miércoles, 12 de febrero de 2020

Antisemitismo español y sefarditismo en el siglo XX: (CONCLUSION) -> ¿ANTISEMITISMO EN DEMOCRACIA?


La desaparición final de la revista ¿Qué Pasa? seis meses después del extraño intento de golpe de Estado del 23-F, fue el episodio final del antisemitismo español. Poco a poco fueron cayendo los últimos exponentes: el partido Fuerza Nueva se autodisolvió en noviembre de 1983 y la revista del mismo nombre pasó a prolongar una larga agonía que dura todavía hoy. La editorial Vasallo de Mumbert cerró sus puertas, así como el diario El Alcázar. Los focos catalanes, incluido el Círculo Español de Amigos de Europa, se disolvieron y las iniciativas editoriales radicadas en la capital catalana cayeron una tras otra. A partir de mediados de los años 80 ya no hubo en España más antisemitismo visible que el que persistentemente enarbolaban los medios islámicos.

Ciertamente, se produjeron manifestaciones y protestas durante la primera y la segunda “intifadas” palestinas; cientos de “pasradanes” iraníes pasaron por la Fundación Puigvert para tratar sus heridas de guerra en el aparato ocular. Los eventos del 92 impulsaron a miles de marroquíes a trabajar en las obras que se desarrollaron en Barcelona y Sevilla; muchos se quedarían en España y a partir de 1996 con el inicio del boom de la construcción, otros muchos les siguieron, también llegaron paquistaníes y miembros de las comunidades islámicas del África Negra. Era inevitable que los prejuicios antisemitas de estos grupos religiosos se trasladaran a nuestro país. Sin embargo, contrariamente a lo que sostienen la Liga de Defensa Judía y su satélite el Movimiento Contra la Intolerancia, no se han producido incidentes dignos de mención.

De tanto en tanto, la “conspiranoia” hace que aquellos que en otro tiempo creían en los OVNIS desde hace poco hayan descubierto la “gran conspiración judía” no exactamente con este nombre, sino con el de “conspiración de los Iluminati”. Pero estos sobresaltos pertenecen sobre todo al universo freaky mucho más que al de los movimientos de masas.

Por su parte, el antisemitismo de matriz religiosa ha desaparecido completamente, a la misma velocidad con la que ha ido mermando el peso de la Iglesia Católica en la sociedad. Atrincherado en circuitos tradicionalistas, en España apenas se manifiestan fuera de los altos muros de sus círculos y muy pocos son los que siguen considerando a los judíos “pueblo deicida”.

El hecho de que en estos últimos 30 años hayan aparecido círculos neo-nazis y revisionistas no cambia mucho el panorama. En primer lugar, habría que demostrar que los “revisionistas” son antisemitas, algo que dista mucho de estar claro. Ellos mismos gustan presentarse como buscadores de la verdad histórica, y el hecho de que las conclusiones a las que llegan, en la práctica nieguen la “versión oficial” sobre el antisemitismo y sus consecuencias entre 1933 y 1945, no quiere decir que puedan ser calificados automáticamente de antisemitas. En cuanto a los círculos neo-nazis son extremadamente minoritarios y nunca –que recordemos- han protagonizado episodios de violencia, ni siquiera exabruptos antisemitas que hayan llegado a la opinión pública.


Claro está que quedan “estudiosos del antisemitismo” pero sus trabajos son escasamente conocidos y nunca tienen acceso a ningún medio de comunicación ni siquiera de mediana importancia. Los libros que publican en régimen de “auto-edición”, jamás llegan a los circuitos comerciales.  Los autores que durante la transición publicaron artículos antisemitas (o, mejor antisionistas) en medios de extrema-derecha, o han muerto o se han retirado. 

En 1978, una ley aprobada en Cortes y presentada por los socialistas concedía la nacionalidad española a todos los judíos sefardíes con sólo dos años de residencia en España. El defensor de la ley, el socialista catalán Ernest Lluch (miembros, por lo demás de la francmasonería y luego asesinado por ETA) recordó la actitud filosefardita que siempre había mantenido el PSOE y que durante la II República reiteraría Fernando de los Ríos.

Cuando en 1986, después de un largo proceso, se establezcan relaciones diplomáticas entre España e Israel, durante el primer gobierno socialista, apenas aflorarán protestas. De partida, por otra parte, el antisemitismo estaba prohibida por la Constitución, que establecía que ningún ciudadano podía ser víctima de discriminación alguna por razones de religión o de raza. La Ley de Libertad Religiosa establecida por Adolfo Suárez y consensuada con la Federación de Comunidades Israelitas de España, será la primera norma legislativa que establezca la plena libertad de culto.

