Infokrisis.- Jerry Bruckheimer productor de películas tan notables como Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra o Black Hawk Derribado, podría haber generado algo mejor que este nuevo remake sobre el ciclo artúrico. En realidad, se parece más a Grupo Salvaje que a Excalibur. Es casi un western con uniformes del imperio romano. Nada recomendable, en definitiva.
UNA PELICULA FALLIDA
La película alude a los últimos descubrimientos de la arqueología que demostrarían que Arturo y sus caballeros serían antiguos jinetes sármatas que combatieron al Imperio Romano y, recompensados por su valor, accedieron a servir, ellos y sus descendientes, a la ciudad augusta y patricia.
La película mezcla acontecimientos históricos que tuvieron lugar con mucha posterioridad a la retirada romana de las Islas Británicas, con fantasía de la peor especie y con un intento de explicar racionalmente el origen de los temas del ciclo del Grial: la mesa sería redonda… por una aspiración a la igualdad (no por que el círculo sea la figura más perfecta de la geometría), los caballeros “sármatas” de Arturo son siete, no doce (como quiere la tradición). La batalla de Badon Hill que tuvo lugar en el 960, es retrasada cinco siglos y es la primera y la última que Arturo libra contra los sajones (en absoluto la doceava y última batalla como quiere la tradición histórica). La reina Ginebra es una amazona hollywoodiense que, lejos de encarnar el principio disolvente encarnado por la mujer, apenas pasa de ser una especie de superwomen o, como máximo, una “Xena” algo más estilizada (y, por tanto, menos creíble). En definitiva, un “desparramo” de película: la tradición artúrica machacada en beneficio de una improbable “verdad histórica” hollywoodiense; el mito del Grial en paradero desconocido, ni una sola alusión en las dos horas de película. Merlin una especie de hippy greñudo más parecido a Charles Manson que al retrato que hace de él Robert de Boron o cualquier otro de las obras del ciclo del Grial. Absolutamente nada aprovechable.
ARTURO Y SU GRUPO SALVAJE
Este remake del ciclo artúrico no está inspirado en el precedente inmediato, Exalibur, o en el film dedicado exclusivamente a reconstruir la trayectoria de Merlin tal como se le pinta en las leyendas, sino en un western de Sam Pekinpah. Efectivamente, El Rey Arturo es un remake de Grupo Salvaje, la mítica película rodada por Pekinpah en 1969 y que agrupó a los mejores actores de la época (William Holden, Ernest Borgnine, Robert Ryan, Edmond O’Brien, Warren Oates, etc.
Los miembros que integran el grupo salvaje, son hombres fuera de la ley –como los sármatas de Arturo-, bruscamente tienen un reflejo de compasión hacia una población campesina a la que protegen más allá de la lógica y del sentido común. Se trata de asesinos que, en la hora y cuarenta y cinco minutos logran hacerse simpáticos, pero al examinar luego las pinceladas con las que Pekinpah las pinta, resultan aventureros sin escrúpulos.
Dejando aparte que la historia de los caballeros sármatas transplantados a la Britania es el producto de algún guionista enfermizo y que la película tiene arcaísmos particularmente notables (la figura del rey de los sajones está inspirada en Halard Hardrada, rey noruego que invadió las islas británicas cuatro siglos después de los hechos artúricos y fue vencido en la batalla del puente de Stanford por Guillermo el Conquistador (el que pronuncio la famosa frase, recogida por Jorge Luís Borges en “El Inmortal”: “conquistaré al menos diez pies de tierra inglesa”, esto es, su tumba) y que la retirada romana de las Islas Británicas tuvo lugar en el año 400, mientras que la batalla de Badon Hill, a que alude la película, tuvo lugar 116 años después (Historia Brittonum de Nenius)… la película es un truño histórico sin más, sin base, sin perspectiva histórica crítica y un arcaísmo constante..
