó Jobs a John Sculley -antiguo gerente de Coca-Cola- Gates hubiera elegido la primera opción… por no hablar, claro está, de sus relaciones con Jeffrey Epstein que le costaron el divorcio.
