Infokrisis.- Si nos atenemos al diccionario, "aburrimiento" es tedio, fastiDio, abandono de sí mismo, originado por disgustos, molestias y causas físicas o morales. La etimología nos facilita otro dato; derivado de "ab horrere", significa "tener horror". Para los antiguos aburrirse equivalía a incomodarse ante algo. Este sentido, aun está presente en frases como "he aburrido tal o cual cosa", para indicar aversión hacia algo que cansa o genera disgusto. En esta civilización, tan alejada de los orígenes clásicos, el aburrimiento ocupa un lugar central. Para contenerlo y superarlo se han edificado diques de contención basados en la transformación del aburrimiento en diversión. Esto ha generado la lucrativa industria del ocio. Lejos han quedado los refranes que prevenían ante el ocio como "madre de todos los vicios". Desde el punto de vista de la moral católica el ocio es considerado como una perversión al abrir la puerta al peor de todos los vicios, el de la carne, infringir la ley bíblica del trabajo y ser, finalmente, contrario a las leyes de la Naturaleza. La diversión es el acto de cambiar de rutina, entrar en una dinámica nueva -"diversa"- que suponga un pasatiempo o recreo.
Lo esencial en la diversión es que ocurre algo que gusta o entretiene. El tiempo en el que nada sucede, aquel que no sirve para realizar ninguna tarea, queda suprimido por su propia inmovilidad; se detiene y nos parece vacío. Pues bien, eso es el aburrimiento.
EL ABURRIMIENTO Y EL JUEGO
El ser humano no es aburrido por naturaleza. Raramente los más jóvenes se aburren. El niño sano experimenta tedio sólo con los juguetes impuestos por sus padres; una vez probados y desaparecida la atracción por la novedad, el niño regresa a sus juguetes: y lo hace por que son suyos. Ya desde la infancia, la imaginación es la garantía de no rendirse ante el aburrimiento. Los niños enfermizos -o producto, más bien, de una sociedad enfermiza- se aburren continuamente. Guiados por el deseo de posesión de nuevos y más espectaculares juguetes, al satisfacerlo, caen nuevamente en el aburrimiento.
Nuestra civilización es la primera que ha creado juguetes aburridos pero de los cuales el niño no puede zafarse. Son los juegos "adictivos". En ellos la capacidad de superar la puntuación obtenida en la partida anterior, mediante la rectificación y el recurso a una nueva partida, se convierten en una carrera sin fin con la meta más y más alejada. El juego tradicional estimula la imaginación, el moderno la adicción. La primera es una actividad creativa del intelecto y del espíritu. La adicción, por el contrario, es una actualización mecánica de un proceso hipnótico que absorbe la personalidad.
La esencia del trabajo: el aburrimiento
Hasta no hace mucho se consideraba el trabajo como la actividad más baja que podía realizar un ser humano. No en vano era un castigo. Al inventarse el trabajo en cadena se decía que cuando los obreros estuvieran familiarizados con los movimientos mecánicos que debían ejecutar, aprovecharían el tiempo de trabajo para leer y adquirir una mayor cultura. Esto se ha revelado falso y mendaz. Frecuentemente el trabajador se ve asaltado por la sensación de repetición, vacío y oscuridad. Una tarea mecánica (apretar un tornillo) o intelectual (impartir la misma clase) mil veces repetida hurta el aliciente de la novedad que hace cualquier instante radicalmente diferente de otros. El no reconocerse en el trabajo realizado genera el peor de todos los vacíos, el interior. Finalmente, el vacío y la repetición, traen la oscuridad, esa sensación de tristeza y abatimiento ante lo cotidiano. Pero ¿podría ser de otra manera?
