Por todas partes en Europa se acelera la construcción de mezquitas (ya se han censados 2.000 lugares para el culto; más que en Marruecos) y, como siempre, dos campos se distinguen: los que quieren frenar tal movimiento –y que están lejos de pertenecer en su mayoría a la “extrema derecha”– y los que consideran mejor acelerarlo con el fin de no “dejar que el Islam se estanque en los sótanos y los garajes”, según la expresión ya consagrada.
Pero, tomemos algunos hechos recientes, por ejemplo el asunto de la gran mezquita de Créteil –al suroeste de la conurbación de París–, en cuanto atañe a su edificación. En 1990, el proyecto fue bloqueado, pero la municipalidad, obstinada, terminó por aprobar el plan. El coste se elevó a 4 millones de euros, de los que el alcalde ofreció uno, violando la ley de 1905 con la argucia de que no se trata más que de financiar las “partes culturales” del edificio–. Además, el terreno está alquilado a la municipalidad bajo el régimen de un contrato de arrendamiento de 99 años por un precio simbólico irrisorio. La mezquita terminará extendiéndose sobre 4.000 m2, de los que la mitad estarán dedicados a las actividades religiosas, y podrá acoger a 1.300 hombres y 640 mujeres.
Mas, una violenta polémica (que se está resolviendo actualmente en los tribunales de justicia) tenía lugar, puesto que el Crédit Agricole(1) había decidido cancelar las dos cuentas bancarias de la Unión de Asociaciones Musulmanas de Créteil (U.A.M.C.) –de las que una servía para recibir los “donativos” para la mezquita–. A consecuencia, Karim Benaïssa, presidente de la U.A.M.C., interponía una denuncia por discriminación y pedía a todos los musulmanes boicotear al Crédit Agricole. Hay que saber que cuando un banco –hecho rarísimo– cancela unilateralmente las cuentas de un particular o de una asociación lo es porque tiene sospechas muy graves de estos últimos, en particular por blanqueo de dinero sucio. Ciertamente, el Crédit Agricole ha permanecido en la más extrema discreción en todo momento, pero no sería imposible que hubiera descubierto que las sumas transferidas hacia tales cuentas para financiar la mezquita provinieran de actividades criminales.
Ejemplo de la “atracción” de una parte de los franceses ante la instalación acelerada del Islam en el corazón de sus propias ciudades, esta reacción de un jubilado preguntado por el periódico Val-de-Marne matin (10 de febrero de 2005): «¡Seré el primero en ir a visitar esa mezquita! Es normal que los musulmanes dispongan de un lugar digno de tal nombre para orar(2) . ¡No me planteo ninguna cuestión, para mí es una evidencia! Aunque la mezquita estuviese construida al lado de mi casa, ello no me supondría ningún problema. ¡Tenemos ya dos escuelas judías al lado de nuestra casa y todo transcurre muy bien!». Y el buen hombre añadía: «¡Lástima que no haya sido previsto más que una cafetería en esa mezquita; nos hubiera gustado mucho que hubiera un restaurante para poder ir a comer un cuscús!».
Mencionemos también el proyecto emblemático (y provocador) de la gran mezquita de Poitiers –de la que ya hemos hablado en estas columnas– con su minarete de 25 metros (de altura) y su terreno de 7.700 m2. Será el primer monumento de la ciudad que los viajeros ferroviarios divisen al entrar en la estación. Desde hace algunos años, tales implantaciones afectan a toda la Europa del Oeste, incluso hasta en sus lugares más recónditos. En el Centro-Oeste de Francia, a pesar de su reputación de no estar muy “tocado” por la inmigración musulmana con respecto al Norte, el Este, el Sureste y la región parisina, el periódico La Nouvelle République du Centre-Ouest citaba los departamentos en donde se han difundido(3) 3 proyectos de grandes mezquitas, otros 3 en construcción y 45 ya construidas. Evidentemente, no hay programada ninguna edificación de nuevas iglesias y, las que existen, cierran las unas tras las otras, a falta de fieles y de párrocos.
