El 15 de enero
de 2020, el Ministerio de Educación turco difundió una directiva para todas
las escuelas pidiendo que sea aplicado el proyecto “¡Jóvenes, a la
mezquita!”. Si tenemos en cuenta que hace veinte años, Turquía era un
país de mayoría sunnita, pero de legislación laicista, podemos hacer una idea
del cambio que se está operando en la sociedad. El proceso de reislamización
de la sociedad avanza lentamente -y cada vez con más resistencia en las grandes
ciudades- pero sin vacilaciones por parte de la presidencia de la República.
Es importante tener en cuenta este proceso porque revela las intenciones
últimas del gobierno turco y no puede deslindarse de sus orientaciones en
política exterior.
La gran
habilidad de Erdoğan, consistió, inicialmente, en dar un giro pragmático al
islamismo político existente en 2001: era evidente que, si Turquía quería
jugar un papel internacional y, especialmente, mirar hacia Europa, no podía
seguir la vía de Arabia Saudí o de Irán, países vistos con reticencias por las
democracias europeas. Y, sobre todo, se mostraba extremadamente pragmático en
el terreno económico. Al llegar al poder, tras las reticencias iniciales de
los países occidentales, Erdoğan consiguió que todas las miradas se orientaran
hacia las medidas económicas y muy pocas se fijaran en los detalles de su
política de reislamización.
Solo algunos
meses después empezaron a salir a la superficie las contradicciones del nuevo
gobierno que, en el fondo, no eran nada más que el reflejo de las tensiones
históricas a las que ha estado sometida siempre la historia turca: un pueblo
procedente del Este que mira al Oeste, pero cuyas características
antropológicas tienen arraigo en el Este. Erdoğan no mentía: el suyo era un
islamismo moderado… pero islamismo, al fin y al cabo. Aspiraba a reislamizar a
la sociedad turca y a disminuir, lenta pero firmemente, la división entre
religión y legislación del Estado. Era algo que no podía hacerse de manera
acelerada, so pena de crear desconfianzas y fricciones con Europa, así que había
que dilatar los tiempos de esa transformación, pero sin perder de vista el
objetivo final y, sobre todo, cortar radicalmente lo que quedaba de la herencia
kemalista. Podía hacerse, a condición de permanecer en el poder por un largo
período de tiempo, dando al modelo de democracia liberal un giro autoritario: a
fin de cuentas, el pueblo turco ha demostrado a lo largo de su historia que
exige y, al mismo tiempo, necesita, liderazgos fuertes, más que
instituciones democráticas.
La gran
habilidad de Erdoğan y de los ideólogos del Partido de la Justicia y el
Desarrollo (AKP) fue analizar qué había fallado en los intentos islamistas de
oponerse a las reformas posteriores a la Primera Guerra Mundial. De este
análisis surgió un programa electoral que insistía en cuestiones económicas, en
el ingreso en la Unión Europea, en la lucha contra la corrupción, y alejarse de
otras formaciones islamistas radicales, se convertían en elementos esenciales
del programa. Esto hizo que los militares turcos les otorgaron un amplio margen
de maniobra. Así mismo, favoreció que, desde las capitales europeas, se mirase
con simpatía al AKP. Ese programa fue también apreciado por el electorado que entregó
su voto masivamente al AKP en 2002.
Hasta 2016,
esta islamización se realizó con cierta timidez, pero a partir del frustrado
golpe de Estado que se produjo ese año, en el que se eliminó de un plumazo la
influencia del ejército en la sociedad turca, y cuando ya se habían disuelto
completamente las esperanzas de una integración en la UE, volvió a ponerse en
marcha. El 16 de abril de ese año, el 51% de los turcos apoyó la reforma
constitucional propuesta por el gobierno que reforzaba los poderes y las
prerrogativas del presidente y prohibía a los militares participar en política.
El país había dejado de ser una “república parlamentaria” para convertirse
en una “república presidencialista”, con un pequeño matiz: era mucho más
parecida a Irán que a Francia.
Hoy, el
frente en el que la islamización resulta más evidente es en la enseñanza.
Algunos datos de los cambios operados en este sector resultar particularmente
escalofriantes.