Un zapatero remendón coloca en un día mil clavos y siente que su vida es plana y triste. Otro, en el sillín de al lado, coloca otros mil clavos y colocaría mil más si hiciera falta; su trabajo solo le reporta satisfacciones. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro? El primero hace que cada instante sea igual a otro, cada clavo repite una y mil veces el clavo anterior y los millones de clavos que serán golpeados hasta su muerte. El segundo, por el contrario, vive el aquí y el ahora, cada instante de eternidad es, con sus matices y modulaciones, radicalmente diferente de cualquier otro; le guía la persecución de la obra bien hecha; ama a su trabajo; el primero lo considera un medio para ganarse la vida; poco a poco, se da cuenta de que a fuerza de ganarse la vida, la va perdiendo; eso le desespera y consume. En un primer estadio se ha convertido en un hombre aburrido; pero todo aburrimiento, de persistir, termina en desesperación.
El empleado no es dueño de su trabajo, ni puede disponer de su tiempo ni de su vida. Al depender de otros ejerce un trabajo alienado. Hoy todos dependemos de alguien. Jefes de Estado y grandes dirigentes empresariales, realizan su trabajo por cuenta de terceros y siempre se ven, en mayor o menor medida, condicionados. Incluso los trabajos creativos se ven sometidos a rutinas que terminan restándoles expontaneidad y convirtiéndolos en aburridos.
La cuestión es si el trabajo puede ser algo más que una autopista hacia el aburrimiento. Solo dos tipos de trabajos han hecho innecesaria la búsqueda del ocio: el artesano y el campesino. El campesino está sometido al ritmo de las estaciones. No hay dos semanas en las que el clima, para el hombre que vive cerca de la naturaleza, sea idéntico. Cada día tiene su patrono y cada patrono su actividad característica. En invierno se arregla la casa y se prepara el campo; en primavera se siembra, a finales del verano la cosecha; en otoño, las conservas y así sucesivamente. El artesano hizo de su trabajo un estilo de vida y una forma de meditación. En Barcelona cada día del Corpus los últimos menestrales oyen misa en la Plaza Nueva, ante la Catedral; si se les observa con respeto y detenimiento percibe en ellos una sensación de paz interior, hoy ausente en los trabajadores industriales o en los del sector servicios. Sus sienes blancas encuadran rostros serenos, se diría que la crispación y los excesos no van con ellos. Esos menestrales -barberos, albañiles, carpinteros, afiladores, curtidores- han trabajado casi medio siglo sin aburrirse. Y lo han conseguido gracias a una educación que les hacía vivir el aquí y ahora; la obtención de la obra perfecta, era prueba de un completo dominio y conocimiento de sí mismo. El trabajo no era una carga, sino una Vía.
COBERTURAS AL ABURRIMIENTO
El sexo, la política, el trabajo, el estudio, los mass-madia, la familia, pueden llegar a ser coberturas a nuestro vacío existencial. La masificación de los espectadores en las gradas de cualquier estadio de fútbol es uno de los espectáculos más sorprendentes de la modernidad. Una masa que, despersonalizada y sin rostro, goza y olvida su aburrimiento, nos muestra de qué sencilla manera puede olvidarse el vacío de lo cotidiano, mediante el recurso inofensivo a una cobertura. Gracias al deporte convertido en espectáculo, cada día, en el estadio o ante el televisor, millones de personas olvidan sus problemas, olvidan que existen, que aman y son amados, para vivir a través de los colores de su club. Países enteros dan muestras de locura colectiva cuando su equipo de futbol o de boley-playa, no importa, gana o pierde. La patria y la nación se viven a través de unos colores vestidos por unos jugadores mercenarios, cuyos patronos han convertido sus músculos en mercancía. No solo los comportamientos de los espectadores son culturalmente regresivos -violencia, agresividad, descargas emotivas, reacciones bruscas de júbilo o desesperación- sino que el status de los futbolistas supone un retorno a la esclavitud entendida como la compra-venta de carne humana. La sociedad post-industrial ofrece un destino desproporcionado, a los grandes deportistas; solo que por exceso. El esclavo antiguo recibía un trato igualmente desproporcionado, por defecto, apenas alimento y techo. Pero tras los oropeles y lujos los deportistas no deben olvidar que su personalidad ha sufrido un proceso de "cosificación", no son ellos mismos, se han transformado en mera mercancía.
