Infokrisis.- En 2005 publicamos con el seudónimo de "Rafael Pi" esta pequeña obra en Editorial PYRE, con una tirada de 2.500 ejemplares que nos valió algunos encontronazos con el mundo gay organizado, pero no con nuestros conocidos gays que conocían desde hacía tiempo esa posición y que la sabían desprovista completamente de prejuicios. Agotada absolutamente y sin que quede ejemplar alguno en almacén, aprovechamos para publicarla en seis entregas, una por cada capítulo.
El 30.12.04, el Consejo de Ministros aprobó el Proyecto de Ley de Matrimonios Homosexuales. Así que, bruscamente, hemos tenido que considerar, en el ámbito de esta obra, el nuevo marco legal al que el gobierno tiende. De las adopciones de niños por parejas gays, mejor ni hablemos. Vamos, voluntariamente, a eludirlo en el contexto de esta obra. La enormidad es tal que apenas merecería comentarse sino fuera para exclusivo desdoro de quien lo ha propuesto. Vayan unas líneas a ese fin.
El principio según el cuál se han realizado las adopciones, hasta la fecha, no es la satisfacción de los padres, sino el bienestar de los hijos. Veremos, a partir de ahora, cuál es el patrón para juzgar lo apropiado o no de una adopción. La ley siempre ha situado el derecho del niño a la adopción y a un marco normal y favorable para su desarrollo, como superior al deseo de los padres a adoptar a un hijo. La voluntad del padre y de la madre y su mejor intención, no bastaban para acceder a la adopción; veremos, a partir de ahora, cuál es el patrón que aconsejará o no una adopción: ¿acaso un examen psicológico?, puede ser considerado como discriminatorio y homófobo si es desfavorable; ¿el tiempo de vida en común?, entonces, habrá que bajar el listón a la vista del tiempo medio de las uniones gays (como todos los gays saben de puertas para adentro, pero niegan de puertas para afuera); sólo queda entonces, malhage, la capacidad económica... y si este es el único patrón aceptable, menuda monstruosidad.
Se ha dicho sobre este tema que la "sociedad no está lista para las adopciones gays". Falta saber si la sociedad debería estar "preparada" para algo que sólo afecta a la felicidad a la estabilidad y a la normalidad de los adoptados, no de la sociedad, ni de los adoptantes. De todas formas, el gobierno ZP estimó el 30 de diciembre de 2004 (dos días después del "Día de los Inocentes", con lo que de masacre devota evoca para unos y de broma descojonante sugiere a otros) que nuestra sociedad estaba madura para uniones y adopciones gays, y aprobó la legislación pertinente. En realidad, en los 9 primeros meses de gestión, el gobierno ZP, ha dado muestras más que suficientes de que apenas distingue entre lo que está maduro, lo que está verde y lo que está pocho. Quizás mejoren. O no.
A decir verdad, esta ley es posible que sea la única forma de saber, estadísticamente -dentro de 20 años, eso sí- qué tal les ha ido a los adoptados, y poder contabilizar si el número de divorcios es igual, superior o inferior al de parejas héteros, sacando las conclusiones pertinentes, inapelables a la luz del cálculo estadístico. Dentro de 20 años, también, sabremos, si hay víctimas de "violencia doméstica" entre las parejas gays y, como se contabilizan, a la luz de la ley previamente aprobada por el gobierno, que creaba un clima excepcionalmente proteccionista sobre la mujer, mucho más que sobre niños, ancianos o varones. Del "experimentos en casa y con gaseosa", hemos pasado al "experimentemos para confirmar lo previsible". Hay cosas sobre las que todo debate resulta inútil, hasta que no se prueban, aún a pesar de que estamos convencidos de que dentro de 20 años, algunos podremos decir, ciertamente sin satisfacción: "Ya lo habíamos advertido".
