Info|krisis.- El Mediterráneo es el primer mar que aparece en la
Historia y buena parte de la misma discurre entre sus orillas. En los últimos
4.000 años el Mediterráneo ha sido frontera natural para unos y escenario de
intercambios comerciales para otros. Estas dos concepciones persisten todavía
en la modernidad, apenas sin variaciones. La única novedad, de hecho, es que a
partir de 1945, un poder no europeo recorre desafiante sus aguas: la VI Flota
de los EEUU. Este artículo aspira a revisar el papel geopolítico del
Mediterráneo en el siglo XXI.
Sorprende
saber que el nombre “Mediterráneo” es relativamente reciente. Desde Estrabón se
había aludido al “mare nostrum” (nuestro mar), pero no fue sino hasta el siglo
XVI cuando Jacques Amyot utiliza la expresión “mar mediterráneo” que ocasionalmente
algunos geógrafos medievales habían utilizado para definir el espacio marítimo
situado “en medio de tierras” (y tal es la etimología del nombre). A partir del
siglo XVII el nombre de Mediterráneo se convertirá en sustantivo y como tal
aparecerá por primera vez en un mapa de 1737. El esquematismo turco hizo que
llamaran al Mediterráneo “mar blanco” por contraposición al “mar Negro” cuyo
acceso dominaban gracias al control sobre el Bósforo y los Dardanelos. Antes,
los árabes le habían llamado Bahr al
Abiad al Mutawasat, literalmente “mar Blanco de En medio” como oposición al
Mar Rojo.
Entre el Estado y el Mercado
El hecho de
que los romanos aludieran el Mediterráneo como “mare nostrum” indica cuál era la concepción geopolítica sobre la
que se movía el Imperio Romano: formar una civilización en torno al estanque
mediterráneo. Las zonas que se alejaban del Mediterráneo parecían tener poco
interés para los grandes emperadores romanos. Si se vieron obligados a
conquistar Britania, el noroeste de las Galias, Dacia o la parte más occidental
de Hispaniae fue para completar espacios geográficos en los que no existían
fronteras naturales, pero siempre, Roma se atuvo a una proyección geopolítica
en ambas orillas del Mediterráneo.
Mientras lo
que podemos considerar como una “falta de experiencia imperial” o una “carencia
de sentido geopolítico” que siempre tuvieron las ciudades griegas y que se
evidenció en la aventura imperial de Alejandro Magno abandonando el espacio
geopolítico propio de Grecia y llegando a las puertas de la India, Roma tuvo
siempre claro –y especialmente con Augusto y en el período de los grandes
emperadores– que su espacio geopolítico era el Mediterráneo. Más allá del mismo
se enfrentaba a pueblos demasiado diferentes como para poder imponer una pauta
de civilización. Por otra parte, la seguridad de Roma dependía de que a través
del Mediterráneo fuera posible establecer un tránsito de mercancías entre los
puertos a los cuales iban a parar las Vías romanas.
Desde el
principio de su andadura como Estado, Roma advirtió que entre su concepción
antropológica y cultural y la de los pueblos “del sur” que se situaban en la
otra orilla del Mediterráneo, existían unas diferencias fundamentales: Roma
daba importancia al Estado y a la solidez de su construcción que era garantía
de poder realizar una “misión histórica” centrada en la extensión de la
civilización. Para poder “civilizar” era preciso disponer de un fuerte y sólido
aparato estatal.
Inspirado en
los cultos solares procedentes del mundo clásico y de los pueblos aqueos y
dorios que dieron lugar a lo mejor del mundo griego, la concepción romana del
Estado implicaba la existencia de un centro civilizador que poco a poco iba
extendiendo sus dominios a otros pueblos similares.
