jueves, 14 de octubre de 2010

Renovación Española y Acción Española, la derecha fascista (V de VI). c) Los monárquicos durante la II Republica. Doctrina y situación

Infokrisis.- El 3 de enero de 1978 se presentaba un nuevo partido político en Madrid que, sorprendentemente llevaba el nombre de Renovación Española y, por aquello de la “coherencia” era todo lo que el partido histórico que llevaba ese nombre había negado y renegado. A la cabeza de la formación se encontraba José Antonio Trillo, hombre de Fraga, quien declaró que el partido era “auténticamente liberal, renovador, progresista y profundamente democrático”. Los huecos de Calvo Sotelo, Maeztu y Goicoechea se habrían estremecido en sus tumbas de oír el paradigma. Sería irrelevante saber qué llevaban en la cabeza los fundadores de la organización de la que no volvió a hablar mucho en los meses siguientes. De lo que no cabe la menor duda era que, aun ostentando el mismo nombre, la sedicente Renovación Española fundado en 1879 no solamente no tenía nada que ver con el partido histórico que llevó este nombre, sino que era su inversión casi completa. Tan sólo les unía tenuemente el monarquismo. Nada más. El camino que se había abierto en 1931 para la formación de Renovación Española había sido largo y difícil, nada que ver con la recomposición de la derecha en la transición.

Víctima de sus propios errores y de los de la dictadura, la monarquía borbónica había caído el 14 de abril de 1931. Con el dictador exiliado en París y el monarca en Roma, el derrumbe cogió a la derecha con el paso cambiado y anegada entre las masas que clamaban por la República. La dictadura había intentado organizar un partido, la Unión Patriótico, que cuajó solamente el tiempo en el que Primo de Rivera estuvo en el poder, siendo sustituida luego por la Unión Monárquica Nacional y el Centro Constitucional en el que figuraban mauristas y regionalistas. Ambos partidos se declaraban monárquicos, aunque el segundo con cierta timidez. El resto del monarquismo estaba dividido entre opciones más o menos excéntricas sino exóticas (los monárquicos alfonsinos proletaristas del Partido Laborista de Eduardo Aunós que miraba con simpatía al fascismo italiano, el Partido Socialista Monárquico, Reacción Ciudadana, Acción Nobiliaría y así sucesivamente) que demuestran la falta de liderazgo y el confusionismo confuso que reinaba en la derecha monárquica de la época. El intento más serio de constituir un polo monárquico, fue sin duda la creación del Círculo Monárquico Independiente que intentó reunir a los diputados monárquicos presentes en distintas formaciones parlamentarias y darles unos objetivos únicos (en Europa existían organizaciones similares en aquel momento y extremadamente influyentes como el Deustche Herrenklub). Pero en aquel momento de inestabilidad política era muy difícil que alguien tuviera valor para asumir la opción del bando derrotado: la caída de la dictadura, las elecciones de abril de 1931 y la quema de conventos del mes siguiente evidenciaron cómo iba a ser el ciclo que se abría en la Historia de España y no dejaban dudas sobre la inestabilidad futura. Para colmo, las quemas de conventos dieron a la derecha, mayoritariamente católica y monárquica, la sensación de que iba a ser imposible convivir con los republicanos. La guerra civil estaba implícita desde el mismo momento de la proclamación de la República.

En aquel mamen despuntó la figura de Ángel Herrera Oria, un publicista católico que fundaría el diario El Debate y lo que fue más importante, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Se trataba de una asociación cuya finalidad era formar doctrinal y técnicamente a personas cualificadas de la sociedad civil capaces de asumir la defensa de los intereses de la Iglesia. Herrera Oria –que luego se ordenaría sacerdote y terminaría su vida como cardenal- impulsó la formación de un partido moderado católico que incorporara especialmente a sectores moderados de las clases medias, entonces mayoritariamente católicas y ansiosas de orden y estabilidad. Ese partido fue Acción Nacional que pronto debió cambiar el nombre por Acción Popular por imposición gubernativa. La inmensa mayoría de sus miembros eran monárquicos pero situaron por encima de todo la defensa de la Iglesia y de los intereses de las clases medias asustadas por el avance del comunismo y la radicalización del socialismo español.

