Infokrisis.- En 1974 Henry Kissinger había dicho: "Controle el petróleo y controlará naciones; controle comida y controlará a las personas”. Para algunos esta frase es todo un programa de gobierno. Hay algo todavía peor que la crisis económica: la crisis alimentaria. La primera la tenemos encima; de la segunda no nos libraremos. Llama a las puertas. Los responsables de la crisis económica y de la crisis alimentarias son los mismos: los grandes consorcios financieros. Son ellos los que han impuesto las políticas suicidas de la globalización y quienes nos están llevando a las puertas de la gran crisis alimentaria que en 2008 ya ha registrado los primeros chispazos.
Algunos recuerdan que la actual crisis económica estuvo precedida por un alza general en los precios de los alimentos. La gravedad de la crisis y la oleada de paro que se está produciendo desde el segundo semestre del año, hizo que el aumento de precios de los alimentos pasara a segundo plano. Pero la crisis alimentaria sigue ahí, amenazante, pendiendo sobre nuestras cabezas como otra amenaza, acaso la mayor: se puede vivir en paro, incluso sin petróleo, pero no sin alimento.
Noticias que han pasado desapercibidas
No sólo en España, sino en todo el mundo, el precio de los alimentos experimentó una subida radical desde la primavera de 2007. En particular, el trigo, el maíz y el arroz fueron los alimentos más afectados. La ONU informó que entre marzo de 2007 y marzo del 2008, el precio de los cereales aumentó un 88%, los aceites un 106%, la leche y sus derivados un 48%. Así mismo, el Banco Mundial explicó que desde junio de 2005, el precio del trigo ha aumentado un 181% y el de la comida en general un 83%.
El arroz que en Tailandia se vendía a 198 dólares la tonelada en 2003, se elevó a 1.000 dólares en abril pasado. En marzo de 2008, el precio del arroz se duplicó bruscamente en Haití. En los supermercados norteamericanos se agotaron todas las variedades de arroz. En Europa también hemos registrado aumentos de precio similares, pero no tanto como en el Tercer Mundo y especialmente como los 2.600.000.000 de personas que viven con menos de 2 dólares al día y que gastan el 80% de sus ingresos en alimentación. No es raro que se produjeran motines.
Los disturbios motivados por la escasez alimentaria han comenzado: en Burkina Faso una huelga general de dos días paralizó el país, reivindicando reducciones significativas en el precio del arroz. En abril, en Egipto, el ejército reprimió la huelga general en Mahlla (Delta del Nilo) que exigía sueldos más altos para poder afrontar las alzas de precios. Lo mismo ocurrió en Bangla Desh en las fábricas textiles de Fatullah. “Marcha del hambre” en Costa de Marfil y manifestación masiva ante la residencia presidencial; "Tenemos hambre," y "la Vida es demasiado cara, usted nos está matando", fueron las consignas. Despliegue de fuerzas armadas en Pakistán y Tailandia cuando la policía ya no era capaz de controlar los motines de los campesinos pobres y los asaltos a los almacenes. La lista es interminable: manifestaciones y protestas en todo el Sudeste Asiático (Camboya, Indonesia, Tailandia), en África (Camerún, Etiopía, Madagascar, Mauritania, Níger, Senegal, Zambia), en Centro y Suramérica (Honduras, Perú), en Asia Central (Uzbekistán), en Filipinas…
Según el Banco Mundial, 33 países se encuentran hoy en grave riesgo alimentario. La novedad es que la mayoría de ellos no se habían visto afectados nunca antes por la escasez. Un editorial de la revista Times alertó sobre la posibilidad de nuevas revueltas: "La idea de las masas hambrientas llevadas por su desesperación a tomar a las calles y derrocar el ancien regimen ha parecido imposible desde que capitalismo triunfó tan decididamente en la Guerra Fría.... Y todavía, los titulares del último mes sugieren que los precios de la comida subiendo como un cohete estén amenazando la estabilidad de un número creciente de gobiernos alrededor del mundo. Cuando las circunstancias hacen imposible alimentar a sus niños hambrientos, los ciudadanos normalmente pasivos pueden llegar a ser muy rápidamente militantes con nada que perder".
A finales de 2007, India anuncio que suspendía sus exportaciones de arroz: necesitaba reservas para su propia población. Vietnam hizo otro tanto: una epidemia de insectos había arruinado parte de la cosecha y el arroz producido sería destinado sólo a la población local. Ambos países, India y Vietnam, suponen el 30% del mercado mundial del arroz. Poco después, se produjo el pánico del arroz en EEUU: los consumidores compraron todo el que encontraron en las estanterías de los supermercados. Durante unos semanas hubo escasez de arroz en la meca del capitalismo.
El origen del problema
En Haití el “bizcocho de barro” se convirtió en 2008 en algo habitual: se calienta barro diluido en agua, se le añade algún aceite vegetal y sal... el ”manjar” está listo para su consumo. Haití es uno de los países más azotados por el hambre, a pesar de que en 1985 era autosuficiente en materia alimentaria. Haití producía 170.000 toneladas de arroz que garantizaban el 95% del consumo doméstico. Había miseria… pero no hambre. En 1995, el FMI exigió a Haití que cortara aranceles proteccionistas como condición para conceder un préstamo. El arroz importado pasó del 5% al 75%. El arroz norteamericano se vendió en el mercado local a la mitad de precio; no era mejor: simplemente estaba subvencionado con 232 dólares por Ha por el gobierno de los EEUU que, además, subsidia la exportación. Todo ese dinero no iba a parar a granjeros… sino a consorcios y corporaciones agroindustriales que les permitían vender arroz a un 50% por debajo de los costes de producción. Sorprendentemente la bajada del precio del arroz consumido en Haití no ha favorecido el aumento de su consumo… sino el hambre, al haber aumentado el paro entre los agricultores que constituyen la mayoría de la población.
Haití no es un caso único, ni siquiera extremo. En todo el Tercer Mundo –pero también en los países europeos del Mediterráneo- el mecanismo ha sido siempre el mismo: abolición de aranceles, llegada masiva de exportaciones procedentes de agriculturas ultrasubvencionadas, abandono del campo, aumento de la dependencia alimentaria…
A los países pobres del Tercer Mundo, siempre se les ha exigido abolir aranceles, permitir la entrada indiscriminada de exportaciones, para obtener préstamos. Este proceso ha arruinado completamente la agricultura de muchos países y generado migraciones masivas del campo a la ciudad. Ahora, 100 millones de personas corren el riesgo de morir de hambre en el mundo a causa de este sistema.