Cuando se
produjo el choque histórico con Cartago, fueron dos modelos de civilización el
que se enfrentaron en el estanque mediterráneo: de un lado los pueblos de la
diosa, seguidores del culto a Tanit y a Astarté, avatares de la “gran madre”,
atrincherados en torno a Cartago, pueblos de comerciantes herederos de la vieja
Fenicia; de otro, Roma que priorizaba la civilización y el Estado, frente al
comercio, el Imperio frente al Mercado, los cultos solares a los cultos
telúricos y ginecocráticos. A lo largo de tres guerras púnicas, Roma impuso su
concepción y liquidó durante todo un ciclo histórico el poder marítimo y
comercial de la otra orilla del Mare
Nostrum.
Este
enfrentamiento histórico confirmó lo que ya se podía percibir con claridad
desde el choque entre Atenas (potencia comercial y marítima) y Esparta
(potencia guerrera y terrestre), algo que ha constituido la primera ley
geopolítica: el enfrentamiento entre potencias terrestres y marítimas que
disputan el mismo espacio geopolítico. Ayer fueron Cartago y Roma, antes se habían
enfrentado Atenas y Esparta, hoy, finalmente, el Mediterráneo entre 1948 y 1989
fue el teatro del enfrentamiento entre la VI Flota de los EEUU y el Ejército
Soviético en la última edición del choque entre potencias marítimas y
terrestres, entre el Estado y el Mercado. Ese choque en el siglo XXI no está
todavía definitivamente resuelto.
Mediterráneo e Islam
Un esquematismo
acaso excesivo, distingue entre la “orilla norte” del Mediterráneo y la “orilla
sur”. También hubo una “orilla Este” (Fenicia) y una “orilla Oeste” (Tarsis), y
en el siglo XVI el esquema volvió a repetirse en el enfrentamiento entre el
Imperio Turco y el Imperio Español. Lepanto resolvió el conflicto durante dos
siglos restando a los turcos el acceso al Oeste del Mediterráneo y debilitando
extraordinariamente su poder naval.
Tras la caída
del Imperio Romano, a la “orilla norte” le había costado restablecer un poderío
naval que solamente existió digno de tal nombre gracias a la Corona de Aragón,
cuando al fracaso de su expansión geopolítica hacia el norte provenzal (con la
derrota de Muret), siguió una expansión hacia el Mediterráneo Oriental que
llevó a los estandartes aragoneses hasta el Adriático e incluso más allá en la
aventura de los almogávares.
Durante esos
siglos, Occidente había intentado recuperar el dominio del Mediterráneo
especialmente con las cruzadas haciendo de Chipre un bastión para el control de
la orilla oriental de este mar. El poder naval de las órdenes militares,
especialmente del Temple y de los Hospitalarios, permitió que durante dos
siglos, las naves del Islam estuvieran en situación de inferioridad estratégica
y tan solo pudieran operar sus incursiones piráticas (de hecho lo hicieron
hasta mediados del siglo XVIII) desde Argelia. Más tarde, Lepanto hizo que el imperio
otomano debiera renunciar a su proyección naval y abandonara toda esperanza de
reunir las fuerzas de su flota con la de los piratas berberiscos que actuaban
en el Oeste del Mediterráneo. A partir de Lepanto, el Imperio Otomano sólo pudo
disponer de un vector terrestre –nunca más marítimo– que apuntase hacia el
corazón de Europa –Viena– y que, finalmente, al ser derrotado ante las puertas
de esta ciudad, debió contentarse con una presencia inestable en los Balcanes
cuyas consecuencias lamentables duran todavía hoy.
La experiencia
histórica enseña que los marinos islámicos han sido inferiores en calidad a los
europeos y las sucesivas derrotas les han inducido a presentar el Mediterráneo
como un espacio para el “intercambio y las relaciones comerciales”. Y así
aspiran a que siga siendo en la actualidad.
De hecho, el
Mediterráneo, desde el punto de vista de la causa de la identidad europea es
una frontera: la línea del frente más allá de la cual existen territorios
hostiles y ante la que hay que prepararse para futuros enfrentamientos; sin
embargo, para el islam –apoyado por la potencia comercial de los EEUU– el
Mediterráneo es un espacio de “libre comercio” y, por tanto, una zona de
intercambios culturales y de… mestizaje (como todo “mercado”).
Los matices del Mediterráneo
Más allá del
esquematismo entre “norte” y “sur”, puede hablarse con propiedad de seis
orillas en el Mediterráneo.
