Introducción
Hoy, ya nadie puede dudar que el
primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos
núcleos musulmanes en Europa Occidental -aquel
que afirmaba que eran
necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…- era
una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos -yo lo
soy- pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar
la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero
para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La triste realidad es que la inmigración es hoy
una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante
décadas a controlarla.
Desde, como mínimo,
2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse
que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de
integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la
burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las
deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi
seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, -especialmente
los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría
de los procedentes de África)-, tengan como proyecto personal integrarse
laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con
capital suficiente para emprender una nueva vida.
Se suele creer que las
motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los
españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza,
Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido
demolidos por la Segunda Guerra Mundial. La mayor parte de aquella inmigración existía la voluntad de trabajar
durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos,
poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto
patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar
una vivienda. Esa inmigración, no es la actual.
Nuestros inmigrantes querían
regresar -en grandísima medida- al país que habían abandonado. Iban a trabajar,
a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto
personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de
inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a
trabajar; a los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario
muy superior al del mismo oficio en España que compensaba el alejamiento del hogar
y les permitía ahorrar; al país emisor de inmigrantes porque allí recibían
formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían
partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas
preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes
-nuestra inmigración- no planteaban problemas de convivencia, ni choques
culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra
gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo
esto vale para el actual fenómeno migratorio.
Básicamente, ya no hay países que
reconstruir después de una guerra (en el fondo, es toda África la que se
trataría de reconstruir). Tampoco hay un mercado laboral en expansión que
permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y solo en determinadas
profesiones, se va a encontrar trabajo bien remunerado ni con facilidad. Ni
siquiera para españoles, los salarios medios -a la vista del coste de la vida-
permiten ahorrar. Y, nada permite pensar que en el “boca-oído” que transmiten
los inmigrantes que han llegado aquí en los últimos años, transmiten la visión
de un país en el que valga la pena venir a trabajar, simplemente, porque el poco trabajo que
existe para trabajadores con poca o nula cualificación profesional, no permite
ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?
Vale la pena no engañarse al
respecto. Los medios ya nos engañan bastante y, a su vez, resultan engañados
por los gobiernos de turno. Esos medios, así como los diferentes gobiernos, de
derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años falseando datos, cifras y
circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los
problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y
descontrolada.
Si bien es cierto que, hoy, ya
nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar
las pensiones de los abuelos”, las justificaciones cada vez se han convertido en más
extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los
portavoces gubernamentales, zafias. A veces se nos dice que los inmigrantes no son tales: que se trata de
“refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”.
El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… Bien,
en algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”; no en la inmensa
mayoría. Pero,
incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado
afgano” elegiría vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o,
incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los
sentidos, a su patria originaria?
Por otra parte, si existen
“refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es
insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos,
vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en
buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no
tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser
considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen
diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se ven en Europa y
como se practican en África.
Pero, Europa no puede admitir a
1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos
también podrían intentar hacer cambios en su país, antes que adoptar la
solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión:
no se trata
de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros
más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con las raíces, sino
de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se
garantizan subvenciones solamente por llegar y todo, absolutamente todo, está
permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden
escamotearnos.
No hay nada más opaco en la actual
democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no
nacidos en España y sus hijos nacidos en España. La falta de transparencia es,
precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra
de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El
problema sigue sin aclararse, porque no se dicen cuántos antiguos inmigrantes que han
logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte,
haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos
de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las
cifras son mucho mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble
de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y
subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas
administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la
aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las
cifras no hace nada más que aumentar las sospechas.
Luego está el argumento de la
crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación
constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas
e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una
aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener
seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer
tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con
atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas
españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener
viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara
la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Se hizo -y se hace- justo lo
contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la
natalidad en España.
Desde el año 2000, en
las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al
1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el
extranjero. Salvo entre
mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la
inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los
primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de
“píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha
servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas en vías de
despoblación.
Caído el mito de “los que vienen a
pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún ayuntamiento que quisiera
mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome
refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve
el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como
última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen:
“estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse
en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.
Nos dicen que Europa “debe”
a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más
sensibles, que los europeos somos responsables de haber esclavizado a los
africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso
estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser
otra falacia.
No solamente no fuimos
esclavistas -valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de
familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en
última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones,
no a la totalidad de un pueblo- sino que, además, durante siglos los europeos
que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur
de Gran Bretaña) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos,
saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas
berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos
fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos
rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de
traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban
de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.
Sería bueno presentar
una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los
países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que
fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas,
asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb… Los recuerdos de aquellas
exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en
nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres
de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para mirar la
belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos),
sin olvidar que aquel valeroso soldado que recibió dos disparos e arcabuz en
el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de
Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio
en Argel.
Los grandes olvidados
de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras
islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El
colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas
por la piratería islámica, berberisca y otomana. Quienes la practicaban eran
asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa
a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la
consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el
siglo XIX en el Magreb. No
“debemos” nada: nos deben una reparación a aquellos crímenes contra los pueblos
europeos.
Hemos reunido en este volumen,
distintos trabajos sobre esta temática. La intención de presentar los escritos
que siguen es bloquear la última trinchera inmigracionista. Al concluir la
lectura de estas páginas, el lector habrá acumulado una cascada de datos que le
permitan demostrar la última falacia inmigracionista y entender por qué
algunos, desde hace décadas, venimos insistiendo en que el único peligro que
tiene Europa en sus fronteras exteriores procede del Sur.
Ernesto
Milá (08.03.2024)
Contenido
- Introducción (por Ernesto Milà)
- Los negreros en Tierra del Islam
- Esclavitud musulmana
- Esclavos en tierras islámicas
- La esclavitud en tierras islámicas : un musulmán liberal sacude
el tabú
- Islam y esclavitud
- Malek Chebel: “Romper el silencio”
- Esclavos negros en el Mediterráneo
- Esclavitud negra en tierras islámicas
- Diáspora africana, esclavitud e Islam
- La verdad sobre la esclavitud en el Islam
- Marruecos: Islam, esclavitud y servidumbre
- La imposible “negritud” de los musulmanes africanos
- La
esclavitud forma parte del Islam
- Esclavitud en tierras islámicas
- Un africano considera la esclavitud islámica infligida a los
africanos
- La esclavitud en el Islam
- Esclavitud en los países musulmanes
- La esclavitud y e mundo musulmán
- Esclavos cristianos, amos musulmanes
- La historia olvidada de los blancos esclavizados
- El olvidado comercio de esclavos cristianos secuestrados por los
musulmanes
- Razzias en tierras cristianas
- La historia de los esclavos europeos en tierra islámica
- Cautivos británicos
- Esclavos
ingleses en manos berberiscas
Características
de la obra:
Páginas:
282
Tamano:
15x23 cm.
Impreso
en papel ahuesado de 80 gramos
Cubierta
rústica en cuatricomia
Precio
de Venta al Público: 26,00 euros
Pedidos
Amazon: LINK
Pedidos
eminves para España: eminves@gmail.com
Descuentos del 40% para pedidos superiores a 5 ejemplares.