EL REY ARTURO, HISTORIA Y LEYENDA
Los romanos tenían la costumbre de incorporar los mitos a la historia (daban como hecho histórico la fundación de Roma por Rómulo y cada familia patricia tenía a un héroe como origen de su linaje y nadie dudaba de que pudiera tratarse de un mito). A su vez, los britanos transformaron la historia en leyenda. Por que el personaje de Arturo, rey de los britanos, existió realmente en el siglo V que combatió a los sajones en compañía de otros reyes bretones. De entre todos ellos, Arturo era el “dux bellorum”, rey de las batallas. Libró contra sus enemigos doce batallas que le llevaron de victoria en victoria, hasta Badon Hill, la doceava, que selló la paz en las islas británicas. Ese día, según la Historia Brittonum de Nenius, murieron 960 guerreros.
Tras la retirada romana, los pictos, efectivamente, rompieron el muro de Adriano e invadieron el sur de las islas británicas. Eso provocó la resistencia de la población romanizada que se agrupó en torno a un noble de ese origen, Amborius, al morir éste el país siguió en guerra civil sucediéndose dos reyes, Uther y luego Uther Pendragon, del que Arturo sería su hijo. Por que el nombre de “Arturo” no deriva de Antoius Castor, sino de Arktos, cuya raíz “Ark-“, indica la fortaleza del oso (los reyes merovingios de la misma época eran llamados los “reyes oso” y en la primera dinastía astur de los inicios de la reconquista, don Favila es muerto por el “abrazo de un oso”, esto es, adquiere sus herederos adquieren la fuerza del oso, animal totémico de los antiguos celtas.
Ambrosio, pues, fue el “último romano”. Y Uther Pendragon, según la tradición, aquel que clavó la espada en la roca, esa misma espada que su hijo Arturo, lograría extraer en tanto que elegido.
EL ARTURO DEL FILM DE ANTOINE FUQUA
Aquí Arturo, como hemos visto, es el jefe de una partida de caballeros sármatas. Difícil e improbable. Es un cristiano partidario de la igualdad y la fraternidad que, en plena película deja creer en sus ideales para paganizarse de nuevo y terminar la película casándose con la cabra loca de Ginebra, en torno a un cerco de piedras y bendecida por un Merlín, mínimamente aseado al efecto.
Arturo es romano, pero al percibir la maldad romana en la figura del noble romano al que deben rescatar, se va separando del ideal de toda su vida y termina luchando solo por su tierra y por su gente: los britanos y los pictos, unidos en santa hermandad contra los invasores sajones.
Los “caballeros del Grial”, Bors, Lancelot, Galahad y los demás, son soldados de fortuna. Bors muy bien podría ser la prefiguración de un skin que, de tanto en tanto, en plena descarga adrenalínica grita “Honorrrr” y repite varias veces, poniendo el más fiero de sus rostros como cualquier skin en pleno estadio. Nada creíble. En cuanto al “mejor caballero”, Lancelot du Lac, es apenas un aventurero que pasaba por allí y al que todo aquello ni le va ni le viene. Su amor por Ginebra solamente se percibe en dos miradas que depara a la dama de Arturo convertida por capricho hollywoodiense en amazona hipiosilla. De Galahad, uno de los que la leyenda atribuye la conquista del Grial, destaca solo por sus mandobles. Y en cuanto a Perceval, ni aparece.
La Línea Adriana es un pobre artificio infográfico malamente terminado. Las escenas de combate ocupan una tercera parte de la película, tienden a ser reiterativos y están muy por debajo de las escenas similares de la saga del Señor de los Anillos. Los pictos, están concebidos como newagers o buenos salvajes, sin ninguna credibilidad. En cuanto a la interpretación, es floja, los actores ni se creen sus personajes, ni dan la talla. Arturo (Clive Owen), es inexpresivo, frío y descorazonador. Ginebra (Keira Knightley) no está mejor: una mezcla, a ratos de improbable virgen guerrera y en otras, de más que probable putón desorejado.