La primera
sería la orilla bajo control turco. Ese control ha quedado históricamente
garantizado por la presencia turca en la Tracia europea y por el control de los
estrechos que cierran la salida del Mar Negro a la potencia Rusa. El “Este
islámico” (Turquía) cierra el paso del Mediterráneo al “Este europeo” (Rusia).
Es importante recordar que esta “orilla” es sólo turca tras la conquista de
Constantinopla y la destrucción del Imperio Bizantino, pero que anteriormente
era una de las zonas más genuinamente europeas en la medida en que allí había
florecido la civilización clásica (en Asia Menor) y se había implantado la
romanidad. La invasión de Chipre por el ejército turco en 1974 se realizó
precisamente para reforzar la presencia de esta potencia en el Mediterráneo
oriental. Sin embargo, esta odiosa iniciativa que supuso la marginación y la
liquidación de miles y miles de greco–chipriotas, no debe oscurecer el hecho
esencial: el Egeo no es un mar turco, es un mar europeo y es Europa quien debe
seguir teniendo la primacía en el Mediterráneo oriental. Una Europa libre y que
se haya sacudido la tutela que los EEUU siguen ejerciendo a través de la OTAN,
reivindicaría (e impondría) su presencia naval masiva en el Egeo recordando a
Turquía que su área de expansión no puede ser hacia Europa (de donde ya ha sido
rechazada una vez) sino hacia el mundo árabe (tal como el káiser Guillermo II
convenció a las autoridades turcas antes del desencadenamiento de la Primera
guerra Mundial: buenas relaciones… a cambio de que el eje de expansión de
Turquía se desplazada hacia el mundo árabe).
Próxima a esta
zona e indudablemente en sinergia con ella se encuentra lo que podríamos llamar
“orilla asiática del sur”, históricamente lugar propio de los pueblos fenicio y
hebreo, teatro de enfrentamientos desde 1948 que han justificado la presencia
masiva de la VI Flota de los EEUU en todo el Mediterráneo. Este conflicto está
desplazado fuera del área geopolítica europea. Sus protagonistas no son pueblos
europeos, ni sus aliados lo son tampoco (EEUU para Israel y el mundo árabe para
los palestinos), por tanto, se trata de un conflicto que hay que alejar lo más
posible de Europa. Un dominio europeo sobre el Egeo y una presión euro–rusa
sobre Turquía obrarían a modo de un cortafuegos que recluiría el conflicto
judío–palestino dentro de Oriente Medio y le restarían la proyección
mediterráneo que los EEUU esgrimen como excusa para estar presentes en la zona.
Más acá existe
lo que podíamos llamar una zona sudoccidental africana con personalidad propia
y presencia histórica desde el tiempo de los faraones. Egipto es, con mucho, el
Imperio más antiguo del mundo y constituye en la actualidad uno de los estados
árabes más poblados, al tiempo que ejerce un papel geopolítico fundamental: es
la bisagra entre el Magreb y el Mashreq (el “levante” o la parte del
mundo árabe más al Este que Libia). Mientras duró la experiencia del
nacionalismo árabe laico con la figura extraordinaria de Gamal Adbel Nasser,
existió la posibilidad de que Egipto liderara la respuesta de los países árabes
contra el intervencionismo norteamericano. Tras el fracaso de la experiencia
nasserista (y la destrucción del baasismo irakí con la derrota de Saddam
Hussein), Egipto pasó a ser un país árabe más, sin una proyección geopolítica
bien definida, alineada con los EEUU y con una fuerte componente de
desestabilización interior (los Hermanos Musulmanes, la primera organización
fundamentalista tuvo allí su origen y su puntal más poderoso aún en la
actualidad). Egipto ni siquiera ha estado en condiciones de explotar su papel
estratégico otorgado por el Canal de Suez. La inestabilidad egipcia desde los
años 70, que se prolonga en la actualidad, ha generado el que las flotas
petroleras se dotaran de buques de gran calado capaces de contornear la “ruta
del petróleo” desde el Golfo Pérsico hasta el Atlántico, eludiendo el
problemático paso de Suez que hoy tiene su importancia estratégica muy
disminuida.