La responsabilidad de los biocarburantes
Los consorcios agroindustriales norteamericanos han comprado gigantescas extensiones de tierras en todo el Tercer Mundo (utilizando para ello plusvalías procedentes de los años de vacas gordas en las bolsas internacionales). Estas gigantescas extensiones de terreno se están cultivando hoy, pero no para cereales destinados a la alimentación, sino a la producción de los llamados biocarburantes.
En 2006 el desvío de cereales a circuitos no alimentarios subió de un 2% a un 3%. Ese 1% se desvió hacia piensos y biocarburantes. Un 1% parece poco, pero es suficiente como para arrastrar toda una cadena de subidas en el precio de los alimentos: para producir un kilo de vacuno se precisan siete kilos de cereales. Al haber aumentado el consumo de carne entre las nacientes clases medias asiáticas, el fenómeno ha multiplicado su impacto: mientras que en China la clase media crecía un 8’6% en 1990, en 2007 lo hizo a un 70%.
Mientras que la producción mundial de alimentos ha ido creciendo a un ritmo mayor que la población mundial desde 1960, incluso durante los años 2006-2008… sin embargo, el precio de los alimentos se ha ido encareciendo hasta hacerse insoportable, especialmente en las economías más modestas.
A partir de 2007 el precio del maíz empezó a fijarse, no en base a los costes de producción y a unos criterios aceptables de rentabilidad, sino en relación al del petróleo, con la consiguiente subida. El efecto inmediato, fue la subida de los precios del maíz destinado para alimentación (y sus derivas, incluidas margarinas), que arrastró luego subidas similares en el precio de la soja, del trigo y de los aceites vegetales para uso alimenticio.
Hay tres elementos que han contribuido a que el precio del petróleo aumentara: de un lado, en tanto que combustible fósil, cada día que pasa, el consumo hace que disminuyan la cantidades de hidrocarburos existentes en el planeta; de otro, el consumo mundial de petróleo aumenta, no solamente en los países industrializados, sino especialmente en los países en vías de industrialización. No se encuentran nuevos yacimientos que compensen el aumento en la demanda del petróleo. Finalmente, también el petróleo se convirtió en un objeto de especulación y a partir de agosto de 2005 se inició “la burbuja petrolera”.
Estos tres elementos, han interactuado para generar un aumento del precio del petróleo. En 2003, el barril de petróleo valía 25 dólares, pero el 29 de agosto de 2005 había alcanzado los 70,85 dólares. Cuando parecía que este sería el tope histórico, el huracán Katrina hizo que aumentara todavía más al afectar a las refinerías situadas en el Golfo de México. Los especuladores transformaron esta tragedia en “burbuja”: en mayo de 2008 el precio alcanzó los 133,17 dólares y en el mercado de futuros se compraba a 168,96 dólares por barril. Luego empezó a remitir, a la vista de que la economía mundial era inviable en esas circunstancias. La “burbuja petrolera” había cesado, pero poco podía hacerse para evitar que los otros dos factores (aumento de la demanda y descenso de las existencias) pusieran fin a la era de petróleo barato.
Sin embargo, los consorcios petroleros afrontaron el problema desde otro punto de vista. Desde los años 80, buena parte del combustible utilizado en Brasil se obtenía a partir de vegetales. Era el “combustible verde” en un tiempo en el que todo lo “verde” tenía buena imagen. Así que fueron los consorcios petroleros los que estimularon la producción de biocarburantes. Había otra buena razón: los EEUU subvencionaba la producción de oleaginosas y gramíneas utilizadas en los biocarburantes. Era como encontrar un pozo de petróleo y que el Estado pagara por la extracción. Pero cualquier gramínea dedicada a biocarburantes queda desviada del circuito alimentario…
¿Quién es el culpable de la “burbuja alimentaria”?
En Perú en agosto de 1990, siguiendo órdenes del FMI el precio del combustible se multiplicó por 30 y el del pan por 12… de una sola vez, en la misma noche y sin aviso previo. Fue la exigencia para obtener un crédito de 1.500 millones de dólares. Es una de las delicias del “mercado libre”. Sin embargo, lo agricultores locales no experimentaron ningún aumento en sus beneficios.
El "mercado libre" destruye las agriculturas locales… incluida la española que no puede afrontar los precios de hortalizas, frutas y verduras procedentes de Marruecos y agoniza lentamente para mayor gloria de la globalización. Si esto pasa en un país europeo, en África, esa política conduce directamente a las hambrunas.
¿Quién gana con este proceso? No gana ni siquiera el granjero medio norteamericano, tan solo un pequeño racimo de empresas que controlan los mercados internacionales de grano, los fertilizantes y el mercado de semillas. Cargill Inc y sus 140 firmas controlan el mercado mundial de grano. Nadie puede competir con Cargill Inc que fija el precio de compra y el de venta, actuando en régimen de oligopolio.
Consorcios como éste utilizan a la Organización Mundial del Comercio (WTO) como ariete para penetrar en terrenos insospechados. El de las semillas, por ejemplo. Unas pocas empresas tienen la exclusiva “propiedad intelectual” sobre las variedades de plantas obtenidas mediante diseños biotecnológicos. Esas plantas son difundidas a través de programas de ayuda y de la abolición de restricciones impuesta por la WTO. Los granjeros del Tercer Mundo las plantan y obtienen cosechas nunca antes vistas (utilizando los fertilizantes adecuados facilitados por los mismos consorcios). Sólo al cabo de un año entienden que no pueden volver a plantar las semillas obtenidos de los frutos cosechados… sin pagar derechos a Monsanto o Arch Daniel Midland y sólo utilizando los fertilizantes vendidos por esas mismas empresas. Ese modelo económico es el que facilita la irrupción de hambrunas y el control alimentario ejercido por unas pocas empresas.
Decrecimiento y ruptura con la globalización
El “desarrollo sostenible”, bendecido en las cumbres de la ONU, se ha mostrado, paradójicamente, insostenible. No se trataba solamente de que los habitantes de las “naciones emergentes” de Asia, utilizasen un carburante cada vez más escaso en la naturaleza: también empezaron a alimentarse con dietas que nunca habían pertenecido a su tradición secular, rechazaban la alimentación monótona e iban incorporando (a medida que las multinacionales de la alimentación y el fast-food penetraban en sus países) cada vez más carne. Si tenemos en cuenta que este proceso está ocurriendo en las zonas más pobladas del planeta, es evidente desde hace diez años que se estaban alterando las necesidades alimentarias del planeta.
