Hace años escribí este artículo para la revista Más Allá. Se reprodujo en un número extraordinario sobre las sociedades secretas. Desde entonces han sido muchas las webs que lo han copiado, sin, por supuesto indicar origen. Sin buscar mucho, he encontrado el mismo artículo en seis webs diferentes, casi todas conspiranoicas. Hace unos años, retoqué el artículo y realicé unos añadidos y es así como lo rescato: un aspecto sorprendente del Partido Comunista de China: su relación con las sociedades secretas similares a la masonería europea que forman parte de la tradición de aquel país y que Mao supo integrar y reconducir para sus proyectos. A recordar que hoy, el Partido Comunista Chino sigue siendo la fuerza motriz del expansionismo económico de aquel país.
Sectas secretas
en la revolución maoísta
La historia del
Partico Comunista China, se diferencia del resto de organizaciones similares en
que debió de actuar sobre una sociedad agraria fuertemente impregnada por la
sabiduría tradicional: el triunfo de la revolución maoísta radicó en haber
incorporado a su concepción del comunismo elementos procedentes del
confucianismo y ganado para su práctica política a una parte de las sociedades
secretas que, hundiendo sus raíces en la historia china, habían tenido
desde el siglo XI un notorio protagonismo político.
Los biógrafos de
Mao Tse Tung coinciden en que éste forjó lo básico de su pensamiento hacia los
diez años; a esa edad se nutría de la abundante literatura popular china
destinada a ensalzar héroes míticos, frecuentemente miembros de sociedades
secretas de bandidos. Estos relatos –como por ejemplo, el Romance de los
Tres Reinos y los textos sobre la epopeya de Las doce docenas de héroes
del Lian Shan Po– estaban fuertemente impregnadas de confucionismo.
Por entonces se
produjo el levantamiento anti–manchú, organizado por la sociedad secreta
«Ko–Lao–Hui», de la que Mao era un fervoroso admirador. Loando a esta
sociedad, Mao aseguró que «prefiero parecerme a un bandido que lucha contra el
hambre y la injusticia social, antes que a un emperador que las propaga».
Pronunciado Gelaohui (y escrito: 哥 老 會) su nombre quiere decir «Sociedad de los Hermanos
Ancianos». Su distintivo de reconocimiento era una pequeña hacha que escondían
en la manga. Inicialmente fue un movimiento de resistencia contra la dinastía
Qing y había nacido como sociedad secreta en el Oeste de China hacia 1870.
Desde el
principio combatió la presencia del catolicismo y a partir de 1912 fueron
frecuentes sus ataques contra las misiones. Consiguió extenderse e
implantarse sólidamente entre las poblaciones uigures del sud–oeste de China
convertidas al islam, cuando ya había asumido un carácter de defensor de las
«minorías oprimidas».
Derivaba de
grupos anteriores de carácter secreto mucho más restringidos (el Tindihui o
Sociedad del Cielo y de la Tierra, o el Bailianjiao, Secta del Loto Blanco) de
las que sería su «correa de transmisión» para las minorías étnicas, religiosas
y políticas. Tuvo una fuerte presencia en el interior del Ejército Xiang
(ejército organizado por Zeng Guofan en la región de Hunan, contra la rebelión
Taiping, financiado por la nobleza regional contra el emperador Manchú) del que
se ha dicho que el 30% de sus oficiales pertenecía a esta secta. En 1891, el
Ko–Lao–Hui había iniciado la provocación contra extranjeros de viaje en China
en la esperanza de desprestigiar así al gobierno Manchú. El «odio a los
extranjeros» no era nada más que una expresión de su «odio a los Manchúes».
Agrupó a
cientos de miles de personas hasta los años treinta. Fueron reprimidos por
Chiang–Kai–Chek y por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Mao–Tse–Tung, en cambio, se declaró favorable a su legalización en carta
abierta dirigida a la organización en 1936 y pudo desarrollar sus actividades
en la zona controlada por el Partido Comunista. Un número indeterminado de
miembros de esta organización secreta ingresaron en las filas maoístas, lo
cual no impidió que, en 1949, cuando terminó la guerra civil china con la
victoria de los comunistas y la expulsión del Kuomingtang a la isla de Taipeh,
la sociedad fuera declarada ilegal.