LAS DOS FORMAS DE ABURRIMIENTO
El aburrimiento se denota por algunos signos físicos, el bostezo es uno de ellos. Pero no todo bostezo indica aburrimiento, también puede ser producto del cansancio, fatiga o de la falta de sueño, como no todo llanto es producto de la tristeza, sino que puede serlo de las emanaciones de una cebolla o la risa no evidencia necesariamente un estado de alegría, sino que puede ser producida por un gas hilarante, unas cosquillas o una situación de miedo. Así pues la existencia de signos físicos no bastan para evidenciar el aburrimiento, éste es algo más profundo, denota un estado de espíritu. También los animales bostezan aun cuando su naturaleza irracional no pueda conocer la naturaleza del aburrimiento. La característica del animal es que deviene sín más posibilidad que discurrir en un tiempo que no es suyo; el humano, puede salvarse de la corriente del devenir, dando a su interioridad una dimensión, la del Ser. Ser es lo contrario que Devenir, inmóvil uno, dueño del tiempo, se contrapone a la noción del fluir interminable de una existencia que se colma en el devenir. El hecho de que muchos contemporáneos ni siquiera lleguen a percibir la diferencia entre Ser y Devenir puede ser tenido como un signo de regresión cultural y desecamiento del espíritu.
Para que haya aburrimiento debe haber racionalidad, es decir, conciencia de sí mismo, aunque sea atenuada. Tal conciencia facilita la sensación de posesión del tiempo. Estamos en el tiempo -como los animales, las plantas y los minerales- pero, además, "tenemos tiempo". Saber que disponemos de tiempo y no lo utilizamos debería de producir una sensación de desesperación; pero eso no es el aburrimiento, el aburrimiento es la descomposición de esa desesperación en el tiempo. A él se puede llegar de forma activa, por saturación y agotamiento de experiencias que, alcanzado un punto, ya no pueden reportar nada nuevo, o bien de manera pasiva, por desinterés y ausencia de experiencias.
El tiempo, sin ejecución de una actividad cualquiera -material, intelectual, deportiva, lúdica- no es nada, tiempo vacío, y queda suprimido por su propia vacuidad. En ocasiones este proceso se vive dramáticamente. El saber que nuestra perspectiva de aburrimiento es indefinida o muy prolongada puede tener un carácter destructivo. Los presos o los ancianos viven esta sensación de forma externa. El mayor castigo para el preso no son los barrotes ni los cuatro muros de la prisión, sino el no estar en condiciones de dar al propio tiempo un contenido y saber que éste va pasando inexorablemente sin perspectiva. Otro tanto ocurre con los ancianos que se han resignado a morir y cuyas fuerzas no están en condiciones de encarrilarlos hacia una actividad creativa. Lo contrario de aburrimiento, no es ocio, sino creación. La creación es quizás la acepción más elevada de diversión.
EL DEPORTE COMO COBERTURA AL ABURRIMIENTO
Lo sorprendente de un partido de fútbol o de cualquier otra competición deportiva que despierte entusiasmos masivos es que no es nuestra actividad lo que nos entretiene, sino el observarla en terceros. Buscamos fuera lo que no encontramos dentro en un mero placer voyerista que se acentúa gracias al efecto multiplicador de otros situados ante, detrás nuestro, a un lado y a otro. Somos pequeños y aburridos, pero amparados en esa masa y en el espectáculo nos sentimos crecer y divertirnos.
Lo esencial en la diversión es que ocurre algo que gusta o entretiene. El tiempo en el que nada sucede, aquel que no sirve para realizar ninguna tarea, queda suprimido por su propia inmovilidad; se detiene y nos parece vacío. Pues bien, eso es el aburrimiento.
EL ABURRIMIENTO Y EL JUEGO
El ser humano no es aburrido por naturaleza. Raramente los más jóvenes se aburren. El niño sano experimenta tedio sólo con los juguetes impuestos por sus padres; una vez probados y desaparecida la atracción por la novedad, el niño regresa a sus juguetes: y lo hace por que son suyos. Ya desde la infancia, la imaginación es la garantía de no rendirse ante el aburrimiento. Los niños enfermizos -o producto, más bien, de una sociedad enfermiza- se aburren continuamente. Guiados por el deseo de posesión de nuevos y más espectaculares juguetes, al satisfacerlo, caen nuevamente en el aburrimiento.
