Europa está en crisis y la idea europea está muriendo en manos de
la UE. Desde Maastrich, la UE se ha convertido en un enano político,
militarmente es un territorio bajo la “protección” del Pentágono,
económicamente la UE solo parece preocupada de las “energías renovables” y
cree, más que cualquier otra parte del planeta, en el “cambio climático”;
culturalmente el empobrecimiento europeo no tiene precedentes; desde el punto
de vista religioso, Europa se ha convertido en tierra de expansión del islam y
étnicamente estamos viviendo la cuenta atrás de las últimas horas de Europa tal
como la hemos conocido desde sus orígenes. Si eso es lo que pretendía Ursula
von der Leyen, eso es lo que ha logrado con creces. Como para figurar en el
cartel electoral del PP. Debería estar en el Guiness de los Records. Cinco
años más a este ritmo y cuando se convoquen las próximas elecciones europeas en
2029 es posible que algunos países de la UE formen ya parte del califato
islámico, mientras que otras partes se habrán convertido en zonas de ”guerra
étnica” dominadas por mocromafias, bandas latinas y carteles de la droga.
Así pues, vale la pena que todos meditemos a quien vamos a votar el 9 de junio.
Es posible que estas sean las últimas elecciones de la UE y, en todo caso, es
casi seguro que, según el resultado, asistamos al fin de Europa y de los
europeos.
¿CUÁLES SON LOS PRINCIPALES PROBLEMAS DEL MOMENTO?
A la UE se le van acumulando los problemas. De hecho, desde que se
creó la UE y se ha ido ampliando, se ha producido un fenómeno curioso: Europa,
cada vez más grande, pesa cada vez menos en la escena internacional. Todo
gracias a la UE. Y el problema no es solo éste, sino que cada uno de los países
que componen la UE se ven afectados por la caída del prestigio y del peso del
conjunto. Así pues, para todos los países de la UE lo imprescindible e
ineludible es una reforma en profundidad y, si esta no es posible, valdría la
pena, incluso, reconocer su fracaso y disolverla, sustituyéndola por pactos
bilaterales. Lo que está claro es que lo que, en principio, era la
“tecnocracia de Bruselas”, hoy no es más que un amasijo burocrático, pesado,
ingobernable, lento en sus decisiones y que ni siquiera tiene un proyecto
propio: porque el proyecto de la UE es, ni más ni menos, que el de la Agenda
2030. Y ante esto es preferible plantear una alternativa radical: O REFORMA DE
LA UE, O DISOLUCION DE LA UE.
Luego está el segundo punto. Europa no tiene constitución (la que
trató de redactor el equipo dirigido por Giscard d’Estaing hace un cuarto de
siglo fue aprobada por la España de Zapatero a poco de salir elegido, pero
luego rechazada en todos los referéndums que se convocaron… Y así hasta hoy).
En lugar de constitución, tenemos volúmenes enteros de reglamentos, directivas,
tratados y, sobre todo, funcionarios encargados de aplicarlos. El gran problema
que se daba a principios del milenio era entre “centro-derecha” (que aspiraba a
que Europa se definiera como “de matriz cristiana”) y “centro-izquierda” (que
intentaban por todos los medios borrar, no solo el recuerdo “cristiano” sino
también el “pagano” greco-latino y germánico). Esto ya anticipaba lo que iba a
ocurrir: Europa necesita una IDENTIDAD, no puede construirse en el vacío y
sobre la base de que “aquí vale todo”. Un árbol es tanto más alto, fuerte y
resistente, como profundas son sus raíces. Sin raíces, sin cimientos, no hay
construcción posible. Y la UE de hoy carece por completo de fundamentos. No
es raro, por tanto, que cualquier recién llegado, por el hecho de beneficiarse
de un trámite administrativo, pase a ser “europeo”. Las raíces no pueden ser
defendidas por “progresistas” cuyo leit-motiv es precisamente, no tenerlas o
renunciar a ellas. Ni por los liberal-conservadores que creen que solamente el
librecambismo, la empresa privada y los beneficios económicos constituyen el
fundamento de la UE y que, todo lo demás, es renunciable. Así pues, el
segundo problema actual de la UE es O BIEN QUEDAN CLARAS CUÁLES SON LAS RAÍCES
DE EUROPA -Y ESTAS SON, CRISTIANAS, GRECO-LATINAS Y GERMÁNCIAS- O BIEN MÁS VALE
DISOLVER UN CUERPO SIN ALMA Y SIN BASES SÓLIDAS QUE JAMÁS LOGRARÁ ESTABILIZARSE
DEL TODO.
