Resulta complicado establecer una taxonomía precisa de la
extrema-derecha y de la extrema-izquierda y, a partir de ahí, señalar
similitudes y diferencias. Se trata de algo que, por la propia naturaleza del
trabajo realizado por Catalán Deus, no entraba en sus perspectivas, sin
embargo, consideramos que puede ser interesante establecer ciertos
paralelismos, acaso como complemento a los volúmenes de La chispa y la
pradera y a lo que dejamos escrito en las Ultramemorias. Apenas
vamos a aludir a los contenidos políticos de ambos extremos, sino más bien a
las características antropológicas de los dos tipos humanos que los han
encarnado y, más adelante, a las tácticas empleadas. En estos dos
elementos, el observador percibe ciertas coincidencias que se diluyen, por
supuesto, a la hora de examinar sus componentes doctrinales. En ese plano, se convierten. inmediatamente, en posiciones encontradas, pero manteniendo, como veremos, ciertas coincidencias en aspectos
programáticos y tácticos.
Con todo, cabe decir que no existe una personalidad política única,
ni una estrategia común, ni siquiera en el interior de ambas formas de
radicalismo político; los planteamientos doctrinales que pueden formularse en estos
dos rincones extremos son “muchos y multiformes” (como los “horrores” a los que
aludía Lovecraft en sus Mitos de Cthulhu): marxismo-leninismo-pensamiento-maotsetung,
marxismo-leninismo andino, revisionismo y/o estalinismo,
marxismo-revolucionario, consejismo, trotskismo en sus diversas variedades,
anarquismo, anarco-marxismo, anarcosindicalismo, autonomía, situacionismo, y
seguramente se nos escapa alguna otra variedad izquierdista; por su parte, en el otro
lado podemos distinguir, solamente en España, distintas formas de falangismo
que, como todo “tercerismo” se inclina, o bien hacia un lado o hacia el otro,
esto es, hacia el nacionalismo o hacia el sindicalismo, además de neofascismo, neonazismo,
nacionalismo-revolucionario, nacional-catolicismo, tradicionalismo, corrientes
identitarias, nacional-demócratas, nacionalismo-europeo, siendo el
“nacional-bolchevismo” (tal como se entiende en la extrema-derecha, algo que, a
pesar de su nombre, no implica relación alguna con el marxismo, sino, más bien,
una provocación -ingenua, por lo demás- de carácter anti-burgués).
A nadie se le escapa que todas estas tendencias, cristalizadas en siglas, dan como resultado una variedad casi interminable de grupúsculos, a menudo irreconciliables y con tendencia a escindirse en micropartículas políticas aun menores. Habrá que aludir, más adelante, a los motivos que inducen a que alguien se integre, milite e, incluso, se “queme”, en este tipo de formaciones sin futuro de las que muy difícilmente podría extraerse algún tipo de rentabilidad política o personal? Por el momento, valdrá la pena constatar que existen, en el interior de cada una de estas fracciones cuatro tipos de tipos humanos “positivos” que se repiten invariablemente y otros dos que pueden ser considerados “negativos”. Y luego está, finalmente, el que podríamos llamar “transeúnte”. Perdamos cinco minutos analizándolos.
Entre los tipos “positivos” encontramos, en primer lugar, al
“tribuno”, básicamente el agitador, provisto de “voluntad de poder”, vocación
de ejercer la dirección (ya sea por convicción e identificación con la “idea”,
o bien por un instinto natural que late en su interior, pero también por
narcisismo, para afirmarse ante alguna carencia interior), se desvive por
organizar, dirigir, despertar conciencias, agitar, “llevar la palabra”,
imponerse a otros. Es el líder nato presente en cada grupo y que no falta
siquiera en la célula orgánica más minúscula.
Luego, encontramos al “burócrata”, dado a la tarea de organización
interna, mantenimiento de ficheros y archivos, el consabido cobrador de cuotas,
el afiliado que rellena fichas, realiza estadillos, se encarga de las tareas
logísticas, elabora la propaganda, cubre funciones de correo de la
organización; es el que conoce al detalle la situación orgánica del grupo y el
que, cuando se produce alguna desbandada a causa de la “represión”, permanece a
cubierto, garantizando que, pasada la crisis, gracias a él se podrán
restablecer los contactos orgánicos.
