domingo, 17 de octubre de 2010

Coudenhove-Kalergi ¿Ángel o diablo? (IV de VIII Parte C). El papel del judaismo en la obra de Coudenhove

Infokrisis.- Uno de los aspectos más polémicos de la obra de Coudenhove-Kalergi y los que le han constado más ataques por parte de la extrema-derecha es, sin duda, su actitud hacia el judaísmo. Para colmo, Kalergi estuvo durante unos pocos años –como ya vimos- adscrito a la masonería vienesa y, por si eso fuera poco, además, su esposa era una actriz de origen judío. De ahí a que algunos consideraran a Coudenhove-Kalergi como uno de los “sabios de Sión”, no había más que un paso que muchos no dudaron en dar. No podemos evitar percibir cierta sensación de proximidad entre Coudenhove-Kalergi y las opiniones (y el drama personal) de un alemán de origen judío que tuvo un papel relevante en la Alemania de la I Guerra Mundial y de la primera postguerra, Walter Rathenau.
Sobre los hombros de Rathenau había descansado la responsabilidad de la planificación de la industria armamentística durante la guerra. Y había cumplido. También le cupo la responsabilidad de formar parte de la delegación alemana que negoció el armisticio y los acuerdos de Versalles y, finalmente, fue la única mente verdaderamente notable de la República de Weimar. Había sido presidente de la AEG y dado trabajo a millones de alemanes, pero nada de todo esto le impidió ser considerado como uno de los “sabios de Sión”[1].
Ernst von Salomón, sin duda el mejor escritor de su generación junto a Ernst Jünger, describió con todo lujo de detalles las conversaciones que tuvieron lugar en el mes de XXX de 1922, cuando un grupo de excombatientes de los Freikorps decidieron atentar contra Rathenau. No lo hacían como ejercicio de antisemitismo sino por considerar que Rathenau era una mente superior a cualquier otra que hubiera participado en la República de Weimar y que, por tanto, hubiera podido a contribuir al odiado y débil régimen. Matarlo era para ellos una necesidad vital[2]. Y así lo hicieron. Dos de los tres miembros del comando murieron en los días siguientes y el propio von Salomón permaneció durante seis años en prisión por haber colaborado en el crimen. De la cárcel salió convertido en el mejor escritor de su generación.
En el caso de Coudenhove-Kalergi, la extrema-derecha, igualmente, ha simplificado sus ataques reduciéndolo al papel de marioneta de los judíos o de hacedor del mundialismo. A decir verdad, ni una ni otra acusación son ciertas. Si la extrema-derecha ha identificado la obra de Coudenhove como “masónica”, no se debe tanto a su breve militancia en la masonería austriaca (que no aportó nada esencial a su obra, ni para bien ni para mal y que lo más probable es que ingresara en sus filas, simplemente, para ampliar su radio de acción), sino que lo hace por que todo lo que aparece como superador de los Estados-Nación es, a los ojos de la extrema-derecha “masónico”. El problema es mucho más complejo. Y no digamos en lo relativo a la posición de Coudenhove-Kalergi en relación al judaísmo que merecería un estudio aparte. Vamos a intentar resumir los puntos de vista de Coudenhove sobre este tema y a procurar explicar el por qué de sus posiciones.
a. El sorprendente punto de partida
Idealismo Práctico es una de las obras de Kalergi que nunca han sido traducidas al castellano y que tampoco se encuentra en ninguna de las Bibliotecas accesibles en España. Eso, hace apenas diez años hubiera sido un problema insuperable, sin embargo, en la actualidad la combinación de sistemas de transmisión de archivos en P2P y software de traducción automática, permiten hacer una aproximación al texto. Y eso es lo que hemos hecho. Una parte de este libro está dedicada precisamente a estudiar el papel y la naturaleza del pueblo judío.
Nos llamó inicialmente la atención una fragmento de Idealismo Práctica, a partir del cual desarrollaremos el tema. El fragmento en cuestión dice: “De la humanidad cuantitativa europea que sólo cree en cantidad y masa, se destacan dos razas cualitativas: la aristocracia y el judaísmo. Separados entre sí, cada cual por su lado, tienen fe en su alta misión, su sangre más pura, las diferencias entre clases. En esas dos privilegiadas razas heterogéneas se encuentra el núcleo de la futura nobleza europea: En la aristocracia feudal, mientras que se deje corromper por la corte, y en la aristocracia intelectual judía, mientras no se deje corromper por el capitalismo […]. Aquí lo que una Lenin, el hombre de hidalguía campestre, y a Trotsky, el escritor judío, se convierte en un símbolo…”[3].

De este fragmento, en sí mismo, se pueden realizar algunas deducciones. La primera de todas ellas es el autodidactismo que subyace y que ya hemos resaltado. Coudenhove-Kalergi tiene “ideas propias” y algunas de ellas pueden parecer bastante excéntricas si no se tiene en cuenta cómo han llegado hasta él. La presunta “hidalguía campestre” de Lenin, un activista político, maquiavélico y fanático, aparentemente frío y calculador pero que solía caer víctima de los peores subjetivismos[4], en cuanto a considerar a Trotsky como “escritor judío” parece, así mismo, no menos aventurado[5].
