Hasta ahora los
lazos de Turquía con la OTAN son extremadamente sólidos. De hecho los turcos
han sido utilizados como peones de brega en varios conflictos: los americanos
los enviaron a morir en Corea; antes de que los rusos situaran mísiles en Cuba,
EEUU ya había hecho otro tanto en Turquía, en las mismísimas narices de la
URSS; en las sucesivas crisis que han sacudido Oriente Medio, Turquía siempre
había puesto a su disposición sus bases militares para los aviones y las tropas
americanas. Finalmente, su situación avanzada y fronteriza con Rusia hizo que,
durante la guerra fría, el papel geopolítico de este país creciera y,
paradójicamente, a pesar de estar alejado 4000 km del Atlántico, se convirtió
en uno de los puntales de la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN).
Pero no hay que
engañarse: Turquía, más que "aliada de Occidente", ha sido, desde la
Segunda Guerra Mundial hasta la primera década del siglo XXI, aliada de Estados
Unidos. En el siglo XIX y hasta el final de la Primera Guerra Mundial, el
Imperio Otomano había La amistad entre ambos países parecía sólida hasta el
punto de que, durante más de medio siglo, Turquía fue elevada por EEUU al rango
de "aliado preferencial". Y fue así como los principales valedores
de Turquía para su entrada en la Unión Europea fueron los EEUU de George W.
Bush, el Reino Unido de Tony Blair y la España de José María Aznar… De todo
esto, hoy queda poco.
El por qué los EEUU
cultivaron las buenas relaciones con Turquía, se entiende mejor recurriendo a
un mapa de la zona. Así podemos penetrar en la geopolítica de Turquía y en su
importancia. En efecto, la geopolítica ha determinado que Turquía sea un
país con 2.648 kilómetros de fronteras con Grecia, Bulgaria, Irak, Irán, Siria,
Georgia y Armenia. Solo por esto merecería la calificación de país clave
para el control tanto de la zona del Cáucaso como de Oriente Medio.
Pero hay otros
muchos factores que entran en la ecuación.
En 2002, el
Partido de la Justicia y el Desarrollo, fundado por Erdoğan el año anterior,
alcanzó el poder. Que se trataba de un fundamentalismo islámico no había duda
hasta 1998, cuando fue encarcelado diez meses por recitar el poema de Ziya
Gökalp “Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos,
los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados”.
Entonces era alcalde de Estambul y el tiempo en prisión contribuyó a hacerle
reflexionar sobre la cuestión religiosa. Hasta ese momento, había defendido la
unicidad entre Islam y Estado dentro del Partido del Bienestar (disuelto en
1998) y, antes, en el Partido de Salvación Nacional (MSP), dirigidos ambos por
Necmettin Erbakan, y de orientación abiertamente islamista. Así pues, cuando
Erdoğan vence en las elecciones de 2002, muchos seguían pensando que su
programa era islamista, en un momento en el que estaba cerca el hundimiento de
las Torres Gemelas y cualquier forma de “islamismo” se consideraba “radical”.
En realidad, lo
que sí ha sido siempre, Erdoğan era anti-kemalista. De hecho, desde que está en
el poder, su acción política esencial ha consistido en ir desplazando la
política turca desde sus habituales posiciones desde los años 20 hacia
posiciones completamente diferentes. Erdoğan se aparta de los fundamentos de la
Turquía moderna fundada por Kemal Ataturk quien estableció el principio de
las "seis lanzas" que se convertirían en el fundamento de la nueva
Turquía (populismo, republicanismo, nacionalismo, secularismo, estatismo y
reformismo)
Ataturk depuso al
sultán de Constantinopla, abolió el califato y las instituciones islamistas y
sustituyó la sharia por el sistema jurídico inspirado en occidente. Este
panorama de reformas legislativas se completó con medidas que eran algo más que
anecdóticas: cortar la barba a los fundamentalistas e imponer la forma de
vestir occidental… Pero, en los países islámicos las regresiones son
habituales. El reflujo del laicismo y el retorno a la tradición coránica no es
nuevo. Los años de gobierno del Sha de Persia o del baas iraquí de Saddam
Husein que intentaron occidentalizar sus respectivos países, se vieron
sumergidos, finalmente, por la marejada islámica; otro tanto ha ocurrido en
Siria en donde al desestabilización del gobierno baasista de el-Asad no ha creado
un régimen de tipo de democrático a “la occidental”, sino sumido al país en una
guerra civil de la que emergió el fenómeno del DAESH.
