Infokrisis.- Paradójicamente, el barrio Chino de Barcelona cada vez es menos golfo -y por lo tanto menos de lo que ha sido hasta hora- y, sin embargo, cada vez hay más chinos. No creo que queden más de una docena de prostitutas autóctonas en la zona que en otro tiempo todos visitamos en nuestro período de “amanecer al sexo”. Por primera vez en las calles de Barcelona he visto a prostitutas chinas en las aceras del Raval, de las de 20 euros el polvo, treinta y tantos años cumplidos, todas ellas ajadas y prematuramente avejentadas. Este no es mi “chino” que me lo han cambiado.
Ya no hay apenas comercio autóctono en lugar alguno del Raval, los pocos que siguen abiertos están regentados por abueletes que van camino de la jubilación, ansiosos todos de vender el local o de que un chino con maletín cargado de Euros les compre el negocio inaugurado por el bisabuelo hace algo más de un siglo. Un mendigo que arrastra un carrito de la cadena DIA u sobre él un radio-casette taleguero a pilas atronando pasodobles parece constituir el último rastro de población autóctona en la Riera Alta. El mismo local en donde hasta 1991 tuve una imprenta es hoy una frutería regentada por un “paki”. La pastelería Lis tiene el cierre bajado (no sé si por vacaciones o por haberse desplazado a otra zona) y es, junto con un almacén de maderas (que, según se indica) “sólo abre mañanas” y “Mobal” una ferretería industrial, los únicos restos de comercio autóctono que quedan en toda la calle. Y el sex shop gay, se me olvidaba… Cuatro comercios entre cuarenta.
Hay que reconocer que urbanísticamente nunca el Raval ha estado tan bien como hoy, con sus calles esponjadas y equipamientos para dar y vender… pero nunca me he sentido tan ajeno a él. Vázquez Montalbán era un asiduo del Raval, había nacido en la Plaza del Padró y frecuentemente me lo encontraba en alguna de aquellas callejas. Cada día abandonaba su lujoso chalet de las faldas de Collcerola y se venía a trabajar a la que fuera domicilio de juventud Para un desarraigado como él, el Padró terminó siendo lo más parecido a su “patria chica”. Ahora, el Padró es “territorio comanche”, zona donde sólo sobrevive el comercio étnico.
En la entrada de la calle Robadors (puterío y “clínicas urinarias” en donde se vendían preservativos por unidades y se daba una primera cura a la gonorrea y las ladillas, conformaban hace treinta años su paisaje característico) están edificando un edificio enorme de hormigón con toda la pinta de que albergará dependencias oficiales de cualquier administración. No lejos de allí, mi querida Fonda España, aquella que decoró Domenec i Montaner con su famosa chimenea modernista en el comedor y que me trae algún que otro recuerdo furtivo, está cerrada a cal y canto. De las distribuidoras de libros que había en la zona, por supuesto, ya no queda ni rastro (y mira que había vendido libros allí, incluso hasta 2001). La Librería Milla, la veo cerrada por vacaciones, pero me da la sensación de que parece no comprender que ya no está dentro de Catalunya (era una librería de un simpático y agradable tinte nacionalista) sino en un barrio que “está” en Catalunya, pero que ya “no es” Catalunya. A decir verdad, en Barcelona ya no queda más librería que el Corte Inglés y poca cosa más.
El Raval ha perdido completamente ese aire marginal que tuvo siempre todo lo ubicado extramuros de la ciudad. Hubo un tiempo maniqueo y simplón en el que todo lo que se situaba más allá de la muralla de ciudad era considerado oscuro, reprobable, delictivo y bandidesco y lo que quedaba más acá del muro, por el contrario, adquiría por eso mismo carta de honestidad, moralidad y buenas costumbres. Pero en el Raval de hoy, los únicos que se sienten marginales son los últimos ciudadanos autóctonos que quedan. El Raval no deja de recordarme la “taberna galáctica” de la primera entrega de la Guerra de las Galaxias, a la que han ido a parar seres extraños llegados de no se sabe dónde.
El comercio étnico africano, andino, chino, paquistaní, marroquí, está a la orden del día y parece gozar de buena salud. Las carnicerías Hallal están llenas, el mango se consume más que la pera leridana y el cuscús ha desplazado a la paella amb muscles y, por supuesto, a la carn d’olla de la que las nuevas generaciones catalanas casi ni tienen recuerdo. El comercio étnico es una mancha de aceite que se extiende por toda la ciudad.
Contenido durante 10 años por las Rondas que marcaban el perímetro de la muralla de la ciudad, ahora ya lo ha desbordado ampliamente extendiéndose hasta Poble Sec y alcanzando la Plaza de España y envolviendo al Mercado de Sant Antoni que, en buena medida, ya es zona de inmigración. Sans y Hostafrancs, también están pringados por ese aceite huntoso y exótico. Solamente la Gran Vía parece ser el último muro de contención. Al paso que vamos no creo que resista mucho tiempo.
La mancha se detendrá aquí. Continuará hasta dejar esta ciudad con el perfil de Marsella: ciudad oscura, sombría, multicultural y multiétnica, convertida toda ella en taberna galáctica, poblada por seres extraños y sin raíces llegados de no sé sabe dónde para no se sabe bien qué. Los sucesivos equipos municipales han hecho un “buen trabajo” en la Ciudad Condal: querían transformarla y lo han logrado. La mala noticia es que no han hecho de BCN una “ciudad fashion” a lo Manhattan sur, sino una ciudad de sombras y casposidades modelo marsellés.