Estas especulaciones personales de Coudenhove no pueden hacer olvidar el contenido esencial de la idea que pretende transmitir: en la Edad Media existieron dos “razas puras”, la nobleza y el judaísmo. Le falta explicar el por qué. La nobleza es, efectivamente, una “raza pura” en la Europa de la Alta Edad Media en la medida en que estuvo formada por las aristocracias germánicas que llegaron con las oleadas que destrozaron el Imperio Romano. En España este proceso es extremadamente en los montes Astures y en los Pirineos de los que partieron los dos núcleos originarios de la Reconquista. Sus impulsores fueron exclusivamente nobles visigodos refugiados en las montañas y que mantuvieron (hasta el siglo XI-XII) la idea de reconstruir el Reino Visigodo. Procesos similares aparecieron en otros países europeos siempre con la misma resultante: las aristocracias estuvieron formadas por las élites “barbaras” que llegaron a Occidente en los siglos IV-V. En cuanto al judaísmo, nadie podrá rebatir su carácter de “raza pura”. Hasta ahí el análisis de coudenhove es tan correcto como original. Es, a partir de ese momento, en donde el análisis se convierte en especulación subjetiva.
Repetimos el texto de Coudenhove, tras decir que el núcleo de la “futura aristocracia europea” se encuentra en la aristocracia y en el judaísmo, advierte que el “único problema” sería que la ristocracia feudal se dejara corromper “por la corte” y que la aristocracia intelectual judía, se dejara corromper “por el capitalismo”. Pero desde el siglo XVII las aristocracia europeas ya se habían dejado corromper por las cortes y el judaísmo había sido uno de los factores esenciales en la irrupción del capitalismo, no el único, pero sí uno de los más importantes tal como demostró Werner Sombart en varias obras[6], tesis que ha sido aceptada incluso en medios del judaísmo contemporáneo[7]. Le tesis clásica es que el judaísmo estuvo en mejores condiciones para asumir el capitalismo porque, los siglos en los que el catolicismo prohibió el préstamo con interés, los judíos eran los que se hacían cargo de esas operaciones y eso posibilitó que el pueblo judío estuviera “acondicionado” para la nueva etapa de evolución económica de la sociedad iniciada con las primeras acumulaciones de capital que se produjeron entre los mercaderes Venecianos y Genovesas cuando abrieron el comercio de las especies.
Sea como fuere, Coudenhove realiza un análisis elogioso sobe el judaísmo en Idealismo Práctica que, como todos los análisis de este tipo suelen destacar los aspectos positivos, capacidad intelectual de abstracción, liderazgo intelectual, eludiendo los problemáticos. Por otra parte y, a decir verdad, el liderazgo judío en muchos aspectos no es tal, sino que corresponde al podercentaje real que correspondería a cualquier otro grupo étnico europeo[8]. Por lo demás, frecuentemente, ese liderazgo aparece en personas que han abandonado el judaísmo, mucho más que en judíos afectos a la sinagoga. Ni Marx ni Freud fueron piadosos judíos. De Spinoza o Bergson puede decirse lo mismo. Y si en los orígenes de la física nuclear han aparecido acumulaciones de teóricos de raza judía, no es menos cierto que han estado también completamente ausentes de otras áreas de la ciencia moderna. Hay judíos en música y… muchos más músicos que no son judíos. En cuanto a la abrumadora presencia de judíos en los primeros tiempos de la Revolución Rusa y en las revoluciones comunistas de los años veinte, es cierto que existió y, a decir verdad, no se trató de ninguna élite intelectual, sino que correspondía al papel marginal y la situación social miserable del judaísmo centroeuropeo del que Gustav Meyrinck realiza una descripción magistral en sus novelas[9].
Coudenhove no ve que buena parte del judaísmo centroeuropeo de los años 20 vive en plena miseria. Quiere ver –y ve- en el judaísmo a una “raza superior”, cuando escribe: “La prominente posición de la que goza el judaísmo hoy en día, se debe únicamente a su superioridadi ntelectual que lo capacita para vencer a una inmensa mayoría de rivales privilegiados, hostiles, envidiosos […] Como pueblo, el judío vive la eterna lucha de la cantidad contra la calidad, de grupos interiores contra individuos superiores, de mayorías inferiores contra minorias superiores”[10].
Coudenhove escribe estas líneas en 1925. En ese momento, los sentimientos antisemitas en toda Europa, especialmente en Europa Central, se han alimentado a causa de dos fenómenos: la identificación de algunos exponentes del judaísmo como máximos beneficiarios de la I Guerra Mundial que han edificado sus fortunas sobre la miseria y la ruina de las poblaciones y el anticomunismo generado como rechazo a los excesos cometidos en todos los países en los que estallaron movimientos sediciosos comunistas en los primeros años , a la vista de que estos movimientos tenían entre sus dirigentes a numerosos miembros de la comunidad judía.
Sin embargo, a despecho de las realidades étnicas y sociales, el análisis de Coudenhove-Kalergi puede calificarse, como mínimo de subjetivo en materia judía. Volveremos más adelante a él.
El segundo elemento sorprendente de la “teoría racial” de Coudenhove Kalergi es su alabanza del mestizaje. A decir verdad, fue la primera persona en el siglo XX a la que se le ocurriría glosar las virtudes del mestizaje y proponer una “Europa mestiza”.