De los “eventos del 92”, seguramente el que pasó más desapercibido para la opinión pública, fue el Sefarad 92 que tendía a la “reconciliación y el reencuentro”. El 31 de marzo de 1992, 500 años después de la expulsión de los judíos, Juan Carlos I se encontró con los responsables de las comunidades safardíes españolas en la Sinagoga de Madrid, que dos años antes habían recibido el Premio Príncipe de Asturias a la cooperación.

No hay antisemitismo en España –aunque si anti-sionismo y oposición a las políticas judías en los territorios ocupados- y por eso quienes intentan demostrar que sigue vivo, deben buscarlo con lupa. Se ha dicho que Sánchez-Dragó en su libro Gargoris y Habidis, evidencia convicciones antisemitas. Es cierto que dedica un capítulo a los sefarditas y que ese capítulo, como el resto del libro, está tratado con un lenguaje particular en el que la hipérbole y la alusión irónica son un recurso estilístico habitual y también es cierto que recuerda los motivos más habituales que han sido constantes en el antisemitismo español, pero, el hecho de recordar que Marx fue judío o que hubo un Santo Niño de la Guardia, no implica apología del genocidio ni siquiera un antisemitismo superficial.

En otro terreno, Ricardo de la Cierva ha escrito distintos libros masónicos, en muchos casos con errores de documentación o enfoque e, incluso, en algunos textos, hizo descender la historia al nivel de relato conspiranoico, pero incluso reconociéndole estos errores, tampoco puede decirse que haya sido un autor antisemita, a menos que recordar algo que parece innegable como es el hecho de que en el mundo de las finanzas (como en la industria del cine) existe un porcentaje no desdeñable de judíos, pueda ser considerado como ejercicio de antisemitismo.

En cuanto a las editoriales “antisemitas” han desaparecido completamente. El prejuicio antisemita ¿está latente en la sociedad española? No lo parece y las encuestas que tratan de demostrar lo contrario dan cifras que no corresponden con lo que el ciudadano medio ve a pie de calle. Por otra parte, en 2005 una encuesta oficial afirmaba que un tercio de la ciudadanía tenía una opinión desfavorable hacia los judíos. Es evidente que esta opinión desfavorable está construida por el estancamiento del conflicto en Oriente Medio y en absoluto por la actividad propagandística de círculos antisemitas que están absolutamente ausentes de la política real española.

En 2006, José Luis Rodríguez Zapatero visitó Gaza y un joven palestino le colocó un pañuelo palestino que el presidente del gobierno de España lució despreocupadamente y suscitó críticas profundas en el Estado de Israel y entre la comunidad judía española. Tres años después, el mismo Zapatero, respondía a las preguntas de un diario israelí, “Maariv”, en el curso de una entrevista que reprodujo El Mundo el 15 de octubre de 2009 [1]: preguntado sobre si seguía existiendo antisemitismo en España, Zapatero lo negó rotundamente: "Debo declarar de forma clara, no hay antisemitismo en España en ninguna de sus expresiones. No todo comentario, publicación o fotografía debe ser considerada antisemita. La mejor prueba es que hoy en día no hay actos antisemitas en España. Antisemitismo era la dictadura de Franco". Y El Mundo añade: “El periodista israelí desplazado a Madrid explica que "Zapatero cuenta que su familia es de origen judío, probablemente de una familia de los marranos", es decir los judíos que fueron forzados a convertirse al cristianismo”…

Mucha más preocupación ha causado en la comunidad judía española la firma del acuerdo entre el PSOE y Podemos, tal como reflejó la Asociación Acción y Comunicación sobre Oriente Medio, uno de los lobbys judíos que operan en España. Esta asociación califica a los partidos políticos según sean “amigos o no amigos” de Israel [2]. El medio que dio la noticia -el digital Diario 16- añadió: “El apoyo del lobby judío en España a Partido Popular, Ciudadanos y Vox fue adelantado por La Celosía hace un año. Entonces se informó que utiliza a la asociación Acción y Comunicación sobre Oriente Medio (ACOM) para defender la imagen de los judíos y criticar el antisemitismo.” Poco antes, la misma asociación había acusado a Sánchez de utilizar el “Holocausto” con “fines electoralistas” [3].

Todo esto da para un anecdotario bien provisto, pero no tiene nada que ver con el antisemitismo que estuvo presente en la sociedad española hasta el siglo XX y que, en el fondo, era, o bien un prejuicio religioso o una teoría explicativa de la historia. Hoy, como puede verse, es una simple arma arrojadiza de unos contra otros.

Tales son las conclusiones que podemos formular a nuestro estudio: el antisemitismo en España está casi completamente extinguido.

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