jueves, 22 de noviembre de 2018

365 QUEJÍOS (204) – LA DEGRADACIÓN DE UN IDEAL POLÍTICO

Lo he comprobado con mis propios ojos, así que no se trata de una teoría elaborada por cualquier observador ajeno a los hechos. La historia, no solamente es un cementerio de hombres ilustres, sino que el devenir, a la par que termina con usted y conmigo, aplasta también ideologías y situaciones. Resulta tan inevitable que las doctrinas mueran como la muerte es la compañera inseparable de la vida. De la misma forma que el ser humano atraviesa a lo largo de su existencia por distintas fases (nacimiento, infancia, adolescencia, juventud, madurez, senectud, muerte), los proyectos políticos cubren etapas parecidas, incluso válidas para aquellas que se definen como “universales” y ancladas en mitologías religiosas. El drama del ser humano es que vive envuelto en lo impermanente y que busca desesperadamente clavos ardiendo y anclajes para definir su identidad y su papel en el mundo. Y en este terreno hay opciones para todos los gustos. Y no, no me voy a quejar de las que adopte cada cual. El terreno de mi queja son los proyectos políticos frustrados y sus fases de degradación.

En 1933 ser fascista era lo menos que se podía ser. No resultaba una originalidad traer a España un proyecto político que había triunfado en media Europa y que mantenía a los jóvenes de la otra media, ilusionados y esperanzados: habían encontrado en el ideal de orden-autoridad-jerarquía, la mejor lavativa contra el estreñimiento causado por la ingesta de libertad-igualdad-fraternidad que pasaban por su peor momento, atacados por los fascismos y por el bolchevismo, valores en los que solamente creían aquellos que se beneficiaban de él. En aquellos momentos y en los diez años siguientes, confluyeron en los fascismos jóvenes ilusionados que creían estar asistiendo al advenimiento de un mundo nuevo. Entre Stalingrado y el hongo de Hiroshima, aquel ideal periclitó para siempre.

Ser y sentirse fascista en 2018 constituye una encomiable muestra de lealtad a un ideal, pero también una forma de estrabismo político que conduce a ninguna parte. No es raro, por tanto, que algunas camarillas “fascistizantes” o propiamente “fascistas” hayan evolucionado en modo secta. Es lo que ha ocurrido entre los lectores de Miguel Serrano e incluso en grupos todavía más extremos: el ideal político de masas que fueron los fascismos, se convierte en estos personajes en un cenáculo ocultista en el que sus miembros, ignorados y de espaldas a las masas a las que sedujeron sus ídolos, incapaces de imitarlos, se satisfacen compartiendo una “doctrina secreta” que ignora el resto del mundo.

Y es que las doctrinas políticas fracasan en varias circunstancias: en primer lugar, cuando su proyecto ya no está adecuado al tiempo presente y resulta un residuo de otra época. Lo que ha “funcionado” en un momento dado de la historia, no tiene porqué funcionar en otro: es más, es seguro que no funcionará, por mucho que haya gentes que crean en ella. En otras ocasiones, en cambio, el proyecto fracasa porque sus ambiciones resultan excesivas: los proyectos de “ingeniería social” de la izquierda siempre fracasarán porque ignoran el sustrato biológico y animal en el que anida una parte de la naturaleza humana, basada en instintos. No se puede modificar la naturaleza por mucho que se intente deformarla como hacen hoy las ideologías de género o el pensamiento políticamente correcto. Finalmente, ningún proyecto político se lleva a la práctica sin que existan modificaciones entre lo que se pretende construir y lo que se construye en realidad. Es lo que se llama “heterotelia” de los fines, algo a lo que he aludido en otras ocasiones.

Todo esto viene a cuento de la evolución del independentismo catalán, cada vez más palpable. Ha atravesado distintas fases que son fácilmente reconocibles:


1ª Fase.- desconocimiento de la realidad

A fuerza de asumir el nacionalismo la representación de “todos los catalanes” en lugar de la de “todos los catalanes… nacionalistas”, terminó creyendo que bastaría tener una mayoría de un 0’1% para independizar Cataluña del resto de España. Esa fase tenia su origen en las fugas románticas del nacionalismo que estaban ya presentes en su ADN inicial en el siglo XIX, cuando empezó la “construcción nacional de Cataluña: se creó una historia propia, se crearon a medida unas tradiciones y leyendas propias, incluso se creó un idioma (el catalán académico que tenía poco que ver con el catalán popular hablado en cada región de una manera diferente y espontánea) y, todo ello, para justificar la preeminencia de la “Cataluña-catalana” sobre la “Cataluña-española”. A fuerza de autoengañarse y de tomar la parte por el todo, los nacionalistas se creyeron los únicos, los buenos, los auténticos catalanes y todo lo demás, españolismo foráneo… olvidando que más de la mitad de la población catalana en el último tercio del siglo XX, había nacido fuera de Cataluña y que el idioma catalán, entonces y ahora, solamente es utilizado como lengua habitual por un 35% de la población como máximo.

