> INTRODUCCION
Hace algo más de
quince años, realizamos un primer estudio sobre la geopolítica de Turquía
que hoy nos proponemos actualizar y completar con los nuevos datos que ha ido
generando la actualidad y con los cambios que se han producido en aquel
entorno. Y no han sido pocos. Así ha ocurrido y lo escrito antes de 2014 ya
no puede servir para interpretar la realidad actual turca.
Este estudio no
puede ser considerado de manera aislada; está siendo redactado después de otros
trabajos sobre la guerra civil siria y sobre la cuestión kurda, conflictos
íntimamente relacionados con Turquía y que conducen directamente a la necesidad
de profundizar y actualizar el análisis sobre Este país.
Hay que situar
la etapa actual de la política turca aceptando dos hechos fundamentales:
1) Cuenta actualmente con un fuerte liderazgo que ha atravesado varias fases y giros en política exterior, pero que en política interior no ha cesado de islamizar el país desde que llegó al poder en 2002.
2) El papel geopolítico del espacio turco y la doctrina aplicada por Erdoğan sobre el “gran espacio turcófono” capaz de influir sobre Asia Central que siempre ha constituido su gran obsesión irrenunciable.
La geopolítica de
Turquía no ha variado en absoluto en los últimos 100 años, desde que Turquía
adquirió su actual configuración territorial, lo que sí ha variado es la revisión
de su “misión geopolítica”.
En cuanto a la política
exterior turca se ha mostrado excepcionalmente dinámica a causa de cuatro
elementos que están en el origen de sus giros y adaptaciones:
a) El cambio operado en la situación internacional de la zona entre el año 2002 y el 2020, en el que hemos pasado de una Rusia al borde de la desintegración a su reconstrucción como gran potencia internacional, algo que afecta directamente a Turquia en varios frentes.
b) La actitud de la UE en relación a Turquía que, inicialmente, era favorable a su ingreso, pero que ha ido variando hasta un rechazo progresivo y a una imposibilidad cada vez más evidente para esa integración.
c) El cambio en la situación de Oriente Medio y, por extensión del mundo musulmán que, desde 2002 ha vivido la intervención norteamericana en Iraq, su retirada, el conflicto nunca resuelto con Israel, las “primaveras árabes”, la guerra civil siria y la cuestión kurda.
d) La política exterior norteamericana que ha ido variando desde el intervencionismo colonialista de Bush, hasta el repliegue promovido por Trump, pasando por la “estrategia del caos” de Obama. Hoy Turquía y EEUU están embarcados en una “guerra arancelaria”.
Estos cuatro
elementos se han ido interrelacionando de manera endiablada y han generado los
cambios de posición y los titubeos que se han producido en la política exterior
y en las orientaciones del actual gobierno turco de Recep Tayyip Erdoğan.
La intención de
esta serie de artículos es pasar revista a todos estos elementos y extraer
algunas conclusiones.
> LAS SIGNIFICATIVAS CIFRAS DE LA ECONOMÍA TURCA
A título
comparativo el peso de las exportaciones que se daba en el PIB español en 2017,
un 53%, es muy parecido al que el Banco Mundial reconocía para Turquía en 2018:
un 54’12%. Según un informe del Banco de Santander, las exportaciones
turcas más significativas se dan en los terrenos de la automoción (13,2% del
total de exportaciones, incluyendo vehículos de pasajeros, de transporte y
accesorios para vehículos) y el oro (4,2%), seguidas por la joyería, la
industria textil, y productos del petróleo y el acero. El país importa
principalmente oro (7,1%), producto del petróleo (4,2%), vehículos motorizados
y accesorios (6,3% en total), residuos de fierro (2,6%) y aparatos de
telecomunicaciones (1,8%).
Los destinos
de las exportaciones turcas, según el mismo informe fueron Alemania (9,6%),
el Reino Unido (6,1%), los Emiratos Árabes Unidos (5,8%), Iraq (5,8%) y Estados
Unidos (5,5%). China (10%) fue el primer proveedor de bienes en Turquía,
seguida por Alemania (9,1%), Rusia (8,3%), Estados Unidos (5,1%) e Italia
(4,8%).
Ahora bien, si
estas son las cifras, vale la pena realizar unas cuantas observaciones. Sorprende,
por ejemplo, que siendo Turquía un país de la OTAN, compre materiales,
especialmente, en países que no pertenecen a la “alianza” (siempre,
históricamente, la pertenencia a una alianza militar ha implicado preferencias
comerciales y establecido barreras para el tráfico). Sin olvidar que, desde que
Erdoğan está en el poder, ha trenzado acuerdos comerciales con Japón, Indonesia
y Paquistán.
El hecho de que
desde la época del Kaiser Guillermo II existiera una alianza histórica entre el
Reich y el Imperio Otomano y que en la actualidad existan oficialmente en
Alemania 2.637.000 inmigrantes turcos, elevándose esta cantidad hasta los
6.000.000 si tenemos en cuenta los nacionalizados alemanes y los hijos de los
inmigrantes turcos nacidos alemanes, permite entender que las cifras de
comercio con Alemania sean altas.