NADA QUE HACER CON HOLLYWOOD
El cine europeo debe gestionar y recuperar los mitos de la tradición europea, con el mito artúrico a la cabeza.
La película “Excalibur” de Jhon Boorman, en su momento (1981), supuso una innovación estética . Por primera vez se recurría a las brumas, a los claroscuros, tomas realizadas con los más variados filtros ópticos, los actores de la escuela shakesperiana inglesa y la banda sonora compuesta por piezas clásicas: desde Carmina Burana hasta la Muerte de Sigfrido, desde Tristán e Isolda, hasta Tanhauser, en lo que se considera una de las mejores bandas sonoras adaptadas de la historia del cine. La película era relativamente fiel a la leyenda, su peor aspecto era el excesivo “telurismo” del que hacía gala en todo momento (“La Tierra y yo somos lo mismo”) y una cierta incomprensión del tema graélico. Pero estéticamente se trató de un gozo visual, especialmente la primera parte.
En cuanto a “Merlin” (1998) de Steve Barrow, fue concebida inicialmente como miniserie de televisión. Interpretada por el sobrio Sam Neil, la película era extremadamente fiel a la leyenda tradicional sobre el personaje. Fiel a la leyenda: no intenta explicaciones racionales, ni siquiera aproximaciones psicológicas, sino una recreación estética de la leyenda del mago artúrico.
En relación a estos dos filmes (hay otros muchos, frustrados: El primer caballero, por ejemplo), El Rey Arturo, estrenado en este caluroso agosto, supone una regresión propia del peor cine de Hollywood.
El mensaje a extraer es claro: si Europa quiere asegurar su independencia política, debe también, ante todo y sobre todo, asegurar su supervivencia cultural. No seremos un pueblo, mientras nuestro pasado no nos pertenezca. Necesitamos una euroindustria del cine y una política proteccionista por parte de las autoridades para proteger nuestro cine de las cuotas impuestas por Hollywood a sus distribuidoras en Europa. Ese es el camino de la independencia político y no otro.
© Ernesto Milá – infoKrisis – infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.
UNA PELICULA FALLIDA
La película alude a los últimos descubrimientos de la arqueología que demostrarían que Arturo y sus caballeros serían antiguos jinetes sármatas que combatieron al Imperio Romano y, recompensados por su valor, accedieron a servir, ellos y sus descendientes, a la ciudad augusta y patricia.
La película mezcla acontecimientos históricos que tuvieron lugar con mucha posterioridad a la retirada romana de las Islas Británicas, con fantasía de la peor especie y con un intento de explicar racionalmente el origen de los temas del ciclo del Grial: la mesa sería redonda… por una aspiración a la igualdad (no por que el círculo sea la figura más perfecta de la geometría), los caballeros “sármatas” de Arturo son siete, no doce (como quiere la tradición). La batalla de Badon Hill que tuvo lugar en el 960, es retrasada cinco siglos y es la primera y la última que Arturo libra contra los sajones (en absoluto la doceava y última batalla como quiere la tradición histórica). La reina Ginebra es una amazona hollywoodiense que, lejos de encarnar el principio disolvente encarnado por la mujer, apenas pasa de ser una especie de superwomen o, como máximo, una “Xena” algo más estilizada (y, por tanto, menos creíble). En definitiva, un “desparramo” de película: la tradición artúrica machacada en beneficio de una improbable “verdad histórica” hollywoodiense; el mito del Grial en paradero desconocido, ni una sola alusión en las dos horas de película. Merlin una especie de hippy greñudo más parecido a Charles Manson que al retrato que hace de él Robert de Boron o cualquier otro de las obras del ciclo del Grial. Absolutamente nada aprovechable.
