El “proceso soberanista” ha entrado en su fase de
descomposición, marcado por el enfrentamiento entre tendencias caracterizadas
por su grado de fanatismo más que por sus impostaciones ideológicas. Nada menos
interesante que repasar las luchas entre mindundis y políticos que ya han
advertido la inviabilidad de la secesión y cuyo único es cómo explicarles a los
votantes que han fanatizado a lo largo de años, que ya no se puede ir más allá
de donde han llegado. Todo esto, resulta aburrido y puede tener solamente
interés para quienes apostaron por el soberanismo ignorando que era un triple
salto mortal sobre el vacío realizado por un fonambulista emporrado, pasado de
copas, y no particularmente inteligente. Esto no es para quejarse sino para
reconocer el hartazgo que genera. Lo que
sí resulta más oportuno para una queja es pensar que en democracia los padres
castellano parlantes (amplia mayoría por lo demás, en una región en el que
solamente se expresa normalmente en catalán el 35%) tienen que ver como sus
hijos son víctimas de la inmersión lingüística.
Decimos bien:
víctimas. Escribo estas líneas después de haber leído la carta por un
familiar de catorce años. Tiene buena letra. Coordina ideas. El problema es
cómo las expresa: el texto, apenas unas 30 líneas, está repleto de falta de
ortografía. Me escribe en castellano, pero son reconocibles giros y más giros
propios de la lengua catalana. La carta está, escrita en una especie de híbrido
lingüístico entre el catalán y el castellano, que genera una irreprimible
tristeza: la gencat ha conseguido,
finalmente, algo que parecía imposible: hoy, los niños en Cataluña no solamente
no dominan una lengua, sino que son capaces de cometer faltas de ortografía y
sintaxis en dos lenguas.
Item más. No hace mucho, en una estación de tren estaba
escuchando la conversación de un grupo de chicas, también de mas o menos
catorce o quince años. Era inevitable, porque hablaban a voz en grito. No hacía
falta ser un lince para saber que sus pañuelos islámicos indicaban su origen:
quizás habían “nacido aquí”, pero “no eran de aquí”. Lo realmente sorprendente
es que, gracias a la gencat una vez más, el diktat lingüístico establecido en las escuelas de la región, había
logrado lo que parecía imposible: aquellas chicas hablaban una jerga
incomprensible en algunas de cuyas partes podían identificarse palabras en catalán,
otras en castellano y en las incomprensibles, jerigonza árabe. Si añadimos palabras
como week-end, rock, software, coladas en cada uno de estos idiomas, incluso
podía añadirse a esta neolingua elementos procedentes del inglés.
Así estamos por culpa de las veleidades lingüísticas. Y todo
porque hace treinta años, la gencat entonces controlada por una banda de
salteadores de caminos y por el clan mafioso de los Pujol, impuso la “inmersión
lingüística”. A partir de ese momento,
la gencat cometió la mayor de sus tropelías: tratar de romper la comunicación
entre padres e hijos, evitar que padres y abuelos castellano parlantes,
ayudaran a sus hijos o nietos en los estudios. Y esto se hizo argumentando
que “lo había decidido el parlament de
Cataluña”… el mismo que años después decidió que Cataluña era una República
independiente durante unos segundos y cuyos debates hoy siguen generando
hilaridad.
En aquel momento se nos dijo que en Canadá, la inmersión
lingüística había ido muy bien y que los niños quebequeses hablaban inglés y
francés a la perfección. Luego cuando me establecí en Montreal vi que,
efectivamente, así era, pero… que en Quebec la inmensa mayoría de la población
siempre ha sido francófona, y que hace solamente 125 años, ingleses y franceses
se mataban entre sí y no constituían todavía una nación unificada. Cualquier
parecido con la realidad catalana era pura coincidencia.
De eso hace ya 30 años. El camino recorrido ha servido
solamente para que el resultado sea más que cuestionable. Si las bases sobre las que la gencat construyó la inmersión lingüística
eran moralmente cuestionables, su traslado a la práctica ha resultado
catastrófico, especialmente en un momento en el que el castellano es una de las
tres lenguas mas utilizadas en el mundo y cuando son habituales los traslados
de población de un lugar a otro. El modelo educativo catalán tiene que
cambiar, a menos que se pretenda crear una generación
de minusválidos lingüístico que hablen una jerga imposible de entender fuera de
la región catalana y cuya ortografía cause risa a 600 millones de
castellanoparlantes.
La gencat tiene que entender que en el proyecto personal de
vida de muchos habitantes de la región no está el permanecer durante muchos
años en el mismo lugar: muchos aspiran a establecerse en otros lugares, ejercer
su profesión en otros horizontes en los que el catalán les será completa, total
y absolutamente inútil.
Está claro que cada
vez que alguien alude a liquidar la ley de inmersión lingüística, ese residuo
del peor pujolismo, los indepes claman “en
defensa de la escola catalana” como si en ello les fuera la vida. El
tono histérico que encierra la reivindicación es síntoma de la dramática situación
que están viviendo: después de 30 años de inmersión lingüística, el uso del
catalán como lengua habitual apenas ha avanzado.
Hace falta que la
legislación catalana vuelva a reconocer el derecho de los padres a elegir el
idioma en el que quieren ser educados sus hijos. Si se enarbola, como hacen
los indepes, la bandera de “la libertad”, el primer síntoma de libertad es la
libertad lingüística.
El problema lingüístico en Cataluña se sitúa dentro de un
ámbito mayor: la incapacidad del “Estado de las Autonomías” para solucionar los
problemas del país y su capacidad cada vez mayor para generar problemas nuevos
y liquidar vínculos entre comunidades. La
solución al problema de la inmersión lingüística no puede darse sino en un
marco de potenciación del Estado. Pero no estaría mal dar algún paso en esa
dirección.
Si la gencat se
emperra en su “inmersión” ¡que se inmersionen ellos! El resto no tiene porqué
soportar ni sus imposiciones lingüísticas, ni su historia de ficción apta solo
para indigentes intelectuales. El Estado debe asumir la responsabilidad de
abrir escuelas en Cataluña que enseñen en la lengua del Estado. ¡Ya! Primero,
porque es una necesidad y una exigencia de buena parte de la sociedad catalana.
Es preciso reivindicar el derecho a la libertad de opción y hacer patente la
desconfianza que una parte muy importante de la sociedad catalana tiene hacia
el sistema de enseñanza de la gencat: no sólo por la “inmersión” sino por los
contenidos de la enseñanza. No se trata ahora de que haya “dos líneas
língüísticas” de enseñanza como hubiera sido de desear, y como nosotros mismos reivindicamos
hace 30 años: es preciso que haya dos
tipos de escuela y que la población pueda elegir: o una escuela lastrada por los
indepes.cat o una escuela que mire más allá de los altos muros construidos por
la gencat.
Más allá de las ambigüedades calculadas del PSC con su “federalismo”
de pacotilla, o de “En Comú – Podem” con sus “autodeterminación”, lo que marca
la diferencia, lo que indica las intenciones de los partidos, su decisión y su
orientación en esta cuestión es:
- o se está por la libertad de opción lingüística y por la elección de lengua vehicular y de proyecto educativo,
- o se sigue defendiendo el diktat lingüístico establecido por un partido que hoy ya ni siquiera existe evaporado por la corrupción.