Sesenta y cinco años después de la desaparición del fenómeno histórico del fascismo subsisten las preguntas sobre lo que realmente fue esta doctrina política y dónde ubicarla. El fascismo histórico, a fin de cuentas, sigue presentándose como un caleidoscopio en el que es posible ver distintas realidades compartiendo el mismo espacio.
Mussolini y los fascistas de la primera época eran los primeros en decir que el fascismo es más acción que teoría y así era en realidad, pero el hecho de que en sus filas formara buen número de intelectuales y gentes que procedían de distintos sectores políticos, hizo que existiera una inevitable reflexión teórica y –lo que era peor– que cada cual diera al fascismo la orientación que mejor cuadraba con sus intereses, su historia pasada y, por qué no, con sus obsesiones y lastres originarios. El hecho, además, de que la opinión de los exponentes del fascismo cambiara a lo largo de los años, dificulta aún más la percepción de lo que fue en su conjunto el fenómeno.
Podría decirse a modo de simplificación que existieron tres variedades de fascismo que, a efectos de simplificación nos obliga a utilizar una clasificación espacial:
1) Un fascismo de “derechas”, habitualmente monárquico y conservador pero que incorporaba orientaciones nuevas surgidas en la primera postguerra europea y no se limitaba a ser la expresión de los intereses de las clases habitualmente conservadoras. Atraídos por el dinamismo anticomunista y por el deseo de orden, este fascismo exaspera la exaltación nacionalista propia de la derecha y, a diferencia de esta, tiene una vocación de “partido de masas”.
2) Un fascismo de “izquierdas” que hace especial énfasis en las ideas de “revolución social” y que enfatiza la “lucha contra el capital” (frecuentemente con la coletilla de “contra el capital judío”). Se siente anticomunista pero no en nombre del conservadurismo, sino por la sensación de que el materialismo dialéctico no es la respuesta a los problemas del momento y la oscura percepción de que más allá de la materia hay algo irreductible a ella.
3) Un fascismo “centrista” que se considera a sí mismo como una síntesis de tradición y revolución, que procura ser realista desde el punto de vista político y que se va acomodando a las distintas circunstancias cambiantes de la política. Es una forma de adaptacionismo mucho más que de eclecticismo.
Estas tres tendencias se perciben claramente en Italia (Farinacci por la izquierda, Mussolini por el centro y Roberto Rocco por la derecha), otro tanto ocurre en Alemania (con los Strasser y el propio Goebels en la izquierda, Hitler, Bormann y Goering en el centro y Himmler a la derecha) y, por supuesto, en España.
El extraño caso del fascismo español
Sin embargo en el caso español se produce un fenómeno que complica aún más las cosas. Cuando estalla la guerra civil las distintas organizaciones que podrían asimilarse a los fascismos europeos todavía no han consolidado una opción única, son, en general, débiles y se encuentran divididas en las tres tendencias habituales de todo fascismo. En este sentido, el caso español es parecido al francés, en donde un sector de los Cruces de Fuego del coronel La Rocque podrían ser considerados fascistas al igual que las Jeunesses Patriotiques et Sociales o la misma Cagoule, el sector de Doriot, a pesar de su procedencia comunista, terminó siendo la componente centrista –a la que incluso, podían añadirse varios de los “no–conformistas” de los años 30–, mientras que una serie de grupos, a partir de Le Faisceau de Georges Valois y luego el Parti Fasciste Révolutionnaire de Philippe Lamour o el Parti Républicain Syndicaliste, fueron la componente de izquierdas.
El caso francés se explica por los precedentes. El fascismo francés de derechas tenía su origen en Action Française y el de izquierdas en las concepciones sorelianas y proudhonianas (tesis de Zeev Sternhell) en determinados socialistas que durante la guerra se volvieron nacionalistas. La falta de un liderazgo único, o más bien, la existencia de distintos liderazgos, unido a ese origen, los resentimientos de Francia en relación a Alemania (y el hecho de que el “enemigo secular” de Francia se orientara a partir de los años 30 por el fascismo) y a la aparición de una cohorte de intelectuales celosos de su independencia, fueron los elementos que explican la dispersión del fascismo francés, sus distintas orientaciones e incluso la riqueza ideológica del fenómeno.