Desde las entidades gays, las cosas, naturalmente, se ven de otra manera. Entusiasmados, llegaron a calificar el proyecto de ley, de "histórico". Veremos si el patinazo no va a ser menos histórico. El presidente de honor de la Coordinadora Gay-Lesbiana, Jordi Petit, aseguró que esta normativa "no va en contra de nadie" (faltaría más) y se basa "en la separación entre el Estado y las diversas confesiones religiosas que conviven en la sociedad"… que es como mezclar la velocidad con el tocino. Petit, lleva, que yo recuerde, treinta y tantos años, reivindicando "lo gay".Poco le va a quedar por reivindicar, a partir de ahora; pero, a fuerza de reivindicar lo propio y de rodearse de gentes que habitualmente están de acuerdo con él y leer los titulares de prensa, ha cometido el error de creer que esa es la única opinión que bulle en la sociedad.
Ciertamente, la Conferencia Episcopal española ha sido la institución que se ha mostrado más beligerante en la oposición a los matrimonios gays. La Iglesia no precisa votantes y puede permitirse decir a las claras lo que piensa. Con los partidos políticos ya es otra cosa: están allí donde hay votos y un 3-5% de votos gays son una tajada suculenta que otorga o quita una mayoría absoluta. De ahí que los partidos callen o no saquen toda la artillería de sus arsenales; pero no nos engañemos, dentro de todos ellos -incluso de los de la izquierda más marcada- la opinión no es unánime: esclavos que sirven con fidelidad perruna a lo políticamente correcto, los partidos no van a chistar más de la cuenta ante los matrimonios gays. Voces discordantes las hay, y no sólo en el ámbito eclesial y celestial: también en la sociedad civil; si es que esta historia de las adopciones gays, nos da yuyu a muchos.
Lo "normal", puestos a regular, hubiera sido establecer un tipo de unión particular, diferente al matrimonio hétero que no considerara la posibilidad de adopción; con derechos diferenciados, porque diferente es el matrimonio con capacidad de procrear o de crear un marco familiar igual en esencia, con hijos adoptados por que algo ha fallado en su mecanismo biológico de procreación, que aquella otra pareja que nunca ha tenido ni tendrá la posibilidad de procrear. Que Petit y su parroquia no se confundan: no sólo la Iglesia está contra las adopciones gays, muchos ciudadanos, sin adscripción política, ni ideológica concreta, pero buenos observadores de la naturaleza humana y del día a día, gentes de mundo que hemos visto y vivido, sin prejuicios, pero sin servidumbres a lo políticamente correcto, muchos, con legislación o sin ella, para nosotros, un matrimonio gay seguirá pareciendo algo completa, absoluta y radicalmente diferente a un matrimonio hétero. No basta una ley para modificar la naturaleza, la biología ni la sensatez.
Por llamarlo, lo podríamos haber dejado en "pareja", "unión homosexual", o cualquier otra expresión diferente. Pero "matrimonio", lo que se dice matrimonio, pues francamente, como que no…
De la autocensura al delito
A la hora de iniciar un libro es fundamental que el autor defina exactamente cuál es su posición. Máxime cuando se la juega; y hoy hablar sobre el mundo gay sin aceptar hasta la última reivindicación que presentan los sectores más radicales del mismo, implica cierto riesgo. Existe una innegable presión que disuade, al menos en este tema, de decir lo que verdaderamente se cree, si no coincide con las exigencias del movimiento de liberación gay. Uno corre el riesgo de verse colocado en la picota, y ofrecer su pellejo al linchamiento moral.
Hemos pasado de la hostilidad desmesurada al silencio vergonzante. Se entiende que, en este tema como en ningún otro, parezca existir una especie de autocensura. No es bueno esto de la autocensura, pero haberla, hayla. Y eso genera la falsa ilusión de que todo el mundo está de acuerdo en la totalidad de reivindicaciones gay. Y no. Por ejemplo, una mayoría de encuestados por el CIS, están contra las adopciones de niños por parejas homosexuales. Sin ir más lejos o sea que unanimidad, haberla, no hayla. Silencio vergonzante, en cambio, si.
Vamos a intentar realizar un ejercicio discursivo para aproximarnos lo más posible a una verdad que difícilmente será universal, pero que al menos será una parte de la Verdad y valdrá la pena, simplemente, para dejar patente que "la verdad gay" no es la única concebible. Contrariamente a lo que sugieren los gays, existe vida inteligente fuera de esa verdad, no sólo trogloditismo, prejuicios y homofobia.