Nuestra civilización es la primera que ha creado juguetes aburridos pero de los cuales el niño no puede zafarse. Son los juegos "adictivos". En ellos la capacidad de superar la puntuación obtenida en la partida anterior, mediante la rectificación y el recurso a una nueva partida, se convierten en una carrera sin fin con la meta más y más alejada. El juego tradicional estimula la imaginación, el moderno la adicción. La primera es una actividad creativa del intelecto y del espíritu. La adicción, por el contrario, es una actualización mecánica de un proceso hipnótico que absorbe la personalidad.
La esencia del trabajo: el aburrimiento
Hasta no hace mucho se consideraba el trabajo como la actividad más baja que podía realizar un ser humano. No en vano era un castigo. Al inventarse el trabajo en cadena se decía que cuando los obreros estuvieran familiarizados con los movimientos mecánicos que debían ejecutar, aprovecharían el tiempo de trabajo para leer y adquirir una mayor cultura. Esto se ha revelado falso y mendaz. Frecuentemente el trabajador se ve asaltado por la sensación de repetición, vacío y oscuridad. Una tarea mecánica (apretar un tornillo) o intelectual (impartir la misma clase) mil veces repetida hurta el aliciente de la novedad que hace cualquier instante radicalmente diferente de otros. El no reconocerse en el trabajo realizado genera el peor de todos los vacíos, el interior. Finalmente, el vacío y la repetición, traen la oscuridad, esa sensación de tristeza y abatimiento ante lo cotidiano. Pero ¿podría ser de otra manera?
Un zapatero remendón coloca en un día mil clavos y siente que su vida es plana y triste. Otro, en el sillín de al lado, coloca otros mil clavos y colocaría mil más si hiciera falta; su trabajo solo le reporta satisfacciones. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro? El primero hace que cada instante sea igual a otro, cada clavo repite una y mil veces el clavo anterior y los millones de clavos que serán golpeados hasta su muerte. El segundo, por el contrario, vive el aquí y el ahora, cada instante de eternidad es, con sus matices y modulaciones, radicalmente diferente de cualquier otro; le guía la persecución de la obra bien hecha; ama a su trabajo; el primero lo considera un medio para ganarse la vida; poco a poco, se da cuenta de que a fuerza de ganarse la vida, la va perdiendo; eso le desespera y consume. En un primer estadio se ha convertido en un hombre aburrido; pero todo aburrimiento, de persistir, termina en desesperación.
El empleado no es dueño de su trabajo, ni puede disponer de su tiempo ni de su vida. Al depender de otros ejerce un trabajo alienado. Hoy todos dependemos de alguien. Jefes de Estado y grandes dirigentes empresariales, realizan su trabajo por cuenta de terceros y siempre se ven, en mayor o menor medida, condicionados. Incluso los trabajos creativos se ven sometidos a rutinas que terminan restándoles expontaneidad y convirtiéndolos en aburridos.
La cuestión es si el trabajo puede ser algo más que una autopista hacia el aburrimiento. Solo dos tipos de trabajos han hecho innecesaria la búsqueda del ocio: el artesano y el campesino. El campesino está sometido al ritmo de las estaciones. No hay dos semanas en las que el clima, para el hombre que vive cerca de la naturaleza, sea idéntico. Cada día tiene su patrono y cada patrono su actividad característica. En invierno se arregla la casa y se prepara el campo; en primavera se siembra, a finales del verano la cosecha; en otoño, las conservas y así sucesivamente. El artesano hizo de su trabajo un estilo de vida y una forma de meditación. En Barcelona cada día del Corpus los últimos menestrales oyen misa en la Plaza Nueva, ante la Catedral; si se les observa con respeto y detenimiento percibe en ellos una sensación de paz interior, hoy ausente en los trabajadores industriales o en los del sector servicios. Sus sienes blancas encuadran rostros serenos, se diría que la crispación y los excesos no van con ellos. Esos menestrales -barberos, albañiles, carpinteros, afiladores, curtidores- han trabajado casi medio siglo sin aburrirse. Y lo han conseguido gracias a una educación que les hacía vivir el aquí y ahora; la obtención de la obra perfecta, era prueba de un completo dominio y conocimiento de sí mismo. El trabajo no era una carga, sino una Vía.