En España se dieron otras circunstancias completamente diferentes: en primer lugar la ausencia de excombatientes (salvo los presentes en el Partido Nacionalista Español del doctor Albiñana y especialmente entre sus “Legionarios” en gran medida veteranos de la guerra de Marruecos) y de un sentimiento patriótico y de solidaridad forjado en los campos de batalla. En segundo lugar el aislamiento español generado a partir de 1898 que todavía se prolongaba en los años 20 y que hacía que buena parte de la población permaneciera ajena a los nuevos movimientos europeos y manifestara desconfianza en relación a ellos. Así mismo, la solidez del anarcosindicalismo y la estabilidad de las principales fuerzas políticas de derechas e izquierdas (que tuvieron sus problemas internos –especialmente la derecha y los socialistas– pero que no supusieron grandes rupturas ni debates ideológicos en profundidad), y, finalmente, la falta de una tradición previa –a diferencia de lo que ocurría en Francia en donde los ensayos protofascistas precedieron incluso al movimiento histórico del fascismo italiano–… todo esto, en conclusión hizo que el fascismo español previo a 1936 apenas pudiera despuntar.
Dentro de ese amplio espectro existieron también las tres corrientes del fascismo internacional: un fascismo de izquierdas que estaría representado por Ramiro Ledesma y su pequeño grupo de las JONS (que apenas pasó nunca de las 200 personas, en su mayoría bachilleres, estudiantes y dependientes, aunque los fondos con los que publicó sus últimas revistas procedían paradójicamente, según ha explicado José María de Areilza, de “industriales vascos de Neguri”), Falange Española como representante del “fascismo centrista” (escarbando las opiniones de José Antonio Primo se pueden encontrar frases extremadamente conservadoras y también otras de indudable cariz “social”) y, finalmente, un “fascismo de derechas” encarnado especialmente en la figura de Calvo Sotelo y en la organización Renovación Española, mientras que la revista Acción Española y el grupo de intelectuales que se encontraban detrás, más que la expresión de las ideas de Charles Maurras en nuestro país o como un protofascismo, podría ser considerada como puntal de ese “fascismo de derechas” que siempre existió en Europa. Este estudio está consagrado precisamente a esa componente de derechas.
Las dificultades que encierra son evidentes: entre la derecha liberal española y la derecha fascista de los años 30 existen espacios comunes, zonas grises en las que es difícil determinar dónde está la frontera.
Habitualmente, ha quedado para la historia que el “fascismo español” lo compusieron José Antonio Primo y sus colaboradores en primer lugar, luego Ramiro Ledesma (figura prácticamente solitaria) y, en ocasiones incluso se ha considerado al Doctor Albiñana y a su Partido Nacionalista como el representante de un protofascismo o de un fascismo de derechas (que ciertamente lo era). Pero también hay que valorar el elemento “cuantitativo”. Ramiro Ledesma siempre estuvo acompañado por ínfimas minorías de gente extremadamente joven. Su valor como teórico no venía acompañado de un carisma que le facilitase la atracción, no sólo de masas, sino de pequeños núcleos de colaboradores. En lo que se refiere a Falange Española seguramente estuvo en una proporción militante de 500 a 1 en relación al grupo de Ramiro Ledesma, pero al estallar la guerra civil, Falange era todavía un grupo incipiente y ya en clandestinidad del que resultaba muy difícil saber cómo hubiera evolucionado con el tiempo y hacia dónde (como indicativo podemos apuntar que los grupos émulos de Falange Española que nacieron en Venezuela y Chile evolucionaron hacia la democracia cristiana en décadas posteriores, la Falange Boliviana mantuvo su componente fascista y otro tanto la libanesa hasta los años 80). Todo esto palidecía frente a la “derecha fascista española” representada por Renovación Española, Calvo Sotelo y la revista Acción Española, conjunto que disponía de incomparablemente más efectivos, de diputados en Cortes y, lo que es más importante, de un nutrido grupo de intelectuales conservadores que miraban con una simpatía creciente al fascismo.
De ahí que estimemos que el error de los estudios sobre el “fascismo español” haya consistido en centrarse sobre Falange Española y el grupo de Ramiro Ledesma, cuando en realidad el eje central debería haber sido la “derecha fascista”. Si no lo fue se debió a distintas circunstancias: de un lado el que en la “unificación” franquista participaran oficialmente de un lado “FE–JONS” y de otro la Comunión Tradicionalista. La “derecha fascista” pareció quedar disuelta (aunque de hecho se integró en el movimiento franquista directamente y tuvo –como veremos– un peso indudable en el aparato franquista) en ese magma. Por otra parte, buena parte de los estudios sobre el “fascismo español” han sido elaborados por gente procedente de la izquierda o por liberales de derecha que habitualmente se cebaban en el hecho de que la doctrina nacional–sindicalista jamás estuvo concluida, ni presentada en forma de doctrina orgánica. La tesis era que “el fascismo español optó por los puños y las pistolas antes que por las ideas”. Además, buena parte de la “derecha fascista español”, tras el marasmo de la guerra civil, de la postguerra europea, volvió a reciclarse como “derecha–derecha” y quiso olvidar sus devaneos con el “fascismo español”. En general, los supervivientes volvieron a confesarse monárquicos (“juanistas” en varios casos) o bien a sentar las bases doctrinales del franquismo cuando su período “fascista imperial” (1939–1943) quedaba ya lejos.