Las noticias que llegan del extranjero van en la misma dirección. Hoy me cuentan que el gobierno francés ha prohibido los chistes que pudieran considerarse ofensivos para el mundo gay, equiparándolos a los actos de antisemitismo. A nadie se le escapa la enormidad del agravio comparativo: un gay le puede llamar a usted hijo de mala madre y usted, querido amigo, se la habrá de envainar, el qué no sé, pero se la envainará; a diferencia de un gay que podrá decir que usted le ha llamado "maricón" y equivaler eso, automáticamente, a "perro judío" con la consiguiente cuota de cárcel e indemnización añadida. ¡Lo que hay que hacer para captar el voto gay! Hasta el napoleónico Chiraq lo persigue y está dispuesto a conseguirlo aunque esto implique dar la espalda a la Francia racionalista y cartesiana.
Un tema como éste, en el que se corre el riesgo de que no defender las reivindicaciones del movimiento gay, suponga inmediatamente una acusación de homofobia, es literalmente un tema en el que la racionalidad, la lógica y el sentido común, han saltado por los aires. Y eso sigue sin ser bueno para la racionalidad, la lógica y el sentido común que, a la postre, están hechos de la misma materia con la que está construido el progreso. Chiquito de la Calzada o Arévalo podrían ser objeto de investigación en Francia a causa de algunos de sus chistes y, si se nos apura, condenados a la misma pena que quienes profanan tumbas de cementerios judíos pintando esvásticas o los que niegan el holocausto judío. Chiquito de la Calzada... en tierra gala sería carne de presidio, a partir de que contara con su particular deje aquello de que "tienes más plumas que un pavo real". Cualquier chiste sobre gays es considerado como homofóbico por el movimiento gay, salvo que lo cuente un gay, en ese caso existe dispensa e indulgencia plenaria, si se trata, claro está de un gay "movimentado" (perteneciente al movimiento gay) y de estricta observancia. Por que si se trata de un bisex, de un gay acoplado en el armarito o de uno que en un tiempo fue gay, pero cuyas hormonas se removieron hacia lo hétero, mal asunto, culpable y a compartir talego con el bueno de Chiquito o con cualquier otro que haya contado chistes de gays; así que ya saben, mejor dedíquense a contar chistes de catalanes, ingleses, franceses y españoles o de gangosillos.
El hijo del exceso
Este libro arranca el día del orgullo gay de 2004. Las manifestaciones duraron unas pocas horas, pero las informaciones sobre las mismas se prolongaron durante tres días. Excesivo. Fue así como pudimos ver una manifestación de "carnes tolendas" en período no carnavalero. Lo lamento pero si no lo digo, reviento: aquella comitiva, trufada de travestidos, exhibicionistas y drags sobre carrozonas, más pareció un carnavl fuera de hora que una reivindicación social.
Carnaval es el exceso reglamentado para toda la sociedad: nadie es como se muestra en carnaval; o al menos, nadie debería serlo, pues la esencia de la fiesta es un psicodrama en el que nosotros mismos podemos ver lo ridículo que supone no ser lo que somos habitualmente. Las civilizaciones tradicionales establecieron una fecha en la que cada cual podía ser aquello que no era para comprobar hasta qué punto era ridículo que lo fuera: en Zamarramala, las mujeres gobiernan la casa un día al año y el marido ese día se comporta como habitualmente hace su esposa; en algunas fiestas populares el "rey niño" y su corte gobernaban sobre los adultos; en la Roma clásica, los patricios servían como esclavos y los esclavos ejercían de señores... así cada cual comprobaba cuál no era su lugar. Al día siguiente, todo volvía a la normalidad. La "normalidad"... una palabra que recorrerá insistentemente estas páginas.
