Sí, estamos hablando de la necesidad de una Dictadura para España. Y, antes de juzgar esta propuesta, vale la pena recordar los
elementos indispensables a tener en cuenta:
- Las Dictaduras siempre han sido el recurso legítimo y, en algunas ocasiones, incluso, legal, para sacar a un país de una sima que, de otra manera, un gobierno democrático, jamás habría podido sacar.
- Las Dictaduras no son eternas: cuando han sido legisladas y reconocidas por un Estado, se han limitado a asumir el mando, resolver la crisis y ceder inmediatamente el poder a quien se lo había ofrecido.
- Históricamente, una Dictadura no es una imposición tiránica, sino una etapa de reordenamiento, una especie de “reset”, querido y apoyado por la población consciente de que un gobierno democrático de cuatro años, sometido a inestabilidad y luchas partidistas, jamás de los jamases, logrará superar una situación de crisis, sino que sus acciones siempre se verán subordinadas a intereses partidistas.
El concepto romano de “Dictadura” y el griego de “tiranía”
Para evitar incurrir en ilegalidades y sin traspasar los límites
de la libertad de expresión reconocida en nuestro ordenamiento jurídico, así
como la ley de “memoria histórica”, nos vamos a limitar a exponer lo que
entendemos por Dictadura y a insistir en el concepto romano de esta
magistratura. Así pues, emprendamos una excursión por el mundo antiguo: el
mundo de nuestros orígenes.
En efecto, es en Roma, en donde el concepto de “Dictadura” se
separa completamente del que tenían los griegos: “tiranía”. Las diferencias son muchas y muy importantes.
La dictadura
romana era una magistratura extraordinaria con poder para afrontar
situaciones de riesgo excepcionales para la supervivencia del Estado. Estaba limitada temporalmente a un máximo de
seis meses y se realizaba siempre bajo el control del Senado. En Roma recaía
habitualmente en un militar. Éste asumía el poder de los cónsules y
adoptaba las medidas urgentes par afrontar la crisis. Era uno de los cónsules
el que, proponía al Senado que nombrara un dictador y éste lo elegía entre los
miembros de la élite que consideraba más adecuado, otorgándole la autoridad
suprema. Era, por tanto, una situación excepcional, pero, al mismo tiempo,
legal.
La tiranía, por su parte, era una toma del poder
ilegítima y contraria a las leyes. Su origen, precisamente, es “democrático” en
el sentido de que trataba de apoyarse en el “pueblo” frente a la aristocracia.
Tiranía y demagogia van frecuentemente de la mano: el tirano decía defender al “pueblo”,
pero, en realidad, defendía sus propios intereses. Contrariamente a la Dictadura romana, la tiranía
no tenía un límite temporal ni se sustentaba en ninguna ley. Se apoyaba
únicamente en la fuerza.
Cincinato: del arado y el taparrabos, a la Dictadura
La figura del Dictador por excelencia está
representado en la historia de Roma por Lucio Quincio Cincinato, patricio
romano que ocupó ese cargo por orden del Senado y del que Catón hizo un
arquetipo de virtudes cívicas, rectitud, honradez y austeridad que supo
combinar con sus capacidades militares. El Senado recurrió a él cuando
Roma debió afrontar la invasión de los ecuos y de los volscos. Cuando
Cincinato recibió el encargo se encontraba arando la tierra y en apenas dieciséis
días consiguió la victoria sobre los enemigos de Roma. Tras la victoria, a pesar
de que hubiera podido prolongar su poder hasta seis meses, se despojó de la
túnica orlada de púrpura y regresó a su arado. Todavía tuvo tiempo, a los 80
años, de ser nombrado Dictador por segunda vez para afrontar las maquinaciones
de Espurio Melio quien intentó un golpe de Estado apoyándose en la plebe.
Cincinato, de nuevo revestido por la toga purpurada, envió al jefe de la
caballería romana para comunicar a Melio que Cincinato le llamaba. Huyó,
reconociendo implícitamente su culpabilidad, siendo muerto por orden del
Dictador: “muerto el perro, se acabó la rabia”…
También durante la Segunda Guerra Púnica, Roma
eligió dictadores, una figura que estuvo presente desde los primeros tiempos de
la República hasta las reformas de Sila y César. Precisamente, el asesinato de este
último se debió a que se había proclamado “dictador perpetuo” y no volvió a
restablecerse durante el Imperio. Antes que César, Sila ya había roto el límite
temporal del ejercicio como dictador.