ARTURO Y SU GRUPO SALVAJE
Este remake del ciclo artúrico no está inspirado en el precedente inmediato, Exalibur, o en el film dedicado exclusivamente a reconstruir la trayectoria de Merlin tal como se le pinta en las leyendas, sino en un western de Sam Pekinpah. Efectivamente, El Rey Arturo es un remake de Grupo Salvaje, la mítica película rodada por Pekinpah en 1969 y que agrupó a los mejores actores de la época (William Holden, Ernest Borgnine, Robert Ryan, Edmond O’Brien, Warren Oates, etc.
Los miembros que integran el grupo salvaje, son hombres fuera de la ley –como los sármatas de Arturo-, bruscamente tienen un reflejo de compasión hacia una población campesina a la que protegen más allá de la lógica y del sentido común. Se trata de asesinos que, en la hora y cuarenta y cinco minutos logran hacerse simpáticos, pero al examinar luego las pinceladas con las que Pekinpah las pinta, resultan aventureros sin escrúpulos.
Dejando aparte que la historia de los caballeros sármatas transplantados a la Britania es el producto de algún guionista enfermizo y que la película tiene arcaísmos particularmente notables (la figura del rey de los sajones está inspirada en Halard Hardrada, rey noruego que invadió las islas británicas cuatro siglos después de los hechos artúricos y fue vencido en la batalla del puente de Stanford por Guillermo el Conquistador (el que pronuncio la famosa frase, recogida por Jorge Luís Borges en “El Inmortal”: “conquistaré al menos diez pies de tierra inglesa”, esto es, su tumba) y que la retirada romana de las Islas Británicas tuvo lugar en el año 400, mientras que la batalla de Badon Hill, a que alude la película, tuvo lugar 116 años después (Historia Brittonum de Nenius)… la película es un truño histórico sin más, sin base, sin perspectiva histórica crítica y un arcaísmo constante..
EL REY ARTURO, HISTORIA Y LEYENDA
Los romanos tenían la costumbre de incorporar los mitos a la historia (daban como hecho histórico la fundación de Roma por Rómulo y cada familia patricia tenía a un héroe como origen de su linaje y nadie dudaba de que pudiera tratarse de un mito). A su vez, los britanos transformaron la historia en leyenda. Por que el personaje de Arturo, rey de los britanos, existió realmente en el siglo V que combatió a los sajones en compañía de otros reyes bretones. De entre todos ellos, Arturo era el “dux bellorum”, rey de las batallas. Libró contra sus enemigos doce batallas que le llevaron de victoria en victoria, hasta Badon Hill, la doceava, que selló la paz en las islas británicas. Ese día, según la Historia Brittonum de Nenius, murieron 960 guerreros.
Tras la retirada romana, los pictos, efectivamente, rompieron el muro de Adriano e invadieron el sur de las islas británicas. Eso provocó la resistencia de la población romanizada que se agrupó en torno a un noble de ese origen, Amborius, al morir éste el país siguió en guerra civil sucediéndose dos reyes, Uther y luego Uther Pendragon, del que Arturo sería su hijo. Por que el nombre de “Arturo” no deriva de Antoius Castor, sino de Arktos, cuya raíz “Ark-“, indica la fortaleza del oso (los reyes merovingios de la misma época eran llamados los “reyes oso” y en la primera dinastía astur de los inicios de la reconquista, don Favila es muerto por el “abrazo de un oso”, esto es, adquiere sus herederos adquieren la fuerza del oso, animal totémico de los antiguos celtas.
Ambrosio, pues, fue el “último romano”. Y Uther Pendragon, según la tradición, aquel que clavó la espada en la roca, esa misma espada que su hijo Arturo, lograría extraer en tanto que elegido.
EL ARTURO DEL FILM DE ANTOINE FUQUA
Aquí Arturo, como hemos visto, es el jefe de una partida de caballeros sármatas. Difícil e improbable. Es un cristiano partidario de la igualdad y la fraternidad que, en plena película deja creer en sus ideales para paganizarse de nuevo y terminar la película casándose con la cabra loca de Ginebra, en torno a un cerco de piedras y bendecida por un Merlín, mínimamente aseado al efecto.