Por todo ello existen pocos estudios consagrados a Renovación Española y menos aún a Acción Española y la mayoría de los que existen sitúan a este sector dentro de la derecha–derecha y no en el área del “fascismo español”. Lo que nosotros hemos intentado hacer es justamente desplazar el eje del “fascismo español” a este sector, a la “derecha fascista española” que, en nuestra opinión, constituye lo esencial del fenómeno fascista en España, tanto numérica como intelectualmente.
Para entender las fuentes doctrinales de ese sector es preciso efectuar un repaso por el pensamiento de Charles Maurras.
2. Charles Maurras en España
a. El pensamiento de Maurras
A finales del siglo XIX, Charles Maurras inició una teorización personal de carácter global a partir del coyuntural Caso Dreyfus. Esta teorización que integró elementos procedentes de distintos orígenes debería renovar el horizonte del nacionalismo francés y darle un tono muy distinto al que había tenido hasta ese momento hasta el punto de dar coherencia a las ideas de la derecha monárquica no solamente en Francia sino en otros países europeos en donde su obra fue leída y, lo que es más importante, sentando una de las bases doctrinales del fascismo. En efecto, la influencia del pensamiento maurrasiano es perceptible en el nacionalismo y en el corporativismo fascista.
Las ideas de Maurras pueden sintetizarse en estos puntos:
1. Reconversión del positivismo, amputándolo de ideas masónicas, seudomísticas y progresistas y aplicándolo a la política francesa. Se trataba de una forma de racionalismo extremo (Gonzáles Cuevas recuerda que Maurras siempre alardeó de haber llegado a sus conclusiones por métodos “estrictamente inductivos y empíricos”). Necesidad de subordinar la crítica a la observación mediante el recurso a la sociología, la biología y la historia.
3. A partir de estos dos elementos (positivismo y pensamiento conservador) Maurras elabora su método al que llama“empirismo organizador”. Esta forma de empirismo aspira, no solamente a intentar describir el pasado sino a utilizarlo como trampolín para el futuro. Aspira también, a partir de estos elementos, a sentar una sólida base para la acción política. El “empirismo organizador” le lleva inmediatamente a establecer que toda sociedad para ser viable y poderse prolongar en el tiempo precisa de un “principio de orden”.
4. La sociedad debe regirse por “principios naturales” (esto es, independientes de la voluntad humana). Cada sociedad debe descubrir sus propias leyes a las que deben someterse todos sus elementos. En tanto que “agregado natural”, la sociedad se rige por los principios de “orden, autoridad y jerarquía” y la función de todo gobierno es asegurar la continuidad de esa sociedad.
5.La instauración de la civilización hace que los grupos sociales evolucionen desde la familia hasta la nación. La nación se sitúa como estadio supremo de civilización, especialmente desde la Paz de Westfalia. Es superior a los individuos que la componen y a las clases y castas en las que está dividida.
6.El gran enemigo de la nación es el individualismo presente en las “tres R” que Maurras constantemente anatemizaba (Reforma, Revolución, Romanticismo). Para Maurras, la reforma protestante supone el primer despunte del individualismo. Los románticos introducían el sentimentalismo junto al individualismo distorsionando su visión del pasado y negando la racionalidad. Finalmente, la revolución de 1789 fue un atentado contra la tradición francesa que Maurras consideraba “católica y monárquica”. La República, además, había dado alas a los “cuatro estados confederados: protestantes, judíos, masones y extranjeros, que llevaron a la derrota de Francia ante Prusia en 1870.
7.De estos fenómenos la revolución de 1870 era, sin duda, el más perverso: una nación es fuerte cuando las partes que la componen lo son también. La República, debilitando a las regiones, instaurando un jacobinismo absorbente, disolviendo los gremios, arrancando Francia de su tradición, hizo que la nación cayera por la pendiente de la decadencia. La República, inevitablemente, tendía a la burocratización como producto del jacobinismo centralizador.