En cuarto
lugar estaría la orilla magrebí del Mediterráneo, la más próxima a Europa
Occidental y, por tanto, la más sensible y conflictiva. Esta orilla en los
últimos 20 años se ha visto convertida en la zona preferencial del tránsito de
pateras: de Marruecos a España y de Libia y Túnez a Italia. Se trata de una
zona de predominio bereber que ha sido arabizada e islamizada. El poder
petrolero de Libia y Argelia (y el creciente poder de Marruecos debido a su amistad
y alianza con los EEUU) hizo creer hace treinta años que el Magreb podía
evolucionar rápidamente a niveles del Primer Mundo. Esta expectativa se ha
visto frustrada y en la actualidad, el Magreb es más bien una olla en el
interior de la cual va aumentando la presión del islamismo radical convertido
en la válvula de escapa del resentimiento y del odio social. Europa, ante el
Magreb debe de abandonar la política que ha adoptado en la última década
(abrirse a los productos agrícolas y comerciales del sur, de ínfima calidad y
que acarrean la ruina de la agricultura europea y más avances de la
deslocalización especialmente en la industria textil) y adoptar una política de
contención de riadas migratorias, de repatriación de las vanguardias
inmigrantes que ya han llegado y un rearme arancelario que defienda al Norte
contra la competencia desleal del Sur.
Ya en el
Norte, la orilla europea tiene dos “áreas” perfectamente diferenciadas: el
llamado “Arco Latino” y el “Área Balcánica” al Oeste y al Este respectivamente.
Nada que decir, sobre la primera: es la nuestra. Es aquí en donde vivimos y
esta es la zona que debemos proteger del “enemigo del sur”. La otra es, sin
duda, la más conflictiva de Europa. Esa conflictividad es una herencia de los
tiempos en los que el Imperio Otomano estuvo presente en la zona y dejó
comunidades islámicas que hoy se han configurado como los principales factores
de inestabilidad en Europa: Albania, Bosnia, y el llamado “corredor turco de
los Balcanes” que comunica la Tracia europea con el Adriático y cuyo pilar es
la ficción geopolítica que atiende al nombre de Gran Albania y que agruparía a
todos los territorio islámicos de los Balcanes. El factor religioso es aquí
esencial y explica por sí mismo, porque estas zonas situadas en una parte de
Europa viven un atraso de 200–300 años en relación al resto del continente e
incluso de las zonas distantes apenas unas decenas de kilómetros.
En la
actualidad, solamente dos países del Norte, Albania y Bosnia, tienen ingresos
inferiores a los países de la orilla Sur: no es por casualidad que se trata de
países de mayoría islámica. Albania tuvo en 1998 un PIB de 750 dólares per
cápita y Bosnia 820 dólares. Luego, gracias a las ayudas de la UE lograron
aumentar en 2005 hasta los 1.200 dólares… mucho más cerca de Marruecos (1.000
dólares) que de Francia (23.000 dólares). El islam tiene estos efectos
deletéreos sobre el progreso económico.
Estas zonas
son “zonas de combate” en donde Europa, lastrada por la OTAN y por la intención
norteamericana de debilitar al Viejo Continente, ha permitido a bandas de
delincuentes islámicos establecer “zonas liberadas” en los Balcanes. Es
imprescindible que mientras el Islam esté presente en estas zonas, Europa
habilite muros de contención y “fronteras” antropológicas y culturales ante
este núcleo, establezca como un casus
belli el intento de potencias no europeas de aumentar su peso y condicione
su incorporación a Europa a una laicización total de estas sociedades, a
retornar al período anterior a las limpiezas étnicas operadas por los
islamistas en los territorios de la antigua Yugoslavia y a una libertad
religiosa que permita restituir en esas zonas el espíritu y la tradición
europea, desterrando de una vez y para siempre lo que llegó con las invasiones
turcas de los siglo XV y XVII.
