viernes, 14 de febrero de 2020

TURQUIA, Y SUS CLAVES GEOPOLÍTICAS (2 de 6) - > REISLAMIZACIÓN SIN PRISA, PERO SIN PAUSA


El 15 de enero de 2020, el Ministerio de Educación turco difundió una directiva para todas las escuelas pidiendo que sea aplicado el proyecto “¡Jóvenes, a la mezquita!”. Si tenemos en cuenta que hace veinte años, Turquía era un país de mayoría sunnita, pero de legislación laicista, podemos hacer una idea del cambio que se está operando en la sociedad. El proceso de reislamización de la sociedad avanza lentamente -y cada vez con más resistencia en las grandes ciudades- pero sin vacilaciones por parte de la presidencia de la República. Es importante tener en cuenta este proceso porque revela las intenciones últimas del gobierno turco y no puede deslindarse de sus orientaciones en política exterior.

La gran habilidad de Erdoğan, consistió, inicialmente, en dar un giro pragmático al islamismo político existente en 2001: era evidente que, si Turquía quería jugar un papel internacional y, especialmente, mirar hacia Europa, no podía seguir la vía de Arabia Saudí o de Irán, países vistos con reticencias por las democracias europeas. Y, sobre todo, se mostraba extremadamente pragmático en el terreno económico. Al llegar al poder, tras las reticencias iniciales de los países occidentales, Erdoğan consiguió que todas las miradas se orientaran hacia las medidas económicas y muy pocas se fijaran en los detalles de su política de reislamización.

Solo algunos meses después empezaron a salir a la superficie las contradicciones del nuevo gobierno que, en el fondo, no eran nada más que el reflejo de las tensiones históricas a las que ha estado sometida siempre la historia turca: un pueblo procedente del Este que mira al Oeste, pero cuyas características antropológicas tienen arraigo en el Este. Erdoğan no mentía: el suyo era un islamismo moderado… pero islamismo, al fin y al cabo. Aspiraba a reislamizar a la sociedad turca y a disminuir, lenta pero firmemente, la división entre religión y legislación del Estado. Era algo que no podía hacerse de manera acelerada, so pena de crear desconfianzas y fricciones con Europa, así que había que dilatar los tiempos de esa transformación, pero sin perder de vista el objetivo final y, sobre todo, cortar radicalmente lo que quedaba de la herencia kemalista. Podía hacerse, a condición de permanecer en el poder por un largo período de tiempo, dando al modelo de democracia liberal un giro autoritario: a fin de cuentas, el pueblo turco ha demostrado a lo largo de su historia que exige y, al mismo tiempo, necesita, liderazgos fuertes, más que instituciones democráticas.

La gran habilidad de Erdoğan y de los ideólogos del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) fue analizar qué había fallado en los intentos islamistas de oponerse a las reformas posteriores a la Primera Guerra Mundial. De este análisis surgió un programa electoral que insistía en cuestiones económicas, en el ingreso en la Unión Europea, en la lucha contra la corrupción, y alejarse de otras formaciones islamistas radicales, se convertían en elementos esenciales del programa. Esto hizo que los militares turcos les otorgaron un amplio margen de maniobra. Así mismo, favoreció que, desde las capitales europeas, se mirase con simpatía al AKP. Ese programa fue también apreciado por el electorado que entregó su voto masivamente al AKP en 2002.

Hasta 2016, esta islamización se realizó con cierta timidez, pero a partir del frustrado golpe de Estado que se produjo ese año, en el que se eliminó de un plumazo la influencia del ejército en la sociedad turca, y cuando ya se habían disuelto completamente las esperanzas de una integración en la UE, volvió a ponerse en marcha. El 16 de abril de ese año, el 51% de los turcos apoyó la reforma constitucional propuesta por el gobierno que reforzaba los poderes y las prerrogativas del presidente y prohibía a los militares participar en política. El país había dejado de ser una “república parlamentaria” para convertirse en una “república presidencialista”, con un pequeño matiz: era mucho más parecida a Irán que a Francia.

Hoy, el frente en el que la islamización resulta más evidente es en la enseñanza. Algunos datos de los cambios operados en este sector resultar particularmente escalofriantes.


