viernes, 15 de octubre de 2010

En la muerte de Paul Naschy. Recuerdo a un artesano y a una buena persona

Infokrisis.- Diciembre se ha iniciado con la muerte de Paul Naschy como en noviembre lo hizo con la de José Luis López Vázquez, dos grandes del cine español aunque una enorme distancia les separase. Ya se sabe que los grandes del cine mueren en parejas según la tradición hollywoodyense. Hace un par de años bajé todas las películas de Paul Naschy que pude encontrar para revisar la obra de este polifacético hombre de nuestro cine. No puedo decir que volver a ver todas aquellas películas (buena parte de las cuales había visto durante mi exilio parisino en los cines de más bajo nivel) me ayudará a revalorizar la obra de Naschy. Puedo decir que el personaje (amigo de varios amigos míos) tenía mucho más valor que su obra cinematográfica y que su conocimiento del medio ocultista -un conocimiento crítico y en absoluto devoto- fue siempre muy superior a la calidad de sus películas, realizadas a prisa y corriendo, generalmente toscas, poco trabajadas, con problemas de montaje y que, decididamente, no pasarán a la historia del cine por mucho que en EEUU y en Japón hayan sido aceptadas como obras maestras del terror. Digamos, para empezar, que el personaje de Paul Naschy tiene, para mí, mucho más valor que su obra cinematográfica.

El género de terror

Naschy como director (tiene también una faceta como actor quizás más interesante pero que ha pasado más desapercibida) practicó género de terror. Incluso cuando realizaba género negro, terminaba deslizándose hacia el terror. Ese cine intenta provocar en el espectador sensaciones de pánico y horror. Habitualmente, el género de terror viene acompañado de sorpresas súbitas e inesperadas. Es lo que falla en el cine de Naschy: lo suyo es el terror-terror, sin alternativas al suspense.

Los recursos del cine de terror son limitados y se basan en la literatura romántica que heredó y amplificó los efectos de la novela de terror nacida hacia el último tercio del XVIII, basada ésta a su vez, en la actualización de antiguas tradiciones devenidas cuentos de terror. A finales del XIX, el auge de los distintos grupos ocultistas cuyos criterios compartieron determinados autores neo-románticos hizo que se hicieran familiares vampiros, monstruos, fantasmas, licántropos, brujas, etc. Pero se permanecía aún en el campo de la novela; el cine todavía no había irrumpido.

El romanticismo también irrumpió en la pintura del siglo XIX, especialmente en la alemana: árboles de ramas torturadas, fenómenos de la naturaleza desatada, noches de claro de luna, claustros góticos derruidos, compusieron toda una estética inquietante, melancólica y enigmática, en dónde todo era posible… especialmente el terror.

Toda esta literatura y ese arte, tuvieron un especial impacto en los países de Europa Central y en el mundo anglosajón, desde Washington Irving hasta Gustav Meyrink. Por entonces el cine ya daba sus primeros pasos y es significativo que la primera escuela cinematográfica digna de tal nombre, el expresionismo alemán, se inspiró en todo esto. El cine expresionista es, sobre todo, un cine de terror, casi únicamente de terror.

La Hammer

Cuando Paul Naschy se introduce en la industria del cine quien domina en el mercado del terror es la Hammer. Fundada en 1934, la Hammer Productions se especializó en el cine de terror (más exactamente en el terror "gótico") abarcando con sus producciones un cuarto de siglo entre 1955 y 1979. Entre las películas de la Hammer figuran todos los personajes de la literatura de terror buena parte de los cuales recuperará Paul Naschy que, de alguna manera, es el discípulo español de este taller de cinematografía.

Los grandes ciclos de la Hammer fueron Frankenstein, el Doctor Jeckyll y Mister Hyde, la momia, y una prolífica saga sobre vampiros. De todos estos temas, Paul Naschy realizó sus versiones particulares. Hace falta decir que tantos las producciones de la Hammer como las de Naschy, vistas a décadas de distancia, suscitan sonrisas y demuestran que hasta la irrupción de los efectos digitales, el cine de terror solamente podía basarse en argumentos excepcionales y en efectos especiales artesanales ejecutados dignamente y que tuvieran la benevolencia del espectador. Pero, en general, las producciones de la Hammer, las originales, son muy superiores a las copias personales de Naschy. Es triste reconocerlo, pero es así.

Hay solamente un género que Naschy no practicó y que sí interesó a la Hammer: el ciclo de aventuras, protagonizado por el "Doctor Quatermass" que no tiene réplica en la filmografía de Naschy.

A partir de finales de los años 70, la Hammer dejó de existir: de hecho hacía tiempo que había agotado sus temas y todos los argumentos estaban, desde hacía tiempo, dando vueltas sobre los mismos temas. En sus últimas producciones lo habitual eran "cameos" de monstruos: Frankenstein contra el hombre lobo, vampiros contra todos… el género quedó completamente desacreditado y no volvería a levantar cabeza hasta quince años después cuando Coppola lanzó su "Drácula de Stocker", seguramente la mejor adaptación del clásico del terror desde el Nosferatu de Walter Mornau.