Norte y sur: cielo e infierno
A medida que
discurre la historia, la brecha que separa a la orilla Norte del Mediterráneo
de la orilla Sur se va ampliando y nada impide pensar que ambas orillas dejaran
de distanciarse cada vez más en algún momento.
En 1950, en
torno al Mediterráneo vivían 212.000.000 de personas que, treinta y cinco años
después habían ascendido a 360.000.000 y
en la actualidad han pasado a ser 500 millones. En apenas 65 años la población
se ha duplicado. La zona (especialmente la orilla norte) se ha convertido en el
principal destino turístico del mundo que acoge al 40% del turismo mundial. En
1971 llegaban a las costas mediterráneas del Norte y del Sur 86.000.000 de
viajeros… pero en 2004 eran ya 250.000.000, en la actualidad 350.000.000 y se prevé que en quince años hayan llegado a
600.000.000.
Tales flujos
humanos y turísticos no pueden realizarse sin un alto coste para el medio
ambiente y el hábitat natural de la zona que afectan especialmente a los países
del Norte. El paisaje de las costas ha variado extraordinariamente. De vivir de
la pesca, y el comercio, estos pueblos han pasado a tener una economía que
depende casi exclusivamente del turismo. Masificación, contaminación
medioambiental, escasez de agua, se van afirmando como los grandes problemas de
la zona, mientras que en el Sur la aparición del fundamentalismo islámico ha
hecho que el crecimiento económico–turístico de la región se haya visto
limitado.
La
constatación más espectacular, con todo, no es esta, sino el desequilibrio
demográfico entre Norte y Sur. Si en 1950 dos tercios de la población se
situaba en el Norte, en 1985 se distribuía por igual y en 2025, el Sur
dispondrá de dos tercios de los habitantes. La conclusión que demográfica que
se impone es obvia: el Norte envejece mientras que en el Sur bullen pueblos
“jóvenes”. La constatación es todavía más escalofriante si se tiene en cuenta
que en los países del Sur del Mediterráneo los menores de 30 años suponen
¡entre el 60 y el 75% de la población!
Engañados por
los medios de comunicación, esta inmensa masa de jóvenes del Sur, sin cultura
ni educación, ven en los escaparates de consumo europeos su gran objetivo a
alcanzar. Si a esto unimos la imagen de la mujer europea, desenfadada y
erótica, en contraste con la mujer islámica envuelta en velos y enmascarada, se
entenderá que entre los jóvenes del Magreb se mire a Europa como tierra de
promisión. Además no hay que olvidar el papel de los predicadores islámicos
fanáticos que perciben la debilidad europea (injertada por el progresismo y el
liberalismo) e incluso consideran que la presencia islámica hasta Poitiers hace
que los territorios de la Península Ibérica y el Mediodía francés sean considerados
como “tierra islámica usurpada por
cruzados e infieles”.
Cortar en seco
esta riada migratoria (sí se pueden poner puertas al campo…) y repatriar a los
excedentes de inmigración que se hayan negado a integrarse en la sociedad
europea o que no hayan respetado la legislación europeo, es prioritario para
restablecer la normalidad en la orilla Norte del Mediterráneo.
Es cierto que
el Mediterráneo es hoy, preferentemente, una zona de intercambios comerciales
preferenciales. Más del 50% de los intercambios comerciales de los países del
Sur se realizan con la orilla Norte e incluso Argelia, Marruecos y Túnez
destinan el 75% de sus exportaciones a la Unión Europea. Sin embargo, el
intercambio comercial de los países del sur con otros de su entorno cultural es
bajo, muy bajo o bajísimo. Marruecos apenas tiene un volumen del 5% de
intercambios con Siria a pesar de que la Liga Árabe desde hace décadas pone
especial énfasis en el aumento del intercambio comercial entre países
islámicos.