La Barcelona que conocí ya no existe y no vale la pena lamentarlo. Para eso ya está Ruiz Zafón. Se dice que la primera ciudad la fundó Caín. Viejas leyendas cuentan las cuitas de Hércules tras su “trabajo” con el León de Nemea llegando por estos lares en la “novena barca”, barci nona, Barcelona. Mitos que se desdibujan de día en día y que quedan tan atrás como la Barcelona de los años 60, 70 y 80 y de la que en 1992 cometimos el error de creer que ya había concluido su transformación. Quedaba, ciertamente, la Diagonal Mar y hubo que esperar doce años más para verla concluida. Aquel Foro de las Culturas de 2004 no dejaba presagiar nada bueno, demasiado buenismo y excesiva sobredosis de multiculturalidad para que pudiera salir algo más que el pringuel que hoy se enseñorea por una tercera parte de la ciudad, amenaza con dominar la zona media entre la Gran Vía y la Diagonal y solamente Pedralbes y poco más se ven completamente libres de su influjo.
El único día que visité el Foro 2004 entendí el equívoco. El Foro, impulsado por los masones del Ayuntamiento y por la caterva de especuladores de toda la vida (ya en la edad media se decía en Barcelona: "El terreny val diners i si es en la Rambla encara val més"). Era, como se sabe, humanista y pacifista, por tanto multicultural y ecléctico. Pero el día en que lo visité pude ver la actuación de un conjunto de baile africano. Iban los negritos con una malla obviamente negra, para ocultar desnudeces, domingas y nísperos al viento, pero danzaban con un escudo en una mano y una lanza en la otra. Estaban representando inequívocamente una danza guerrera… para unos promotores del Foro humanistas y pacifistas. Los progres hablan un lenguaje que creen que los “primitivos” comparten. Cuando los progres proponen juguetes no sexistas y que no exciten a la violencia para los niños, los “primitivos” siguen regalando garrotas a sus hijos y considerarían una mariconada que la violencia no tiente a sus hijos. A partir de aquí pueden entenderse todos los equívocos suscitados por el Foro 2004. Lo que para los progres era una “riqueza cultural”, para sus protagonistas era una simple “danza guerrera” escenificada para derrotar, machacar (y eventualmente comerse) al enemigo (su hígado, su seso o acaso toda parte comestible).
Aquel día de 2004 entendí que Barcelona prefería renunciar a sí misma y entregarse a “lo diferente” porque había agotado su ciclo vital. Cuando a un pueblo le falta vitalidad sobreviene primero la agonía y luego la muerte inevitable. Hoy Barcelona está en agonía. Y no agoniza la ciudad que yo conocí, sino la ciudad en sí. La misma película “Vicky, Cristina, Barcelona” marca uno de los estertores de ese proceso. Ni en lo más ñoño del franquismo se rodó en la ciudad una película tan estúpida, fatua y vacía. Ya no queda ni rastro del “ball de la patacada”, pero en las pasadas fiestas de Gracia y en las que están por venir en Sans, se bailó salsa, merengue, rap y ritmos que son tan europeos como la olla de asar exploradores. Y todo eso, claro, pagado por el Ayuntamiento.
Barcelona está tan acadada como el zarismo, la inquisición o la sopa de cebolla en esta huxleyana era de progreso cibernético y de enjuagues multiculturetas. Tiene gracia que el Colegio Milá i Fonanals (al que le cabe el dudoso honor de ser el primero en el que ya no hay ni un solo alumno autóctono, especie de guardería de la taberna galáctica) esté situado en la Plaza de Joan Amades. Amades fue el folklorista que más hizo por recuperar las leyendas y tradiciones catalanas. Hablando de Amades... los seis volúmenes de su Costumari Catalá eran hasta no hace mucho una joya bibliográfica. Era difícil comprarlos por menos de 600 euros. Iban buscados y se cotizaban al alza. El domingo pasado por la noche los vi tirados en la calle Verdi, ante el cine del mismo nombre, vendidos por un mendigo a 3 euros ejemplar, 2 si los compraba todos. Peor está la Gran Enciclopedia Catalana cuyas tres docenas de tomos se venden sin esperanzas en ebay por 50 euros. Nunca Catalunya ha tenido unas instituciones tan exclusivas como hoy y nunca la cultura catalana se debate entre la muerte y la supervivencia impuesta a golpe de decreto (es decir, la muerte de la cultura real y sus sustitución por la cultura oficial) como ahora.
“Som una nació” se ve en algunos carteles firmados por CiU (el partido de la corrupción y del 3% de racket). Es mentira. Catalunya es hoy apenas una zona de mezcla étnica, empobrecimiento cultural y pérdida irremisible de tradiciones, especialmente de las catalanas. Resultan patéticos los esfuerzos del Canal 33 por popularizar mañana, tarde y noche, las collas de Castellers (a la antigua calle del Camón en Gracia se le ha puesto el nombre de Calle del Xiquets de Valls…). De este hundimiento de “lo catalán” lo que está surgiendo es un islam reforzado y maximalista que en 5 ó 10 años se creerá lo suficientemente fuerte como para reivindicar la primacía ena la ciudad. Catalunya, como els castellers, "fa llenya".
Por eso digo: “Ahora queréis ser una nación, pero no os dais cuenta de que os estáis convirtiendo en un emirato, solitos y sin ayuda de nadie”.
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