Así mismo, un
siglo de república, no han servido ni para asentar una democracia formal en
Turquía (que se ha visto periódicamente salpicada con golpes de Estado, el
último ocurrido en 2016), ha concluido en lo que se ha llamado "una
democracia de segunda división" que, en realidad, es un gobierno
presidencialista “fuerte”. Todo lo cual hace de la Turquía actual un país
radicalmente diferente al resto de países occidentales. Hasta la victoria
islamista del 3 de noviembre de 2002, podía decirse que "Turquía no
era completamente oriental, ni completamente occidental". Desde
2002, Turquía se fue decantando, al menos en sus principios rectores, de
Occidente y aproximándose a Oriente. Seguía en la OTAN, pero como un país
completamente diferente al resto de la alianza. A diferencia de otros países
de mayoría islámica, este tránsito se ha realizado sutilmente, sin velocidades
extremas, con moderación, pero sin vacilaciones, inexorablemente. Claro
está que -como veremos-, el sustrato étnico de la península Anatolia, a
pesar de practicar el islamismo sunnita, es completamente diferente a los
países árabes o a Irán. Y ese factor étnico y antropológico pesa
extraordinariamente en la ecuación, así como en la velocidad de reislamización.
Lo que si parece
indudable es que Erdoğan, tras 1998, alumbró un proyecto de transformación
de Turquía en una potencia regional con la que sería necesario contar en el
momento en el que se demostrara la inviabilidad del mundo globalizado. Poco a
poco, a medida que ha ido ejerciendo el poder, han variado los objetivos (al
haber variado las circunstancias exteriores) y consiguientemente, las tácticas,
pero lo que no ha variado es el alejamiento del kemalismo y la recuperación de
la identidad religiosa islámica (que avanza lentamente, pero sin
vacilaciones, como hemos visto).
1) Un potencial demográfico formado por 83 millones de habitantes residentes en su territorio que se aproximan a los 90, si tenemos en cuenta a los inmigrantes y a los refugiados que han ido llegando huyendo de la guerra civil siria. Este potencial demográfico, lejos de descender, va en aumento: la tasa de fecundidad en el centro, centro sur y, especialmente en el sud-este alcanza los 4-5 hijos por familia. Hace 23 años, eran sensiblemente menos: apenas 62,9 millones de los que, más de 5.000.000 vivían en el extranjero. Turquía ha duplicado su población en apenas 40 años.
2) Una situación geográfica privilegiada que coloca a Turquía como “llave” del Mar Negro y elemento comunicador entre el mundo occidental y el mundo islámico. De hecho, la gran fuerza de Turquía es su situación geopolítica y su acceso a dos mares: el Negro y el Mediterráneo. Al estar situada en el cruce entre varios mundos, esa misma posición le ha conferido una alta capacidad mediadora entre partes enfrentadas.
3) La existencia de un “espacio turcófono” que facilita la expansión turca por Asia Central y por las antiguas repúblicas del Sur de la URSS y favorece la aparición de lo que se ha dado en llamar “neo-otomanismo”.
4) Es una de las puertas de acceso de la inmigración a Europa y se ha demostrado dispuesta a utilizar esa posición para extraer beneficios.
5) Liderazgo fuerte de Erdogan que, ya hoy -a diferencia de 2003- puede considerarse como un líder consolidado que ha entendido la necesidad de disponer de una visión geopolítica si se trata de pensar en el futuro de su país.
Sin embargo, existen otros elementos que juegan en su contra:
1) Inestabilidad política congénita que no ha cesado y cuya última manifestación fue el golpe de Estado de 2016. Se trata de una sociedad en la que son visibles cuatro elementos: los favorables al laicismo, los favorables a una islamización moderada, los que lo están en favor de un radicalismo islámico y las minorías de las que la kurda es, sin duda, la más significativa.
2) Falta de homogeneidad: no existe “una” Turquía, sino “tres”: la Turquía geográficamente europea (Tracia), al otro lado del Bósforo y de los Dardanelos; la península Anatolio, más allá de estos estrechos; y la montaña kurda. A lo que podría añadirse la dicotomía entre las tres grandes ciudades (Estambul, Ancara y Esmirna) y las zonas rurales o las pequeñas ciudades de provincias.
3) Una situación de ambigüedad estratégica propia de los cambios en las políticas de alianzas: la Turquía que ha pertenecido a la OTAN desde 1959, ya no es ese aliado fiel en el que confiaba el Pentágono para clavar una cuña en el flanco sur de la URSS, sino un aliado que está visiblemente, basculando hacia Rusia y que cada vez mantiene más puentes tendidos en esa dirección.
4) Cierre de la puerta hacia Europa. Tanto la islamización de la sociedad como su demografía explosiva, han hecho temer al eje franco-alemán que abrirle las puertas de la UE supondría desequilibrarla en todos los sentidos y favorecer una riada de entre 10 y 20 millones de turcos hacia el Oeste. Este temor -muy real, por otra parte- ha sido la verdadera causa del portazo de la UE a Turquía y de la consiguiente decepción de este país.
5) Turquía está situada en una de las zonas más inestables del planeta y, a pesar de que el antiguo ministro de Exteriores turco, Ahmet Devutoğlu estableciera la política de “cero problemas con los vecinos”, lo cierto es que, el conflicto con Grecia sigue abierto, el apoyo turco a la República del Norte de Chipre constituye otro obstáculo, no se han restablecido relaciones normales con Armenia (a causa del holocausto de 1915), y Turquía se ha visto afectada por los conflictos de la zona, especialmente por el sirio.