El más frecuente es, inevitablemente, el “activista”, aquel que trata
de optimizar recursos, hacerlo todo contando con nada, ejercer una continua y
trepidante tarea de propagación de la idea, aquel que no se pierde un mitin,
una asamblea, un reparto de panfletos, una pintada, un enfrentamiento con
grupos rivales, está donde lo envían a realizar alguna tarea y responde siempre
sin pestañear. Asume gustoso la carga de difundir las ideas de su organización,
extender su radio de acción y, por qué no, acepta ser “carne de cañón” al
servicio de “tribunos” y “burócratas” o de su síntesis, en algunos personajes
de los que precisamente, Raúl Marco y Elena Odena, los dirigentes históricos
del PCE(m-l)-FRAP, me parecen los arquetipos, tal como los pinta José Catalán
en su obra. En la extrema-derecha también se encontraba este mismo tipo humano
especialmente entre los cuadros intermedios de las grandes organizaciones
ultras de la transición: en Fuerza Nueva y en Falange Española.
Finalmente, encontramos la figura del “doctrinario”: el afiliado
que se preocupa, especialmente, de redactar comunicados de prensa, elaborar la
línea política, dar cursos a los nuevos afiliados, realizar los informes
políticos, elaborar el programa y todas aquellas actividades intelectuales que
requieran estudio, concentración, análisis, revisión y actualización. Es el
personaje preocupado por los aspectos doctrinarios, por la fusión entre teoría
y práctica, atento a que el programa de la organización no se desvíe de los
principios ideológicos que la informan, y de hacer en cada momento aquello que
las “condiciones objetivas” recomiendas y aconsejan. Es reflexivo mucho más que
intuitivo, meditativo antes que activo. Sus camaradas lo consideran una rata de
biblioteca, aprecian sus cualidades, pero también desprecian su falta de
capacidad para la acción, sus dudas permanentes, cierta indecisión que, a veces
se troca en una obcecación rígida por demostrar que está en posesión de la verdad y por
imponer sus tesis a pesar, incluso, que todo induzca a pensar que no son correctas, ni oportunas, ni recomendables para la buena salud de la organización.
En el radicalismo político, el “rigor”, la unión entre teoría y
práctica, siempre tienen tendencia a generar problemas internos; cualquiera de estos
arquetipos de militantes son capaces de romper una formación para construir
otra que se adapte mejor a su visión particular de la doctrina o de la acción política: en unos casos será por cuestiones
ideológicas (serán, por tanto, los “doctrinarios” quienes protagonicen la ruptura), en
otras será un producto de simples choques de personalidad (especialmente entre los
“tribunos”), luego estarán las discrepancias entre niveles de radicalismo
(habituales en las polémicas en la franja de militantes y entre militantes y
tribunos o entre militantes y doctrinarios) y, finalmente, los “burócratas”
tenderán a utilizar excusas (que si no ha pagado la cuota, que si su
organización no experimenta el crecimiento que debería, que si este o aquel no
demuestran suficiente nivel de compromiso, etc.) para justificar expulsiones,
purgas y tensiones que llevarán casi inevitablemente a abandonos individuales o
bien a escisiones colectivas.
Por lo que conozco de la extrema-izquierda y por lo que he vivido
en la extrema-derecha puedo asegurar que en ambas formas de radicalismo se encuentran estos
tipos de militantes, que, en cualquiera de los casos, siempre son “sinceros” en
sus tomas de posición, incluso en las más subjetivas y dictadas por su particular "ecuación personal", y pueden ser considerados como “positivos” en cuanto que
aportan su contribución para realizar actividades necesarias para la buena
marcha de un grupo radical. Y aquí valdrá la pena realizar una digresión y
comentar uno de los misterios centrales del PCE(m-l)-FRAP.