Para Coudenhove, en efecto, el mestizage es saludable… a pesar de que identifique en la personalidad mestiza cualidades problemáticas. Escribe eclécticamente: “El resultado es que, en los mestizos, se unen la falta de carácter, el desenfreno, la debilidad de la voluntad, la inestabilidad, la crueldad y la infidelidad con la objetividad, la universalidad, la agilidad mental, la falta de prejuicios y la amplitud de horizontes”[11].
A mayor abundamiento, cuando intenta pintar al hombre del futuro, nos vuelve a sorprender con una declaración que anticipa 80 años el zapaterismo: “El hombre del futuro será un mestizo […] la futura raza afroeurasiática que se parece exteriormente a la del antiguo Egipto, reemplazará la diversidad de los pueblos por la diversidad de las personalidades. Según las leyes genéticas, con la diversidad de los antepasados, crece la versatilidad, mientras que con la homogeneidad de los antepasados, crece la uniformidad de los descendientes. En las familias con cruzamiento consanguíneo, un ihijo se parece al otro, ya que todos poseen los mismos rasgos familiares […] la consanguinidad crea rasgos característicos, el cruzamiento crea personalices características”[12].
b. El origen de su admiración por el judaísmo y por el mestizaje
Estos elementos son perturbadores y se integran malamente en la imagen de marca de Coudenhove-Kalergi como “padre de Europa”. De hecho, se trata de afirmaciones discutibles que empañan lo indiscutible de la necesidad de una entente europeo para superar guerras como la de 1914-18 o la francro-prusiana de 1870 o la última guerra mundial. Pero, para Coudenhove estas ideas son capitales y las plasma en un libro que, cronológicamente, (1925) sigue al lanzamiento de su idea paneuropea (1922). ¿De dónde salen esas ideas?
Es extremadamente fácil contestar a esta pregunta a poco que nos fijemos en algunos datos de su biografía:
1.- Defensa del mestizaje (a pesar de los pesares y de reconocer él mismo que genera individuos “inestables, versátiles, crueles, infieles y débiles”…) es un producto… de su propia condición de mestizo de aristócrata austro-húngaro y madre japonesa, descendiente de un linaje de samuais[13]. Ese doble origen le dio una amplia cultura antropológica, pero también da la sensación a partir de la lectura del capítulo sobre el mestizaje en Idealismo Práctico que, en algunos aspectos de su vida, pesó como una losa sobre su personalidad: era mestizo en un universo de valores que tenía en alta estima a las “razas puras”.
2.- Síntesis de aristocracia con judaísmo: él era un mestizo casado con una actriz judía que se convirtió en estrecha colaboradora suya en el proyecto paneuropeo. A partir de su matrimonio, Coudenhove sintió necesidad de metabolizar su situación personal dándole forma de una teoría de las razas. Además, en su juventud, Coudenhove tuvo tentaciones antisemitas que posteriormente buscaría limpiar.
3.- Aristocratismo y judaísmo: Coudenhove era miembro de una ilustre familia centroeuropea. Él mismo heredó el título de Conde. Al defender una síntesis de aristocracia y judaísmo lo que hacía era reactualizar un viejo mito de la aristocracia europea (especialmente de la francesa y de la centroeuropea, aunque también estuvo presente en el pasado en el Reino Unido). Sintetizamos: esta concepción quería que por la aristocracia europea discurría la sangre de la Casa de David y no en sentido alegórico sino físico, a través de mezclas que tuvieron lugar a partir del período carolingio[14].
4.- Europeismo como resultado del mestizaje: La saga de los Coudenhove era oriunda de Flandes donde ya ostentaba titulo de nobleza y se trasladó a Austria al estallar la Revolución Francesa. En cuanto a los Kalergi con los que se fusionaron a mediados del siglo XIX, eran ricos cretenses. La saga se había cruzado a lo largo de los dos últimos siglos con polacos, bálticos, noruegos, franceses y alemanes. El padre de Coudenhova hablaba 16 idiomas y desempeñó cargos diplomáticos en Atenas, Constantinopla, Río de Janeiro y Tokio. Nadie mejor que él para intentar una síntesis.
Coudenhove, deliberadamente o movido por resortes de la psicología profunda, creó un sistema que respondía exactamente a su biografía y a los condicionamientos que le imponía. De hecho, en pocos intelectuales del siglo XX estos condicionamientos de origen han estado tan presentes en su obra.
Vamos a ver ahora la que sin duda constituye la característica más perturbadora de las que hemos mencionado: la relación entre la aristocracia europea y el judaísmo.
c. El judaísmo y la aristocracia europea. Planteamiento global
A fuerza de repetir la idea de que la monarquía liberal de hoy fue ayer monarquía absoluta y anteayer monarquía de derecho divino, nos hemos olvidado de explicar de dónde venía esta última noción. Como si nuestros antepasados hicieran gala de una mentalidad absolutamente planeante y se hubieran sacado de la manga una idea ingneua y gratuita… la de que el monarca, por el mero hecho de haber sido “coronado” ya pasara a tener la bendición de Dios.