Pero hoy, da la sensación de que todos los días son carnaval. A fin de cuentas el problema ha consistido en que, a algunos, finalmente, les han gustado demasiado los excesos de carnaval, mucho más que la normalidad de sus vidas. Y quieren reeditar cada día la fiesta del exceso y el desenfreno, el travestismo y la ambigüedad. Desde Roma se sabía que una sociedad podía soportar un día de carnaval al año; nuestras civilizaciones modernas todavía no han advertido la inviabilidad de un carnaval permanente y elevado al rango de normalidad desdramatizada y de buen rollito. Pero en eso estamos.
Verán ustedes, me considero un liberal cualquiera, pero el otro día, cuando machaconamente todos los programas de TV y todas las emisoras de radio informaron una y mil veces sobre una intrascendente manifestación carnavalera del orgullo gay, me di cuenta, bruscamente, de que se había franqueado una barrera, se había rebasado un límite, se había abierta una brecha en la muralla: aquellos chicos alegres que habían hecho de su opción sexual una bandera, mostraban sus plumas, tangas, avalorios, lentejuelas, licras, latexs y cueros de polipiel, sobre un cuerpo adoptado como templo del placer y santuario del sexo homofílico, se me aparecieron como patéticos y con un punto grotesco. Por que una cosa es el derecho a amar a quien se quiera y otra ir de carnaval el día que no toca. Lo primero es tan inalienable y obvio que ni siquiera hace falta que lo sancione la Constitución, como el derecho a respirar o a pensar. Lo segundo, apenas es un exhibicionismo fatuo y, en ocasiones, desagradable y antiestético, que ningún favor hace a la causa que dice defender. Como, por lo demás, muchos gays saben.
La pasada manifestación del orgullo gay rebasó todos los límites, pero no tanto por el contenido, como por la repercusión mediática: durante tres días tres, tuvimos que tragarnos algo que ni nos iba ni nos venía, pero que, a fuerza de ir y venir con tanta pluma y desmadre, terminó por hastiarnos. Este libro es hijo de aquel exceso informativo. Hijo airado, si me apuran.
Propósito y credo particular
No hay libro sin tesis y no hay tesis sin que el autor se moje. Así que partamos de una autodefinición que disipe lo que, a estas alturas, ya deben ser pocos equívocos. Pues bien, efectivamente, tal como habían presumido desde el pie de imprenta, nos oponemos frontalmente a las reivindicaciones que el movimiento gay realiza en el momento de escribir estas líneas. Creemos que en 2004, los gays han alcanzado un razonable nivel de integración jurídica y social, más allá del cual el horizonte se vuelve problemático, no para ellos, pero si para la sociedad... Una reivindicación exagerada deja de ser una reivindicación para convertirse en el desmadre. Con esto de las reivindicaciones gays, estamos desde hace tiempo, instalados en el desmadre.
Nuestra oposición a las reivindicaciones de lo que podríamos llamar el "movimiento gay radical" no la realizamos, precisamente, desde una postura homófoba, sino desde la defensa del derecho a nuestra libertad de expresión. Se discrepa de los argumentos de un colectivo radical organizado y se argumenta con otros razonamientos. Faltaría más. Este proceso discursivo es lo que ha hecho avanzar a la civilización, tanto como la invención de la rueda que ha culminado en el CD o la evolución de la garrota al láser (que todo ha contribuido).
Hemos procurado racionalizar al máximo nuestras argumentaciones y evitar cualquier tendencia homofóba subjetiva, de la que nos manifestamos no contaminados; y, sobre todo, se ha procurado no ofender ningún tipo de sensibilidad sexual. Los argumentos del movimiento gay, en tanto que argumentos, son contestables. Y esto es lo que hacemos en esta pequeña obra polémica.
Lo mejor para empezar, es entonar el credo. Pues bien, este es mi credo sobre la materia:
Creo que el sexo y la sexualidad son algo polimorfo. Existen muchas formas de vivir el sexo y la sexualidad. Una de ellas es la opción gay.
Creo que cualquier opción sexual pertenece al dominio de lo íntimo. Entiendo que haya gente atraída por este tipo de relación y no voy a ser yo quien lo juzgue: en tanto que acto íntimo, pertenece al dominio de lo privado. Pero si puede resultar contestable el intento de elevar este tipo de relaciones de lo íntimo a lo público y su aspiración a equipararse con la pareja heterosexual.
