viernes, 15 de octubre de 2010

Del "frente político nacional" al "frente político social" (II de III)

4. ¿Existe un riesgo de ruptura de España?

Vale la pena preguntarse si estas acusaciones pueden tener visos de verosimilitud. La pregunta a la que hay que contestar es ¿se rompe España? “Se rompe España” es la frase que se reprodujo con frecuencia obsesiva en El Alcázar y en Fuerza Nueva durante la transición. Bien, han pasado 30 años, España no parece haberse roto. Si esto es incuestionable, habrá que ver ahora si España puede romperse en los próximos años.

La respuesta es no. Esto debería de satisfacernos a todos, pero sin embargo, la extrema-derecha reacciona ante una afirmación así, acusando a quien lo hace de “tibieza”, sino de traición. El problema es que puede demostrarse que los hechos, no solamente van en contra del “España se rompe”, sino que la unidad nacional está garantizada por décadas. Vamos a intentar demostrarlo:

1)  El verdadero riesgo para la unidad de España fue el Zapatero de la primera legislatura: un imbécil que llegaba con ideas nuevas y que no tenía ni experiencia de gobierno, ni siquiera ideas claras. Sus criterios humanistas universalistas hacían que la idea de “nación” se la trajera al fresco. Y el pueblo español reaccionó: manifestaciones inmensas en Madrid con banderas nacionales, caída en picado de intención de votos durante la tramitación del Nou Estatut de Catalunya, hicieron que ZP repensara su alianza con ERC y los dejara literalmente en la estacada. No es que hoy ZP haya devenido un “patriota” (lo suyo no es incurable). Es que ha sido la intención de voto y los sondeos de opinión lo que ha evidenciado que la mayoría de este país no está para aventuras independentistas. Y ZP dio marcha atrás, no por convicción -de hecho detrás de su actitud no había convicción alguna en nada- sino por sentido de la supervivencia política..

2) En los últimos meses UPyD se ha afirmado como fuerza política presente en el Parlamento del Estado, en el Parlamento Europeo y en el Parlamento Vasco. Es una fuerza ascendente en torno a la cual se recompondrá buena parte del panorama político español. Sus perspectivas de crecimiento son buenas y de confirmarse su expansión en las próximas municipales, habrá que suponer que en 2012 o cuando se convoquen nuevas elecciones generales Rosa Díez logrará disponer de un grupo parlamentario propio. Si bien en las anteriores generales, los votos de UPyD parecían haber llegado sobre todo del PP, en las últimas europeas, especialmente en Madrid, no hay duda de que han recogido buena parte del voto de la decepción socialista. Esta tendencia, en nuestra opinión, irá aumentando en los próximos años, especialmente porque en 2012 los “decepcionados del socialismo” serán legión. Así pues, en el marco de un gobierno el PP o del PSOE “en minoría”, los apoyos parlamentarios ya no se obtendrían necesariamente de los partidos nacionalistas, sino especialmente de UPyD, lo que aleja a los nacionalistas periféricos de la situación envidiable de la que han disfrutado en los últimos 30 años.
3) La tendencia general de la opinión pública, indica que el nacionalismo periférico cada vez encuentra mayores resistencias: sin ánimo de ser exhaustivos recordamos, entre otras la victoria del PP en las elecciones gallegas desplazando a una coalición de socialistas y nacionalistas gallegos, con toda la marcha atrás que va a implicar en el tema de la “construcción nacional de Galiza”; la victoria del PSV en las elecciones vascas que, con el apoyo del PP, han sido capaces de desplazar al PNV, con la consiguiente desnacionalización de la sociedad vasca; la manifestación en Baleares contra la política lingüística del gobierno autonómico; la pérdida de vigor electoral, casi hasta el desplome, de las dos opciones nacionalistas-independentistas catalanas, ERC e ICV… todo esto indica una “línea de tendencia”: nosotros hemos afirmado desde hace años que los partidos nacionalistas se iban “ruralizando”, iban desapareciendo cada vez más de las grandes conurbaciones para mantenerse en sus feudos, en la “periferia de la periferia”; el caso, por ejemplo de Girona, es muy claro: allí ERC sigue teniendo cierta fuerza social, pero en Barcelona y su cinturón industrial es un cero a la izquierda.