Si sacamos a colación este tema en el contexto de un estudio sobre la vida y la obra del conde Coudenhove-Kalergi es precisamente porque tiene mucho que ver con él y con su toma de posición en relación al judaísmo. A medida que vayamos desglosando esta parte entenderán en donde reside el interés de realizar una excursión por la doctrina del “derecho divino”.
Wikipedia, esa mezcla inextricable de patanería y erudición, de mezcla de conceptos correctos con verdaderos alardes de ignorancia, todo ello a partes iguales, nos dice que “el derecho divino de los reyes es una doctrina política y religiosa proveniente del absolutismo político”[15]. Error puesto que la doctrina del derecho divino es anterior a la aparición de las monarquías absolutas.
La doctrina del derecho divino sostiene que la autoridad y legitimidad de un monarca está justificada por la voluntad de Dios. Cualquier acto del rey no es más que la traducción exacta de la voluntad de Dios. Toda prerrogativa real derivaría pues de la voluntad de Dios, y no de la voluntad de sus súbditos, de la constitución o del capricho real. Por lo mismo, un rey solamente estaba legitimado en cuando que aceptaba ser el medio a través del cual la voluntad de Dios se concretaba en su reino.
En las luchas entre guelfos y gibelinos en la Italia medieval ya se percibe claramente a lo que llevaría la doctrina del derecho divino de los reyes[16]. Explica Evola la esencial de gibelinismo:
“Según la teología gibelina, el Imperio era una institución de carácter y origen sobrenatural como la Iglesia. Tenía una naturaleza sagrada, así como también casi sacerdotal (y en efecto estacleida a través de un rito que sólo por algunos detalles se diferenciaba del de la ordenación de los obispos) había sido, en el primer Medievo, la dignidad de los mismos Reyes. Es en base a esto que los Emperadores gibelinos, exponentes de una idea universal y supranacional, que tenía la figura –según una expresión característica de esa época- de lex animata in terris, de ley viva en la tierra, se contraponían a las pretensiones hegemónicas del claro, considrando que tenían sólo a Dios por encima de ellos, una vez que hubiersen sido regularmente investidos de su función. Ellos no se contraponían al Papado tan sólo sobre el plano de una rivalidad política, como lo quiere la miopía historiográfica que se encuentra en la base de la común enseñanza escolar. La contienda política no fue sino consecuencia ocasional respecto de aquella existente entre dignitates remitidaas ambas al plano espiritual”[17]
Y más adelante:
“El conflicto entre la visión “gibelina” y la del guelfismo existió en germen ya con el surgimiento del cristianismo a través del contraste entre dos concepciones generales, de las cuales en aquel tiempo era bien visible su carácter irreconciliable. La una era la concepción dualista caracterizada por la fórmula “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, y de este modo por una separación entre instituciones humanas y orden sobrenatural. La segunda –la romana y puede decirse qu también la tradicional- era una concepción jerárquica que consideraba en los jefes de los hombres a los representantes de un poder de lo alto, puesto que –las palabras por lo demás son del mismo San Pablo- “toda potestad viene de Dios”, con la consecuencia de reconocer un valor también espiritual y religioso a toda actitud de lealtad y a toda disciplina política”[18]
En síntesis, las dos concepciones antagónicas que dinamizan toda la edad media se basan, la primera en la doctrina de la doble naturaleza, espiritual que sería encarnada por la Iglesia y temporal que lo estaría por el Imperio. Dado que el espíritu es superior a la materia y al tiempo, la Iglesia –esto es el papado y quien lo ocupara- estaría por encima del Emperador. La segunda es la doctrina de “doble espada” que afirmaba que el Imperio era a la vez una entidad espiritual y material y el Emperados tenía, así mismo el carácter de líder político pero también religioso[19].
Lo que estaba detrás de estas dos concepciones era la doble vía que presentaba la Biblia, de un lado en el Antinuo Testamento con la figura de Melquisedec, a la vez “rey, sacerdote y profeta” y de otro en el Evangelio con la figura de Pedro (el que ata en la tierra para que sea atado en el cielo y el que desata en la tierra para que sea desatado en el cielo). La consagración de los emperadores gibelinos se remitía a la primera concepción, mientras que la del papado inspiraba a los sucesores de Pedro[20].
De esta segunda concepción, nacería con el tiempo, la idea de la “monarquía de derecho divino”. El rey lo es “por la gracia de Dios”. Y el acto de la consagración real pasa a ser el instante ritual en que recibe esa “gracia” del prelado de turno. Pero se trata de una doctrina relativamente tardía que aparece cuando el gibelinismo ha sido vencido, tras la muerte de Federico II Hohenstaufen. Pero ¿y antes? ¿en qué basaban los reyes su autoridad? Es fácil responder a la cuestión.
Tras la caída del Imperio Romano, las invasiones germánicas generaron una nueva aristocracia en toda Europa (de ahí que Coudenhove dijera que en la edad media solamente había dos “razas puras”, la caballería y el judaísmo, acertara plenamente). Inicialmente, algunas monarquías bárbaras como la merovingia en Austrasia y Neustria el rey era elegido entre un linaje noble caracterizado por algún signo distintivo. Los merovingios eran los “reges criniti” (monarcas velludos o monarcas con crines). Esta concepción abarcó a otros pueblos “bárbaros” y aparece en toda Europa en la Alta Edad Media: es Arturo cuyo nombre deriva de Arktos, el oso, animal caracterizado por la estrema frondosidad de su pelaje, o en episodios como la “muerte” de Don Favila, sucesor de Don Peñayo al frente de la resistencia anti-islámica en los montes astures que intentaba restaurar la unidad e integridad del reino visigodo. Cuenta la tradición que Favila fue muerto por el abrazo de un oso, lo que hoy suele reconocerse como rito de iniciación en la que el rey asumía el poder y la fuerza del oso. La pilosidad parecía distinguir a los linajes elegidos en las monarquías germánicas.