6) Las “primaveras árabes” contribuyeron a aislar momentáneamente al régimen turco. Éste dudó temiendo que pudieran afectar a su propia estabilidad y, posteriormente, le perjudicó aún más su participación directa en la desestabilización de Siria y en el apoyo a las Fuerzas Democráticas Sirias que abrieron el paso al DAESH que se ha sospechado que, en sus primeros pasos, recibió apoyo turco.
7) El país, a pesar de las medidas modernizadoras, sigue teniendo problemas económicos estructurales: a pesar de ser la 17ª potencia industrial, su productividad es bajísima genera una falta de competitividad en el terreno internacional, las desigualdades sociales son el producto de una economía con larguísimos períodos de estancamiento y recesión. Se ha intentado comprar la paz social mediante medidas rígidas en el terreno laboral. Existen graves problemas de inversión y, para colmo, inseguridad jurídica para capitales llegados del exterior. En momentos de auge económico, buena parte del dinero turco invertido en el exterior, regresó al país generando el fenómeno perverso de las “burbujas” que, siempre, terminan estallando.
8) Zona de tránsito para las mafias de la droga. La misma situación geopolítica ha convertido al país en la puerta de entrada de la heroína afgana como etapa final de la “nueva ruta de la seda” que termina en los Balcanes musulmanes e inunda Europa de esta droga. Los más de 2500 km de fronteras se han convertido en zonas permeables para la delincuencia a causa de la corrupción. Por otra parte, el hecho de que Turquía haya utilizado su capacidad para regular los flujos migratorios hacia Europa como chantaje económico y represalia por el portazo a su ingreso en la UE, han generado, así mismo, malestar en la UE y el cambio de estatus, de candidato a país extorsionador.
9) La brutalidad turca en el tratamiento del problema kurdo (que ha generado entre 1984 y 2013, 45.000 víctimas), su negativa a reconocer e, incluso, negar el genocidio Armenio de 2015, así como algunas características de la sociedad turca (una falta de libertad de expresión en los medios que se une al rasgo específicamente turco de que la población lee poco -tiradas globales de apenas 4.000.000 de ejemplares para una población de más de 80.000.000 que se alimentan de información mayoritariamente a través de la televisión), la consideración de “terroristas” para intelectuales y periodistas que difundan determinadas noticias, las purgas que tuvieron lugar en 2016 en la educación, el ejército y el funcionariado y las sospechas, así como, finalmente, la islamización del país… todo ello supone un pasivo acumulado cuyo primer efecto es el distanciamiento de la UE (agravado por su propia estructura económica).
Estos elementos contrapesan en buena medida los factores favorables a Turquía. Hay que añadir también que, dentro de los países tradicionalmente musulmanes, Turquía debe competir con otras dos potencias que aspiran a la hegemonía regional: Arabia Saudí e Irán. Se trata de dos adversarios de altura.
1) Arabia Saudí tiene a su favor una casi ilimitada potencia económica que deriva de sus recursos petroleros y en su contra una mucho menor potencia demográfica. Cuenta con una mayor unicidad social que Turquía, pero en su contra juega el hecho de practicas una forma de islam rigorista (wahabismo salafista), ser una monarquía en la que todavía existen atavismos impropios de la modernidad que no logran superar. Si hasta ahora, la dinastía de los Saud ha contado con el apoyo norteamericano desde los años 30 (seguridad a cambio de garantías de suministro petrolero), en la actualidad la autosuficiencia energética de los EEUU (que compra petróleo a México y Canadá especialmente, además de producirlo mediante fracking) y el repliegue del presidente Trump de la zona, constituyen elementos que han debilitado la posición saudí.
2) Irán, por su parte, tiene una capacidad demográfico casi igual a la turca, juega a su favor el factor religioso que cuenta con la alianza de las milicias chiís que controlan buena parte de Iraq, con el apoyo de Hezbolá, hegemónico entre la población musulmana del Líbano y con la alianza con el régimen de al-Assad en Siria. Además, se trata de una sociedad muy arraigada en sus valores identitarios, con un alto nivel cultural, una economía sólida, reservas de petróleo (de las que Turquía carece casi completamente) y una estabilidad política superior al país otomano.
Turquía deberá
competir con estas dos naciones y, al mismo tiempo, mantener el “principio Devutoğlu”
especialmente con Rusia, sin cuyo consenso sería imposible practicas el “pan-otomanismo”
(que abordaremos más adelante), única posibilidad actual de Turquía para
convertirse en una potencia regional tras el fracaso de su marcha hacia la UE y
de la barrera insalvable con los países del “creciente fertil”
(Iran-Iraq-Siria-Jordania) después de su actuación en la guerra civil siria.
Solamente la mejoría de sus relaciones con Rusia (ejemplificadas en la inauguración
del “Turk Stream” en enero de 2020), la compra de armamento ruso y la
participación de capital ruso en infraestructuras turcas, además de suponer la
etapa previa a su desenganche de la OTAN, supondría la certidumbre de que los
conflictos del Cáucaso y las malas relaciones entre Armenia y Turquía no desembocarían
en un deterioro de las relaciones con Rusia.