4) La Unión Europea es una “unión de Estados Nacionales”, no una unión de regiones o de nacionalidades. Si ya la “Europa de los 27 Estados” es ingobernable, una “Europa de las 150 regiones” sería impensable. No es raro que en la UE no exista ni una sola componente favorable a la “regionalización” de Europa. Todo lo contrario: si Catalunya o Euskalherria se escindieran, la UE sería la primera interesada en asfixiar esta intentona, pues ningún país de la Unión está interesado en que existan precedentes que conseguirían desmembrar a todos los Estados de la Unión y, especialmente a las dos “locomotoras europeas”, Francia y Alemania. En este sentido la políza de garantía de la “unidad nacional” es, precisamente, y sin paliativos, la Unión Europea.

Todos estos elementos son indicativos de tres hechos:

- Si bien no puede hablarse de una eclosión del “nacionalismo español”, lo que sí resulta innegable es que, pasada la fiebre de la primera legislatura de ZP y su pasotismo ante el Nou Estatut, lo cierto es que la presión de la opinión pública ha obligado a ZP a rectificar y hoy no existe auge independentistas en ninguna autonomía del Estado.

- El papel político de los nacionalistas irá en disminución mientras el papel político de UPyD vaya en aumento: la “bisagra” ya no lo serán CiU, ni PNV. Y si no lo son, su papel político, incluso en sus autonomías, irá descendiendo poco a poco.

- La escena internacional en Europa es contraria a la aparición de aventuras secesionistas. Éstas no tendrían apoyos suficientes.


Con todo lo cual creemos haber demostrado suficientemente que la unidad del Estado dista mucho de estar en peligro. El “España se rompe”, sigue siendo un grito de alarma, pero no una amenaza real.

Frente a esto, los que sostienen todavía el “España se rompe” alegarán que las políticas educativas nacionalistas ya han hecho daño (a estos les decimo que son muy optimistas sobre la eficacia del sistema educativo: si no es capaz de enseñar matemáticas, tampoco es capaz de enseñar catalán, historia catalana, ni nacionalismo… el destrozo educativo hace que los contenidos nacionalistas insertados por PNV y CiU/ERC tengan efectos mínimos) pero estas políticas son reversibles; nos dirán que el himno nacional fue pitado en tal o cual partido de fútbol (y nosotros les diremos que los fenómenos de masas que implican como un estadio, contagio, son fáciles de controlar, pero no reflejan ni siquiera la opinión de los que silban, que frecuentemente ignoran por qué silban como no sea para llamar hijoputa al árbitro); nos dirán que el “nou estatut” tiene contenidos independentistas… (El Estatut, efectivamente, es un texto en buena medida insalvable que veremos cómo llega del Constitucional, pero, sea como fuere, su aplicación deriva de quien tenga las riendas en Catalunya: el problema no es de “contenidos” sino de “lealtades”. Hoy la clase política catalana no tiene más lealtad que el cultivo de su bolsillo y Epaña es todavía el mejor marco para sus negocios).

A esto añadiremos que la marcha de las grandes líneas culturales de la modernidad van en contra del nacionalismo regionalista: solamente sobrevivirán las “grandes culturas”, la inglesa, la hispana, la rusa, la china, la árabe… y al resto le quedarán algunos espacios de expresión, pero en escenarios culturales secundarios. La tendencia actual es a que el uso social del catalán está estabilizado, con cierta tendencia a la disminución, incluso en universidades. El gobierno de la Generalitat contesta con “órdenes”, “decretos” y normas de imposición lingüística, generando que los maestros de catalán, con su rigor y preciosismo, sean odiados por buena parte del alumnado. Nunca como hoy se ha hablado tanto castellano en el cinturón industrial de Barcelona, por mucho que la política lingüística de la Generalitat presione. Toda presión contra la tendencia de la sociedad tiene como contrapartida el “rechazo”. Por otra parte, los niños y jóvenes catalanes juegan con video-juegos, bajan música y películas de sistemas P2P casi unánimemente en lengua no-catalana. Los esfuerzos de la Generalitat en materia lingüística para imponer software en catalán se han coronado con los mayores fracasos a pesar de las subvenciones. Como ocurre con toda burocracia, los burócratas de la Generalitat creen que pueden reformar a la sociedad por la vía del decreto y la imposición. Pero, antes o después, aparece la evidencia de que la sociedad va a su ritmo.