En 2015,
antes del golpe, el partido de Erdoğan eliminó de la enseñanza los conceptos de
evolución y selección natural y añadió otros relacionados con la yihad;
finalmente, equiparó las escuelas religiosas a las laicas. Tras el golpe, fueron
despedidos más de 33.000 profesores y se clausuraron multitud de escuelas laicas
acusándolas de tener vínculos con los implicados en la intentona. Al mismo
tiempo, aumentó el número de centros religiosos. A todo esto, se le llamó
oficialmente “énfasis en la educación basada en los valores para formar
una generación devota”. Un diputado del partido gubernamental, Ahmet
Hamdi Çamli, declaró: “Es inútil enseñar matemáticas a estudiantes que no
saben qué es la yihad”. En 2017 había 1.048 escuelas religiosas
con 635.000 estudiantes. Si añadimos los 122.000 que asisten a centros
religiosos en el sistema de educación abierta, el número de alumnos en todas
las escuelas religiosas llega a los 757.000, mientras que en 2012 era solamente
la tercera parte.
El problema
kurdo constituye un comprensible quebradero de cabeza para Erdoğan, pero mucho
menos comprensible es que se llame a la yihad contra los kurdos. En
efecto, en muchas de sus intervenciones públicas, Erdoğan ha hecho referencia a
la “guerra santa” y ha aludido a versículos del Corán para justificar las
operaciones contra los separatistas kurdos. Incluso, cuando el Ejército
turco capturó Afrín, Erdoğan no vaciló en calificar a sus tropas como “el
último Ejército del islam”.
La propaganda
yihadista alcanza su aspecto más repugnante cuando utiliza niños. En 2018, en
el curso del congreso del Partido de la Justicia y el Desarrollo, Erdoğan
invitó a una niña pequeña vestida de militar a subir al estrado, y le dijo que
sería una “mártir” si moría en combate. La propaganda oficial insiste en que
el presidente es un líder que “se esfuerza por servir a Dios”.
La “purificación
de las costumbres”, es otro frente en el que los miembros del partido
gubernamental se muestran particularmente insistentes. En las zonas rurales
especialmente, las mujeres que visten “ropas inapropiadas” son hostilizadas,
algo que no podría hacerse sin el visto bueno de las fuerzas de seguridad. Las
profesoras tienen prohibido pintarse las uñas. Erdoğan dijo textualmente en
2012 “He hablado de crear una juventud devota y apoyo esta idea”, a lo
que siguió la legalización del uso del velo para las estudiantes
universitarias; unos años después se emitió un decreto gubernamental sobre
la vestimenta escolar que permite que las niñas puedan llevar velo a partir de
los 10 años, a la vez que prohíbe todo tipo de ornamentos y accesorios
estéticos y políticos. Entre 2012 y 2016 se construyeron 80 mezquitas en los
campus universitarios, todas ellas, de carácter sunnita, mientras los
alevíes, el 20% del país, emparentados con el Islam chiita, eran discriminados
por completo.
Las elecciones
municipales del domingo 31 de marzo de 2019 confirmaron la aprobación a la
coalición presidida por Erdongan y formada por el Partido de la Justicia y el
Desarrollo (AKP) y el Partido Acción Nacionalista (MHP). Pero el haber obtenido
algo más del 51% de los votos no fue suficiente para quitar el mal sabor de
boca por la pérdida de los ayuntamientos de Estambul, Ankara e Izmir, las tres
primeras más pobladas. No hay que olvidar, además, que Ankara, donde Erdoğan
forjó su carrera política, estaba gobernaba desde 2004 por su partido y ahora
lo estará por la derecha laica y secularista del Partido Repúblicano del Pueblo
(CHP), el partido inspirado en la herencia de Kemal Atatürk, que más se ha
destacado en defender la “occidentalización” del país y su integración en la
Unión Europea. Estas elecciones eran las primeras después del a reforma
constitucional de 2017 y constituían un verdadero test para la gestión del
presidente y se realizaron después de que el país sufriera una depreciación
de su moneda -la lira turca- de un 40% a lo largo de 2018.
Los avances de
la oposición laica se habían registrado en las grandes ciudades del país, las
más cosmopolitas y cuya industria principal es el turismo. Pero si alguien
creía que el avance de los partidos laicistas y pro-occidentales iba a suponer
una rectificación en la vía de islamización seguida por Erdoğan, se equivocaba.
Ha ocurrido justo lo contrario.
En junio de
2016, Erdoğan venció por cuarta vez unas elecciones (antes lo había hecho en
2002, 2007 y 2011), pero si antes venció a título de primer ministro, ahora lo
haría en calidad de presidente del país.
Poco antes, en
un discurso pronunciado ante el IV Congreso del AKP, Erdogán recordó la
batalla de Manzikert, uno de los hitos del Imperio Otomano, confirmando que el
“neo-otomanismo” como línea básica de su gobierno en política exterior que,
naturalmente sería la negación de la acometida por el kemalismo (acercamiento a
Europa y a EEUU). Erdoğan en su discurso apelaba a los “países musulmanes”.