Si bien el Sur
del Mediterráneo está políticamente colonizado por los EEUU (la instalación del
Mando de África del Pentágono en Marruecos solamente ha sido la última
confirmación de esta tendencia, a la que ha seguido, como por azar, el
estallido de las revoluciones verdes en Egipto, Túnez y Libia) la UE es el
primer inversor directo en la zona (con un 39% del total) y la primera fuente
de asistencia y medios de financiación (todos los años concede 3.000.000.000 de
euros en préstamos y ayudas no reembolsables. Esta política también es
insostenible: se ayuda a la orilla Sur (aunque la corrupción y la mala gestión
generan que buena parte de esa ayuda se pierda) mientras aumentan las
deslocalizaciones del Norte y aumenta el flujo migratorio de Sur a Norte.
Difícilmente en la historia se ha visto una iniciativa de este tipo que
perjudique tanto a un pueblo y que siga de manera suicida. Para colmo, los
inmigrantes magrebíes residentes en Europa han hecho que la primera fuente de
ingresos del Magreb no sea ni el petróleo, ni el turismo, ni la industria… sino
las remesas enviadas por los inmigrantes.
La brecha cultural
Pero donde las
cifras son más espeluznantes en relación a las diferencias de desarrollo entre
el Norte y el Sur es en lo relativo a los ámbitos culturales. En 2005, el 50%
de las mujeres y el 30% de los hombres de la orilla sur eran analfabetos. Diez
años después, estas diferencias se mantienen. Esta situación es inseparable del
fatalismo insertado por la religiosidad islámica (“Alá es dueño de todo, Alá es todopoderoso, todo lo que vale la pena
conocer está escrito en el Corán”…, una frase que todavía repiten de manera
monocorde miles de imanes analfabetos en el norte de África).
No es raro
que las inversiones en materia de
“investigación + desarrollo” sean casi completamente inexistentes en el Sur.
¿Para qué invertir algo si la UE ya aporta los fondos para cubrir esa partida
presupuestaria? En efecto, en 2003, los países de la UE se fijaron como
objetivo alcanzar una inversión del 3% del PIB en materia de I+D. Mientras,
Egipto dedica apenas el 0’5% y Túnez el 0’4, siendo los países árabes más
avanzados en esta materia. Hoy, estas cifras son aún peores a raíz de las
últimas convulsiones en la zona.
¿Libros? En el
Norte es una industria pujante y si bien los libros impresos disminuyen sus
tiradas (aunque aumenta el número de títulos editados), ha irrumpido el e–book que garantiza la buena salud del
libro en el Norte. En el sur, en cambio, es una industria cultural agónica: los
libros publicados en todo el mundo árabe apenas representan el 1,1% de la producción
mundial, lo que da una idea de cómo es el desierto árabe en materia de edición.
En el capítulo
de las nuevas tecnologías las cifras son igualmente lamentables para la orilla
sur: en todo el mundo hay un promedio de 80 ordenadores por cada mil personas,
pero en los países árabes apenas hay 22 por cada mil y apenas el 1,6% de la
población tiene acceso a Internet.
Políticamente
la situación es aún más desastrosa para el Sur: las democracias del Norte (con
todas las limitaciones y los procesos degenerativos que se quiera) tienen como
contrapartida en el Sur a gobiernos autoritarios cuando no teocráticos (o una
mezcla de ambos), regímenes de partido único sin ningún rastro de alternancia
real.
El fracaso político del Sur
Europa vive
una situación de estabilidad política desde 65 años una situación de
estabilidad política creciente que cobró un nuevo aspecto en la primera mitad
de los 70 cuando desaparecieron los regímenes autoritarios de los países
mediterráneos y cuando cayó el Muro de Berlín en 1989. Sin embargo, en la
orilla Sur del Mediterráneo hemos asistido a procesos políticos caracterizados
siempre por un aumento de la inestabilidad. La presencia del Islam es
inseparable de tal inestabilidad. El Islam siempre ha demostrado una increíble
falta de adaptación y una imposibilidad para aplicar fórmulas modernas de
pluralismo político. Presos de la “obsesión religiosa”, la orilla Sur del
Mediterráneo ha vivido crisis cíclicas y en los últimos 60 años ha sido incapaz
de prescindir de regímenes dictatoriales y autoritarios.