En lo que a nosotros se refiere somos de los que opinamos que la “cultura catalana” está en reflujo y que una cultura que ha crecido a golpe de subvención puede desaparecer de un día para otro en cuando esos subsidios desaparezcan. Por otra parte, en Catalunya no existe problema lingüístico: el problema está en las instituciones catalanas gobernadas por nacionalistas y que creen que obtendrán más votos excitando el nacionalismo. Pero en Catalunya, a nivel de convivencia, el hecho lingüístico está completamente asumido por la sociedad: hay dos lenguas que se hablan indistintamente.

Definitivamente, no hay riesgo de ruptura del Estado. España, afortunadamente, no se rompe.

5. Y llegó la crisis económica. El “patriotismo” hoy

En junio de 2007 empieza el desplome del sistema financiero. Este desplome afecta a España a partir de septiembre de ese año, pero la existencia de esa crisis no se reconoce hasta abril de 2008. Desde entonces y, probablemente en los próximos 4-6 años, iremos hundiéndonos cada vez más en una crisis que es económica y que no tiene nada que ver con el problema de la vertebración del Estado. De hecho, el problema de los nacionalistas periféricos y el hecho por el que desde que se inició la crisis cada vez van perdiendo más influencia es porque la intensidad y profundidad creciente de la crisis económica, aleja a las masas de las reivindicaciones nacionalistas. El hecho de que nacionalistas catalanes y vascos siguieran como si nada, con sus imposiciones lingüísticas y las aperturas de “embajadas” en los lugares más absurdos (la última de la Generalitat se inauguró en México DF…), es la mejor propaganda para ahuyentar el voto de esas opciones en tiempos de crisis. El nacionalismo regionalista solamente puede prosperar en períodos de bonanza económica cuando gentes con el estómago lleno y tiempo para el ocio pueden dedicarse a “inventar naciones”, pero es abandonado por las masas en cuanto la crisis hace que los problemas regionales se trasplanten a conjuntos más amplios (el Estado, Europa).

Los nacionalistas periféricos no se caracterizan por tener técnicos y economistas, por la sencilla razón de que estos problemas jamás podrán ser resueltos en los marcos autonómicos, sino que precisan el concurso de unidades más amplias. Hoy, además de todo lo dicho anteriormente, sobre la falta de perspectivas de los nacionalismos regionales, se añade una crisis económica que siega la hierba bajo sus pies. Basados en el despilfarro y en las inversiones tendentes a reforzar “la construcción nacional de Catalunya” o de Euskalherria, en períodos de crisis, estas actividades –que los nacionalistas consideran irrenunciables en su programa- tienden a convertirse en despilfarros intolerables a ojos de la opinión pública. Esto no hace sino oscurecer las perspectivas de estos partidos en el momento actual e incluso nos atrevemos a pronosticar que el futuro de ERC es problemático en los próximos años.
Ahora bien, en la extrema-derecha las contradicciones no son menores. Habitualmente todos los partidos de extrema-derecha, con pocas variaciones, hace de la “unidad nacional” el eje de su actividad, hasta el punto de que ante cualquier intento de elaboración de un programa, el primer punto es “la defensa de la unidad nacional”… como si esta no estuviera suficientemente garantizada. La extrema-derecha no ha advertido todavía que la política es algo cambiante, fluido: el riesgo de ayer –el de desmembración nacional que existía en 2005-6 cuando el pobre imbécil de ZP multiplicaba sus declaraciones a favor del “nou estatut”- ya no existe hoy.

Y este es el problema, porque:

- hoy no existe riesgo de desmembración nacional (y creemos haberlo demostrado),

- hoy existen más patriotas, fuera de los grupos de extrema-derecha y la opinión pública lo percibe en partidos tan distintos como UPyD (socialistas jacobinos, único tema en el que reside su fuerza y que van a explotar electoralmente), por no hablar del PP dado a sacar a bandera nacional en determinadas coyunturas.

Por tanto las conclusiones a las que estamos llegando son DEMOLEDORAS:
- Un espacio político que centra buena parte de su actividad para responder ante una perspectiva que jamás se producirá (el “España se rompe”) muestra un nivel de desenfoque que es en donde reside su incapacidad para despegar electoralmente. El electorado se moviliza ante problemas reales, no ante problemas que no son contemplados como tales.