No era la primera vez que aparecía un fenómeno similar en China. Desde la noche de los tiempos, los campesinos, para hacer frente a epidemias, las invasiones mongolas, las catástrofes naturales, etc. se agruparon en sociedades secretas de asistencia y ayuda mutua. A pesar de que no hay muestras de interrelaciones entre las sociedades corporativas y pre–masónicas europeas y estas sociedades chinas, ambas tenían rasgos similares: palabras de paso, ritos secretos, iniciaciones, división de los afiliados en grados, secretismo, concepciones simbólicas y metafísicas similares, signos y gestos distintivos. Ningún historiador serio duda hoy que tales sociedades –cuya trayectoria es imposible reconstruir en detalle al carecer todas ellas de documentos escritos y mantener las que han sobrevivido hasta hoy el culto al secreto– constituyeron, a partir del siglo XI un poder en la sombra.
La gran
extensión de China hacia muy difícil la existencia de un gobierno central;
incluso los mandarines locales tenían dificultades para controlar las extensas
zonas que el poder imperial les había asignado. Todo el poder oficial y sus
representantes quedaban muy lejos para el campesino que, en cambio, podía
ponerse en contacto fácilmente con el jefe de la sociedad secreta local y poder
solicitar su ayuda o protección. La proximidad e inmediatez de su acción fueron
la garantía de éxito de las sociedades secretas chinas.
Habiendo
meditado sobre todo esto, Mao–Tsé–Tung tuvo ocasión de aplicar sus conclusiones
por primera vez en la región de Yenan, situada al norte del país, en donde el
partido comunista se enfrentó al Kuomintang (partido nacionalista) utilizando
las mismas técnicas empleadas secularmente por las sociedades secretas en sus
guerras contra las dinastías reinantes. Mao reformuló estas técnicas,
intentó –con mejor o peor fortuna– incorporarlas al acervo marxista y las llamó
«guerra popular prolongada» e «insurrección armada de masas». El hecho de que
el eje de su actividad fueran las comunidades campesinas y no las zonas
industriales –pocas, pero existentes– en la costa, demuestra la poca ortodoxia
de su práctica marxista.
Mao aprovechó
el arraigo de las sociedades secretas para desarrollar su teoría estratégica.
Uno de los episodios que más le habían llamado la atención era el protagonizado
por la Sociedad del Loto Blanco, la más antigua y arraigada (y
que ha sobrevivido hasta nuestros días). Fue fundada por un monje budista en el
año 380 y en sus inicios apenas contó con 18 miembros. Se trataba de una secta
ascética cuyos miembros vestían túnicas grises y marchaban descalzos por los
caminos. Su distintivo era una flor de loto blanca que lucían en la oreja.
Setecientos años después la sociedad se había transformado en una red clandestina de carácter político y anti–imperial empeñada en el derrocamiento de los emperadores Sung. Al producirse la invasión mongola, el «Loto Blanco» firmó la paz con ellos; a pesar de las discrepancias y fricciones que luego surgieron la secta tuvo un papel importante en el aniquilamiento del poderío mongol y en la instauración de la dinastía Ming. Este proceso –estudiado concienzudamente por Mao– constituía una auténtica revolución campesina de carácter antiimperialista. A pesar de la victoria y del peso adquirido por el «Loto Blanco», el nuevo poder Ming la proscribió en 1358. Sin embargo, continuó sus actividades clandestinas, especialmente en el sur del país...
Durante
trescientos años la sociedad permaneció en el más estricto secreto. A pesar
de que muchos creyeron que se había extinguido, mantuvo su influencia sobre las
pequeñas comunidades campesinas, eludiendo adquirir protagonismo a nivel
imperial y creciendo en la sombra. En 1760 dio muestras de mantener intacto su
espíritu revolucionario, intentando insurrecciones en varias zonas contra el
emperador Chien Lung, que fracasaron e implicaron la ejecución de sus
dirigentes. Pero a éste siguieron otros intentos que consolidaron el control de
amplias zonas de China. En 1807 era evidente que el Sur de China estaba en sus
manos y amenazaba gravemente al poder imperial.