En 2015, antes del golpe, el partido de Erdoğan eliminó de la enseñanza los conceptos de evolución y selección natural y añadió otros relacionados con la yihad; finalmente, equiparó las escuelas religiosas a las laicas. Tras el golpe, fueron despedidos más de 33.000 profesores y se clausuraron multitud de escuelas laicas acusándolas de tener vínculos con los implicados en la intentona. Al mismo tiempo, aumentó el número de centros religiosos. A todo esto, se le llamó oficialmente “énfasis en la educación basada en los valores para formar una generación devota”. Un diputado del partido gubernamental, Ahmet Hamdi Çamli, declaró: “Es inútil enseñar matemáticas a estudiantes que no saben qué es la yihad. En 2017 había 1.048 escuelas religiosas con 635.000 estudiantes. Si añadimos los 122.000 que asisten a centros religiosos en el sistema de educación abierta, el número de alumnos en todas las escuelas religiosas llega a los 757.000, mientras que en 2012 era solamente la tercera parte.

El problema kurdo constituye un comprensible quebradero de cabeza para Erdoğan, pero mucho menos comprensible es que se llame a la yihad contra los kurdos. En efecto, en muchas de sus intervenciones públicas, Erdoğan ha hecho referencia a la “guerra santa” y ha aludido a versículos del Corán para justificar las operaciones contra los separatistas kurdos. Incluso, cuando el Ejército turco capturó Afrín, Erdoğan no vaciló en calificar a sus tropas como “el último Ejército del islam”.

La propaganda yihadista alcanza su aspecto más repugnante cuando utiliza niños. En 2018, en el curso del congreso del Partido de la Justicia y el Desarrollo, Erdoğan invitó a una niña pequeña vestida de militar a subir al estrado, y le dijo que sería una “mártir” si moría en combate. La propaganda oficial insiste en que el presidente es un líder que “se esfuerza por servir a Dios”.

La “purificación de las costumbres”, es otro frente en el que los miembros del partido gubernamental se muestran particularmente insistentes. En las zonas rurales especialmente, las mujeres que visten “ropas inapropiadas” son hostilizadas, algo que no podría hacerse sin el visto bueno de las fuerzas de seguridad. Las profesoras tienen prohibido pintarse las uñas. Erdoğan dijo textualmente en 2012 “He hablado de crear una juventud devota y apoyo esta idea”, a lo que siguió la legalización del uso del velo para las estudiantes universitarias; unos años después se emitió un decreto gubernamental sobre la vestimenta escolar que permite que las niñas puedan llevar velo a partir de los 10 años, a la vez que prohíbe todo tipo de ornamentos y accesorios estéticos y políticos. Entre 2012 y 2016 se construyeron 80 mezquitas en los campus universitarios, todas ellas, de carácter sunnita, mientras los alevíes, el 20% del país, emparentados con el Islam chiita, eran discriminados por completo.

Las elecciones municipales del domingo 31 de marzo de 2019 confirmaron la aprobación a la coalición presidida por Erdongan y formada por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y el Partido Acción Nacionalista (MHP). Pero el haber obtenido algo más del 51% de los votos no fue suficiente para quitar el mal sabor de boca por la pérdida de los ayuntamientos de Estambul, Ankara e Izmir, las tres primeras más pobladas. No hay que olvidar, además, que Ankara, donde Erdoğan forjó su carrera política, estaba gobernaba desde 2004 por su partido y ahora lo estará por la derecha laica y secularista del Partido Repúblicano del Pueblo (CHP), el partido inspirado en la herencia de Kemal Atatürk, que más se ha destacado en defender la “occidentalización” del país y su integración en la Unión Europea. Estas elecciones eran las primeras después del a reforma constitucional de 2017 y constituían un verdadero test para la gestión del presidente y se realizaron después de que el país sufriera una depreciación de su moneda -la lira turca- de un 40% a lo largo de 2018.

Los avances de la oposición laica se habían registrado en las grandes ciudades del país, las más cosmopolitas y cuya industria principal es el turismo. Pero si alguien creía que el avance de los partidos laicistas y pro-occidentales iba a suponer una rectificación en la vía de islamización seguida por Erdoğan, se equivocaba. Ha ocurrido justo lo contrario.


En junio de 2016, Erdoğan venció por cuarta vez unas elecciones (antes lo había hecho en 2002, 2007 y 2011), pero si antes venció a título de primer ministro, ahora lo haría en calidad de presidente del país.