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La endeblez estructural de la extrema-derecha (multifraccionada en 12-14 siglas y tres familias) hace que su patriotismo sea poco creíble (si no es suficiente como para asegurar su unión estructural habrá que pensar que el “patriotismo” se sitúa muy por detrás de las ambiciones de camarilla y de grupo y está subordinado a ellas… lo que, otra parte, es rigurosamente cierto) y que puestos a defender un patriotismo eficiente y posibilista, el electorado medio prefiera votar al PP caracterizado por ser un “partido españolista” en Catalunya y Euskalherria y capaz de realizar movilizaciones masivas a favor de la unidad nacional en Madrid.

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Ante la actual situación de crisis económica, e incluso ante situaciones de supervivencia personal que aparecerán en los próximos meses, la sociedad no va a atender a propuestas de “unidad nacional” o de “patriotismo” porque el frente principal de crisis no es el “nacional”, sino el “económico-social”. ¿Qué se le va a recomendar al parado? ¿Qué se manifieste a favor de la “unidad nacional”? El desenfoque es evidente.

En  conclusión, mientras la extrema-derecha tenga como único elemento de referencia el nacionalismo o el patriotismo, se situará por decisión propia fuera del cauce esencial por el que HOY POR HOY  Y EN LOS PRÓXIMOS AÑOS va a discurrir todo el debate político. Y éste no va a discurrir por la vertiente NACIONAL, sino por la vertiente SOCIAL.

6. El “patriotismo social”

En los sectores más lúcidos de la extrema-derecha el proceso que hemos descrito unas líneas arriba (el que la crisis económica precipitara una crisis social) se intuía oscuramente desde hacía años. Entre 1999 y no hace mucho, algunos nos preguntábamos porqué la capacidad de penetración de la extrema-derecha española en el electorado era mínima, a diferencia de otros partidos europeos que han superado incluso el 30% de los sufragios. Nos dábamos distintas respuestas y la primera de todas era la vinculación con formas del pasado reciente que comprometían nuestra acción. De ahí emergió la doctrina de la “autonomía histórica” para resaltar el hecho de que una acción política en el presente no tenía necesariamente por qué tener como referencias a movimientos, ideas o planteamientos del pasado. Era, una especie de revuelta edípica en la que se creía que bastaba con “matar al padre”. En realidad, esa doctrina se aplicó solamente en la primera etapa de DN, desde su fundación hasta 2001, años en los que el partido tuvo una influencia limitada, pero, al menos, estuvo cohesionado interiormente e identificado con la doctrina sobre la que se justificaba su creación. En aquel momento, la militancia de DN, heredada en parte de JJEE, no estuvo en condiciones –en nuestra opinión- de traducir la doctrina de la “autonomía histórica” en una práctica política agresiva. Por otra parte, DN se funda justo cuando empieza el período de crecimiento económico (1996) y cuando llega la crisis (2007) ya ha sufrido crisis que dentro del partido solamente han dejado a uno de sus fundadores… el único que no compartía las tesis de “autonomía histórica”, por lo demás.
En el primer período de DN se creía que la mejor definición de los contenidos era el “nacional-populismo”, sin embargo, como digo, la conferencia de Martín Beaumont en la Universidad de Verano de 2001 fue una verdadera vacuna para muchos. Luego, en un medio que no consigo definir con exactitud (y solicito ayuda a los que suelen tomar acta de estos episodios. Quizás debió ser en 1999 o 2001 cuando empezamos a oír hablar de “socialpatriotas” en algunos foros, p.e. Disidencias) apareció la idea del “patriotismo social” que, poco a poco se fue imponiendo y que nosotros mismos asumimos. Frente al patriotismo constitucional del PP, frente al patriotismo de fortuna del PSOE, nosotros levantábamos la bandera del “patriotismo social” que era una forma de formular la doctrina de la “preferencia nacional” y ligar el problema “patriótico” al tema de la lucha contra la inmigración masiva y la pérdida de identidad nacional.