COBERTURAS AL ABURRIMIENTO
El sexo, la política, el trabajo, el estudio, los mass-madia, la familia, pueden llegar a ser coberturas a nuestro vacío existencial. La masificación de los espectadores en las gradas de cualquier estadio de fútbol es uno de los espectáculos más sorprendentes de la modernidad. Una masa que, despersonalizada y sin rostro, goza y olvida su aburrimiento, nos muestra de qué sencilla manera puede olvidarse el vacío de lo cotidiano, mediante el recurso inofensivo a una cobertura. Gracias al deporte convertido en espectáculo, cada día, en el estadio o ante el televisor, millones de personas olvidan sus problemas, olvidan que existen, que aman y son amados, para vivir a través de los colores de su club. Países enteros dan muestras de locura colectiva cuando su equipo de futbol o de boley-playa, no importa, gana o pierde. La patria y la nación se viven a través de unos colores vestidos por unos jugadores mercenarios, cuyos patronos han convertido sus músculos en mercancía. No solo los comportamientos de los espectadores son culturalmente regresivos -violencia, agresividad, descargas emotivas, reacciones bruscas de júbilo o desesperación- sino que el status de los futbolistas supone un retorno a la esclavitud entendida como la compra-venta de carne humana. La sociedad post-industrial ofrece un destino desproporcionado, a los grandes deportistas; solo que por exceso. El esclavo antiguo recibía un trato igualmente desproporcionado, por defecto, apenas alimento y techo. Pero tras los oropeles y lujos los deportistas no deben olvidar que su personalidad ha sufrido un proceso de "cosificación", no son ellos mismos, se han transformado en mera mercancía.
LAS DOS FORMAS DE ABURRIMIENTO
El aburrimiento se denota por algunos signos físicos, el bostezo es uno de ellos. Pero no todo bostezo indica aburrimiento, también puede ser producto del cansancio, fatiga o de la falta de sueño, como no todo llanto es producto de la tristeza, sino que puede serlo de las emanaciones de una cebolla o la risa no evidencia necesariamente un estado de alegría, sino que puede ser producida por un gas hilarante, unas cosquillas o una situación de miedo. Así pues la existencia de signos físicos no bastan para evidenciar el aburrimiento, éste es algo más profundo, denota un estado de espíritu. También los animales bostezan aun cuando su naturaleza irracional no pueda conocer la naturaleza del aburrimiento. La característica del animal es que deviene sín más posibilidad que discurrir en un tiempo que no es suyo; el humano, puede salvarse de la corriente del devenir, dando a su interioridad una dimensión, la del Ser. Ser es lo contrario que Devenir, inmóvil uno, dueño del tiempo, se contrapone a la noción del fluir interminable de una existencia que se colma en el devenir. El hecho de que muchos contemporáneos ni siquiera lleguen a percibir la diferencia entre Ser y Devenir puede ser tenido como un signo de regresión cultural y desecamiento del espíritu.
Para que haya aburrimiento debe haber racionalidad, es decir, conciencia de sí mismo, aunque sea atenuada. Tal conciencia facilita la sensación de posesión del tiempo. Estamos en el tiempo -como los animales, las plantas y los minerales- pero, además, "tenemos tiempo". Saber que disponemos de tiempo y no lo utilizamos debería de producir una sensación de desesperación; pero eso no es el aburrimiento, el aburrimiento es la descomposición de esa desesperación en el tiempo. A él se puede llegar de forma activa, por saturación y agotamiento de experiencias que, alcanzado un punto, ya no pueden reportar nada nuevo, o bien de manera pasiva, por desinterés y ausencia de experiencias.