En aquel congreso y en la campaña electoral que siguió nadie podía llamarse a
engaño; los ejes de su campaña estaban claros: limitar el poder del
Ejército, potenciar las escuelas islámicas y la construcción de mezquitas,
restringir la venta de bebidas alcohólicas y normalizar el uso del velo
islámico en las cámaras del Gobierno.
Desde 2012,
Erdoğan aumentó un 20 por ciento el presupuesto destinado a la Dirección de
Asuntos religiosos (Diyanet, destinado a resolver dudas sobre cuestiones
islámicas y gestionar las mezquitas). En todo el país existen 82.000
mezquitas de las que más de 8.000 se construyeron desde la primera victoria
electoral del AKP.
En lo relativo
al alcohol, no es que el gobierno lo haya prohibido, sino, simplemente, que ha
complicado la obtención de licencias para su comercialización (no se puede
vender alcohol en un radio de 100 metros en torno a una mezquita y actualmente
existen ¡82.000! lo que hace casi imposible encontrar ubicaciones que acepte la
administración).
A finales de
octubre de 2017, el matrimonio civil dejó de ser la única forma hasta ese
momento de contraer matrimonio en Turquía. Una Ley del Matrimonio reconoció
la validez de los muftís para oficiar bodas. En esa ley también
aumentaron las competencias de la Dirección de Asuntos Religiosos de Turquía
(Diyanet). Además, los muftís pueden ahora registrar nacimientos sin
necesidad de que los padres acudan a una oficina del Estado saturadas y en
donde hay que guardar colas interminables: se trata, evidentemente, de otro
subterfugio para obligar a la población a acercarse a las autoridades
religiosas. Algunos colectivos de mujeres turcas denunciaron que estas medidas
de islamización suponían “un recorte en los derechos de la mujer”.
Alegaban que aumentará la violencia sobre la mujer y que los muftís
callarán, apoyados en la permisividad explícita de algunos versículos del
Corán. Así mismo, ya se han dado casos en los que los matrimonios con
menores, prohibidos por la ley, son autorizados y registrados por los muftís.
Lo cierto es que
la violencia doméstica va aumentando en el país. Solamente en 2014 se
reportaron cerca de trescientos asesinatos de mujeres a manos de hombres, y más
de un centenar de violaciones, aproximadamente un 30% más que el año anterior.
La nueva política de Erdoğan exalta el papel de la mujer como madre y ama de
casa. En 2012, solo un tercio de la población femenina tenía trabajo, mientras
que el número de matrimonios infantiles había crecido considerablemente. Las
feministas occidentales se escandalizarán al conocer la opinión expresada
por Erdoğan en materia de igualdad que quedó clara al afirmar que “la mujer
no es igual al hombre” añadiendo que eso “iría contra las leyes de la
naturaleza”.
En enero de 2006
estalló una polémica en Turquía sobre la “edad núbil”. La polémica estalló
cuando un diario denunció que la web del Diyanet estableció que dicha edad
se alcanza a los 9 años en el caso de las niñas, y a los 12 en el de los
varones, ya que, a estas edades, “las niñas se pueden quedar embarazadas y
los niños, ser padres”. Es decir que, a partir de los 9 años… las niñas
podían contraer matrimonio. El texto entraba en contradicción con la ley
turca que fija en los 18 años la edad mínima para mantener relaciones sexuales
y para contraer matrimonio (si bien, en muchas zonas rurales, es frecuente
casar a las niñas adolescentes). De todas formas, no era la única excentricidad
emitida por el organismo que la emprendió también contra la lotería (a
pesar de que el juego está controlado por el Estado), contra la celebración
de la Navidad y, por supuesto, contra el alcohol, sin olvidar otro
frente en el que hay una intervención regular, el de la separación de sexos.
La televisión
y el ocio han sido dos actividades muy directamente afectadas por las medidas
de islamización. El Alto Consejo de Radio y Televisión de Turquía (RTÜK), que
se encarga de salvaguardar los valores de la moral islámica en los medios
audiovisuales, sancionó a la cadena TV2 en dos ocasiones por emitir una
telecomedia francesa: la primera fue por una conversación entre lados
protagonistas sobre condones de sabores y, la segunda por el doblaje de unos de
los diálogos en el que se empleó la palabra Tanri (Dios) y no Allah.
