Lo he comprobado con mis propios ojos, así que no se trata
de una teoría elaborada por cualquier observador ajeno a los hechos. La historia,
no solamente es un cementerio de hombres ilustres, sino que el devenir, a la
par que termina con usted y conmigo, aplasta también ideologías y situaciones.
Resulta tan inevitable que las doctrinas mueran como la muerte es la compañera
inseparable de la vida. De la misma forma que el ser humano atraviesa a lo
largo de su existencia por distintas fases (nacimiento, infancia, adolescencia,
juventud, madurez, senectud, muerte), los proyectos políticos cubren etapas
parecidas, incluso válidas para aquellas que se definen como “universales” y ancladas
en mitologías religiosas. El drama del ser humano es que vive envuelto en lo
impermanente y que busca desesperadamente clavos ardiendo y anclajes para
definir su identidad y su papel en el mundo. Y en este terreno hay opciones
para todos los gustos. Y no, no me voy a quejar de las que adopte cada cual. El
terreno de mi queja son los proyectos políticos frustrados y sus fases de
degradación.
En 1933 ser fascista era lo menos que se podía ser. No
resultaba una originalidad traer a España un proyecto político que había
triunfado en media Europa y que mantenía a los jóvenes de la otra media,
ilusionados y esperanzados: habían encontrado en el ideal de
orden-autoridad-jerarquía, la mejor lavativa contra el estreñimiento causado por
la ingesta de libertad-igualdad-fraternidad que pasaban por su peor momento,
atacados por los fascismos y por el bolchevismo, valores en los que solamente
creían aquellos que se beneficiaban de él. En aquellos momentos y en los diez
años siguientes, confluyeron en los fascismos jóvenes ilusionados que creían
estar asistiendo al advenimiento de un mundo nuevo. Entre Stalingrado y el
hongo de Hiroshima, aquel ideal periclitó para siempre.
Ser y sentirse fascista en 2018 constituye una encomiable
muestra de lealtad a un ideal, pero también una forma de estrabismo político
que conduce a ninguna parte. No es raro, por tanto, que algunas camarillas “fascistizantes”
o propiamente “fascistas” hayan evolucionado en modo secta. Es lo que ha
ocurrido entre los lectores de Miguel Serrano e incluso en grupos todavía más
extremos: el ideal político de masas que fueron los fascismos, se convierte en
estos personajes en un cenáculo ocultista en el que sus miembros, ignorados y
de espaldas a las masas a las que sedujeron sus ídolos, incapaces de imitarlos,
se satisfacen compartiendo una “doctrina secreta” que ignora el resto del
mundo.
Y es que las doctrinas políticas fracasan en varias
circunstancias: en primer lugar, cuando su proyecto ya no está adecuado al
tiempo presente y resulta un residuo de otra época. Lo que ha “funcionado” en
un momento dado de la historia, no tiene porqué funcionar en otro: es más, es
seguro que no funcionará, por mucho que haya gentes que crean en ella. En otras
ocasiones, en cambio, el proyecto fracasa porque sus ambiciones resultan
excesivas: los proyectos de “ingeniería social” de la izquierda siempre
fracasarán porque ignoran el sustrato biológico y animal en el que anida una
parte de la naturaleza humana, basada en instintos. No se puede modificar la naturaleza
por mucho que se intente deformarla como hacen hoy las ideologías de género o
el pensamiento políticamente correcto. Finalmente, ningún proyecto político se
lleva a la práctica sin que existan modificaciones entre lo que se pretende
construir y lo que se construye en realidad. Es lo que se llama “heterotelia”
de los fines, algo a lo que he aludido en otras ocasiones.
Todo esto viene a cuento de la evolución del independentismo
catalán, cada vez más palpable. Ha atravesado distintas fases que son
fácilmente reconocibles:
A fuerza de asumir el nacionalismo la representación de “todos
los catalanes” en lugar de la de “todos los catalanes… nacionalistas”, terminó
creyendo que bastaría tener una mayoría de un 0’1% para independizar Cataluña
del resto de España. Esa fase tenia su origen en las fugas románticas del
nacionalismo que estaban ya presentes en su ADN inicial en el siglo XIX, cuando
empezó la “construcción nacional de Cataluña: se creó una historia propia, se
crearon a medida unas tradiciones y leyendas propias, incluso se creó un idioma
(el catalán académico que tenía poco que ver con el catalán popular hablado en
cada región de una manera diferente y espontánea) y, todo ello, para justificar
la preeminencia de la “Cataluña-catalana” sobre la “Cataluña-española”. A
fuerza de autoengañarse y de tomar la parte por el todo, los nacionalistas se
creyeron los únicos, los buenos, los auténticos catalanes y todo lo demás,
españolismo foráneo… olvidando que más de la mitad de la población catalana en
el último tercio del siglo XX, había nacido fuera de Cataluña y que el idioma
catalán, entonces y ahora, solamente es utilizado como lengua habitual por un
35% de la población como máximo.
2ª Fase.- reivindicación
maximalista
A fuerza de definir a Cataluña como “nación”, una verdadera
obsesión paralizante a partir de la transición, los demás partidos juzgaron que
había que dejar a los nacionalistas con sus obsesiones si se quería contar con
ellos para que apoyaran con sus votos a mayorías que no eran absolutas en este
sistema de “bipartidismo imperfecto” bricolajeado en 1978. Los no nacionalistas
suelen olvidar que los mitos nacionalistas son obsesivos y que siempre
precipitan hacia sus posiciones más extremas: si el nacionalismo es la creencia
en que existe una nación que se llama “X”, lo normal es que las naciones estén
sometidas o sean independientes y la lógica dicta que la independencia es el
destino ideal antes que el sometimiento. Así que, tras el desconocimiento de la
realidad de la sociedad catalana, el nacionalismo cayó en su fase maximalista
que podríamos situar en el período de Artur Mas, en los años 2010-2016.
