La
desaparición final de la revista ¿Qué Pasa? seis meses después del
extraño intento de golpe de Estado del 23-F, fue el episodio final del
antisemitismo español. Poco a poco fueron cayendo los últimos exponentes:
el partido Fuerza Nueva se autodisolvió en noviembre de 1983 y la revista del
mismo nombre pasó a prolongar una larga agonía que dura todavía hoy. La
editorial Vasallo de Mumbert cerró sus puertas, así como el diario El
Alcázar. Los focos catalanes, incluido el Círculo Español de Amigos de
Europa, se disolvieron y las iniciativas editoriales radicadas en la capital
catalana cayeron una tras otra. A partir de mediados de los años 80 ya no
hubo en España más antisemitismo visible que el que persistentemente
enarbolaban los medios islámicos.
Ciertamente, se
produjeron manifestaciones y protestas durante la primera y la segunda
“intifadas” palestinas; cientos de “pasradanes” iraníes pasaron por la
Fundación Puigvert para tratar sus heridas de guerra en el aparato ocular. Los
eventos del 92 impulsaron a miles de marroquíes a trabajar en las obras que se
desarrollaron en Barcelona y Sevilla; muchos se quedarían en España y a partir
de 1996 con el inicio del boom de la construcción, otros muchos les siguieron,
también llegaron paquistaníes y miembros de las comunidades islámicas del
África Negra. Era inevitable que los prejuicios antisemitas de estos grupos
religiosos se trasladaran a nuestro país. Sin embargo, contrariamente a lo que
sostienen la Liga de Defensa Judía y su satélite el Movimiento Contra la
Intolerancia, no se han producido incidentes dignos de mención.
De tanto en
tanto, la “conspiranoia” hace que aquellos que en otro tiempo creían en los
OVNIS desde hace poco hayan descubierto la “gran conspiración judía” no exactamente
con este nombre, sino con el de “conspiración de los Iluminati”. Pero
estos sobresaltos pertenecen sobre todo al universo freaky mucho más que al
de los movimientos de masas.
Por su parte, el
antisemitismo de matriz religiosa ha desaparecido completamente, a la misma
velocidad con la que ha ido mermando el peso de la Iglesia Católica en la
sociedad. Atrincherado en circuitos tradicionalistas, en España apenas se
manifiestan fuera de los altos muros de sus círculos y muy pocos son los que
siguen considerando a los judíos “pueblo deicida”.
El hecho de que en
estos últimos 30 años hayan aparecido círculos neo-nazis y revisionistas no
cambia mucho el panorama. En primer lugar, habría que demostrar que los
“revisionistas” son antisemitas, algo que dista mucho de estar claro. Ellos
mismos gustan presentarse como buscadores de la verdad histórica, y el hecho de
que las conclusiones a las que llegan, en la práctica nieguen la “versión
oficial” sobre el antisemitismo y sus consecuencias entre 1933 y 1945, no
quiere decir que puedan ser calificados automáticamente de antisemitas. En
cuanto a los círculos neo-nazis son extremadamente minoritarios y nunca –que
recordemos- han protagonizado episodios de violencia, ni siquiera exabruptos
antisemitas que hayan llegado a la opinión pública.
Claro está que quedan “estudiosos del antisemitismo” pero sus trabajos son escasamente conocidos y nunca tienen acceso a ningún medio de comunicación ni siquiera de mediana importancia. Los libros que publican en régimen de “auto-edición”, jamás llegan a los circuitos comerciales. Los autores que durante la transición publicaron artículos antisemitas (o, mejor antisionistas) en medios de extrema-derecha, o han muerto o se han retirado.
En 1978, una
ley aprobada en Cortes y presentada por los socialistas concedía la
nacionalidad española a todos los judíos sefardíes con sólo dos años de
residencia en España. El defensor de la ley, el socialista catalán Ernest
Lluch (miembros, por lo demás de la francmasonería y luego asesinado por
ETA) recordó la actitud filosefardita que siempre había mantenido el PSOE y
que durante la II República reiteraría Fernando de los Ríos.
Cuando en 1986,
después de un largo proceso, se establezcan relaciones diplomáticas entre
España e Israel, durante el primer gobierno socialista, apenas aflorarán
protestas. De partida, por otra parte, el antisemitismo estaba prohibida por
la Constitución, que establecía que ningún ciudadano podía ser víctima de
discriminación alguna por razones de religión o de raza. La Ley de Libertad
Religiosa establecida por Adolfo Suárez y consensuada con la Federación de
Comunidades Israelitas de España, será la primera norma legislativa que
establezca la plena libertad de culto.