8. Tras la demagogia de los “derechos del hombre y del ciudadano”, tras las proclamas sobre la “libertad, la igualdad y la fraternidad”, lo que ofrecía la revolución era la división de la nación y del cuerpo electoral en partidos políticos, y el sometimiento del conjunto del cuerpo social a las oligarquías económicas.
9. En su “empirismo organizador”, Maurras advertía que el catolicismo era el cemento de Francia a pesar de que él careciera de fe. Consideba que el cristianismo primitivo era anárquico y disolvente, pero la romanidad lo corrigió y reconvirtió en “catolicismo”. El catolicismo en Francia había sido un factor de orden social y así debía seguir siéndolo en el futuro.
10. La doctrina política de Maurras, elaborada a partir de los anteriores principios, le llevaba a enunciar un “nacionalismo integral” en el que, al frente de la Nación, se encontraba el monarca “tradicional, legítimo y representativo” (los mismos términos que utilizó el franquismo para reinstaurar la monarquía con la Ley Orgánica del Estado de 1967) junto a los valores católicos y clásicos. Los sistemas con base electiva llevan a la Nación a las “3 D”: división, desorganización, discontinuidad en el ejercicio del poder.
11.La monarquía, pues, no debía ser parlamentaria y ni siquiera debían existir los partidos políticos. El monarca asumiría y ejercería la totalidad del poder, sin embargo existiría una “cámara corporativa” de representación de la Nación en la que estarían presentes representantes de los distintos “cuerpos intermedios” de la sociedad (nuevamente se ve aquí la influencia que tuvo el maurrasianismo en la elaboración de la Ley Orgánica del Estado de 1967 que instauró la llamada “democracia orgánica” que creó un “parlamento” formado por “tres tercios”: el familiar, el sindical y el corporativo). La monarquía debía ser pues garante de las autonomías regionales y corporativas (lo que en España se llamó “foralismo”). La influencia de la Iglesia, una vez restaurada, serviría de cemento moral a la sociedad.
Tal era el esquema del pensamiento maurrasiano que nació en los últimos años del siglo XIX y consiguió ser la doctrina que contó con más predicamento entre los jóvenes y los estudiantes hasta finales del primer cuarto del siglo XX, cuando la organización política constituida por Maurras, Action Française, empezó a sufrir las primeras disidencias de grupos que empezaban a fijarse en el modelo fascista italiano.
Al aparecer en escena Benito Mussolini, Maurras vio en él a un socialista emancipado del economicismo, de la partidocracia y de la lucha de clases. Se dejó fascinar por la cohabitación entre el Duce y la monarquía de los Saboya, solamente en una segunda fase empezó a entrever que el estatismo mussoliniano relegaba a la monarquía muy a segundo plano.
En cierto sentido tenían razón aquellos jóvenes militantes de Action Française que acusaban a Maurras de haberse “quedado anticuado” hacia finales de los “felices 20”. Maurras y su “nacionalismo integral” supusieron la cristalización del pensamiento de derechas que hasta su irrupción en la escena política no había conseguido formar un cuerpo doctrinal sólido y estable. Con Maurras lo que el “nacionalismo integral” realiza es concluir un paréntesis que abarca desde la revolución de 1789 hasta el caso Dreyfus, período en el que tan solo aparecen “destellos” de una teoría política de derechas, pero nadie tiene la altura intelectual para realizar una síntesis actualidad: De Maistre es casi pre–revolucionario, Bonald se limita a realizar una defensa cerrada del antiguo régimen sin aspirar a forjar una doctrina coherente y actualizada; y en cuanto a Fustel de Coulanges, literalmente estaba embebido por sus estudios históricos.
Todos estos intentos se reconocían en “la derecha” en la medida en que ese era el lugar en el que se habían sentado los diputados monárquicos en la Asamblea Nacional durante la Revolución Francesa. La síntesis realizada por Maurras es casi titánica y explica perfectamente por qué su construcción intelectual atrajo a dos generaciones de jóvenes franceses de excelente nivel cultural y porqué todavía hoy Action Française sigue existiendo. Explica también el motivo por el que algunos brillantes ensayistas españoles del primer tercio del siglo XX, repararon en su figura, leyeron sus obras y encontraron fuentes de inspiración. Esto explica también porqué incluso en un período tardío (1967) la construcción política que se quiso crear en España para perpetuar el franquismo llevaba en buena medida el sello maurrasiano.
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