El primer dictador que consta en la Historia de
Roma fue Tito Larcio en el 498 a.C. Nombrado por el Senado para resolver las
querellas entre romanos y latinos. Resuelto el problema y antes de que expirara
su mandato, dimitió. En aquellos primeros tiempos de la República se utilizaba
indistintamente el título de “praetor maximus”, luego el de “magister populi”
(que inmediatamente elegía a un “magister equitum”, jefe de la caballería
romana cuya movilidad ayudaba a resolver el problema que debía afrontar la
Dictadura rápidamente), equivalentes a “Dictador”.
Así se nombraba un Dictador
El trámite para nombrar Dictador era relativamente
simple. El Senado debía autorizar a los dos cónsules a designar un Dictador. Si
los dos cónsules estaban de acuerdo no había problema, se elegía a quien
designaran. Si discrepaban, se echaba en suertes. La “comitia curiata”
(asamblea de los organismos de poder y de representación en Roma) debía
atribuirle el “imperium” (poder supremo de mando, militar y judicial, que poseían
los magistrados) a través de una “lex curiata”.
En Roma se elegía un dictador en tres supuestos:
cuando existía un peligro exterior o interior (“rei gerundae causa”, para que así se haga); para
la celebración de elecciones cuando los cónsules, por algún motivo, no podían
convocarlas (“comitiorum habendorum causa”) y cuando había aparecido una
epidemia. Si estas tres fueron las causas más habituales, también
aparecieron otras situaciones excepcionales: para sofocar una revuelta,
para establecer un rito sagrado ante un presagio muy negativo; para
investigar ciertas acciones (“quaestionibus exercendis”) sospechosas de
ilegalidad o de corrupción…
Un dictador podía ser destituido por el Senado de Roma
si se consideraba que no había estado a la altura de la tarea encomendada.
Desde el momento de su nombramiento el Dictador tenía derecho a la “sella
curulis” (sentarse en una silla de tijera) y a revestirse con la “toga
praetexta” (toga blanca con reborde púrpura).
Además de afrontar el mando del ejército y
afrontar la tarea para la que había sido nombrado, el Dictador podía convocar
el Senado de Roma y a las asambleas legislativas: él no podía elaborar leyes,
pero sí aprobar decretos. Su poder se limitaba a resolver la situación
excepcional por la que había sido llamado a ejercer la dictadura. Los dos cónsules seguían ejerciendo el poder en
los asuntos “normales”.
Marco Furio Camilo, “el Segundo Fundador de Roma”
La persona que ejerció en más ocasiones le papel
de Dictador fue Marco Furio Camilo, héroe de Roma, considerado como “Segundo
Fundador de Roma”. Camilo ejerció en cinco ocasiones la Dictadura.
Herido en el muslo durante la invasión de los volscos, obligó a retirarse a los
atacantes.
Durante su primera dictadura aplastó la
sublevación de la ciudad etrusca de Veyes. Debió afrontar la invasión de los
galos de Breno después de que éstos tomaran Roma. Se negó a pagar el rescate
que impuso Breno: “No es con oro, sino con hierro como se libera a la
patria” y, acto seguido, derrotó a los galos siendo recibido en Roma como
“alter romulus” y “pater Patriae”.
Posteriormente, nombrado por tercera vez Dictador,
para afrontar a los tuscolanos. En la cuarta ocasión debió afrontar las
reivindicaciones de los plebeyos frente a los patricios, resolviendo la
situación con un compromiso entre las partes.
Finalmente, cuando tenía 80 años, fue nuevamente
llamado para afrontar una nueva invasión de los galos, a los que derrotó
fulminantemente.
En definitiva: durante los años de la República,
la Dictadura fue un medio radical para salvaguardar la Constitución Romana y
afrontar riesgos excepcionales.

Lo que va de ayer a hoy
Hasta aquí, ha hablado la Historia y ha expresado el
porqué nos sentimos apegados a esta institución tal como era en la antigua
Roma. Los problemas de Europa Occidental hoy no son diferentes de los que
experimentó la República Romana: corruptelas de tiranos y demagogos, riesgos
exteriores, enemigos internos. Y, precisamente por eso, no hay que pensar
en que unas nuevas elecciones resolverán la situación: cuando se experimenta
una sensación de riesgo inminente, no puede esperarse a que concluya el ciclo
electoral, especialmente si la administración está paralizada -como lo está en
este momento en España- preocupada sólo por asegurarse el futuro y por afrontar
la judicialización de su gestión.