Vayamos al tercer problema. La vida biológica exige
alimentación y Europa ha dejado desde hace tiempo, gracias a los “acuerdos
preferenciales” de la UE con terceros países, soberana en materia alimentaria.
Importamos lo que consumimos. Cada vez más. Y así se da la paradoja que,
cuantas más normativas, decretos, circulares, se imponen a nuestros
agricultores y más cargas fiscales se les imponen, lo que nos llega de fuera,
cada vez más, especialmente lo que procede de África, es pura basura
alimentaria y llega en la casi totalidad de los casos, sin trazabilidad, sin
análisis sobre su toxicidad, fiándonos solo del tratado firmado con terceros
países… en los que les importa un higo lo que comamos en Europa y que, incluso,
nos consideran enemigos jurados y “tierra conquistable”. A esto se unen las
estupideces de los chalados de la Agenda 2030, de los fanáticos del “cambio
climático” a los que les importa más el clima mundial que si comemos melones
regados con aguas fecales o sobreexpuestos a pesticidas, vermicidas,
fungicidas, abonos inorgánicos, etc, etc, etc. La UE está matando la
agricultura y la ganadería europea, está haciendo imposible su viabilidad. En
buena medida la Agenda 2030 y sus planes de ingeniería social (“somos lo que
comemos”…) tienen mucho que ver y confirman esta falta de soberanía alimentaria,
así pues O LA UE RECUPERA LA SOBERANIA ALIMENTARIA, IMPULSA DECIDIDAMENTE LA
AGRICULTURA Y LA GANADERÍA EUROPEA O BIEN VALDRÁ MÁS DISOLVER LA UE PARA QUE
CADA PAÍS RECUPERE SU SECTOR PRIMARIO.
Un último punto: la inmigración. Y aquí hay que ser muy
claros: no hay término medio. Por este orden:
1) no se pueden tolerar la llegada indiscriminada y masiva de millones de personas procedentes de África que no se sabe ni quienes son, ni lo que han hecho antes, ni en que condiciones llegan, ni lo que saben hacer,
2) no se puede subvencionar permanentemente a inmigrantes por el solo hecho de llegar,
3) no se puede regalar la nacionalidad a gentes que ni por su aspecto, ni por sus creencias, ni por su estilo de vida, ni por su idioma, ni por sus concepciones vitales, no tienen nada que ver con el país en el que residen,
4) los europeos no podemos asumir ni pagar la miseria africana y, sobre todo,
5) la UE no quiere definir al continente, ni como católico, ni como pagano, pero no tiene ningún inconveniente en su islamización.
Cada año cientos de miles de jóvenes europeos licenciados buscan
otros horizontes mas benignos fiscalmente y mas tranquilos en cuestiones de
seguridad jurídica y ciudadana, mientras que llegan millones de jóvenes
africanos que no saben hacer absolutamente nada atraídos por la sopa boba. Y esto
ha llegado a un límite, más allá del cual, persistir en esta vía otros cinco
años, puede ser letal para el continente y para la civilización europea, así
pues O SE CORTA EN SECO LA INMIGRACIÓN ILEGAL -ALGO TAN SENCILLO DE HACER COMO
ESTABLECER EL PRINCIPIO DE QUE EL QUE LLEGA ILEGALMENTE, VUELVE AL PUNTO DE
PARTIDA A LA VOZ DE YA- Y SE HOMOGENEIZA LA INMIGRACIÓN CON EL PRINCIPIO DE
“INTÉGRATE O VETE”, SE DEVUELVEN AL PAÍS DE ORIGEN A INMIGRANTES QUE HAYAN
COMETIDO UN SOLO DELITO, O SIMPLEMENTE, SE DISUELVE LA UE Y QUE CADA PAÍS SE VE
LIBRE DE ASUMIR SU PROPIA POLÍTICA MIGRATORIA.