El tiempo, sin ejecución de una actividad cualquiera -material, intelectual, deportiva, lúdica- no es nada, tiempo vacío, y queda suprimido por su propia vacuidad. En ocasiones este proceso se vive dramáticamente. El saber que nuestra perspectiva de aburrimiento es indefinida o muy prolongada puede tener un carácter destructivo. Los presos o los ancianos viven esta sensación de forma externa. El mayor castigo para el preso no son los barrotes ni los cuatro muros de la prisión, sino el no estar en condiciones de dar al propio tiempo un contenido y saber que éste va pasando inexorablemente sin perspectiva. Otro tanto ocurre con los ancianos que se han resignado a morir y cuyas fuerzas no están en condiciones de encarrilarlos hacia una actividad creativa. Lo contrario de aburrimiento, no es ocio, sino creación. La creación es quizás la acepción más elevada de diversión.
EL DEPORTE COMO COBERTURA AL ABURRIMIENTO
Lo sorprendente de un partido de fútbol o de cualquier otra competición deportiva que despierte entusiasmos masivos es que no es nuestra actividad lo que nos entretiene, sino el observarla en terceros. Buscamos fuera lo que no encontramos dentro en un mero placer voyerista que se acentúa gracias al efecto multiplicador de otros situados ante, detrás nuestro, a un lado y a otro. Somos pequeños y aburridos, pero amparados en esa masa y en el espectáculo nos sentimos crecer y divertirnos.
En el espectáculo deportivo -como por extensión en cualquier otro espectáculo de masas- lo que se pretende es encontrar un mecanismo de compensación a nuestras carencias, tanto como una cobertura a nuestro nihilismo; gracias a los espectáculos cubrimos el vacío existencial y nos olvidamos que nuestra vida está asentada sobre la nada.
¿Qué ocurriría si de la noche a la mañana todo esto desapareciera? Si un buen día el mundo amaneciera sin grandes espectáculos de masas, muchos optarían por el suicidio: de no poder enorgullecerse de los colores de su club, de no poder vibrar al mismo ritmo que otros millones de personas, sin la cita semanal en el estadio ¿que les quedaría salvo el aburrimiento? pero ¿existe el aburrimiento continuo? Si, el aburrimiento continuo es la muerte de la persona, el fin del individuo, su anegación en las aguas turbulentas, oscuras y caóticas de la nada.
Es significativo el favor que gozan ciertos deportes modernos y la función que cumplen en la sociedad. Cuando un barranquista desciende por un cañón o alguién practica puenting o rafting o incluso paracaidismo, busca solamente obtener una descarga de adrenalina en su organismo que le recuerde que está vivo. Habitualmente vivimos en un estado de conciencia disminuida en la que los distintos tipos de aburrimiento se enseñorean de nuestro interior.
EL POTENCIAL CREADOR DEL ABURRIMIENTO
Un psicólogo freudiano sostenía, con tanta seriedad como ausencia de rigor científico, que si en el Norte de Europa no abundan las grandes construcciones y los monumentos religosos se debe a que siempre hubo allí una libertad sexual y una tolerancia en materia de costumbres, que espoleó la práctica del amor sexual y, por tanto, restó tiempo para dedicarlo a tareas sagradas como la construcción de catedrales. En cambio, la Europa mediterránea, se benefició -si así puede decirse- de restricciones en materia de moral sexual, así que el tiempo liberado por la ausencia de erotismo se empleó en la construcción de grandes obras y monumentos.
Para algunos, la posibilidad del aburrimiento supone un estímulo. En efecto, para evitar caer en sus mallas, son capaces de cualquier cosa; hasta de pensar. Pero el pensamiento que sale de una situación negativa -y el aburrimiento lo es- no puede ser sino negativo. Las catedrales no nacen de un tiempo de ocio, sino de una necesidad de "salvación".
