Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible
en breve.
Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.
Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.
* * *
LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA:
EUROPA NECESITA TRABAJADORES
Hoy,
ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la
presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel
que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las
pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las
pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a
los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y
social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los
que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La
inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han
negado durante décadas a controlarla.
Desde,
como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento,
podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la
posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el
sector de la construcción. Pero, desde el estallido
de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura,
las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi
seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente
los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la
mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y
vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital
suficiente para emprender una nueva vida.
Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en
el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e
italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años
50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda
Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar
durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos,
poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto
patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar
una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.
Nuestros
inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían
abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a
la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes:
a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran
gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su
trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y
podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y
volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin
olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en
aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes
–nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques
culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”,
nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de
todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.
Ya
no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos
después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que
permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas
profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para
españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten
ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a
otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir
a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo
que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni
vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la
inmigración?
Vale
la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los
diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años
engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de
definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa
de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.
LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA:
“WELCOME REFUGIES”
Si
bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la
inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las
justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas,
ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales,
zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento
nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser
“refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece
protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los
menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas
circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá
vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el
sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria
originaria?
Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o
cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se
trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en
cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi
sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado
que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían
ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen
diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en
Europa y como se practican en África.
Pero,
Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás,
deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de
hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a
otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en
los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos
al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos
en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan
subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está
permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y
medios pretenden escamotearnos.
No
hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de
subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La
falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente
se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de
subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se
dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como
“españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué
tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de
pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son
muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el
triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total
de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las
distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado
“la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad
de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.
LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA:
“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA
NATALIDAD”
Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en
España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la
vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez
formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se
atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá
mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin
embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en
beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen
tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y
simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad
entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se
hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la
inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo.
Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo
el mundo salvarían la natalidad en España.
Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas
los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en
su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el
número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los
inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y
principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día
después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido
para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.
LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA:
“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”
Caído
el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que
ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar
pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que
la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la
convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se
ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos
los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos,
incluso, porque, se lo debemos”.
Nos
dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el
haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles,
que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y
que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados
a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de
ser otra falacia.
No
solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya
que estamos en esto, elaborar un censo de familias
europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en
última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones,
no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los
europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las
del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados
ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de
piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo
XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo
fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está,
que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y
que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus
vecinas.
Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por
los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los
países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados,
esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y
muertos de agotamiento en tierras del Magreb…
Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos
imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la
configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la
costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para
vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió
dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada
de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus
nueve años de cautiverio en Argel.
Los
grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados
esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta
historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes
molestias generadas por la piratería islámica, berberisca
y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo
hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la
esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente
disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en
el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos
crímenes contra los pueblos europeos.
* * *
Hemos
reunido en este volumen, distintos trabajos sobre esta temática, publicados en
lengua francesa e inglesa. Se trata de comentarios y entrevistas con autores de
trabajos más amplios sobre la temática que constituye el leit–motiv de
esta obra. El interesado podrá recurrir a ellos si desea ampliar la información
aquí contenida.
La
intención de presentar los escritos que siguen es bloquear la última trinchera
inmigracionista. Al concluir la lectura de estas páginas, el lector habrá
acumulado una cascada de datos que le permitirán demostrar esta última falacia
y entender por qué algunos, desde hace décadas, venimos insistiendo en que el
único peligro que tiene Europa en sus fronteras exteriores procede del Sur.
Ernesto
Milá