Hay más problemas, por supuesto, pero estos cuatro son, hoy por
hoy, los más importantes. Todos los demás problemas son anecdóticos o
secundarios, porque solamente de estos cuatro problemas depende que Europa
tenga un futuro o el nuestro se desvanezca en la nada, en el salvajismo, en la
criminalidad organizada y en el caos multicultural. Y son estos problemas y no
otros, los que tenemos que tener presentes a la hora de votar, siendo
conscientes de lo que supone cada opción.
LA REALIDAD POLÍTICA DE EUROPA EN 2024
Hay una opción rechazable, desde el principio: la “progresista”
porque es la que nos ha llevado hasta donde nos encontramos hoy. Esa opción,
hasta hará diez años era considerada como “de centro-izquierda”, pero hoy,
desaparecidos los frenos -especialmente tras la crisis de 2008-2011 que supuso
el fin de la socialdemocracia tal como se había mantenido desde el Congreso del
SPD en Bad Godesberg en 1959- y desde las orientaciones de la ONU y su Agenda
2030, ahora cabe solo hablar, o bien de “progresismo” o bien de “izquierda”.
Pero el “progresismo” es una mancha de aceite que contamina incluso
a sectores de la derecha y tiene un aliado inestimable en el “liberalismo de
centro-derecha”. Desde 1945 la política europea
se ha basado en un equilibrio entre centro-derecha y centro-izquierda y en la
alternancia entre estas dos opciones. Hasta que la presión de los sectores
“mundialistas” (ONU, UNESCO, fundaciones capitalistas, ONGs) ha impuesto su
programa en el vacío generado, tanto en el centro-izquierda como en el
centro-derecha. Y así ha aparecido algo inédito en la historia: una “derecha
progresista” que apenas se diferenciaba del progresismo de izquierda. Lo vimos
en España en un Casado, efímero líder del PP, incluso en un Feijóo, entonces
presidente de Galicia, que pugnaba con el gobierno del Estado en dureza en las
medidas anticovid, llegando incluso a proponer la vacunación obligatoria, y
luego, ya como factótum del PP, un acuerdo con el PSOE como “principal
interlocutor”.
Y este es el problema: que una política así, podía generarse en
una coyuntura en la que existía equilibrio entre “centro-derecha” y
“centro-izquierda”, pero no en una nueva situación en la que el
“centro-izquierda”, se había desplazado hacia posiciones radicales en materias
medioambientales, LGTBIQ+, feminismo radical, corrección política, memoria
histórica, etc, etc, etc. En realidad, estas nuevas posiciones de izquierda (no
de centro-izquierda, sino de izquierda radical) generaron una reacción de
sentido contrario y de similar radicalismo en el centro-derecha que sigue
sobreviviendo, pero que, poco a poco, va perdiendo vigor ante la “derecha
radical”, justa reacción a la “izquierda radical”. EL TIEMPO DEL CENTRISMO HA
PASADO A LA HISTORIA, ESTAMOS EN LA ÉPOCA DE LA CONFRONTACIÓN.
A un lado están los trabajadores, las gentes con nóminas que
tienen que pagar elevadas hipotecas, impuestos desmesurados, profesionales
universitarios, pequeño y medianos empresarios, comerciantes, jubilados,
jóvenes sin perspectivas laborales, y al otro, funcionarios de ONGs y de
chiringuitos de todo tipo, comegambas de sindicatos y de partidos oficiaistas, barrigas
agradecidas, okupas, sectores de población que viven subvencionados y un
electorado cada vez más repleto de “nuevos españoles”. La fractura vertical
que se ha producido en la sociedad es tal que, a un lado tienden a estar los
que “pagan impuestos” y a otro los “viven de los subsidios” y del dinero
público. La situación es endiablada e irá agravándose más y más en los
próximos años. De ahí que la tendencia en todo el mundo sea a ir abandonando
el “centro-derecha” y orientarse hacia la “derecha radical”, de la misma forma
que el “centro-izquierda” ha migrado hacia la “izquierda radical”. Y en este
contexto, YA NO HAY POSIBILIDADES NI DE “TERCERAS POSICIONES”, NI DE
“CENTRISMOS”, NI SIQUIERA DE ENCONTRAR PUNTOS INTERMEDIOS.
Esta es la situación, aquí y ahora. Y es esta situación la que
debemos considerar a la hora de votar el 9 de junio.
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