3ª Fase.- fijación en
proyectos inviables
La lógica del nacionalismo es una que circula de manera
divergente a la trayectoria de la historia. Ésta dicta que estamos en un mundo
globalizado y que la creación de nuevas naciones es algo que pertenece al
período de la descolonización, no al siglo XXI. Es más, si alguien quiere
oponerse a la globalización no puede justificarlo rompiendo naciones, sino
manteniéndolas vivas en tanto que entidades de mayor peso con capacidad para
ejercer como barricadas contra la globalización. Y mucho más en Cataluña en
donde, a poco que se salva a la calle, se percibe que el independentismo jamás
tendrá la “fuerza social” suficiente para declarar la independencia, que desde
luego, están muy por encima de ese 50’1% de votos a los que aspiran frente al
49’9%... Las cosas son mucho más complejas de lo que la mentalidad simplista del
sucesor de Mas, Carles Puigdemont, pudo jamás pensar. Porque si Mas era alumno
de Pujol y éste le había enseñado la mentalidad del chamarilero, Puigdemont se
había educado en el fanatismo pueblerino y en la rústica tozudez de la “Cataluña
profunda”.
4ª Fase.- negación de
la negación.
Cuando Puigdemont emprendió el camino napoleónico a Waterloo,
dejó atrás a una clase política independentista que mantenía las riendas de la
Generalitat (la aplicación blandurria del 155 supuso solamente unos meses en
los que el dinero público dejó de fluir a las arcas de las organizaciones y
medios indepes), sino que ya nadie era capaz de controlar el fanatismo que
había desatado. A pesar de que en algunos sectores independentistas (en ERC en
concreto y en ex CiU) empezara a estar claro que la independencia era imposible,
el problema era cómo se desmovilizaba a las masas. Pronto resultó visible que
quien intentara desmovilizarlas corría el riesgo de ser considerado “botifler”,
“traidor” o “vendido”, así que algunos optaron por el silencio significativo,
otros por retirarse a la vida privada, y otros por refugiarse en sus negocios. Si
la elección de Quim Torra como baranda de la gencat resultó trabajosa, no fue
solamente por las disputas entre las camarillas independentistas, cada vez más
atomizadas, sino especialmente porque no había ni margen para la negociación
con el Estado, y se trataba solamente de elegir al más tonto o al más radical
para que se quemara en esta última etapa que sería la de reconocimiento de la
imposibilidad de alcanzar el objetivo de la independencia. La gencat entró
entonces en una fase de negación de la evidencia, de atrofia en la capacidad de
modificación del rumbo iniciado una década antes… pero también de pérdida de
elementos más lúcidos, de indecisión y de estallido del proyecto político no ya
entre “radicales” y “moderados”, sino en media docena de camarillas de imposible
encaje unas con otras y que, a fin de cuentas, todas desconfiaban de todas: el
de Waterloo y su grupito de, el del Palau, los CUP-CUP, los CUP-CDR, los
antiguos moderados de CDC, los antiguos exaltados de CDC, las mentes serenas de
ERC, las mentes alucinadas de ERC, la media docena de grupos subvencionados
(ANC, Omnium, ACM), el grupito de asesores creado por unos o por otros… y
luego, los miles de personas que ven como en sus balcones se apolillan y
decoloran más y mas banderas esteladas, pancartadas y cómo sus lazos se los
lleva el viento. Precio todo ello a pagar en la fase de negación de la
realidad.
5ª Fase.- sectarización
Lo que define a una secta es la creación de una realidad
aparte solamente compartida por los propios sectarios, creencia acompañada de
prácticas rituales sectarias, pensamiento mágico-iniciático y una ruptura
prácticamente absoluta con la realidad social de su tiempo. En las últimas
semanas, resulta evidente que hemos entrado en ese período: basta ver a aquella
pobre nena-faba bailando un deslucido aurresku a la catalana, tocada con mantón
de manila… amarillo. O a Quim Torra y a su “gobierno” entonando la “hora del adéus”
en el más puro estilo “kumbayá” de los 60… cuando casi han dejado de existir
las otrora potentes federaciones de scouts de Cataluña. Sin olvidar el
fanatismo obsesivo en la colocación de lazos amarillos o aquellas cruces con
las que estos iluminados adornaron calles y plazas en una increíble muestra de
implosión del movimiento y entrada en la fase de atomización sectaria. Por no
hablar de los excéntricos estudios del Institut de Nova Historia en la que
desde Leonardo hasta Colón, de Santa Teresa a Shakespeare, todos, son catalanes…
Fase, por lo demás, irreversible, cursi, ñoña, excéntrica, bochornosa, risible,
incluso para aquellos a los que todavía les queda un rastro del “seny” lo que tenderá
a comprimir cada vez más el círculo de fieles cada vez más en declive… Después
de esta fase ya no hay nada.
¿Cuáles es el futuro del independentismo catalán? A la
vuelta de una o dos décadas estarán al nivel de los que hoy creen que puede
resucitarse el bolchevismo o el fascismo… productos del siglo XX y que han
quedado definitivamente atrás en la historia.