El aburrimiento es un estado de espíritu en el que se permanece abatido, con la horizontalidad propia de la muerte y la atonía de lo que carece de vida. El aburrimiento se nos presenta como insufrible cuando lo vemos reflejado en otros. Nos repele la dejadez, el abandono, los bostezos y la pasividad de los aburridos y es entonces cuando decidimos no ser como ellos. De la misma forma que el espectador de un certamen de masas vive con su ocio, nosotros tenemos la necesidad de ponernos en pié y entregarnos a una gran obra, realizar una tarea que nos colme y nos compense. Ronald Reagan se dedicó a la política de puro aburrimiento, más que por voluntad de poder. Se suele decir que el candidato ideal para presidente de los EEUU es un millonario ocioso. El problema radica en que una actividad que se emprende para huir del aburrimiento, termina cuando ella misma deviene puro aburrimiento. Felipe González hubiera sido un abogadillo laboralista de pocos pleitos en Sevilla, sino hubiera sido por su voluntad de poder que lo convirtió, durante trece años, en primer espada de la política española. Luego sobrevino el aburrimiento y la dimisión final. Adolfo Suárez, gobernó para huir de los oscuros cargos burocráticos anteriores y luego, se sentó en los bancos de la oposición hasta que se aburrió de hacer oposición, hoy probablemente esté aburrido de ser solo un ex.
La historia de la humanidad es una constante lucha por eliminar la amenaza constante del aburrimiento. Por eso la historia de la humanidad es la crónica de una decadencia.
CONTRA EL ABURRIMIENTO, POR EL OCIO
Vencer el aburrimiento supone recuperar la antigua noción romana de ocio; "otium", significó el tiempo libre utilizado para recogimiento, calma y contemplación; entendiendolo como la contrapartida, sana y normal, de cualquier tipo de actividad, los griegos, según escribió, Cicerón "eran ricos, no solamente en dotes y doctrina, sino también de ocio y aplicación". De Escipión el Viejo se dijo "nunca estaba menos ocioso que cuando se dedicaba al ocio, y menos cuando estaba solo". Salustio: "Mi ocio será más útil al Estado que la actividad de otros". Séneca escribió un tratado sobre el ocio atribuyéndole los rasgos de contemplación pura.
Para todos ellos el ocio viene estrechamente conectado con la tranquilidad de ánimo del sabio y con la calma interior que permite alcanzar la contemplación: contemplación que, entendida en el sentido tradicional, no significa evasión del mundo y divagación, sino aprovechamiento interior y elevación hasta la percepción del orden metafísico. El mismo catolicismo ha dado a la expresión "sacrum otium" el contenido de una actividad contemplativa.
El hombre moderno no conoce el recogimiento, el silencio, el estado de calma y de pausa en que se puede encontrar a sí mismo y, consiguientemente, huir del aburrimiento. Conoce solamente la "distracción". En su sentido etimológico, distraerse quiere decir dispersarse mediante la búsqueda de sensaciones nuevas, excitantes, que cumplan de función de estupefacientes psíquicos. Todo para huir de sí mismo, para no encontrarse solo consigo mismo.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es http://inforksisi.globia.com
¿Qué ocurriría si de la noche a la mañana todo esto desapareciera? Si un buen día el mundo amaneciera sin grandes espectáculos de masas, muchos optarían por el suicidio: de no poder enorgullecerse de los colores de su club, de no poder vibrar al mismo ritmo que otros millones de personas, sin la cita semanal en el estadio ¿que les quedaría salvo el aburrimiento? pero ¿existe el aburrimiento continuo? Si, el aburrimiento continuo es la muerte de la persona, el fin del individuo, su anegación en las aguas turbulentas, oscuras y caóticas de la nada.
Es significativo el favor que gozan ciertos deportes modernos y la función que cumplen en la sociedad. Cuando un barranquista desciende por un cañón o alguién practica puenting o rafting o incluso paracaidismo, busca solamente obtener una descarga de adrenalina en su organismo que le recuerde que está vivo. Habitualmente vivimos en un estado de conciencia disminuida en la que los distintos tipos de aburrimiento se enseñorean de nuestro interior.