De los “eventos
del 92”, seguramente el que pasó más desapercibido para la opinión pública, fue
el Sefarad 92 que tendía a la “reconciliación y el reencuentro”. El 31 de marzo
de 1992, 500 años después de la expulsión de los judíos, Juan Carlos I se
encontró con los responsables de las comunidades safardíes españolas en la
Sinagoga de Madrid, que dos años antes habían recibido el Premio Príncipe de
Asturias a la cooperación.
No hay
antisemitismo en España –aunque si anti-sionismo y oposición a las políticas
judías en los territorios ocupados- y por eso quienes intentan demostrar que
sigue vivo, deben buscarlo con lupa. Se ha dicho que Sánchez-Dragó
en su libro Gargoris y Habidis, evidencia convicciones antisemitas. Es
cierto que dedica un capítulo a los sefarditas y que ese capítulo, como el
resto del libro, está tratado con un lenguaje particular en el que la hipérbole
y la alusión irónica son un recurso estilístico habitual y también es cierto
que recuerda los motivos más habituales que han sido constantes en el
antisemitismo español, pero, el hecho de recordar que Marx fue judío o que hubo
un Santo Niño de la Guardia, no implica apología del genocidio ni siquiera un
antisemitismo superficial.
En otro terreno,
Ricardo de la Cierva ha escrito distintos libros masónicos, en muchos
casos con errores de documentación o enfoque e, incluso, en algunos textos,
hizo descender la historia al nivel de relato conspiranoico, pero incluso
reconociéndole estos errores, tampoco puede decirse que haya sido un autor
antisemita, a menos que recordar algo que parece innegable como es el hecho de
que en el mundo de las finanzas (como en la industria del cine) existe un
porcentaje no desdeñable de judíos, pueda ser considerado como ejercicio de
antisemitismo.
En cuanto a las
editoriales “antisemitas” han desaparecido completamente. El prejuicio
antisemita ¿está latente en la sociedad española? No lo parece y las encuestas
que tratan de demostrar lo contrario dan cifras que no corresponden con lo que
el ciudadano medio ve a pie de calle. Por otra parte, en 2005 una encuesta
oficial afirmaba que un tercio de la ciudadanía tenía una opinión desfavorable
hacia los judíos. Es evidente que esta opinión desfavorable está construida por
el estancamiento del conflicto en Oriente Medio y en absoluto por la actividad
propagandística de círculos antisemitas que están absolutamente ausentes de la
política real española.
En 2006, José
Luis Rodríguez Zapatero visitó Gaza y un joven palestino le colocó un pañuelo
palestino que el presidente del gobierno de España lució despreocupadamente y
suscitó críticas profundas en el Estado de Israel y entre la comunidad judía
española. Tres años después, el mismo Zapatero, respondía a las preguntas de un
diario israelí, “Maariv”, en el curso de una entrevista que reprodujo El
Mundo el 15 de octubre de 2009 [1]: preguntado sobre si seguía existiendo
antisemitismo en España, Zapatero lo negó rotundamente: "Debo declarar
de forma clara, no hay antisemitismo en España en ninguna de sus expresiones.
No todo comentario, publicación o fotografía debe ser considerada antisemita.
La mejor prueba es que hoy en día no hay actos antisemitas en España.
Antisemitismo era la dictadura de Franco". Y El Mundo añade: “El
periodista israelí desplazado a Madrid explica que "Zapatero cuenta que
su familia es de origen judío, probablemente de una familia de los
marranos", es decir los judíos que fueron forzados a convertirse al
cristianismo”…
Mucha más
preocupación ha causado en la comunidad judía española la firma del acuerdo
entre el PSOE y Podemos, tal como reflejó la Asociación Acción y
Comunicación sobre Oriente Medio, uno de los lobbys judíos que operan en
España. Esta asociación califica a los partidos políticos según sean “amigos
o no amigos” de Israel [2]. El medio que dio la noticia -el digital Diario
16- añadió: “El apoyo del lobby judío en España a Partido Popular,
Ciudadanos y Vox fue adelantado por La Celosía hace un año. Entonces se informó
que utiliza a la asociación Acción y Comunicación sobre Oriente Medio (ACOM)
para defender la imagen de los judíos y criticar el antisemitismo.” Poco antes,
la misma asociación había acusado a Sánchez de utilizar el “Holocausto” con “fines
electoralistas” [3].
Todo esto da
para un anecdotario bien provisto, pero no tiene nada que ver con el
antisemitismo que estuvo presente en la sociedad española hasta el siglo XX y que,
en el fondo, era, o bien un prejuicio religioso o una teoría explicativa de la
historia. Hoy, como puede verse, es una simple arma arrojadiza de unos contra
otros.
Tales son las
conclusiones que podemos formular a nuestro estudio: el antisemitismo en España
está casi completamente extinguido.
NOTAS