Ahora le pido al lector que repase lo escrito en
la primera parte de este artículo y se plantee si es cierto o no que España
está afrontando una “tormenta perfecta”. Creemos que, incluso los ciudadanos más inconscientes, por poco que piensen
la hora en la que está atravesando España (y, por extensión, Europa Occidental)
deberán convenir que “algo” no funciona y, por mucho que la legión de
tertulianos amamantados por uno u otro partido, y el propio gobierno de
izquierdas, echen balones fuera, lo cierto es que resulta difícil negar la
excepcionalidad de nuestro tiempo.
Y, a situaciones excepcionales hacen falta medidas
no menos excepcionales. En Roma sabían cómo hacer las cosas. De ahí que la
institución de la Dictadura estuviera normalizada, contemplada y regularizada
para afrontar situaciones de riesgo máximo.
La democracia española es débil e inestable.
Y es débil porque los dos partidos sobre los que descansa han sido los dos grandes
protagonistas de los casos de corrupción en los últimos 40 años.
Es débil porque hoy ya no tienen ni la fuerza ni la confianza del electorado que
tuvieron en 1978.
Es débil porque los grupos mediáticos y las fuerzas internacionales que facilitaron
y encarrilaron la transición en España, o han desaparecido o se encuentran muy
debilitados.
Es débil porque los problemas acumulados y no resueltos que se han ido generando y
que, uno a uno, hubieran podido resolverse a medida que despuntaban, hoy
constituyen un conjunto absolutamente irresoluble que amenaza nuestra
existencia como nación e, incluso, nuestra propia vida individual. Ahora ya
no hay salida por medios convencionales o reconocidos constitucionalmente.
Es cierto que la tendencia actual del
electorado es a entregar su voto a opciones “populistas” que, sin duda, irán prosperando
en los próximos años. Pero la doctrina del “cordón sanitario” constituye un
obstáculo que todavía en España tardará entre dos y tres legislaturas en
mantenerse: es demasiado tiempo y todo lo que sea esperar a 2040 o 2050 para
resolver los problemas supondrá que ya no podrá hacerse pacíficamente, y es
prácticamente seguro que será demasiado tarde para encontrar una solución.
Así pues, vale la pena empezar a pensar que,
hoy por hoy, la constitución ya no es garantía de nada sino solo de un más de
lo mismo, más de lo que hemos visto hasta ahora: mayor presión fiscal, más
inmigración masiva, más luchas entre partidos, mayor pérdida de peso de España
en Europa, más delincuencia, más toxicomanías, más corrupción, más demagogia y,
para colmo, posibilidades, como estamos viviendo en estos momentos, de más
TIRANÍA. Por que es de esa forma como podemos únicamente calificar al
gobierno de Pedro Sánchez, dirigente de la sigla que perdió las elecciones de
2023 y que sigue en el gobierno, sin presupuestos por tercer año consecutivo,
sin renunciar a presentarse como un “partido honesto” a pesar de que todos los
informes de la UCO son suficientes para habilitar un módulo en Alcalá Meco exclusivo
para miembros del gobierno, y que, para colmo, intenta diariamente, a través de
los medios de comunicación públicos y del manejo de subsidios a los privados,
modelar a la opinión pública para inmovilizarla y narcotizarla.
Obviamente, la constitución española no contempla
la posibilidad de una Dictadura en el sentido que tuvo en la antigua Roma. Como
tampoco contempla tantas posibilidades con las que el gobierno Sánchez se
excusa para mantenerse en el poder (que si la figura de la “primera dama” no está regulada, que si no se contemplan
las situaciones en las que el fiscal general debe dimitir, que si no existe
rastro de artículo alguno que obligue a un gobierno a convocar elecciones
anticipadas cuando no se ha aprobado la Ley de Presupuestos Generales, que si
un ministro no es culpable hasta que no resulta condenado y vistos todos los recursos…
y así sucesivamente). Muestras todas ellas de que la constitución de 1978 ya no
sirve en tanto que permite que un tirano ejerza el poder con la mayor
desvergüenza y arrastrándonos cada día un poco más hacia el abismo.
La invasión de los galos de Breno hizo entender a Roma que no hay que esperar al último momento para elegir un Dictador, sino que hay que movilizarse inmediatamente cuando se percibe que los galos se están moviendo… Por eso el Senado de Roma, advirtió que había nombrado dictador a Camilo demasiado tarde; en su quinta dictadura, ese mismo Senado le entregó el poder en el mismo momento en que los galos se disponían a cruzar la frontera de la República Romana. Y Lucio Furio Camilo, los venció en la misma frontera de la República. Esa es la actitud, ese es el camino que marca la tradición romana: nuestra tradición histórica.