Poco antes, en un discurso pronunciado ante el IV Congreso del AKP, Erdogán recordó la batalla de Manzikert, uno de los hitos del Imperio Otomano, confirmando que el “neo-otomanismo” como línea básica de su gobierno en política exterior que, naturalmente sería la negación de la acometida por el kemalismo (acercamiento a Europa y a EEUU). Erdoğan en su discurso apelaba a los “países musulmanes”. En aquel congreso y en la campaña electoral que siguió nadie podía llamarse a engaño; los ejes de su campaña estaban claros: limitar el poder del Ejército, potenciar las escuelas islámicas y la construcción de mezquitas, restringir la venta de bebidas alcohólicas y normalizar el uso del velo islámico en las cámaras del Gobierno.

Desde 2012, Erdoğan aumentó un 20 por ciento el presupuesto destinado a la Dirección de Asuntos religiosos (Diyanet, destinado a resolver dudas sobre cuestiones islámicas y gestionar las mezquitas). En todo el país existen 82.000 mezquitas de las que más de 8.000 se construyeron desde la primera victoria electoral del AKP.

En lo relativo al alcohol, no es que el gobierno lo haya prohibido, sino, simplemente, que ha complicado la obtención de licencias para su comercialización (no se puede vender alcohol en un radio de 100 metros en torno a una mezquita y actualmente existen ¡82.000! lo que hace casi imposible encontrar ubicaciones que acepte la administración).

A finales de octubre de 2017, el matrimonio civil dejó de ser la única forma hasta ese momento de contraer matrimonio en Turquía. Una Ley del Matrimonio reconoció la validez de los muftís para oficiar bodas. En esa ley también aumentaron las competencias de la Dirección de Asuntos Religiosos de Turquía (Diyanet). Además, los muftís pueden ahora registrar nacimientos sin necesidad de que los padres acudan a una oficina del Estado saturadas y en donde hay que guardar colas interminables: se trata, evidentemente, de otro subterfugio para obligar a la población a acercarse a las autoridades religiosas. Algunos colectivos de mujeres turcas denunciaron que estas medidas de islamización suponían “un recorte en los derechos de la mujer”. Alegaban que aumentará la violencia sobre la mujer y que los muftís callarán, apoyados en la permisividad explícita de algunos versículos del Corán. Así mismo, ya se han dado casos en los que los matrimonios con menores, prohibidos por la ley, son autorizados y registrados por los muftís.

Lo cierto es que la violencia doméstica va aumentando en el país. Solamente en 2014 se reportaron cerca de trescientos asesinatos de mujeres a manos de hombres, y más de un centenar de violaciones, aproximadamente un 30% más que el año anterior. La nueva política de Erdoğan exalta el papel de la mujer como madre y ama de casa. En 2012, solo un tercio de la población femenina tenía trabajo, mientras que el número de matrimonios infantiles había crecido considerablemente. Las feministas occidentales se escandalizarán al conocer la opinión expresada por Erdoğan en materia de igualdad que quedó clara al afirmar que “la mujer no es igual al hombre” añadiendo que eso “iría contra las leyes de la naturaleza”.

En enero de 2006 estalló una polémica en Turquía sobre la “edad núbil”. La polémica estalló cuando un diario denunció que la web del Diyanet estableció que dicha edad se alcanza a los 9 años en el caso de las niñas, y a los 12 en el de los varones, ya que, a estas edades, “las niñas se pueden quedar embarazadas y los niños, ser padres”. Es decir que, a partir de los 9 años… las niñas podían contraer matrimonio. El texto entraba en contradicción con la ley turca que fija en los 18 años la edad mínima para mantener relaciones sexuales y para contraer matrimonio (si bien, en muchas zonas rurales, es frecuente casar a las niñas adolescentes). De todas formas, no era la única excentricidad emitida por el organismo que la emprendió también contra la lotería (a pesar de que el juego está controlado por el Estado), contra la celebración de la Navidad y, por supuesto, contra el alcohol, sin olvidar otro frente en el que hay una intervención regular, el de la separación de sexos.

La televisión y el ocio han sido dos actividades muy directamente afectadas por las medidas de islamización. El Alto Consejo de Radio y Televisión de Turquía (RTÜK), que se encarga de salvaguardar los valores de la moral islámica en los medios audiovisuales, sancionó a la cadena TV2 en dos ocasiones por emitir una telecomedia francesa: la primera fue por una conversación entre lados protagonistas sobre condones de sabores y, la segunda por el doblaje de unos de los diálogos en el que se empleó la palabra Tanri (Dios) y no Allah.