Marc Bloch ha podido escribir:[21] "La larga cabellera que constituía el atributo fundamental de la monarquía franca era ciertamente en su origen un símbolo sobrenatural concebido como la sede del poder maravilloso que se les reconocía a los hijos de la raza elegida. Se llegó incluso a concederle un valor mágico”.
El Rey merovingio, además, estaba marcado por otros rasgos distintivos de pertenencia al linaje sagrado: al nacer, tenía una mancha a la altura del pecho en forma de cruz. El mismo pelo, en el linaje regio merovingio no era una cabellera sino verdaderas crines particularmente gruesas que se extendían a lo largo de la columna vertebral[22]. Seguramente el hecho de que muechos de estos pueblos tuvieran al jabalí como animal totémico tiene mucho que ver con todo esto.
A pesar de haberse bautizado, los merovingios conservaron la tradición germánica de elección de sus reyes entre los miembros del linaje sagrado adornado con los rasgos físicos que le eran propios. Los nobles, a la vista de los signos de legitimidad, procedían a elegir al “rey legítimo”. El acto de “consagración” consistía simplemente en elevarlo sobre su escudo por los mismos nobles que lo habían elegido, símbolo de los pares que aceptaban su liderazgo. Se pedía al rey que reinara, que tuviera una vida justa y limpia, que su serenidad se situara en la cúspide del poder, por encima de las mutaciones de lo humano. Reinaban, pero no gobernaban: de eso se encargaban los mayordomos de palacio y antes, en las batallas, los “Dux Bellorum”. Por una fatal confusión de la lengua francesa, el rey “fait neant” (hacía nada, esto es, era el “motor inmóvil” que revestía el mismo sentido que el Apolo Délfico: sol inmóvil situado en el centro de la creación), esto es, el rey que “reinaba pero no gobernaba”, paso a ser el rey “faineant”, literalmente el “rey haragán”[23].
Extinguida la monarquía merovingia, el problema de sus sucesores consistió en aureolarse de legitimidad. Ellos no tenían los signos físicos que les marcaban como los elegiso, así que tuvieron que buscar un justificante para que su autoridad fuera respetada por todos.
Carlomagno abordó el problema desde dos puntos de vista: de una lado, la legitimidad de su Imperio procedía de ser la continuidad de “Roma la Grande” y en su coronación se utilizó la fórmula “renovatio romani imperio”. Pero eso no parecía suficiente para una nobleza y para un tiempo turbulento. Así que Carlomagno intentó apoyar su dinastía en otro recurso.
A partir de ahora cedemos la palabra a Artur J. Zuckerman[24], historiador norteamericano que ha elaborado un interesante planteamiento al respecto. Nuestra experiencia personal confirma la tesis de Zuckerman. Durante nuestra estancia en París tuvimos ocasión de relacionarnos con algunas familias de la nobleza francesa y centroeuropea cuyo concepto de la monarquía enlazaba perfectamente con la tradición instaurada por Carlomagno. Zuckerman presenta la siguiente tesis: los carolingios buscaron deliberadamente enlazar con el más sagrado de los linajes dinástcos, el representado por la Casa de David que había contado entre sus reyes, al gran rey de Israel y a Jesucristo. Si había un linaje “sagrado”, éste era el de David. No en vano la Biblia así lo afirmaba. Por lo tanto, el único linaje susceptible de hacer de la monarquía franca una entidad “intocable”, a falta de viejas tradiciones y de signos corporales definitorios, era unirse a la Casa de David.
Joaquín Javaloys llega a las últimas consecuencias de la vía emprendida por Zuckerman: “El elemento común en todas las ceremonias de coronación real en Europa en los siglos octavo y noveno es el vínculo que se establece, al ser ungido el rey, con los prototipos bíblicos David y Salomón”[25] y unas líneas más adelante, añade: “Los Carolingios, al unirse matrimonialmente con la Casa de David, crearon una familia davídico-carolingia que asumió la legitimidad para gobernar a las naciones que Dios había concedido a David y a sus descendientes (…) Carlomagno pudo ser coronado emperador como heredero en Occidente de los antiguos Césares y como caudillo del nuevo pueblo elegido de Dios que era toda la Cristiandad, confirmando y haciendo duradera la alianza entre el trono y el altar que le comprometió a proteger a la Iglesia y al Papa de Roma”[26]
La tesis de Javaloys que completa la de Zuckerman es que “desde Sancho Garcés I, rey de Navarra, hasta Juan Carlos I de borbón, pasando por Alfonso VII, rey de Castilla y León y por Felipe II de Austria, todos los reyes españoles son indudablemente descendientes del rey David de Israerl, pues, en definitiva, los reyes españoles, por los Capetos de Francia, proceden en último término del emperador Carlomagno y de Makhir David-Teodoric, príncipe y jefe de la Casa de los descendientes directos de David”[27].