Para colmo, la subida del precio del petróleo hizo que aumentara el precio de los fertilizantes y su transporte. Ahora hemos llegado a un proceso endiablado: se gastan hidrocarburos fabricando fertilizantes, se aumenta el consumo de combustible transportando esos fertilizantes y se gastan más cantidades de petróleo poniendo en marcha máquinas de siembra y recolección de plantas que son utilizadas para… fabricar biocarburantes, con los que compensar la escasez de combustible. Todo esto evidencia el estado de una civilización que ha perdido el norte en cuyo centro se ha instalado lo absurdo, cuando lo absurdo sirve a los intereses de los grandes consorcios.
Esta espiral no tiene salida: necesitamos más petróleo para fabricar biocarburantes; pero ésto –unido a las malas cosechas y a la especulación- provoca el aumento en el precio de los alimentos. Y así seguirá mientras el objetivo sea suplir la crisis energética con biocarburantes… lo que añade una crisis alimentaria, además de no servir para resolver las necesidades energéticas del planeta.
En los países emergentes no disminuirá el número de ciudadanos que aspiren a vivir “como occidentales” (el modelo etnocéntrico norteamericano acompaña a la globalización) por lo tanto hay que pensar que cada vez será preciso aumentar más las superficies de cultivo dedicadas a biocarburantes… con lo que disminuirán las dedicadas a alimentación. Y ni siquiera está claro que exista superficie de cultivo suficiente en todo el planeta como para suministrar energía a todos los motores que existirán de aquí al 2020 cuando el petróleo empiece a escasear de verdad.
Solamente hay tres salidas: o una disminución drástica de la población mundial, especialmente la de los países emergentes que, de paso, son los más superpoblados; o el hallazgo de nuevas formas de energía; o el decrecimiento.
Los atentados de Bombay en noviembre pasado demostraron que “alguien” parece interesado en envenenar las relaciones entre India y Pakistán y convertir aquella zona en una prolongación de la guerra de Afganistán. A fin de cuentas (como decíamos en ID-14, págs. 31-34), no sería la primera vez que se sale de una crisis económica organizando una guerra que ocasione decenas de millones de muertos (y en la zona podrían alcanzarse con facilidad algún centenar de millones en poco tiempo), estimule la productividad de algunos países y genere perspectivas de crecimiento económico mediante inversiones en la reconstrucción de los países afectados.
En cuanto a las nuevas formas de energía, no hay que ser hoy muy optimistas a medio plazo, a pesar de que la esperanza de que los científicos encuentren nuevos hallazgos que eviten los problemas generados por el crecimiento, haya alimentado la concepción “progresista” de la historia durante siglo y medio. En realidad, lo que ha ocurrido es otra cosa: los científicos han generado inventos que han mejorado la calidad de vida, pero al mismo tiempo creando nuevos problemas, los cuales han sido resueltos con otros inventos que han terminado generando más problemas… hasta la situación límite actual. No se puede ser muy optimista en torno a esto. Haría falta ver si crear un parque móvil de vehículos movidos con energía solar, resuelve el problema o más bien crea nuevos problemas medioambientales: ¿dónde se almacenarían las baterías amortizadas? ¿no correrían el riesgo de agotarse determinados minerales utilizados para la fabricación de esas mismas baterías? La ciencia no tiene respuestas para todo y las respuestas que aporta no están libres de suscitar nuevos y más graves conflictos.
Queda la opción del decrecimiento. Un planeta de posibilidades y recursos limitados, no puede crecer de manera ilimitada. No hay, pues, “desarrollo sostenible”. Ahora de lo que se trata es de desandar lo andado o enfrentarse a la realidad de problemas medioambientales cada vez mayores e irresolubles.
Decrecimiento implica que todos vamos a sufrir mermas en nuestro ritmo de vida a cambio de obtener una garantía de viabilidad del planeta. Probablemente deberemos utilizar más a menudo transportes públicos. Seguramente, habrá que renunciar a vehículos de alta cilindrada y potencia elevada. Mientras se encuentra una solución energética viable (la energía de fusión no estará presente en nuestras vidas antes de 2040-2050) habrá que restringir los consumos, optimizar los rendimientos, esforzarse en las energías renovables y aumentar los presupuestos de investigación en estos sectores. Pero todo esto no bastará.
Será preciso moderar el volumen de población: no habrá que ver como una tragedia el que la pirámide de edades sea, durante unas décadas, negativa y que al bajar la población el PIB sea negativo. Si el problema es el pago de pensiones, el Estado deberá habituarse a administrar mejor sus recursos, reducir su volumen y aligerarse. Europa es, por cierto, una de las zonas más pobladas del planeta. Menos población, menos consumo. Y si esa población es, cuanto más homogénea, mejor, tenderán a desaparecer problemas y tensiones étnico-sociales. En este terreno el fin de la globalización debe acarrear el fin de la multiculturalidad y el mestizaje.
Hoy, no es que falten alimentos, es que están mal gestionados. No es raro: se gestionan en beneficio de unos pocos consorcios que dominan la alimentación, los fertilizantes y los mercados internacionales. Solucionar el problema pasa por una profunda reforma internacional, no sólo de la Organización Mundial del Comercio y de los tratados firmados, sino del FMI y el Banco Mundial, culpables en gran medida de la crisis alimentaria. Y, por supuesto, la abolición de “derechos de propiedad intelectual” sobre semillas obtenidas por biotecnología. Todo esto implica –vale la pena recordarlo- una profunda reforma política en cada país y la alteración profunda de las correlaciones de fuerzas políticas que han permitido llegar hasta esta situación. Dicho con otras palabras: quienes han gestionado el poder en los últimos 30 años, son culpables de las situaciones generadas y deben pagarlas. Las responsabilidades políticas a quienes firmaron alegremente acuerdos con la WTO y facilitaron la aplicación de políticas de destrucción de nuestros campos, deben ser exigidas y sus siglas arrojadas al estercolero de la historia.
Cada país debe tender a la autosuficiencia alimentaria. O al menos cada bloque económico integrado debe disponer de esa autonomía. Vale la pena recordar que la Unión Europea tuvo como precedente la “Europa Verde” que estableció normas que consiguieron estabilizar los precios de los alimentos en los años de postguerra y racionalizar la producción. La globalización se muestra como la causa de buena parte de los males de la economía, pero también ha terminado siéndolo de los pueblos. La globalización ha facilitado el alza del precio de los alimentos, las hambrunas en determinadas zonas del planeta y, finalmente, el que un sector que afecta a toda la población, esté en manos de un cartel de corporaciones multinacionales que actúan en régimen de oligopolio.