Cuando Coppola estrenaba su monumental recreación de Drácula, el ciclo cinematográfico de Naschy había terminado desde hacía un lustro. Habituado a las producciones artesanales de bajo presupuesto, el cine, tras la aparición del vídeo, se había hecho mucho más competitivo y las producciones de Naschy ya no estaban en condiciones de fascinar a un público nuevo que quería ver un cine de terror trufado de efectos digitales.

Paul Naschy: hijo de un dios menor

Naschy tenía una biblioteca ocultista ciertamente notable y sabía de lo que hablaba. El drama de Naschy era que disponía de unos conocimientos en materia ocultista muy superiores a lo que el público que veía sus películas exigía. Quería decir muchas más cosas de las que el público -su público- estaba dispuesto a soportar. No era un buen guionista ni contó con buenos guionistas en su entorno, frecuentemente sus guiones estaban lastrados por consideraciones ocultistas que para hacerlas comprensibles debía divulgarlas; esto desequilibraba los guiones y los tiempos: bruscamente debía de resolver la película, por falta de metraje y de presupuesto, y lo hacía bruscamente.

Ser un "ocultista" implica simplemente interesarse por "lo oculto". Naschy lo hacía, pero no pertenecía a ninguna secta. En realidad era un escéptico. Le interesaban las explicaciones positivistas de los fenómenos ocultistas. Seguramente no ha habido nadie tan escéptico como Paul Naschy, pero tampoco nadie tan interesado como él por lo oculto. Era el tributo a su formación científica. Naschy era arquitecto.

Hizo distintas incursiones en el campo del diseño, dibujó cómics, escribió novelas del oeste y practicó la halterofilia de manera devota tal como evidenciaba su físico en algunas películas. No era el habitual exhibicionista que levantaba pesas para mostrar su cuerpo y exhibirlo; también en este sentido era racionalista: simplemente levantaba pesas para sentirse en forma. Pero el cine le tiraba más que cualquier otra actividad. Y en este sentido si en la lápida de Naschy puede figurar alguna leyenda esta sería sin duda: "Jacinto Molina, artísticamente Paul Naschy, amante del cine y artesano".

Hizo pequeño papeles como extra pero desde su primera película como protagonista -"La marca del hombre lobo"- en 1968 determinó su carrera posterior. Tenía profundos conocimientos de psicología y psiquiatría y sabía, por encima de todo, que cualquier persona normal puede convertirse en un monstruo. Intuía los monstruos que anidan en las profundidades del cerebro humano y quiso encarnarlos en su cine.

Se ha dicho -y probablemente sea cierto- que el "hombre lobo" era su monstruo favorito porque, a fin de cuentas, es un hombre común tocado por la desgracia y que alterna una lánguida cotidianeidad con las noches de locura en las que la luna llena le transforma.

Cuando ya había quedado atrás su ciclo de terror pudo comprobarse la calidad cinematográfica de Naschy en sus documentales sobre el Museo del Prado o las Cuevas de Altamira.

Debió ser a principios del milenio, en 2001, cuando empezó a ser profeta en su tierra. En los diez años anteriores solamente pequeños círculos "freakys" de EEUU y Japón coleccionaban sus películas como objetos de culto. En los últimos cinco años ha recibido premios y menciones en distintos festivales cinematográficos en una lista larga de enumerar.

No fue un gran director, fue un artesano al que los presupuestos limitados le traicionaron. Tampoco fue un Ed Wood, especializado en chapuzas varias y completamente enloquecido en su vida personal. Fue un hombre interesado por el cine, alguien al que le interesó el terror y más concretamente el origen del terror y de los mitos, los quiso interpretar a la luz de la racionalidad y, aunque no siempre lo consiguió, hay algo entrañable en su cine, tanto en su faceta de guionista y actor junto a León Klimowsky, como en su faceta de director, que lo convierte en un personaje simpático.

Naschy fue un hombre normal, con aficiones e intereses, con hobbys, con problemas que quería resolver e interpretar: y lo que más le preocupó fue la materia con la que estaban hechos los bajos fondos del ser humano y la naturaleza de los monstruos que anidan en los oscuros corredores de nuestro cerebro.

Nos guste o no la obra de Paul Naschy, vale la pena recordar que fue un buena persona y que quienes lo conocieron siempre hablaron de él como de alguien excelente. No fue un hombre creído y distante, con ínfulas de superioridad y un ego super hinchado, tan habituales en la industria del cine. Fue una buena persona que intentó hacer lo mejor posible su trabajo. Sólo por eso ya vale la pena recordarlo.

© Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.