Oscuramente, algunos presentían que se estaban desplazando los frentes: el patriotismo, por sí mismo, ya no era suficiente, ni bastaba como soporte de una lucha política. Además, los nuevos militantes que iban llegando tenían como característica común el pertenecer a grupos sociales de la pequeña y baja burguesía y de la clase media, muchos de ellos conocían el problema del paro, de los contratos en precario y dificultades económicas y los que eran estudiantes no tenían claro su futuro al acabar las carreras. Así pues, para ellos, el “patriotismo” a secas era poco. Había que añadirle la partícula “social”. Y eso fue lo que hicimos: intentar dar un nuevo basamento al “patriotismo” y a eso le llamamos “patriotismo social”.

Este “patriotismo social” consistía en afirmar que no existe patriotismo de tal nombre más que cuando todos los hijos de una nación han alcanzado un nivel económico social que les garantice dignidad. Cualquier otra forma de patriotismo era considerada como “tibia” e insuficiente. A partir de ese momento, una parte de la agitación y propaganda de estos grupos tuvo como eje el “patriotismo social” y, de hecho, al menos por lo que se refiere a España 2000, dio relativos buenos resultados.

El problema era que estas ideas de “síntesis” en España nunca han dado resultados definitivos: así, por ejemplo, el nacional-sindicalismo ha sido una síntesis inestable de “patriotismo” y “sindicalismo” que ha generado una “derecha falangista” que atribuía más importancia a “lo nacional” que a lo social y una “izquierda falangista” que hacía justamente lo contrario. En lo que se refiere al “patriotismo social”, frecuentemente reaparecía el “patriotismo” puro y simple y salvo grupos de militantes con cierta formación política, se tendía a confundir el “patriotismo social” con el “patriotismo” a secas y éste con un planteamiento muy similar al que podía defender el PP solo que algo más exaltado y radicalizado

Esta “exaltación” era lo que hacía que la percepción que la sociedad seguía teniendo de estos grupos fuera la que correspondía a grupos de extrema-derecha clásicos, herencia terminal del franquismo. Y esto llevaba directamente a la marginalidad política más absoluta. Además, como para colmo, frecuentemente reaparecían en foros y en webs frecuentes referencias al pasado franquista, celebraciones del 1º de abril de 1929 y del 18 de julio de 1936, y como era imposible establecer una línea nítida de separación entre el “sector histórico” y el “sector de la autonomía histórica”, la credibilidad quedaba anulada por completo y el “patriotismo social”, en lugar de ser una práctica política de un sector que quería emerger porque tenía soluciones a problemas de hoy, pasaba a ser a los ojos de la opinión pública, un grupo de nostálgicos exaltados en los que políticamente no se podía confiar.

Una bandera nacional es patrimonio de todos los ciudadanos. Si hace de ella una bandera política, se corre el riesgo de hacer que el efecto generado sea contraproducente para la idea que se intenta defender. Si hoy algunos sectores del socialismo o del PP son “tibios” en cuestión patriótica es precisamente porque, por una pura política de marketing rechazan identificarse con los sectores patrióticos de extrema-derecha y tienen necesidad de atemperar sus posiciones. Sin olvidar que el franquismo generó una oposición democrática que, al rechazar al régimen de Franco y a sus contenidos, rechazaba también el nacionalismo del que hacía gala.
Sobre este terreno cabe decir que la política de Franco en materia regional fue inexistente. Todo consistió en confundir “regionalismo”, con “independentismo” hasta extremos que denotaban una forma obtusa de percibir la realidad. Lo que resulta más sorprendente todavía es que la concepción franquista del Estado fue ¡jacobina! Y que este jacobinismo ni siquiera tenía que ver con dos de las tres componentes del régimen: los partidos regionalistas integrados en la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) distaban de ser jacobinos, los carlistas, por su parte, no solo no eran jacobinos sino que se consideraban visceralmente antijacobinos, partidarios de la legislación foral, esto es de los fueros regionales. Solamente la Falange podía defender un nacionalismo exaltado… e incluso en algunos textos de José Antonio –su ensayo sobre “La Gaita y la Lira”- están alejados de ese espíritu.

La única explicación es la que hemos dado en otras ocasiones sobre el significado del franquismo en la historia de España: éste no fue sino un intento de recuperar el tiempo perdido en el siglo XIX y en el primer tercio del XX en materia económica y asumir la industrialización del país mediante un proceso de planificación centralizado que, por lo demás, tuvo éxito y sentó las bases del bienestar a partir de mediados de los años 60. En esa perspectiva, rehabilitar las “autonomías” o el “café para todos” hubiera supuesto una carga para el Estado, una dificultad para la planificación y una complicación innecesaria.