Si esto es cierto y los carolingios lograron unirse a la Casa de David, huelga cualquier doctrina del “derecho divino”, basta repasar la Biblia para ver que esta era la dinastía elegida por Dios en la que nació su Hijo y, por tanto, quien enlazara con ella, se hacía indiscutible. El problema vino cuando las convulsiones medievales hicieron que se perdiera la memoria de los orígenes y esta situación se enturbiara con los progroms antisemitas que se hacen frecuentes en el siglo XIV. Lo que hasta ese momento había un timbre de legitimidad, corría el riesgo de no ser entendido por un populacho que cada vez demostraba más beligerancia hacia el judaísmo, esto es contra el judaísmo.
Marc Bloch realiza pesquisas sobre un “milagro” que realizaban los monarcas franceses hasta Luis XVI: la curación de enfermedades por imposición de manos. A lo largo de más de 400 páginas de su famoso libro, Bloch presenta una documentación exhaustiva que avala la realidad de ese milagro. Se sabe, así mismo, que el prestigio que tuvo Carlos, Príncipe de Viana, de madre francesa, derivaba de que curaba enfermedades por imposición de manos. Bloch explica que los monarcas galos inicialmente curaban una amplia gama de enfermedades pero que, poco a poco se fue reduciendo. En el Renacimiento curaban la migraña y la escrufulosis, pero Luis XIV ya solamente curaba la migraña[28].
A partir de la instauración de la Inquisición, el enmascaramiento del origen judío de las monarquías europeas se generaliza y es entonces y sólo entonces cuando se establece la doctrina del derecho divino en la que las alusiones a la Casa de David son solamente simbólicas.
El origen remoto de la legitimidad monárquica obtenida en función del enlace con la dinastía de David se oculta para los más, pero sigue transmitiéndose de generación en generación a la alta nobleza europea y así llega a los que, sin duda, serán sus últimos representantes dignos en el siglo XX. Es pues, normal, que el conde Coudenhove-Kalergi, miembro de esa nobleza, mantuviera el recuerdo de sus orígenes y, utilizando argumentos propios para reforzar una concepción que a principios del siglo XX era patrimonio solamente de la alta nobleza europea –y en concreto de capas del legitimismo francés y del jacobitismo inglés y de algunos exponentes de la Casa de Habsburgo y de los Habsburgo-Lorena. Esta concepción fue la que ilustró Coudenhove-Kalergi en el capítulo de su obra Idealismo Práctico dedicada a la nobleza y a los judíos.
Queda ahora explicar el episodio histórico que enlaza a Carlomagno con la Casa de David. Es relativamente sencillo[29].
Como apéndice de su obra, Zuckerman reproduce el facsímil del llamado Sefer Seder ha Kabbaabah, de Abraham ibu Dandi actualmente en el Seminario Teológico Judío de América[30]. En esta obra se dice:
“Entonces el Rey Carlos envió una petición al Rey de Babilonia para que le remitiese uno de sus judíos descendiente de la Casa Real de David. Él la acogió y le envió uno de allí, un magnate y sabio, de nombre Rabbí Makhir. Y Carlos lo estableció en la capital de Narbona y lo instaló allí donde la dio grandes posesiones cuando la capturó de los ismaelitas. Y él tomó como esposa a una mujer de entre los magnates… y el Rey lo hizo noble. Este Nasí Makhir se convirtió en el caudillo. Él y sus descendientes emparentaron con el Rey y con todos sus descendientes”.
Este texto merece algunas precisiones: el “Rey Carlos” es Carlomagno y el “Rey de Babilonia”, el califa de Bagdad. Nasí es la palabra judía que equivale a príncipe. Sobre la confirmación de este téxto, Javaloys saca a colación un artículo de Arleth Graboïs, profesor de la universidad de Haifa quien dice: “esta tradición hebraica está confirmada por un texto, compuesto hacia la misma época, redactado en la abadía de Lagrasse y conocido por el nombre de la crónica de “Seudo-Philomeno”, según el cual “Carlomagno, confirmando a Makhir, el descendiente del rey David, su título real repartió Narbona entre el arzobispo, Aimeri de Narbonne y los judíos”[31]. Esta es la parte de la historia más conflictiva aue, para colmo ha resultado irreparablemente dañada cuando escritores a medio camino entre el periodismo mal llamado de “investigación” y los folletones de capa y espada han incluido su versión de los hechos en relatos de pura ficción[32]. Zuckerman se basa en el estudio de un privilegio de Carlomagno concedido en el 791 por el que se confirmaba el rango, la dignidad y la autonomía del Principado judío en el sur de Francia, a ambos lados de los Pirineos[33]. Pero existe una confusión: se trata de toda la “marca hispánica” y es difícil que toda ella, constituida por el esfuerzo de la nobleza visigoda que, luego, apoyada por los francos, consiguiera liberar del Islam un amplio territorio que incluía la Septimania[34] y llegaba hasta la línea del Ebro.