Lo mejor que
ha dado la orilla Sur después de la Segunda Guerra Mundial ha sido,
indudablemente, lo que podríamos definir como regímenes populistas laicos cuya
primera manifestación fue el kemalismo turco implantado a partir de 1924 y que
tuvo similitudes con el régimen tunecino de Habib Burguiba. En ambos casos de
trataba de regímenes laicos que ponían el énfasis en el desarrollo económico y
que obtuvieron buenos resultados. Experiencias relativamente parecidas tuvieron
lugar en Egipto (con Nasser), Siria e Irak (con el Baas) y Libia (con
Ghadaffi). Sin embargo, aquí los resultados han sido más modestos. El
nacionalismo árabe que prendió en 1952 en Egipto se tradujo en un régimen
autoritario que reprimió a islamistas, comunistas, comerciantes y
terratenientes y cuyo modelo estuvo más cerca del fascismo italiano que de
cualquier otro régimen (existe una famosa foto de Nasser inaugurando la sede
del Movimiento Social Italiano, el partido neofascista, en El Cairo poco
después de llegar al poder). Durante su primera época, Nasser obtuvo unas tasas
de crecimiento económico excepcionalmente buenas, lo que hizo que su prestigio
internacional aumentara y pasara a ser uno de los puntales del Movimiento de
Países de Alineados. Sin embargo, la intervención anglo–francesa en Suez (1956)
y la derrota de Egipto ante Israel en la Guerra de los Seis Días (1967)
comprometieron definitivamente la viabilidad del régimen que, finalmente
periclitó con la muerte de Nasser y el final de la guerra del Yonkipur (1973).
En Argelia se
produjo una situación similar cuando accedió al poder Houari Boumediene tras el
largo y sangriento proceso independentista que situó a Francia al borde de la
guerra civil y generó una oleada de terrorismo independentista así como una respuesta
por parte de la OAS (resistencia francesa en Argelia). En su afán
anticolonialista, tanto Nasser como Boumediene terminaron acercándose a la
Unión Soviética y desembocando como los gobiernos baasistas de Siria e Irak en
regímenes policiales. Desde el punto de vista económica el resultado de todos
estos regímenes no fue malo, pero el deslome de la URSS se produjo una nueva
situación en la que se demostró que ninguno de estos regímenes había sido capaz
de demoler la estructura social basada en clanes procedente de la edad media.
Lo mismo
ocurrió con los regímenes semiparlamentarios y semiautoritarios que aparecieron
en la orilla sur desde los años 50. Se trataba de monarquías que, como la
marroquí o la jordana (e incluso como la libia hasta el golpe de Ghadaffi en
1971) se presentaban como regímenes “más europeos” y declaraban tener rasgos
“liberales y reformistas”. En realidad, ninguno de estos regímenes ha tenido
éxitos económicos notables, y han desembocado hasta su derrocamiento en
sistemas difícilmente definibles a medio camino entre la democracia y el
stalinismo, con una tendencia más acusada a este último que al primero.
La aparición
del Islam en la escena se produjo cuando los regímenes de populistas laicos o
nacional–populistas empezaron a ofrecer malos resultados económicos y fracasos
político–militares ante el Estado de Israel. En la orilla Sur sigue incólume la
llamada “economía de renta” (de tipo
tributario, basada en la posesión de bienes raíces y en una fiscalidad
aberrante sobre las clases más desfavorecidas y que no tiene nada que ver con
la producción de riqueza y mucho menos con su distribución). Ese modelo
económico, además, requiere altos niveles de autoritarismo y corrupción, siendo
inseparable de ambos fenómenos. Si a estos unimos la presencia del Islam con su
innata incapacidad para estimular el desarrollo económico, así como la presión
demográfica, veremos que la situación del sur del Mediterráneo es, en estos
momentos, explosiva y es normal que los regímenes de la zona encomienden su
futuro a los buenos oficios de los marines y del Departamento de Estado
Norteamericano.