EL POTENCIAL CREADOR DEL ABURRIMIENTO
Un psicólogo freudiano sostenía, con tanta seriedad como ausencia de rigor científico, que si en el Norte de Europa no abundan las grandes construcciones y los monumentos religosos se debe a que siempre hubo allí una libertad sexual y una tolerancia en materia de costumbres, que espoleó la práctica del amor sexual y, por tanto, restó tiempo para dedicarlo a tareas sagradas como la construcción de catedrales. En cambio, la Europa mediterránea, se benefició -si así puede decirse- de restricciones en materia de moral sexual, así que el tiempo liberado por la ausencia de erotismo se empleó en la construcción de grandes obras y monumentos.
Para algunos, la posibilidad del aburrimiento supone un estímulo. En efecto, para evitar caer en sus mallas, son capaces de cualquier cosa; hasta de pensar. Pero el pensamiento que sale de una situación negativa -y el aburrimiento lo es- no puede ser sino negativo. Las catedrales no nacen de un tiempo de ocio, sino de una necesidad de "salvación".
El aburrimiento es un estado de espíritu en el que se permanece abatido, con la horizontalidad propia de la muerte y la atonía de lo que carece de vida. El aburrimiento se nos presenta como insufrible cuando lo vemos reflejado en otros. Nos repele la dejadez, el abandono, los bostezos y la pasividad de los aburridos y es entonces cuando decidimos no ser como ellos. De la misma forma que el espectador de un certamen de masas vive con su ocio, nosotros tenemos la necesidad de ponernos en pié y entregarnos a una gran obra, realizar una tarea que nos colme y nos compense. Ronald Reagan se dedicó a la política de puro aburrimiento, más que por voluntad de poder. Se suele decir que el candidato ideal para presidente de los EEUU es un millonario ocioso. El problema radica en que una actividad que se emprende para huir del aburrimiento, termina cuando ella misma deviene puro aburrimiento. Felipe González hubiera sido un abogadillo laboralista de pocos pleitos en Sevilla, sino hubiera sido por su voluntad de poder que lo convirtió, durante trece años, en primer espada de la política española. Luego sobrevino el aburrimiento y la dimisión final. Adolfo Suárez, gobernó para huir de los oscuros cargos burocráticos anteriores y luego, se sentó en los bancos de la oposición hasta que se aburrió de hacer oposición, hoy probablemente esté aburrido de ser solo un ex.
La historia de la humanidad es una constante lucha por eliminar la amenaza constante del aburrimiento. Por eso la historia de la humanidad es la crónica de una decadencia.
CONTRA EL ABURRIMIENTO, POR EL OCIO
Vencer el aburrimiento supone recuperar la antigua noción romana de ocio; "otium", significó el tiempo libre utilizado para recogimiento, calma y contemplación; entendiendolo como la contrapartida, sana y normal, de cualquier tipo de actividad, los griegos, según escribió, Cicerón "eran ricos, no solamente en dotes y doctrina, sino también de ocio y aplicación". De Escipión el Viejo se dijo "nunca estaba menos ocioso que cuando se dedicaba al ocio, y menos cuando estaba solo". Salustio: "Mi ocio será más útil al Estado que la actividad de otros". Séneca escribió un tratado sobre el ocio atribuyéndole los rasgos de contemplación pura.
Para todos ellos el ocio viene estrechamente conectado con la tranquilidad de ánimo del sabio y con la calma interior que permite alcanzar la contemplación: contemplación que, entendida en el sentido tradicional, no significa evasión del mundo y divagación, sino aprovechamiento interior y elevación hasta la percepción del orden metafísico. El mismo catolicismo ha dado a la expresión "sacrum otium" el contenido de una actividad contemplativa.
El hombre moderno no conoce el recogimiento, el silencio, el estado de calma y de pausa en que se puede encontrar a sí mismo y, consiguientemente, huir del aburrimiento. Conoce solamente la "distracción". En su sentido etimológico, distraerse quiere decir dispersarse mediante la búsqueda de sensaciones nuevas, excitantes, que cumplan de función de estupefacientes psíquicos. Todo para huir de sí mismo, para no encontrarse solo consigo mismo.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es http://inforksisi.globia.com