Los Estados tienen la obligación de facilitar el derecho a la vivienda, a la alimentación y al bienestar a las poblaciones y esos derechos están por encima de los acuerdos internacionales firmados irresponsablemente y de los derechos de los consorcios multinacionales.
Las dos consignas para los próximos años no puede ser otras más que decrecimiento y ruptura de la globalización. Eso o tendremos un negro futuro como perspectiva.
[recuadro fuera de texto]
Geopolítica del agua
El agua dulce escasea cada vez más. Para el 2025 se calcula que el 70% de la población no tendrá acceso a “cantidades suficientes de agua potable”. Hoy, el 20% del agua dulce es utilizada por la industria, el 67% va a parar a la agricultura (85% en Asia, África e Iberoamérica). El consumo doméstico ocupa el 10% del total. El agua está presente en todas partes, pero no toda puede consumirse. El 97% del agua de la Tierra es salada, solamente el 2’5% es dulce y el 0’5% es humedad superficial. Buena parte del agua dulce se encuentra en acuíferos subterráneos que, una vez explotados tardan en renovarse. En cuanto a las aguas de los ríos cada vez están más contaminadas.
En Europa la situación es muy mala. La mayoría de ríos están contaminados con agrotóxicos y residuos industriales. La situación es particularmente preocupante en España, Italia (especialmente en el Sur), Grecia, Balcanes, Holanda y Alemania. Asia está todavía peor y el agua es uno de los elementos que enfrentan a Turquía e Irak (por el control de las fuentes del Tigris y el Ëufrates) y la principal causa del conflicto en Palestina (al precisar los cultivos del desierto del Negev, las aguas del Jordán y de los acuíferos de Gaza). Iberoamérica con un 12% de población mundial tiene el 47% de las reservas mundiales de agua, lo que no es obstáculo para que en algunas zonas se exploten acuíferos hasta agotarlos.
Falta agua. Por tanto, no es raro que en los próximos años se desencadenen “guerra del agua”. La escritora y cuentistas política canadiense Maure Barlow en su libro “Oro Azul”, indicó que “antes de que nosotros nos diéramos cuentas de esta crisis del agua, las corporaciones transnacionales ya lo habían previsto y formaron un cartel para apropiarse del agua. El Fondo Monetario Internacional está presionando a los países que padecen una crisis monetaria y económica para que -entre otras cosas- privaticen el agua como condición para liberar los créditos”. Por su parte, el Director del instituto Polaris de Canadá, indicaba que, ”Hay un grupo de corporaciones que controlan el agua a escala mundial”, citando a tres de las más importantes: Lyonneise des Eux, Vivendi (ambas francesas) y RWE de Alemania.
La Organización Mundial de la Salud, informó en 2006 que más de mil millones de personas no disfrutan de suministro seguro de agua potable. Chris Middleton -director de la consultora australiana de marketing de bebida Fountainhead- asegura que, “en cuestión de 30 años el agua embotellada ha pasado de no ser prácticamente nada, a ser la segunda o tercera mercancía que más dinero mueve en el mundo después del petróleo y el café”. En este mercado de “pocas ballenas y muchos pezqueñines” al decir de Middleton compiten Coca Cola y Pepsi. Para Nestlé, según sus propias estadísticas, los habitantes del planeta beben 148.000 millones de litros anuales, alrededor del doble que en 1996. El mercado asiático crece a un ritmo vertiginoso, duplicándose las ventas entre 1997 y el 2002. La causa es la alta contaminación de los recursos hídricos, convirtiéndose China en el tercer consumidor de agua embotellada con aproximadamente 10.000 millones de litros anuales (una media de 8 litros por persona).
A la escasez de agua se une también el destrozo ecológico que suponen miles de millones de embases de plástico con un peso estimado de 1.500.000 toneladas de las solamente se recicla un 20%... ¿solución? Para echarse a temblar: embases reciclables fabricados a partir de ¡maíz!, que se descompondrían fácilmente en agua, dióxido de carbono y material orgánico… lo único que faltaría para que los precios de los alimentos experimentaran otro nuevo repunte.
El hecho de que la ONU haya establecido una “década internacional” (de 2005 a 2015) con el título de “agua por la vida”, no parece que vaya a servir para mucho. Mientras la población del planeta crezca y sus nuevos hábitos alimentarios precisen cada vez más cereales, el consumo del agua irá en aumento. Para colmo, el cambio climático y la desertización creciente de partes del planeta se unen al agotamiento de acuíferos, la contaminación de ríos y lagos. Se prevé que en el 2050 7.000 millones de personas se vean afectadas por la escasez de agua. La ONU atribuye esta situación a la “mala gestión de los recursos hídricos” pero el problema es mucho mayor. En las llamadas Metas de Desarrollo del Milenio para el 2015, la problemática del agua ocupa un lugar preferente.
La Declaración Ministerial de La Haya de marzo de 2000 estableció la relación entre la ausencia de agua y el aumento de las enfermedades y la muerte. En 2000, la tasa de mortalidad estimada sólo por diarreas relacionadas con la falta de sistemas de saneamiento del agua fue de 2.213 millones de personas. La mayoría fueron niños. En la misma reunión se aceptó que el agua constituye una parte esencial de todo ecosistema. Sin embargo, se aceptó también que en el 2030 el 60% de la población mundial vivirá en ciudades y que en las nuevas conurbaciones no existen garantías ni de suministro de agua, ni de eliminación efectiva de residuos, ni, por tanto, podrán existir garantías sanitarias. Además, habrá que dar de comer a esa población: dado su número es inevitable recurrir a la agricultura sistemática, pero, aun mejorando los sistemas de riego, lo que se logrará es aumentar la cantidad de agua dedicada a este fin ¿en detrimento de la industria o del consumo humano? Habrá, necesariamente, que promover una industria más limpia, no sólo menos contaminante, sino que consuma menos agua y que contamine menos. Y eso va a ser difícil: especialmente por que determinados países fían todo su futuro al desarrollo industrial.