En lo que se
refiere a los EEUU, hay que remontarse al verano de 2018 para recordar que
la llegada de Trump a la Casa Blanca, empeoró las relaciones comerciales entre
ambos países.
La disputa diplomática con EEUU, junto con la nueva estrategia comercial del presidente Donald Trump llevaron a que Estados Unidos duplicara los aranceles sobre el acero y el aluminio turcos, y que Turquía recíprocamente aplicase alzas de aduanas equivalentes a los productos de Estados Unidos. El conflicto que fue llevado a la Organización Mundial del Comercio, se rarificó aún más al año siguiente, cuando Trump, anunció una nueva subida de aranceles de hasta el 50%, descartó la firma de cualquier acuerdo comercial bilateral y bloqueó los activos en los EEUU de tres ministros turcos (el de defensa, el de energía y el de interior) a causa de la intervención de tropas turcas en el norte de Siria, contra bases kurdas. Al conocer la intención turca de crear una zona de seguridad de 480 km de largo y 30 de ancho, Trump amenazó con “destruir la economía turca”, mientras que Erdoğan respondía elevando los aranceles a los automóviles y al alcohol norteamericano un 120 y un 140%.
En el mes de
mayo anterior, el presidente norteamericano ordenó retirar a Turquía del
Sistema Generalizado de Preferencias, un programa que permite la entrada libre
de impuestos de productos procedentes de países en vías de desarrollo. Y, como
las cosas podían ir todavía peor Turquía se negó a liberar al misionero presbiteriano
norteamericano Andrew Craig Brunson, detenido en este país desde octubre de
2016 en el curso del golpe de Estado contra Erdoğan y que permaneció en la
cárcel hasta finales de octubre de 2018, después de que Trump no aceptara
canjearlo por Fethullah Gülen, considerado en Turquía como instigador del golpe
y actualmente refugiado en EEUU.
Parece
difícil que, en breve plazo, las relaciones entre Turquía y los EEUU puedan
encarrilarse por el sendero de la normalización. Si no han ido a peor se
debe, especialmente, al desinterés de Trump por Oriente Medio y a su política
de repliegue de los EEUU. El retorno de tropas y asesores militares debe de ser
sustituido por una diplomacia que tenga claros cuáles deben ser sus objetivos:
en estos momentos, después del fracaso de la “estrategia del caos” seguida
por la administración Obama y de la “balcanización” de varios países (Iraq,
Libia, Siria, Afganistán), EEUU todavía no está en condiciones de definir una
nueva línea política en Oriente Medio.
Esta claro que
los dos aspectos irrenunciables de cualquier administración norteamericana en
Oriente Medio son 1) el mantenimiento de la amistad con Israel y 2) el apoyo a
la dinastía de los Saud en Arabia Saudí a cambio de la seguridad en el
suministro de petróleo. Pero, incluso, estando claros estos dos objetivos,
persiste la duda de a través de qué estrategia se implementarán.
Si tenemos en
cuenta todos estos datos, así como la relación creciente de Turquía con
Rusia, las frecuentes reuniones bilaterales entre los dirigentes de ambos
países, sus acuerdos económicos, la compra de material militar ruso por parte
de Turquía, cabe preguntarse qué significa hoy la presencia turca en la OTAN
y si éste país sigue siendo un “aliado de occidente” (es decir de los EEUU), o
bien se está produciendo -como nos parece claro- un desplazamiento progresivo
hacia la esfera rusa.
Hay otro
elemento a tener en cuenta en la ecuación: en 2003, parecía cuestión de unos
años que Turquía ingresara en la Unión Europea. Contaba con muy buenos
padrinos y, tanto Aznar como el entonces presidente de los EEUU, George W.
Bush, se manifestaban a su favor insistentemente. El primer acuerdo de Turquía
con la UE se firmó en 1991 y cuando se estuvo más cerca fue precisamente a
principios del milenio. Pero, tanto en Francia como en Alemania, los vientos
han sido cada vez más desfavorables: la noticia de que, en caso de que Turquía
se convirtiera en socio de la UE, provocaría el movimiento de millones de
turcos hacia Europa Occidental era una posibilidad con la que ni Angela Merkel,
ni Nicolás Sarkozy, podía asumir, salvo que quisieran contribuir a dar
argumentos al “populismo antiinmigracionista”. El eje franco-alemán ha ido
encontrando motivos para negar una y otra vez la entrada de Turquía en la UE,
alegando “déficits democráticos”, elevados niveles de corrupción y dudas sobre
la posibilidad de que la legislación turca encajara con la europea. Sin
olvidar que Erdoğan es representante de un partido religioso islamista, algo
que generalmente se olvida.
Prácticamente hasta
el principio del a crisis económica de 2007-2011, Turquía seguía albergando
esperanzas en que podría entrar en la UE. Sin embargo, a partir del
enfriamiento de relaciones, Turquía reformuló su política exterior: era la
vía para un país que aspira a ser potencia regional.