Sea como fuere, de lo que no hay duda es de que Alda, la tía de Carlomagno, se casó con el exilarca judío de Bagdad, Makhir, que una vez en Septimania cambió el nombre por Teodorico o Thierry. Este es el primero de una serie de enlaces que unirán al linaje descendiente del exilarca a todas las casas reales europeas[35].
Mil doscientos cincuenta años después de que ocurriera todo esto, en algunos sectores de la nobleza europea todavía se tenía una oscura memoria de lo que había supuesto este régimen de cruces con la Casa de David: el entronque de las dinastías “bárbaras”, surgidas de las aristocracias germánicas que habían derribado al Imperio Romano con la única dinastía indiscutible y legítima en tanto que hundía sus raíces en la Biblia y había sido elegida por la divinidad como cuna de su Hijo. A medida que los progroms antisemitas deslizaron a la población europea por la ruta de la oposición al judaísmo, las monarquías europeas enmascararon esa voluntad de entroncar con la Casa de David, pasando a referirse al “derehco divino” de los monarcas como fuente de legitimidad. Sin embargo, en la aristocracia centroeuropea todavía quedaba el recurso de que en los albores de la Edad Media, solamente existían, tal como Coudenhove-Kalergi había afirmado, dos “razas puras”: la caballería (surgida de las aristocracias germánicas) y el judaísmo.
Tal es el origen de las tomas de posición de Coudenhove sobre la “cuestión judía”.

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com

[1] Dominique Venner, Baltikum, La Storia dei Corpi Franchi, Germania 1919-1921, Ciarrapico Editore, Roma 1981, Capítulo XVI, La “vehme” punisce i tradittori, pág. 307 y sigs.
[2] Dominique Venner, Baltikum, op. cit., pág. 325.
[3] Idealismo Práctico, op. cit., pág. 45.
[4] En 1916, cuando Lenin languidecía en su exilio suizo y los alemanes todavía no habían llamado a su puerta enviándolo, literalmente empaquetado a la rusia zarista para que deslabazara su retaguardia, sostenía la “interesante” idea de que Suiza era el país europeo en donde antes estallaría la “revolución proletaria”… porque allí el proletariado “tenía armas” (las del servicio militar que consevan los suizos en sus hogares). Lenin, como máximo puede ser considerado un analista político fanático y dotado por la diosa Fortuna mucho más que por sus cualidades de prospectiva.
[5] Trotsky era el genial agitador, el despiadado conductor del ejército rojo y otra versión del analista político, que intenta ser frío pero que, como Lenin apenas hace otra cosa que establecer una visión apriorística que luego intenta por todos los medios justificar en función de exhaustivos análisis. Es decir, lo contrario al “método científico”.
[6] Ver a este respecto: Werner Sombart, El Burgués, Alianza Universidad, Mdrid, 1972, especialmente Capítulo 17, pag. 240, Capítulo 21 (Los Judios), pág. 273 y Catítulo 24 (Las emigraciones de los judíos), pág. 306.
[7] En la web argentina “Torah”, (http://www.tora.org.ar/contenido.asp?idcontenido=1202), Yehuda Levi culmina su estudio titulado “La Torah es ¿capitalista o socialista? con esta frase: “En definitiva, el aparato económico de la Torá es capitalista, pero su espíritu es socialista”.
[8] Por el contrario, Coundenhove-Kalergi pensaba que la presencia de judíos en las élites intelectuales era superior a la normal. Escribe: “Con estos dos intentos de salvación de la espiritualidad y las costumbes, el judaísmo ha auspiciado más que ningún otro pueblo a las masas desheredadas de Europa. Así como el judaísmo moderno supera a todos en el porcentaje de hombres importantes: apenas un siglo después de su liberación, este pequeño pueblo está a la cabeza de la ciencia moderna con Einstein, a la cabeza de la música moderna con Mahler, a la cabeza de la filosofía moderna con Bergson, y a la cabeza de la política moderna con Trotsky” (Idealismo Práctico, op. cit., pág. 51-52).
[9] Véase el blog: http://gustavmeyrink.blogia.com en donde estan insertadas algunas de las obras de este novelista, entre otras El Golem cuya acción se desarrolla en el gueto judío de Praga: no nos engañemos, el clima de estos guetos era de miseria pura y simple y, por tanto, era un nido de agistadores y militantes comunistas.
[10] Idealismo Práctico, op. cit.. pág. 52
[11] Idealismo Práctico, op. cit.. pág. 21
[12] Idealismo Práctico, op. cit.. pág. 22
[13] Dato aportado en Wikipedia, edición norteamericana, http://en.wikipedia.org/wiki/Count_Richard_Nikolaus_von_Coudenhove-Kalergi
[14] Esta idea está sintetizada en la obra de Joaquín Javaloys, El origen judío de las monarquías europeas, Editorial EDAF, Madrid 1999.
[15] http://es.wikipedia.org/wiki/Derecho_divino_de_los_reyes
[16] Un amplio estudio de este conflicto puede encontrarse en Julius Evola, Rivolta contro il mondo moderno, Edizioni Mediterranee, Roma 1988, Capítulo Traslazione dell’Impero. Il Medioevo ghibellino, pág 350 y sigs. También en Julius Evola Los hombres y las Ruinas, Ediciones Heracles, Buenos Aires 1994, Capítulo X, Tradición – Catolicismo – Gibelinismo, pág. 131 y sigs. Y, finalmente Julius Evola, El misterio del Grial y la Tradición Gibelina del Imperio, Plaza-Janés, Barcelona 1977, Epílogo: 29. Inversión del gibelinismo, pág. 241 y sigs.