El intento de
las autoridades por cortar la influencia de la sociedad tuvo como respuesta la
condena a muerte del emperador que, tras haber sobrevivido a dos atentados, fue
asesinado en la Ciudad Prohibida. Un cocinero manchú, miembro del «Loto Blanco»
fue el ejecutor. El verdugo imperial acabó con él con la tortura de las «mil
cuchilladas», de reputada crueldad. Dos años después, trescientos miembros de
la sociedad asaltaron el palacio imperial y nuevamente la dinastía se salvó de
puro milagro. Los supervivientes, todos, fueron torturados hasta la muerte.
A partir de ese
momento, ante el vacío dejado por el «Loto Blanco» –que una vez más, regresó a
la clandestinidad más absoluta– las sociedades secretas proliferaron por
doquier. Nombres como la «Sociedad de las Cejas Blancas», la de los «Ocho
Diagramas», la «Sociedad de la Divina Madre», los «Nubes Blancas»
o los «Fanáticos blancos», protagonizaron distintas conspiraciones
estableciendo poderes paralelos. Estas sociedades tenían su origen en
jerarquías locales del «Loto Blanco» a la que sustituyeron a lo largo
del siglo XIX.
En 1900,
varios de estos grupos se fusionaron, adoptando el nombre de la «Sociedad de
los Puñetazos Justos», que los occidentales conocieron como «Sociedad de
los Boxers». Su intención era preservar las tradiciones y costumbres
locales ante la creciente influencia occidental; esto transformó a los «boxers»
en una secta xenófoba y antioccidental.
Los «Boxers»
creían en su invulnerabilidad y superioridad ante los occidentales y no fue
sino hasta muy avanzadas las hostilidades cuando comprendieron que las balas
penetraban en su piel y destrozaban sus cuerpos. Su nombre procedía de los
gestos que realizaban en el curso de sus cultos y rituales.
En 1921 se
funda el Partido Comunista Chino. No hay huellas de la presencia de
dirigentes del Loto Blanco o de otras sectas similares en ese acto, del cual,
por lo demás, las informaciones sobre asistentes y fechas, son contradictorias,
como si la historiografía oficial del comunismo chino, hubiera querido borrar
deliberadamente pruebas. Sin embargo, la presencia de miembros destacados de
sociedades secretas será visible en los meses siguientes.
A partir de 1922
el PCCh decide colaborar con el Partido Nacionalista (Kuomintang) de Sun Yat
Sen. Las relaciones entre ambas formaciones serán coordinadas por el propio
Mao. Este idilio durará hasta 1924, año en que surgirán las primeras
desavenencias que culminarán tres años después con la orden de busca y captura
emitida por el Kuomintang contra Mao. Pero el PCCh está lejos de la zona de
control nacionalista; Mao combate en las provincias del Norte y logra captar
para su causa a los jefes de dos sociedades secretas de bandidos, Yüan Wen Tsai
y Wang Tso, que se incorporarán a la fracción militar del partido con
seiscientos de sus hombres. Los dos habían participado en las
insurrecciones de 1911 inspiradas por la secta secreta Ko–Lao Hui y, por tanto,
tenían una no desdeñable experiencia en conducción de masas. Fue la primera
incorporación de contingentes sectarios, pero no sería la última.
En julio de
1936, Mao Tse Tung, en nombre del Comité Central del Partido Comunista, se
dirigió a los miembros de la «Sociedad de los Antepasados y de los
Antiguos», otra estructura secreta derivada de la sociedad Hung, conocida
también como «Tríada», similar a la franc–masonería occidental. Escribió
Mao: «Esperamos y deseamos acoger con entusiasmo a los jefes de los
Antepasados y de los Antiguos de todo el país, a los jefes de todas las logias
de la montaña (...) a realizar con nosotros el proyecto de salvar al país».
Muchos escucharon su llamamiento.
Zhu–de,
que llegaría a responsable del Ejército Rojo y conocido como el «Napoleón
Chino»; Wu Chi Wang, que sería prominente miembro del Comité Central del
Partido; el propio Liu–Chao–Chi, que caería en desgracias tras haber
alcanzado puestos de primer orden en la jerarquía comunista; Xie–Zi–Chang,
otro destacado dirigente de la «larga marcha», pertenecieron a la «Sociedad
de los Antepasados». Del mismo Chu–En–Lai, hijo de mandarines, se ha
escrito que perteneció a la Tríada; alguno de ellos, como Zhu–de,
una vez en el poder, reconocieron abiertamente haber pertenecido a esta
sociedad secreta.