Durante siglos, el agua dulce del planeta ha parecido bastante estable. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, los procesos de contaminación empezaron a alterar ese equilibrio. Los vertidos tóxicos y la contaminación de acuíferos crean problemas insuperables y hacen que el agua a disposición de la agricultura y del consumo humano, disminuya. Lo dramático es que aumenta la demanda de agua potable para consumo humano, para agricultura y para industria. En estas circunstancias la tesis del “desarrollo sostenible” ya ni puede seguir siendo una esperanza.
Algunos recuerdan que la actual crisis económica estuvo precedida por un alza general en los precios de los alimentos. La gravedad de la crisis y la oleada de paro que se está produciendo desde el segundo semestre del año, hizo que el aumento de precios de los alimentos pasara a segundo plano. Pero la crisis alimentaria sigue ahí, amenazante, pendiendo sobre nuestras cabezas como otra amenaza, acaso la mayor: se puede vivir en paro, incluso sin petróleo, pero no sin alimento.
Noticias que han pasado desapercibidas
No sólo en España, sino en todo el mundo, el precio de los alimentos experimentó una subida radical desde la primavera de 2007. En particular, el trigo, el maíz y el arroz fueron los alimentos más afectados. La ONU informó que entre marzo de 2007 y marzo del 2008, el precio de los cereales aumentó un 88%, los aceites un 106%, la leche y sus derivados un 48%. Así mismo, el Banco Mundial explicó que desde junio de 2005, el precio del trigo ha aumentado un 181% y el de la comida en general un 83%.
El arroz que en Tailandia se vendía a 198 dólares la tonelada en 2003, se elevó a 1.000 dólares en abril pasado. En marzo de 2008, el precio del arroz se duplicó bruscamente en Haití. En los supermercados norteamericanos se agotaron todas las variedades de arroz. En Europa también hemos registrado aumentos de precio similares, pero no tanto como en el Tercer Mundo y especialmente como los 2.600.000.000 de personas que viven con menos de 2 dólares al día y que gastan el 80% de sus ingresos en alimentación. No es raro que se produjeran motines.
Los disturbios motivados por la escasez alimentaria han comenzado: en Burkina Faso una huelga general de dos días paralizó el país, reivindicando reducciones significativas en el precio del arroz. En abril, en Egipto, el ejército reprimió la huelga general en Mahlla (Delta del Nilo) que exigía sueldos más altos para poder afrontar las alzas de precios. Lo mismo ocurrió en Bangla Desh en las fábricas textiles de Fatullah. “Marcha del hambre” en Costa de Marfil y manifestación masiva ante la residencia presidencial; "Tenemos hambre," y "la Vida es demasiado cara, usted nos está matando", fueron las consignas. Despliegue de fuerzas armadas en Pakistán y Tailandia cuando la policía ya no era capaz de controlar los motines de los campesinos pobres y los asaltos a los almacenes. La lista es interminable: manifestaciones y protestas en todo el Sudeste Asiático (Camboya, Indonesia, Tailandia), en África (Camerún, Etiopía, Madagascar, Mauritania, Níger, Senegal, Zambia), en Centro y Suramérica (Honduras, Perú), en Asia Central (Uzbekistán), en Filipinas…
Según el Banco Mundial, 33 países se encuentran hoy en grave riesgo alimentario. La novedad es que la mayoría de ellos no se habían visto afectados nunca antes por la escasez. Un editorial de la revista Times alertó sobre la posibilidad de nuevas revueltas: "La idea de las masas hambrientas llevadas por su desesperación a tomar a las calles y derrocar el ancien regimen ha parecido imposible desde que capitalismo triunfó tan decididamente en la Guerra Fría.... Y todavía, los titulares del último mes sugieren que los precios de la comida subiendo como un cohete estén amenazando la estabilidad de un número creciente de gobiernos alrededor del mundo. Cuando las circunstancias hacen imposible alimentar a sus niños hambrientos, los ciudadanos normalmente pasivos pueden llegar a ser muy rápidamente militantes con nada que perder".
A finales de 2007, India anuncio que suspendía sus exportaciones de arroz: necesitaba reservas para su propia población. Vietnam hizo otro tanto: una epidemia de insectos había arruinado parte de la cosecha y el arroz producido sería destinado sólo a la población local. Ambos países, India y Vietnam, suponen el 30% del mercado mundial del arroz. Poco después, se produjo el pánico del arroz en EEUU: los consumidores compraron todo el que encontraron en las estanterías de los supermercados. Durante unos semanas hubo escasez de arroz en la meca del capitalismo.
El origen del problema
En Haití el “bizcocho de barro” se convirtió en 2008 en algo habitual: se calienta barro diluido en agua, se le añade algún aceite vegetal y sal... el ”manjar” está listo para su consumo. Haití es uno de los países más azotados por el hambre, a pesar de que en 1985 era autosuficiente en materia alimentaria. Haití producía 170.000 toneladas de arroz que garantizaban el 95% del consumo doméstico. Había miseria… pero no hambre. En 1995, el FMI exigió a Haití que cortara aranceles proteccionistas como condición para conceder un préstamo. El arroz importado pasó del 5% al 75%. El arroz norteamericano se vendió en el mercado local a la mitad de precio; no era mejor: simplemente estaba subvencionado con 232 dólares por Ha por el gobierno de los EEUU que, además, subsidia la exportación. Todo ese dinero no iba a parar a granjeros… sino a consorcios y corporaciones agroindustriales que les permitían vender arroz a un 50% por debajo de los costes de producción. Sorprendentemente la bajada del precio del arroz consumido en Haití no ha favorecido el aumento de su consumo… sino el hambre, al haber aumentado el paro entre los agricultores que constituyen la mayoría de la población.
Haití no es un caso único, ni siquiera extremo. En todo el Tercer Mundo –pero también en los países europeos del Mediterráneo- el mecanismo ha sido siempre el mismo: abolición de aranceles, llegada masiva de exportaciones procedentes de agriculturas ultrasubvencionadas, abandono del campo, aumento de la dependencia alimentaria…
A los países pobres del Tercer Mundo, siempre se les ha exigido abolir aranceles, permitir la entrada indiscriminada de exportaciones, para obtener préstamos. Este proceso ha arruinado completamente la agricultura de muchos países y generado migraciones masivas del campo a la ciudad. Ahora, 100 millones de personas corren el riesgo de morir de hambre en el mundo a causa de este sistema.
La responsabilidad de los biocarburantes
Los consorcios agroindustriales norteamericanos han comprado gigantescas extensiones de tierras en todo el Tercer Mundo (utilizando para ello plusvalías procedentes de los años de vacas gordas en las bolsas internacionales). Estas gigantescas extensiones de terreno se están cultivando hoy, pero no para cereales destinados a la alimentación, sino a la producción de los llamados biocarburantes.