LA FIGURA DEL “INFILTRADO” Y SUS MATICES
Un viejo proverbio Zen dice: “Allí donde las montañas son altas,
los valles son profundos”, lo que traducido a términos políticos implica que
allí donde hay entrega, sinceridad, compromiso, lealtad, también puede existir
-como de hecho existe- traición, falsedad, intrigas y actitudes malévolas y, por decirlo así, cajones de doble y triple fondo. Así
pues, podríamos hablar también de tipos “negativos”, igualmente presentes en
todo movimiento extremista. El primero sobre el que vale la pena hablar es “el
infiltrado”.
El “infiltrado” tiene dos variedades típicas. Puede ser “pasivo”,
si su presencia insincera dentro del movimiento tiene solamente como finalidad,
observar e informar (a no importa qué servicio de seguridad del Estado o bien a
un grupo político rival o a una red de inteligencia privada). A pesar de que
“el infiltrado” actúa con discreción, a poco que uno se fije, lleva escrita su
actividad en el rostro; los comportamientos característicos del “infiltrado pasivo” son
siempre los mismos y los podemos enumerar por este orden: habla poco en las
reuniones orgánicas, pero se fija en todo, toma apuntes, nunca se mete en
cuestiones doctrinales, pero siempre que habla está al cabo de la calle sobre
quién es quién, tanto en su grupo como en otros grupos, se diría que tiene una
predilección particular por explorar la geografía de los grupos extremistas; es
el que primero se guarda una hoja de propaganda, una revista o un adhesivo recién impresos.
Habitualmente, se ha forjado una historia previa: habla de su paso por tal o
cual grupo y, en realidad, si es cierto que ha pasado por allí, siempre brevemente, lo que le
cuesta más es justificar porqué ha saltado de ese grupo a otro, al que se
encuentra actualmente. No es diestro en manejar ni elementos programáticos, ni
tácticos, ni ideológicos. Suele no tener oficio ni beneficio, o bien alardea de
un trabajo poco verosímil. Sin embargo, dispone de ingresos para viajar,
desplazarse aquí y allí, estar siempre después de las reuniones dispuesto a
tomar unas cañas. Tampoco suele tener novia real, no vive con su familia,
cuesta ubicarlo socialmente, es elusivo en este sentido: o ha llegado hace poco
desde una provincia del interior o se ha cambiado de localidad o de barrio en una gran ciudad. Un rasgo muy
habitual es que, cuando mira de frente a su interlocutor -otro militante- no le mira
directamente a los ojos, sino justo sobre las cejas. Le cuesta aguantar la mirada de otro. Se muestra siempre
solícito, dispuesto a cualquier sacrificio para acompañar a algún militante en
alguna tarea. Hay que estar pendiente de sus cambios físicos: si, después de un tiempo de no saber nada de él, aparece con
ojeras prolongadas, aspecto descuidado, desaliño general y signos de abandono,
es muy posible que se trate de un toxicómano y que su adicción sea lo que se ha
utilizado para reclutarlo.
A veces, desaparece una temporada; dice que se ha tomado unas
vacaciones e, incluso, es posible que traiga algún regalo que demuestra su
estancia en tal o cual lugar. Lo suele comprar en el Corte Inglés (lo
digo porque me ha ocurrido en el Círculo José Antonio que, el infiltrado de
turno, desapareció unos días, me dijo que había viajado a Ceuta y me trajo un
bol con caracteres morubes comprado en el zoco de la ciudad… sin embargo, en su
base todavía estaba adherida la etiqueta de los grandes almacenes situados a
menos de 100 metros de la sede falangista) o en alguna tienda especializada en
regalos. A veces alardea de contactos en otras provincias. Puros “ganchos” que,
a veces, buscan solamente conocer puntos débiles e implantación del movimiento en otras provincias. En definitiva,
por sus signos externos los conoceréis.