[17] J. Evola, Los Hombres…, op. cit., pág. 133-34
[18] J. Evola, Los hombres…, op. cit., pág. 135.
[19] Evola analiza detenidamente todas estas concepciones cuando describe el carácter sobrenatural que tenía para los romanos la idea imperio (J. Evola, Rivolta…, op. cit., pág. 321 y sigs.) y la idea gibelina medieval (J. Evola, Rivolta…, op. cit., pág 364 y sigs.).
[20] A lo largo de infinidad de artículos y ensayos, J. Evola desarrolla esta argumentación tras los pasos de René Guénon quien, como era habitual en él, se negaba a alcanzar las últimas consecuencias de sus afirmaciones. En este caso, Evola se limita a desarrollar lo apuntado por Guénon en El Rey del Mundo, Ediiones Alternativa, Barcelona 1988, Capítulo II, Realieza y Pontificado, pag. 15 y sigs., y Capítulo VI, “Melki-Tsedeq”, pág. 53 y sigs.
[21] Marc Bloc, Les Rois thaumaturges, Gallimard, 1924, pág. 319.
[22] Gerard de Séde, La race fabuleuse, Editions J’ai lu, París 1973. Pág 43-59.
[23] De Séde, LA race…, op. cit., pág. 62.
[24] Artur J. Zuckerman, A Jew Princedom in Feudal France, 768-900, Columbian University Press, 1972, págs.
[25] J. Javaloys, op. cit., pág. 17.
[26] J. Javaloys, op. cit., pág. 17.
[27] J. Javaloys, op. cit., pág. 21.
[28] Hay que pensar, por otra parte que en el siglo XVII empieza a experimentarse la decadencia de la nobleza y muy especialmente de las casas reales europeas. Luis XIII, casado con Ana de Austria, durante 23 años fue incapaz de engendrar un hijo. Fue solamente en las postrimerías de su reinado cuando se produjo el “episodio de Val-de-Grâce”. Luis XIII prometió a la Virgen construir una Iglesia en ese lugar si su mujer era capaz de concebir un hijo… Nueve meses después, efectivamente, nace ese hijo que será Luis XIV y del que nadie duda que es un bastardo. Al morir Luis XIII se sabrá que físicamente era incapaz de satisfacer a una mujer e incluso de penetrarla. La biología puede hacer milagros, pero la maledicencia popular hace de Luis XIV el hijo de Mazarino o del propio Richelieu. (G. de Séde, op. cit., Cap. Le Secret de la Fronde, pág. 114 y sigs.). Si esto es cierto, a partir de Luis XIV los borbones de Francia han perdido la pureza de su sangre.
[29] Lo más controvertido de la tesis de Zuckerman y lo que hace que su construcción peligre no es su estudio sobre los enlaces reales carolingios sino la existencia de lo que él llama “Principado Judío de Septimania”.
[30] A. Zuckerman, op. cit., pág. 384 y sigs.
[31] J. Javaloys, op. cit., pág. 16.
[32] Nos estamos refiriendo a la saga de El Enigma Sagrado de Michel Baignet, Richard Leigh y Henri Lincoln (Martínez Roca, Barcelona 1985) que tuvo su secuela en El legado mesiánico de los mismos autores (Martínez Roca, Barcelona 1987), y, finalmente, en la famosa novela El Código de Dan de Peter Brown (Umbriel Editores, Barcelona 2003) y, anteriormente, tomado como base por Umberto Eco en El Péndulo de Foucault (Novedades de bolsillo, Barcelona 2003). Todas estas obras parten de la documentación –en buena medida falsa y elaborada a propósito por un estrafalario personaje que se presentaba como el “último merovingio”, Pierre Plantard. El origen de esta saga fue, precisamente, una obra escrita en 1967 por Gerard de Séde, El misterio de Rennes le Château (Plaza Janés, Barcelona 1969) que fue elaborada con materiales facilitados por el propio Pierre Plantard, quien hasta 1973 facilitó lo esencial de la información para las obras compuestas por De Sede (buena parte de Templarios entre nosotros, Editorial Mateu, Barcelona 1965), parte de El Misterio Gótico, Plaza Janés, Barcelona 1981 y la totalidad de La Race Fabuleuse, op. cit.).
[33] Zuckerman, op. cit., pág 35, reproducido en J. Javaloys, p. cit., pag. 47.
[34] Es importante recordar el papel que tuvo Septimania en la caída del Reino Visigodo de Tolodo, no solamente porque poco antes de empezar la invasión islámica, el Conde Paulus, un noble hispano-romano, se había sublevado en la zona de Catalunya y la Septimania transpirenaica, sino porque los dos últimos reyes visigodos de Toledo, Akhila y Ardo, fueron elegidos en Septimania. A este respecto ver artículo de Olegario de las Eras en la revista IdentidaD nº 6, pág. 32-33.
[35] Javaloys en el apéndice de su obra ha incluido 30 páginas de cuadros genealógicos para demostrar esta filiación, op. cit., pág. 220 al final.