Creo firmemente en los dos roles sexuales: masculino y femenino encarnados en dos tipos fisiológicos concretos: hombre y mujer, que la evolución ha adaptado física y fisiológicamente, para complementarse.
Creo que la sexualidad tiene dos funciones: el placer y la reproducción y que ambos son instintos básicos, inseparables de la condición humana. Cuando se niega el principio del placer o cuando se pierde el instinto de la perpetuación de la especie, es que existe una patología social.
Creo que en la capacidad reproductiva da la pareja heterosexual radica su diferencia y superioridad sobre la homosexual, no apta para esa finalidad.
Creo que lo comunitario es superior a lo privado.
Creo que el principio del placer y como lo resuelva cada individuo, pertenece al dominio de lo privado, pero la reproducción, hasta cierto punto, tiene mucho que ver con lo público: en efecto, cuando no hay nacimientos, peligra la vida de un Estado, de una familia, de un linaje y de una Comunidad; así pues, la paternidad y la maternidad, "hasta cierto punto", rebasan el dominio de lo privado. Las parejas gays, obviamente, carecen de la posibilidad de la paternidad o de la maternidad. Luego son un "menos", en relación a un "más".
Creo que todo lo que no encuentra lugar en ese patrón de normalidad, no es "anormalidad", sino que supone distintos niveles de distanciamiento del "estándar razonable de normalidad"; más allá de un determinado punto, se alcanza, efectivamente, la anormalidad. En el sexo no todo es admisible: determinadas prácticas y formas extremas de sexo evidencian niveles obvios de anormalidad.
Creo que hay que impedir al poder público que yazca en el lecho de los amantes; no son buenas las leyes que pretendan regular el ejercicio del placer; pero el Estado si tiene mucho que decir a la hora de estimular la natalidad: todo lo que hace el Estado para estimular la natalidad es bueno; cuando un Estado desconsidera la natalidad es que ahí existe un problema. Por cierto, hoy no existen políticas de natalidad dignas de tal nombre. Luego... aquí hay un jodido problema.
Creo que las reivindicaciones gays relativas a la abolición de cualquier tipo de discriminación por razón de sexo son asumibles por la sociedad (y, de hecho, ya han sido asumidos y difícilmente el mundo gay podría hablar hoy de discriminación).
Creo, por el contrario, que las reivindicaciones destinadas a equiparar en derechos a las parejas homosexuales con las parejas heterosexuales son muy discutibles, especialmente en lo que se refiere a la adopción.
Creo que, tanto en el terreno de los derechos de la mujer y de los derechos de los homosexuales, ya se ha alcanzado el nivel de "normalidad". Ir más allá de ese nivel, con "discriminaciones positivas" o leyes protectoras desmesuradas, es innecesario salvo por los partidos que aspiran a ganar la sumisión clientelar de determinadas bolsas de votantes. Algunos sectores políticos han intentado cosificar en forma de votos al mundo gay asumiendo las reivindicaciones de los sectores más radicales sin creer en ellas.
Creo que algunas manifestaciones extremas del "universo gay" evidencian profundos desequilibrios interiores en sus exponentes y una obsesión enfermiza por exteriorizar la propia opción sexual.
Creo que determinadas prácticas eróticas o alteraciones físicas voluntarias evidencian tales desequilibrios.
Creo que hay que distinguir entre virilidad y machismo, entre tolerancia y homofilia, entre reivindicaciones asumibles y reivindicaciones fuera de toda medida, y para ello es preciso redefinir el estándar de "normalidad". En lugar de eso, la consecuencia de la "revolución sexual" iniciada en los 60 ha sido dinamitar cualquier noción de normalidad y la filtración en el curso de la confusión de propuestas razonables con reivindicaciones reprobables, derechos a la libre opción individual con obligaciones y reconocimientos por parte de la sociedad.
Creo que la madre de todas las batallas en este terreno consiste en una necesaria redefinición de un paradigma de normalidad.
Y a eso vamos.
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