El problema es que el franquismo quedó identificado con el jacobinismo (la nivelación de las distintas comunidades regionales y nacionalidades que forman el Estado Español o en el Estado-Nación-Español), mientras que éste lo estaba con los ideales de la revolución francesa, siendo como era el franquismo y la revolución francesa conceptos incompatibles. Cuando se ocupa el poder y se gestiona, estas contradicciones son superadas sin dificultades… cuando murió Franco, todo esto saltó por los aires y se produjo la paradoja de que la oposición democrática (liberal, por tanto próxima al jacobinismo, como había estado históricamente el PSOE) adoptó, a partir de entonces unas posiciones antijacobinas; por su parte, las burguesías locales que hasta 1936 habían dado vida a “derechas autónomas” o a partir “regionalistas”, se enmascaró en nacionalismo reivindicativo (CiU). En cuanto a la extrema-derecha que, por definición debía ser antijacobina, mantuvo el jacobinismo heredado del franquismo, mientras que la derecha liberal lo compatibilizó en el marco constitucional.

A partir de entonces, cualquier tendencia a reivindicar el “patriotismo social” quedaba como patrimonio de grupos que no daban la sensación de tener las ideas suficientemente claras. De un lado, porque habían asumido la tradición jacobina franquista, de otro porque habían renunciado la tradición foralista mas adaptada a su crítica a las formas políticas liberales. Además, había otro fenómeno de consecuencias importantes. Así como antes de la guerra civil existía extrema-derecha en todo el Estado –había carlismo en Catalunya, Andalucía, zonas del Levante, Navarra y Euskalherria- y derechas regionalistas casi en todas las autonomías, al concluir la transición solamente quedaron núcleos importantes de la extrema-derecha en Madrid y existió un desequilibrio entre la mayor parte de direcciones de extrema-derecha, radicadas en Madrid, y la periferia.

José Cela decía que Madrid era una mezcla de Navalcarnero y Kansas City poblada por subsecretarios. La boutade se entiende más si tenemos en cuenta que el jacobinismo franquista hizo que el paso administrativo de Madrid en el Estado fuera absoluto. En Madrid cristalizó una burocracia que fue franquista (era quien los amamantaba) y que asumió esta tradición jacobina. Por lo demás, mientras que en la periferia, existen tradiciones locales, Madrid es una ciudad artificial, de fundación relativamente moderna, carente casi por completo de tradiciones locales. Cuando aparecen son decimonónicas y se afirman entonces, mientras que la periferia dispone de tradiciones seculares milenarias. Esto hace que, todo aquel fenómeno que nace en Madrid no tenga la perspectiva suficiente para entender la existencia de lenguas regionales, culturas regionales y tradiciones regionales. Madrid desconfía de cualquier otra bandera que no sea la de la propia autonomía y la española.

El peso de Madrid en la extrema derecha durante la transición (surgido en buena medida de funcionarios franquistas que recordaban los “buenos tiempos”) hizo que transmitiera esa incomprensión sobre los hechos regionales a sus “delegaciones locales”. Entonces ocurrieron fenómenos curioso: la extrema-derecha consiguió arraigar en Madrid (hasta que el final de la transición hizo que el franquismo sociológico sin excepciones se orientara a la derecha liberal) y en Valencia. ¿Por qué en Valencia? Simplemente porque el valencianismo estaba claro que tenía contenidos anticatalanistas que la hacían poco sospechosa. Otro tanto había ocurrido en Navarra. Pero en el resto del Estado, se albergó una desconfianza, casi patológica, hacia todo lo que fueran signos de identidad regional.

En estas circunstancias el “patriotismo social” proporcionó algunos réditos a determinadas formaciones de extrema-derecha que lo incorporaron (lo incorporaron pero no lo desarrollaron teóricamente), pero insuficientes para recuperar el tiempo perdido y los lastres heredados por los errores cometidos por las direcciones ultras durante la transición (especialmente por Fuerza Nueva que, no en vano, era hegemónica y mucho más porque Blas Pilar conocía el pensamiento tradicionalista español, esto es, antijacobino).

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com