En todas las regiones se plantean también los problemas originados por la extensión de los recintos musulmanes en los cementerios(4) y de los lugares de matanza de los corderos para la fiesta ritual del Aid-el-Kebir.
Por supuesto, con el acuerdo total de la clase política bien pensante (P.C., P.S., U.D.F., U.M.P., Verdes) e hipócritamente islamófila –pero laica, naturalmente–, las autoridades musulmanas puestas en escena por Sarkozy y dominadas por la ideología agresiva surgida de los Hermanos Musulmanes desarrollan el argumento casuístico que expresaba (el 24 de febrero de 2005) Salah Merabbi, presidente de la comunidad islámica de Indre-et-Loire: «Si se quiere acabar con el extremismo, hacen falta lugares de culto dignos». Bonito sofisma: ¿En qué la multiplicación de las mezquitas “oficiales” implantadas en el corazón de las viejas tierras francesas impediría la acción del espíritu de conquista de la yihad inscrita en el Corán? Al contrario, tal movimiento lo alienta, al ofrecer una magnífica visibilidad de la rápida progresión del Islam.
Pero todas esas polémicas –por o contra las mezquitas– se parecen a los debates de los galenos de Molière, que preferían acometer a los síntomas de la enfermedad –misión imposible– mucho antes que a las causas. Ante la indiferencia general de los politicastros miopes, un reciente estudio gubernamental reconocía que, al ritmo actual(5) , en 2045, los franceses de origen y religión musulmana serán mayoritarios entre la población. Esta gigantesca conmoción –de lo nunca visto en la Historia–, este seísmo a escala de toda una civilización, que afectará también a otros países como Bélgica y Gran Bretaña, deja petrificada a una sociedad autóctona dominada por el culto del presente y la indiferencia hacia el futuro. La Europa del Oeste, en tres generaciones, se arriesga a convertirse en mayoritariamente musulmana si nada cambia: Es más, tal tormenta histórica se desencadena, a pesar de todo, envuelta de un silencio aplastante, ante las opiniones públicas y las elites ciegas y sordas.
Quienes echan pestes contra la multiplicación de las mezquitas o intentan oponerse a ellas o, incluso, retrasar su edificación, sin ir más lejos en la protesta, hacen pensar en aquéllos que intentan taponar las fugas de agua con esparadrapo sin osar llamar al fontanero. El problema no puede resolverse sino en su origen: Detener y seguidamente invertir los flujos migratorios musulmanes. No tomarla con las mezquitas sin plantear el problema en su totalidad, río arriba, es como luchar contra molinos de viento; las mezquitas brotarán como champiñones después de la lluvia desde el momento en que la población continúe islamizándose. Quede bien claro: La lógica última de la Historia es demográfica: Natalidad y migraciones en masa.
Por otra parte, aunque las poblaciones inmigrantes extraeuropeas no fueran en nada mayoritariamente musulmanas (pero, por ejemplo, no procedieran si no de la India, del Extremo Oriente, de las Antillas o del África ecuatorial), habría que oponerse a ellas con la misma firmeza.
(1) Similar a las cajas rurales de ahorro de España (N. del T.).
(2) La gente se imagina –porque ignora completamente el Islam– que una mezquita es, al igual que una iglesia, un tempo o una sinagoga, un «lugar de oración»; cuando, sobre todo, es un lugar de reunión, de enseñanza ideológica y de encuentros activistas.
(3)Loiret, Deux-Sèvres, Indre-et Loire, Vienne, Loir-et-Cher, Indre y Cher.
(4)El hecho de que los musulmanes ya no hagan repatriar su cuerpo hacia su país de origen prueba que ya se consideran en Francia como en su propia casa, y que este último país tiene, en su espíritu, la vocación de convertirse en tierra del Islam, Dar-al-Islam.
(5)Ritmo mantenido por las continuas llegadas de inmigrantes musulmanes (80% de las entradas), por la natalidad superior de los inmigrantes, pero también por las conversiones.