En 2006 el desvío de cereales a circuitos no alimentarios subió de un 2% a un 3%. Ese 1% se desvió hacia piensos y biocarburantes. Un 1% parece poco, pero es suficiente como para arrastrar toda una cadena de subidas en el precio de los alimentos: para producir un kilo de vacuno se precisan siete kilos de cereales. Al haber aumentado el consumo de carne entre las nacientes clases medias asiáticas, el fenómeno ha multiplicado su impacto: mientras que en China la clase media crecía un 8’6% en 1990, en 2007 lo hizo a un 70%.
Mientras que la producción mundial de alimentos ha ido creciendo a un ritmo mayor que la población mundial desde 1960, incluso durante los años 2006-2008… sin embargo, el precio de los alimentos se ha ido encareciendo hasta hacerse insoportable, especialmente en las economías más modestas.
A partir de 2007 el precio del maíz empezó a fijarse, no en base a los costes de producción y a unos criterios aceptables de rentabilidad, sino en relación al del petróleo, con la consiguiente subida. El efecto inmediato, fue la subida de los precios del maíz destinado para alimentación (y sus derivas, incluidas margarinas), que arrastró luego subidas similares en el precio de la soja, del trigo y de los aceites vegetales para uso alimenticio.
Hay tres elementos que han contribuido a que el precio del petróleo aumentara: de un lado, en tanto que combustible fósil, cada día que pasa, el consumo hace que disminuyan la cantidades de hidrocarburos existentes en el planeta; de otro, el consumo mundial de petróleo aumenta, no solamente en los países industrializados, sino especialmente en los países en vías de industrialización. No se encuentran nuevos yacimientos que compensen el aumento en la demanda del petróleo. Finalmente, también el petróleo se convirtió en un objeto de especulación y a partir de agosto de 2005 se inició “la burbuja petrolera”.
Estos tres elementos, han interactuado para generar un aumento del precio del petróleo. En 2003, el barril de petróleo valía 25 dólares, pero el 29 de agosto de 2005 había alcanzado los 70,85 dólares. Cuando parecía que este sería el tope histórico, el huracán Katrina hizo que aumentara todavía más al afectar a las refinerías situadas en el Golfo de México. Los especuladores transformaron esta tragedia en “burbuja”: en mayo de 2008 el precio alcanzó los 133,17 dólares y en el mercado de futuros se compraba a 168,96 dólares por barril. Luego empezó a remitir, a la vista de que la economía mundial era inviable en esas circunstancias. La “burbuja petrolera” había cesado, pero poco podía hacerse para evitar que los otros dos factores (aumento de la demanda y descenso de las existencias) pusieran fin a la era de petróleo barato.
Sin embargo, los consorcios petroleros afrontaron el problema desde otro punto de vista. Desde los años 80, buena parte del combustible utilizado en Brasil se obtenía a partir de vegetales. Era el “combustible verde” en un tiempo en el que todo lo “verde” tenía buena imagen. Así que fueron los consorcios petroleros los que estimularon la producción de biocarburantes. Había otra buena razón: los EEUU subvencionaba la producción de oleaginosas y gramíneas utilizadas en los biocarburantes. Era como encontrar un pozo de petróleo y que el Estado pagara por la extracción. Pero cualquier gramínea dedicada a biocarburantes queda desviada del circuito alimentario…
¿Quién es el culpable de la “burbuja alimentaria”?
En Perú en agosto de 1990, siguiendo órdenes del FMI el precio del combustible se multiplicó por 30 y el del pan por 12… de una sola vez, en la misma noche y sin aviso previo. Fue la exigencia para obtener un crédito de 1.500 millones de dólares. Es una de las delicias del “mercado libre”. Sin embargo, lo agricultores locales no experimentaron ningún aumento en sus beneficios.
El "mercado libre" destruye las agriculturas locales… incluida la española que no puede afrontar los precios de hortalizas, frutas y verduras procedentes de Marruecos y agoniza lentamente para mayor gloria de la globalización. Si esto pasa en un país europeo, en África, esa política conduce directamente a las hambrunas.
¿Quién gana con este proceso? No gana ni siquiera el granjero medio norteamericano, tan solo un pequeño racimo de empresas que controlan los mercados internacionales de grano, los fertilizantes y el mercado de semillas. Cargill Inc y sus 140 firmas controlan el mercado mundial de grano. Nadie puede competir con Cargill Inc que fija el precio de compra y el de venta, actuando en régimen de oligopolio.
Consorcios como éste utilizan a la Organización Mundial del Comercio (WTO) como ariete para penetrar en terrenos insospechados. El de las semillas, por ejemplo. Unas pocas empresas tienen la exclusiva “propiedad intelectual” sobre las variedades de plantas obtenidas mediante diseños biotecnológicos. Esas plantas son difundidas a través de programas de ayuda y de la abolición de restricciones impuesta por la WTO. Los granjeros del Tercer Mundo las plantan y obtienen cosechas nunca antes vistas (utilizando los fertilizantes adecuados facilitados por los mismos consorcios). Sólo al cabo de un año entienden que no pueden volver a plantar las semillas obtenidos de los frutos cosechados… sin pagar derechos a Monsanto o Arch Daniel Midland y sólo utilizando los fertilizantes vendidos por esas mismas empresas. Ese modelo económico es el que facilita la irrupción de hambrunas y el control alimentario ejercido por unas pocas empresas.
Decrecimiento y ruptura con la globalización
El “desarrollo sostenible”, bendecido en las cumbres de la ONU, se ha mostrado, paradójicamente, insostenible. No se trataba solamente de que los habitantes de las “naciones emergentes” de Asia, utilizasen un carburante cada vez más escaso en la naturaleza: también empezaron a alimentarse con dietas que nunca habían pertenecido a su tradición secular, rechazaban la alimentación monótona e iban incorporando (a medida que las multinacionales de la alimentación y el fast-food penetraban en sus países) cada vez más carne. Si tenemos en cuenta que este proceso está ocurriendo en las zonas más pobladas del planeta, es evidente desde hace diez años que se estaban alterando las necesidades alimentarias del planeta.