Arturo es romano, pero al percibir la maldad romana en la figura del noble romano al que deben rescatar, se va separando del ideal de toda su vida y termina luchando solo por su tierra y por su gente: los britanos y los pictos, unidos en santa hermandad contra los invasores sajones.
Los “caballeros del Grial”, Bors, Lancelot, Galahad y los demás, son soldados de fortuna. Bors muy bien podría ser la prefiguración de un skin que, de tanto en tanto, en plena descarga adrenalínica grita “Honorrrr” y repite varias veces, poniendo el más fiero de sus rostros como cualquier skin en pleno estadio. Nada creíble. En cuanto al “mejor caballero”, Lancelot du Lac, es apenas un aventurero que pasaba por allí y al que todo aquello ni le va ni le viene. Su amor por Ginebra solamente se percibe en dos miradas que depara a la dama de Arturo convertida por capricho hollywoodiense en amazona hipiosilla. De Galahad, uno de los que la leyenda atribuye la conquista del Grial, destaca solo por sus mandobles. Y en cuanto a Perceval, ni aparece.
La Línea Adriana es un pobre artificio infográfico malamente terminado. Las escenas de combate ocupan una tercera parte de la película, tienden a ser reiterativos y están muy por debajo de las escenas similares de la saga del Señor de los Anillos. Los pictos, están concebidos como newagers o buenos salvajes, sin ninguna credibilidad. En cuanto a la interpretación, es floja, los actores ni se creen sus personajes, ni dan la talla. Arturo (Clive Owen), es inexpresivo, frío y descorazonador. Ginebra (Keira Knightley) no está mejor: una mezcla, a ratos de improbable virgen guerrera y en otras, de más que probable putón desorejado.
NADA QUE HACER CON HOLLYWOOD
El cine europeo debe gestionar y recuperar los mitos de la tradición europea, con el mito artúrico a la cabeza.
La película “Excalibur” de Jhon Boorman, en su momento (1981), supuso una innovación estética . Por primera vez se recurría a las brumas, a los claroscuros, tomas realizadas con los más variados filtros ópticos, los actores de la escuela shakesperiana inglesa y la banda sonora compuesta por piezas clásicas: desde Carmina Burana hasta la Muerte de Sigfrido, desde Tristán e Isolda, hasta Tanhauser, en lo que se considera una de las mejores bandas sonoras adaptadas de la historia del cine. La película era relativamente fiel a la leyenda, su peor aspecto era el excesivo “telurismo” del que hacía gala en todo momento (“La Tierra y yo somos lo mismo”) y una cierta incomprensión del tema graélico. Pero estéticamente se trató de un gozo visual, especialmente la primera parte.
En cuanto a “Merlin” (1998) de Steve Barrow, fue concebida inicialmente como miniserie de televisión. Interpretada por el sobrio Sam Neil, la película era extremadamente fiel a la leyenda tradicional sobre el personaje. Fiel a la leyenda: no intenta explicaciones racionales, ni siquiera aproximaciones psicológicas, sino una recreación estética de la leyenda del mago artúrico.
En relación a estos dos filmes (hay otros muchos, frustrados: El primer caballero, por ejemplo), El Rey Arturo, estrenado en este caluroso agosto, supone una regresión propia del peor cine de Hollywood.
El mensaje a extraer es claro: si Europa quiere asegurar su independencia política, debe también, ante todo y sobre todo, asegurar su supervivencia cultural. No seremos un pueblo, mientras nuestro pasado no nos pertenezca. Necesitamos una euroindustria del cine y una política proteccionista por parte de las autoridades para proteger nuestro cine de las cuotas impuestas por Hollywood a sus distribuidoras en Europa. Ese es el camino de la independencia político y no otro.
© Ernesto Milá – infoKrisis – infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.