Esto no era lo que la sociedad turca esperaba en 2002, cuando Erdoğan obtuvo su primera victoria electoral, gracias a un programa renovador, liberal y democratizante que insistía en que el islam era la religión mayoritaria del país. El programa unía, pues, tradición y renovación: la “nueva Turquía” debía ser capaz de ingresar en la UE y de recuperar unos niveles de libertad y moralidad que se habían ido diluyendo en las dos décadas anteriores.
Los primeros
años en los que Erdoğan y su AKP estuvieron en el poder, fueron tranquilos e,
incluso, democratizadores: se liberalizó la economía, se prohibió la tortura,
disminuyó la presión contra kurdos y otras minorías, todo ello sugerido desde
la UE y aceptado por Erdoğan para aproximarse al objetivo final: el ingreso en
este organismo. Todas estas reformas se anunciaban a bombo y platillo, pero,
al mismo tiempo, y de manera mucho más discreta, se iniciaba la inexorable
reislamización del país.
Desde el
período kemalista, los garantes del laicismo habían sido los militares. No
puede extrañar, por tanto, que este sector haya sido blanco principal de la
ofensiva interior de Erdoğan: cualquier sospecha de que algún oficial
estaba implicado en críticas al nuevo curso del gobierno, suponía su
destitución y, con mucha frecuencia, su encarcelamiento. En 2010 el gobierno
logró que se aprobase en referéndum una reforma constitucional que, entre otras
cosas, sometía al ejército a las órdenes de las autoridades civiles, y permitía
la entrada de jueces islamistas en las principales instancias judiciales del
país.
En la propuesta
de resolución del 3 de octubre de 2007, B6‑0374/2007, el Parlamento Europeo
se pronunció sobre el uso del velo en Turquía establecido en la reforma
constitucional, considerándolo un paso hacia la “islamización del sistema
educativo” y subrayando que las prácticas religiosas deben realizarse en el
ámbito privado, señalando textualmente “que el velo constituye no sólo un
símbolo religioso sino también político” y determinando, finalmente,
que la medida, “constituye un paso importante hacia la progresiva
islamización de Turquía y que semejante decisión es contraria a la asociación
UE-Turquía, en la que ocupa un papel central el respeto de los derechos y las
libertades fundamentales”.
Lo que la UE
terminó advirtiendo era que las reformas que había realizado Erdoğan desde
que se hizo cargo del poder en 2002, no tendían a la democratización del Estado
turco, sino, más bien a la islamización de la democracia que, en última
instancia, terminaría siendo una negación de la misma democracia, pues, no en
vano, la teocracia es la estación término hacia la que se desliza un régimen
que no reconoce la diferencia entre “religión” y “Estado”.
No es raro que
los resultados de esta política, escapen al control del gobierno y vayan más
lejos de lo que este se proponía.
Según una
encuesta publicada en febrero de 2015, más de un 20% de la población turca
considera que la violencia en nombre del islam está justificada “en algunos
casos”, lo que representa un incremento de más de un 7 % respecto al año
anterior. La islamización de la sociedad turca implicaba que cualquier
formación islamista era vista con simpatía en una quinta parte del país. Eran
los momentos de mayor implicación del gobierno turco en apoyo de las Fuerzas Democráticas
Sirias, y, para el ciudadano media, no estaba muy clara la distinción entre
esta organización y el DAESH. En una primera fase del conflicto sirio, cuando
Erdoğan apostó por el derrocamiento de el-Assad, no le importó mucho si armas,
asesores y pertrechos iban a parar a grupos controlados por los Hermanos
Musulmanes o, incluso, a sectores mucho más radicales. El cambio de posición
solamente se produjo cuando, Erdoğan comprobó que el régimen sirio resistía los
golpes y que la ayuda soviética inclinaría inexorablemente la balanza a favor
del gobierno de Damasco. Y, por lo demás, las sospechas -nunca disipadas- de
que Turquía había tenido algo que ver en los orígenes del DAESH, aumentaron la
brecha y las desconfianzas de los países europeos.
Pero la primera
fase del “nuevo curso”, que pudo darse por concluida en 2012, terminó sin que
la Unión Europea apreciara todas estas reformas y las reservas del electorado a
admitir a un país islamista que, de ingresar, supondría el país con más peso
demográfico de la unión y tendería a desequilibrarla especialmente en materia
de inmigración y de nivel de desarrollo. El portazo de la UE, como era de
esperar, daría paso a un endurecimiento del gobierno turco que, desde entonces,
pisó el acelerador en dos direcciones: la islamización de la sociedad y el
autoritarismo.