Pero el hecho de que Acción Popular no situara entre sus ideales la defensa de la monarquía, hizo que quienes situaban este principio por encima de otro, pasaran a constituir nuevas organizaciones o a reforzar las ya existentes. Y esto llevó a la reorganización de las dos ramas del monarquismo español: los monárquicos alfonsinos y los monárquicos carlistas. Estos últimos tenían una organización fuerte en algunas regiones que ya había demostrado su arraigo en tres guerras carlistas pero también manteniendo siempre diputados en Cortes. Sectores enteros alfonsinos pasaron al carlismo junto a integristas, partidarios de Primo de Rivera y e Vázquez de Mella, etc, formando la Comunión Tradicionalista que, además de reunir a los reductor tradicionales del carlismo incorporaba también a amplios sectores andaluces. Es en ese contexto en el que personaje como el Conde Rodezno, presidente del tradicionalismo carlista conciben la idea de fusionar a las dos ramas monárquicas dando pasos en esa dirección.

Los alfonsinos eran conscientes de que les faltaba una base doctrinal coherente y que, precisamente por eso, les había sido imposible garantizar la estabilidad de la monarquía y el régimen de Primo de rivera. Así pues de lo que se trataba era de crear esas bases doctrinales. De ahí surgió, como hemos visto, la revista Acción Española. Luego, la “sanjurjada” (sublevación militar del general Sanjurjo en Sevilla que no logró extenderse a otras capitanías) provocó la dispersión de la derecha radical ya mayoría de cuyos dirigentes fueron deportados al Sáhara. Esta sublevación demostró que todavía existían, no solamente dos ramas monárquicas, sino también dos actitudes: en efectos, mientras los alfonsinos apoyaron el golpe, los carlistas se mantuvieron al margen al no estar dispuestos a participar en un movimiento que supusiera la restauración de la monarquía Alfonsina. Es en ese momento, cuando Vegas Latapié inicia la difusión del pensamiento de Charles Maurras y del tradicionalismo español de Balmes, Donoso, Menéndez Pelayo y demás tradicionalistas del XIX, a través de Acción Española. Y es esta revista la que se convierte en el escenario de la ósmosis entre las dos corrientes. Si bien la mayoría de la redacción era alfonsina, también colaboraron asiduamente el Conde de Rodezno y Víctor Pradera.

Las ideas que daban solidez a este proyecto habían sido elaboradas especialmente por Ramiro de Maeztu y podían sintetizarse así:

1) El mejor momento de nuestra historia fue el Imperio constituido a partir de los Reyes Católicos, por tanto cualquier forma de Estado que se aplicara en España no podía ser sino la continuación y la herencia de aquel afirmado en 1492.

2) El liberalismo rompió la memoria de nuestro pasado y abrió el camino a la decadencia, se trataba, por tanto, de rechazar cualquier tentación y cualquier forma de liberalismo.

3) La monarquía tradicional era la forma de Estado que mejor convenía a nuestro pueblo en la medida en que rompía con el liberalismo y encarnaba mejor nuestro pasado.

4) El rey era moderador entre los distintos poderes y el más cualificado para alcanzar el bien común, siendo el elemento integrador de clases, regiones, opiniones e intereses.

5) Lo hereditario de la institución monárquica garantizaba siempre la estabilidad y la continuidad del régimen y se concebía a ésta como “monarquía tradicional” esto es, alejada de dos polos, el absolutismo y la monarquía constitucional: el rey no sería ni un autócrata ni una figura decorativa, sería el moderador y garante de la unidad del Estado y de la autonomía de las partes que lo componían.

6) Los organismos representativos de la población no serían constituidos en base a partidos políticos, sino a criterios corporativos y orgánicos.

Tal era la doctrina monárquica, unánimemente aceptada durante la II República y que difundían los redactores de Acción Española y que encontrarían su plasmación programática en Renovación Española y en su figura señera, José Calvo Sotelo.

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