2ª Fase.- reivindicación maximalista

A fuerza de definir a Cataluña como “nación”, una verdadera obsesión paralizante a partir de la transición, los demás partidos juzgaron que había que dejar a los nacionalistas con sus obsesiones si se quería contar con ellos para que apoyaran con sus votos a mayorías que no eran absolutas en este sistema de “bipartidismo imperfecto” bricolajeado en 1978. Los no nacionalistas suelen olvidar que los mitos nacionalistas son obsesivos y que siempre precipitan hacia sus posiciones más extremas: si el nacionalismo es la creencia en que existe una nación que se llama “X”, lo normal es que las naciones estén sometidas o sean independientes y la lógica dicta que la independencia es el destino ideal antes que el sometimiento. Así que, tras el desconocimiento de la realidad de la sociedad catalana, el nacionalismo cayó en su fase maximalista que podríamos situar en el período de Artur Mas, en los años 2010-2016.

3ª Fase.- fijación en proyectos inviables

La lógica del nacionalismo es una que circula de manera divergente a la trayectoria de la historia. Ésta dicta que estamos en un mundo globalizado y que la creación de nuevas naciones es algo que pertenece al período de la descolonización, no al siglo XXI. Es más, si alguien quiere oponerse a la globalización no puede justificarlo rompiendo naciones, sino manteniéndolas vivas en tanto que entidades de mayor peso con capacidad para ejercer como barricadas contra la globalización. Y mucho más en Cataluña en donde, a poco que se salva a la calle, se percibe que el independentismo jamás tendrá la “fuerza social” suficiente para declarar la independencia, que desde luego, están muy por encima de ese 50’1% de votos a los que aspiran frente al 49’9%... Las cosas son mucho más complejas de lo que la mentalidad simplista del sucesor de Mas, Carles Puigdemont, pudo jamás pensar. Porque si Mas era alumno de Pujol y éste le había enseñado la mentalidad del chamarilero, Puigdemont se había educado en el fanatismo pueblerino y en la rústica tozudez de la “Cataluña profunda”.

4ª Fase.- negación de la negación.

Cuando Puigdemont emprendió el camino napoleónico a Waterloo, dejó atrás a una clase política independentista que mantenía las riendas de la Generalitat (la aplicación blandurria del 155 supuso solamente unos meses en los que el dinero público dejó de fluir a las arcas de las organizaciones y medios indepes), sino que ya nadie era capaz de controlar el fanatismo que había desatado. A pesar de que en algunos sectores independentistas (en ERC en concreto y en ex CiU) empezara a estar claro que la independencia era imposible, el problema era cómo se desmovilizaba a las masas. Pronto resultó visible que quien intentara desmovilizarlas corría el riesgo de ser considerado “botifler”, “traidor” o “vendido”, así que algunos optaron por el silencio significativo, otros por retirarse a la vida privada, y otros por refugiarse en sus negocios. Si la elección de Quim Torra como baranda de la gencat resultó trabajosa, no fue solamente por las disputas entre las camarillas independentistas, cada vez más atomizadas, sino especialmente porque no había ni margen para la negociación con el Estado, y se trataba solamente de elegir al más tonto o al más radical para que se quemara en esta última etapa que sería la de reconocimiento de la imposibilidad de alcanzar el objetivo de la independencia. La gencat entró entonces en una fase de negación de la evidencia, de atrofia en la capacidad de modificación del rumbo iniciado una década antes… pero también de pérdida de elementos más lúcidos, de indecisión y de estallido del proyecto político no ya entre “radicales” y “moderados”, sino en media docena de camarillas de imposible encaje unas con otras y que, a fin de cuentas, todas desconfiaban de todas: el de Waterloo y su grupito de, el del Palau, los CUP-CUP, los CUP-CDR, los antiguos moderados de CDC, los antiguos exaltados de CDC, las mentes serenas de ERC, las mentes alucinadas de ERC, la media docena de grupos subvencionados (ANC, Omnium, ACM), el grupito de asesores creado por unos o por otros… y luego, los miles de personas que ven como en sus balcones se apolillan y decoloran más y mas banderas esteladas, pancartadas y cómo sus lazos se los lleva el viento. Precio todo ello a pagar en la fase de negación de la realidad.

5ª Fase.- sectarización

Lo que define a una secta es la creación de una realidad aparte solamente compartida por los propios sectarios, creencia acompañada de prácticas rituales sectarias, pensamiento mágico-iniciático y una ruptura prácticamente absoluta con la realidad social de su tiempo. En las últimas semanas, resulta evidente que hemos entrado en ese período: basta ver a aquella pobre nena-faba bailando un deslucido aurresku a la catalana, tocada con mantón de manila… amarillo. O a Quim Torra y a su “gobierno” entonando la “hora del adéus” en el más puro estilo “kumbayá” de los 60… cuando casi han dejado de existir las otrora potentes federaciones de scouts de Cataluña. Sin olvidar el fanatismo obsesivo en la colocación de lazos amarillos o aquellas cruces con las que estos iluminados adornaron calles y plazas en una increíble muestra de implosión del movimiento y entrada en la fase de atomización sectaria. Por no hablar de los excéntricos estudios del Institut de Nova Historia en la que desde Leonardo hasta Colón, de Santa Teresa a Shakespeare, todos, son catalanes… Fase, por lo demás, irreversible, cursi, ñoña, excéntrica, bochornosa, risible, incluso para aquellos a los que todavía les queda un rastro del “seny” lo que tenderá a comprimir cada vez más el círculo de fieles cada vez más en declive… Después de esta fase ya no hay nada.

¿Cuáles es el futuro del independentismo catalán? A la vuelta de una o dos décadas estarán al nivel de los que hoy creen que puede resucitarse el bolchevismo o el fascismo… productos del siglo XX y que han quedado definitivamente atrás en la historia.