La orilla Sur
ha fracaso económicamente, políticamente es un hervidero de resentimientos y de
corruptelas y socialmente está anclada en la edad media y el modelo económico
rentista hace imposible que cristalice una burguesía media con capacidad
suficiente como para que pueda desempeñar algún papel democratizador o
“ilustrado”. Los problemas sociales no
se traducen en un aumento de los movimientos sociales laicos de protesta, ni
por un aumento en la filiación de los sindicatos, ni por un radicalismo de los
partidos políticos o de los grupos obreros, sino… por un aumento del apoyo a
los partidos islamistas que con sus promesas de “justicia social” y de “redistribución
caritativa de la riqueza”, lanzan un mensaje que indudablemente cala cada vez
más en las masas desheredadas que solo contemplan una salida en la inmigración
a Europa.
Las
estructuras autoritarias y represivas de los Estados de la orilla Sur han conseguido
momentáneamente detener el ascenso del islamismo radical en algunos países
(como Argelia), desviarlo hacia actividades extraparlamentarias (como en
Marruecos con Caridad y Justicia que
se inhibe de participar en procesos electorales) o simplemente reprimiéndolo
(como en Egipto que todavía no ha cesado la presión sobre los Hermanos Musulmanes). No es raro que
estos regímenes se hayan arrojado en manos de los EEUU en un intento de
garantizar el trueque de garantizar la seguridad de sus estructuras dirigentes
a cambio de colaborar con el Pentágono, es decir, un intento de extender a todo
el mundo árabe el pacto que dura ya casi un siglo de los EEUU con la dinastía
de los Saud en Arabia Saudí. Pero así como en Arabia es fácil garantizar el
orden y controlar a la población, en el Magreb todo esto resulta mucho más
difícil, casi imposible, a la vista de las extraordinarias aglomeraciones
humanas que han aparecido en torno a las grandes ciudades y que hoy son un
semillero de radicalismo.
En la
actualidad, la opción de emprender el camino de la inmigración es una válvula
de escape para los jóvenes magrebíes: pero no durará siempre. Es cuestión de
tiempo que esos flujos (los que ya están instalados en Europa y los que no
pueden acceder a Europa) generen un resentimiento antieuropeo que se traducirá
en unos mayores índices de conflictividad tanto en política internacional en el
área mediterránea como en el interior de los países de la orilla Norte y de la
orilla Sur. Europa debe estar preparada para ese momento porque el resultado de
unas masas desesperadas galvanizadas por imanes analfabetos y aventureros puede
dar como resultado el que el desequilibrio entre la orilla Norte y la orilla
Sur se traduzca en un enfrentamiento “caliente” en la zona. Y si bien Europa es
hoy incapaz de mantener fuerzas militares ofensivas, deberá por lo menos
asegurar su defensa interior y de su estilo de vida. Si no mediante las fuerzas
armadas y de orden público, sí al menos mediante fuerzas paramilitares
organizadas como fuerzas de autodefensa de la ciudadanía.
Este va a ser
el precio a pagar por no reconocer durante 60 años las diferencias entre la
orilla Norte y la orilla Sur. Cuando las diferencias existen y son de la
magnitud que hemos expuesto, ni las buenas palabras ni el humanismo angelical
sirven para detener el conflicto: el Sur está dispuesto a “tomar” lo que el
Norte tiene ante la incapacidad de alcanzar su nivel de vida. Cuando la brecha
es tal como la existente en la actualidad, el único principio que cabe aplicar
en el Norte es el de “precaución” en relación al Sur. No se trata de poner un
puente de plata, ni de ayudar al Sur, tanto como de establecer una divisoria:
al Norte los territorios libres del Islam y al Sur los territorios islámicos,
al Sur la barbarie y al Norte la civilización, ¿y los islamistas presentes en
el Norte? Es simple: deben ser repatriados. Hace 400 años, la expulsión de los
moriscos marca el modelo a adoptar: la quinta columna del imperio otomano fue
expulsada tras intentar la insurrección, eso generó una situación muy diferente
a la que existe hoy en los Balcanes. El “principio de precaución” ante el Sur
sitúa este modelo histórico nuevamente en primer lugar…
© Ernesto Milá
– infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com
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