Esto no era lo que la sociedad turca esperaba en 2002, cuando Erdoğan obtuvo su primera victoria electoral, gracias a un programa renovador, liberal y democratizante que insistía en que el islam era la religión mayoritaria del país. El programa unía, pues, tradición y renovación: la “nueva Turquía” debía ser capaz de ingresar en la UE y de recuperar unos niveles de libertad y moralidad que se habían ido diluyendo en las dos décadas anteriores.

Los primeros años en los que Erdoğan y su AKP estuvieron en el poder, fueron tranquilos e, incluso, democratizadores: se liberalizó la economía, se prohibió la tortura, disminuyó la presión contra kurdos y otras minorías, todo ello sugerido desde la UE y aceptado por Erdoğan para aproximarse al objetivo final: el ingreso en este organismo. Todas estas reformas se anunciaban a bombo y platillo, pero, al mismo tiempo, y de manera mucho más discreta, se iniciaba la inexorable reislamización del país.

Desde el período kemalista, los garantes del laicismo habían sido los militares. No puede extrañar, por tanto, que este sector haya sido blanco principal de la ofensiva interior de Erdoğan: cualquier sospecha de que algún oficial estaba implicado en críticas al nuevo curso del gobierno, suponía su destitución y, con mucha frecuencia, su encarcelamiento. En 2010 el gobierno logró que se aprobase en referéndum una reforma constitucional que, entre otras cosas, sometía al ejército a las órdenes de las autoridades civiles, y permitía la entrada de jueces islamistas en las principales instancias judiciales del país.

En la propuesta de resolución del 3 de octubre de 2007, B6‑0374/2007, el Parlamento Europeo se pronunció sobre el uso del velo en Turquía establecido en la reforma constitucional, considerándolo un paso hacia la “islamización del sistema educativo” y subrayando que las prácticas religiosas deben realizarse en el ámbito privado, señalando textualmente “que el velo constituye no sólo un símbolo religioso sino también político” y determinando, finalmente, que la medida, “constituye un paso importante hacia la progresiva islamización de Turquía y que semejante decisión es contraria a la asociación UE-Turquía, en la que ocupa un papel central el respeto de los derechos y las libertades fundamentales”.

Lo que la UE terminó advirtiendo era que las reformas que había realizado Erdoğan desde que se hizo cargo del poder en 2002, no tendían a la democratización del Estado turco, sino, más bien a la islamización de la democracia que, en última instancia, terminaría siendo una negación de la misma democracia, pues, no en vano, la teocracia es la estación término hacia la que se desliza un régimen que no reconoce la diferencia entre “religión” y “Estado”.

No es raro que los resultados de esta política, escapen al control del gobierno y vayan más lejos de lo que este se proponía.

Según una encuesta publicada en febrero de 2015, más de un 20% de la población turca considera que la violencia en nombre del islam está justificada “en algunos casos”, lo que representa un incremento de más de un 7 % respecto al año anterior. La islamización de la sociedad turca implicaba que cualquier formación islamista era vista con simpatía en una quinta parte del país. Eran los momentos de mayor implicación del gobierno turco en apoyo de las Fuerzas Democráticas Sirias, y, para el ciudadano media, no estaba muy clara la distinción entre esta organización y el DAESH. En una primera fase del conflicto sirio, cuando Erdoğan apostó por el derrocamiento de el-Assad, no le importó mucho si armas, asesores y pertrechos iban a parar a grupos controlados por los Hermanos Musulmanes o, incluso, a sectores mucho más radicales. El cambio de posición solamente se produjo cuando, Erdoğan comprobó que el régimen sirio resistía los golpes y que la ayuda soviética inclinaría inexorablemente la balanza a favor del gobierno de Damasco. Y, por lo demás, las sospechas -nunca disipadas- de que Turquía había tenido algo que ver en los orígenes del DAESH, aumentaron la brecha y las desconfianzas de los países europeos.

Pero la primera fase del “nuevo curso”, que pudo darse por concluida en 2012, terminó sin que la Unión Europea apreciara todas estas reformas y las reservas del electorado a admitir a un país islamista que, de ingresar, supondría el país con más peso demográfico de la unión y tendería a desequilibrarla especialmente en materia de inmigración y de nivel de desarrollo. El portazo de la UE, como era de esperar, daría paso a un endurecimiento del gobierno turco que, desde entonces, pisó el acelerador en dos direcciones: la islamización de la sociedad y el autoritarismo.