Para colmo, la subida del precio del petróleo hizo que aumentara el precio de los fertilizantes y su transporte. Ahora hemos llegado a un proceso endiablado: se gastan hidrocarburos fabricando fertilizantes, se aumenta el consumo de combustible transportando esos fertilizantes y se gastan más cantidades de petróleo poniendo en marcha máquinas de siembra y recolección de plantas que son utilizadas para… fabricar biocarburantes, con los que compensar la escasez de combustible. Todo esto evidencia el estado de una civilización que ha perdido el norte en cuyo centro se ha instalado lo absurdo, cuando lo absurdo sirve a los intereses de los grandes consorcios.
Esta espiral no tiene salida: necesitamos más petróleo para fabricar biocarburantes; pero ésto –unido a las malas cosechas y a la especulación- provoca el aumento en el precio de los alimentos. Y así seguirá mientras el objetivo sea suplir la crisis energética con biocarburantes… lo que añade una crisis alimentaria, además de no servir para resolver las necesidades energéticas del planeta.
En los países emergentes no disminuirá el número de ciudadanos que aspiren a vivir “como occidentales” (el modelo etnocéntrico norteamericano acompaña a la globalización) por lo tanto hay que pensar que cada vez será preciso aumentar más las superficies de cultivo dedicadas a biocarburantes… con lo que disminuirán las dedicadas a alimentación. Y ni siquiera está claro que exista superficie de cultivo suficiente en todo el planeta como para suministrar energía a todos los motores que existirán de aquí al 2020 cuando el petróleo empiece a escasear de verdad.
Solamente hay tres salidas: o una disminución drástica de la población mundial, especialmente la de los países emergentes que, de paso, son los más superpoblados; o el hallazgo de nuevas formas de energía; o el decrecimiento.
Los atentados de Bombay en noviembre pasado demostraron que “alguien” parece interesado en envenenar las relaciones entre India y Pakistán y convertir aquella zona en una prolongación de la guerra de Afganistán. A fin de cuentas (como decíamos en ID-14, págs. 31-34), no sería la primera vez que se sale de una crisis económica organizando una guerra que ocasione decenas de millones de muertos (y en la zona podrían alcanzarse con facilidad algún centenar de millones en poco tiempo), estimule la productividad de algunos países y genere perspectivas de crecimiento económico mediante inversiones en la reconstrucción de los países afectados.
En cuanto a las nuevas formas de energía, no hay que ser hoy muy optimistas a medio plazo, a pesar de que la esperanza de que los científicos encuentren nuevos hallazgos que eviten los problemas generados por el crecimiento, haya alimentado la concepción “progresista” de la historia durante siglo y medio. En realidad, lo que ha ocurrido es otra cosa: los científicos han generado inventos que han mejorado la calidad de vida, pero al mismo tiempo creando nuevos problemas, los cuales han sido resueltos con otros inventos que han terminado generando más problemas… hasta la situación límite actual. No se puede ser muy optimista en torno a esto. Haría falta ver si crear un parque móvil de vehículos movidos con energía solar, resuelve el problema o más bien crea nuevos problemas medioambientales: ¿dónde se almacenarían las baterías amortizadas? ¿no correrían el riesgo de agotarse determinados minerales utilizados para la fabricación de esas mismas baterías? La ciencia no tiene respuestas para todo y las respuestas que aporta no están libres de suscitar nuevos y más graves conflictos.
Queda la opción del decrecimiento. Un planeta de posibilidades y recursos limitados, no puede crecer de manera ilimitada. No hay, pues, “desarrollo sostenible”. Ahora de lo que se trata es de desandar lo andado o enfrentarse a la realidad de problemas medioambientales cada vez mayores e irresolubles.
Decrecimiento implica que todos vamos a sufrir mermas en nuestro ritmo de vida a cambio de obtener una garantía de viabilidad del planeta. Probablemente deberemos utilizar más a menudo transportes públicos. Seguramente, habrá que renunciar a vehículos de alta cilindrada y potencia elevada. Mientras se encuentra una solución energética viable (la energía de fusión no estará presente en nuestras vidas antes de 2040-2050) habrá que restringir los consumos, optimizar los rendimientos, esforzarse en las energías renovables y aumentar los presupuestos de investigación en estos sectores. Pero todo esto no bastará.
Será preciso moderar el volumen de población: no habrá que ver como una tragedia el que la pirámide de edades sea, durante unas décadas, negativa y que al bajar la población el PIB sea negativo. Si el problema es el pago de pensiones, el Estado deberá habituarse a administrar mejor sus recursos, reducir su volumen y aligerarse. Europa es, por cierto, una de las zonas más pobladas del planeta. Menos población, menos consumo. Y si esa población es, cuanto más homogénea, mejor, tenderán a desaparecer problemas y tensiones étnico-sociales. En este terreno el fin de la globalización debe acarrear el fin de la multiculturalidad y el mestizaje.
Hoy, no es que falten alimentos, es que están mal gestionados. No es raro: se gestionan en beneficio de unos pocos consorcios que dominan la alimentación, los fertilizantes y los mercados internacionales. Solucionar el problema pasa por una profunda reforma internacional, no sólo de la Organización Mundial del Comercio y de los tratados firmados, sino del FMI y el Banco Mundial, culpables en gran medida de la crisis alimentaria. Y, por supuesto, la abolición de “derechos de propiedad intelectual” sobre semillas obtenidas por biotecnología. Todo esto implica –vale la pena recordarlo- una profunda reforma política en cada país y la alteración profunda de las correlaciones de fuerzas políticas que han permitido llegar hasta esta situación. Dicho con otras palabras: quienes han gestionado el poder en los últimos 30 años, son culpables de las situaciones generadas y deben pagarlas. Las responsabilidades políticas a quienes firmaron alegremente acuerdos con la WTO y facilitaron la aplicación de políticas de destrucción de nuestros campos, deben ser exigidas y sus siglas arrojadas al estercolero de la historia.
Cada país debe tender a la autosuficiencia alimentaria. O al menos cada bloque económico integrado debe disponer de esa autonomía. Vale la pena recordar que la Unión Europea tuvo como precedente la “Europa Verde” que estableció normas que consiguieron estabilizar los precios de los alimentos en los años de postguerra y racionalizar la producción. La globalización se muestra como la causa de buena parte de los males de la economía, pero también ha terminado siéndolo de los pueblos. La globalización ha facilitado el alza del precio de los alimentos, las hambrunas en determinadas zonas del planeta y, finalmente, el que un sector que afecta a toda la población, esté en manos de un cartel de corporaciones multinacionales que actúan en régimen de oligopolio.
Los Estados tienen la obligación de facilitar el derecho a la vivienda, a la alimentación y al bienestar a las poblaciones y esos derechos están por encima de los acuerdos internacionales firmados irresponsablemente y de los derechos de los consorcios multinacionales.
Las dos consignas para los próximos años no puede ser otras más que decrecimiento y ruptura de la globalización. Eso o tendremos un negro futuro como perspectiva.
[recuadro fuera de texto]
Geopolítica del agua
El agua dulce escasea cada vez más. Para el 2025 se calcula que el 70% de la población no tendrá acceso a “cantidades suficientes de agua potable”. Hoy, el 20% del agua dulce es utilizada por la industria, el 67% va a parar a la agricultura (85% en Asia, África e Iberoamérica). El consumo doméstico ocupa el 10% del total. El agua está presente en todas partes, pero no toda puede consumirse. El 97% del agua de la Tierra es salada, solamente el 2’5% es dulce y el 0’5% es humedad superficial. Buena parte del agua dulce se encuentra en acuíferos subterráneos que, una vez explotados tardan en renovarse. En cuanto a las aguas de los ríos cada vez están más contaminadas.
En Europa la situación es muy mala. La mayoría de ríos están contaminados con agrotóxicos y residuos industriales. La situación es particularmente preocupante en España, Italia (especialmente en el Sur), Grecia, Balcanes, Holanda y Alemania. Asia está todavía peor y el agua es uno de los elementos que enfrentan a Turquía e Irak (por el control de las fuentes del Tigris y el Ëufrates) y la principal causa del conflicto en Palestina (al precisar los cultivos del desierto del Negev, las aguas del Jordán y de los acuíferos de Gaza). Iberoamérica con un 12% de población mundial tiene el 47% de las reservas mundiales de agua, lo que no es obstáculo para que en algunas zonas se exploten acuíferos hasta agotarlos.
Falta agua. Por tanto, no es raro que en los próximos años se desencadenen “guerra del agua”. La escritora y cuentistas política canadiense Maure Barlow en su libro “Oro Azul”, indicó que “antes de que nosotros nos diéramos cuentas de esta crisis del agua, las corporaciones transnacionales ya lo habían previsto y formaron un cartel para apropiarse del agua. El Fondo Monetario Internacional está presionando a los países que padecen una crisis monetaria y económica para que -entre otras cosas- privaticen el agua como condición para liberar los créditos”. Por su parte, el Director del instituto Polaris de Canadá, indicaba que, ”Hay un grupo de corporaciones que controlan el agua a escala mundial”, citando a tres de las más importantes: Lyonneise des Eux, Vivendi (ambas francesas) y RWE de Alemania.
La Organización Mundial de la Salud, informó en 2006 que más de mil millones de personas no disfrutan de suministro seguro de agua potable. Chris Middleton -director de la consultora australiana de marketing de bebida Fountainhead- asegura que, “en cuestión de 30 años el agua embotellada ha pasado de no ser prácticamente nada, a ser la segunda o tercera mercancía que más dinero mueve en el mundo después del petróleo y el café”. En este mercado de “pocas ballenas y muchos pezqueñines” al decir de Middleton compiten Coca Cola y Pepsi. Para Nestlé, según sus propias estadísticas, los habitantes del planeta beben 148.000 millones de litros anuales, alrededor del doble que en 1996. El mercado asiático crece a un ritmo vertiginoso, duplicándose las ventas entre 1997 y el 2002. La causa es la alta contaminación de los recursos hídricos, convirtiéndose China en el tercer consumidor de agua embotellada con aproximadamente 10.000 millones de litros anuales (una media de 8 litros por persona).
A la escasez de agua se une también el destrozo ecológico que suponen miles de millones de embases de plástico con un peso estimado de 1.500.000 toneladas de las solamente se recicla un 20%... ¿solución? Para echarse a temblar: embases reciclables fabricados a partir de ¡maíz!, que se descompondrían fácilmente en agua, dióxido de carbono y material orgánico… lo único que faltaría para que los precios de los alimentos experimentaran otro nuevo repunte.
El hecho de que la ONU haya establecido una “década internacional” (de 2005 a 2015) con el título de “agua por la vida”, no parece que vaya a servir para mucho. Mientras la población del planeta crezca y sus nuevos hábitos alimentarios precisen cada vez más cereales, el consumo del agua irá en aumento. Para colmo, el cambio climático y la desertización creciente de partes del planeta se unen al agotamiento de acuíferos, la contaminación de ríos y lagos. Se prevé que en el 2050 7.000 millones de personas se vean afectadas por la escasez de agua. La ONU atribuye esta situación a la “mala gestión de los recursos hídricos” pero el problema es mucho mayor. En las llamadas Metas de Desarrollo del Milenio para el 2015, la problemática del agua ocupa un lugar preferente.
La Declaración Ministerial de La Haya de marzo de 2000 estableció la relación entre la ausencia de agua y el aumento de las enfermedades y la muerte. En 2000, la tasa de mortalidad estimada sólo por diarreas relacionadas con la falta de sistemas de saneamiento del agua fue de 2.213 millones de personas. La mayoría fueron niños. En la misma reunión se aceptó que el agua constituye una parte esencial de todo ecosistema. Sin embargo, se aceptó también que en el 2030 el 60% de la población mundial vivirá en ciudades y que en las nuevas conurbaciones no existen garantías ni de suministro de agua, ni de eliminación efectiva de residuos, ni, por tanto, podrán existir garantías sanitarias. Además, habrá que dar de comer a esa población: dado su número es inevitable recurrir a la agricultura sistemática, pero, aun mejorando los sistemas de riego, lo que se logrará es aumentar la cantidad de agua dedicada a este fin ¿en detrimento de la industria o del consumo humano? Habrá, necesariamente, que promover una industria más limpia, no sólo menos contaminante, sino que consuma menos agua y que contamine menos. Y eso va a ser difícil: especialmente por que determinados países fían todo su futuro al desarrollo industrial.
Durante siglos, el agua dulce del planeta ha parecido bastante estable. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, los procesos de contaminación empezaron a alterar ese equilibrio. Los vertidos tóxicos y la contaminación de acuíferos crean problemas insuperables y hacen que el agua a disposición de la agricultura y del consumo humano, disminuya. Lo dramático es que aumenta la demanda de agua potable para consumo humano, para agricultura y para industria. En estas circunstancias la tesis del “desarrollo sostenible” ya ni puede seguir siendo una esperanza.
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