Si uno está atento, cuesta poco reconocerlo. Basta con observar
sus movimientos, ponerle “pruebas”: la del “nueve” siempre es del género de “mañana
tengo que buscar una caja de balas del 38 que me pasa un amigo policía”… El
“policía en contacto con extremistas” es el plato irrenunciable de cualquier
grupo policial, por el que sacrificarían a cualquier confidente; si al día
siguiente alguien sigue al militante encargado de “recoger” las balas (y, para
ello basta con que otro camarada le siga a prudencial distancia y observe si el
primero es seguido por alguien), blanco y en botella. El otro sistema, por lo
que recuerdo, consistía en pedir al sospechoso de ser un infiltrado que fuera a
buscar tal o cual cosa a la papelería de la esquina o aprovechar que se
levantase de la reunión para ir al lavabo, para revisar su carpetas, su libreta
o su cazadora. Si se tomaba excesivo cuidado en no dejar nada sobre la mesa y
en recoger todas sus pertenencias, no había, tampoco, dudas.
En fin, la tarea del infiltrado es uno de los trabajos más duros
que pueden existir en el mercado laboral: en principio porque la traición nunca está bien pagada
(desde aquello de “Roma no paga a traidores”); en segundo lugar porque
tiene que asistir a infinidad de reuniones en las que se habla sobre algo que
ni le interesa, ni le importa; en tercer lugar, porque si fuera una persona moralmente más sana y laboralmente mejor preparada, se dedicaría a cualquier
otra actividad remunerada, no desde luego, a vender confidencias que,
inevitablemente, siempre tiene tendencia a aumentar de volumen, a exagerar, e,
incluso a inventar. Y nunca, absolutamente nunca, puede pensar que nadie dará
la cara por él.
Mucho más gratificante, pero, al mismo tiempo infinitamente más
desaprensiva, aunque mejor pagada es el rol que se atribuye al “infiltrado activo”.
Se entiende por tal, aquel parásito que se introduce en un movimiento político
y, con su trabajo de infiltración busca, sobre todo, realizar tareas de
“provocación” que menoscaben la imagen de la formación, entre sus propios
partidarios y en su proyección exterior; también puede ser alguien que haya
entrado en la organización para generar “rupturas”, escisiones, fracturas entre
la militancia, tareas de “entrismo” con la idea de derivar a la organización o
a fracciones de la misma hacia posiciones coincidentes con el centro que envía
al “infiltrado”. Es, en cualquier caso, alguien que ha entrado en la
organización, no por identidad con sus objetivos, sino con la deliberada
intención de utilizarla para sus propios fines. Es el caso de una infiltración
dirigida por alguien que trabaja para los servicios de seguridad del Estado: se
ha infiltrado con una misión concreta, la que sea, a cambio de la cual, recibe
una recompensa. Su trabajo, por supuesto, implica un riesgo y un tiempo de
dedicación, a cambio de la cual recibe una retribución o algún tipo de compensación. A veces, esta
retribución es “en especies”. He visto, tanto en la extrema-derecha como en la
extrema-izquierda cómo se infiltraban elementos tiranizados por alguna
adicción, incluso que recibían como retribución, pequeñas cantidades de
cualquier droga para su consumo. La "ventaja" que tiene este tipo de infiltrado
es que, una vez localizado, puede llevar directamente al origen de la
infiltración, con solo ofrecerle una paperina, un picotazo o, incluso,
garantizarle la provisión de porritos para el próximo fin de semana. En la nube
en la que está instalado el toxicómano, no existe más que el aquí y ahora impuesto por su
adicción. En varias ocasiones, nosotros mismos conseguimos ubicar las oficinas
de determinados servicios de seguridad con solo seguir a infiltrados
localizados y ver con quienes se reunían. Y es muy fácil identificar al
“orientador” de un infiltrado: es aquel que, por su aspecto físico, por su
edad, por sus modales, por su corte de pelo, por su vestuario, no responde a lo que debería de
ser un amigo, colega o conocido del infiltrado.
Una vez localizado, un infiltrado se convierte en una joya: se le
pueden dar datos falsos, se le puede aislar, se le puede exprimir como un
limón, embarcarlo en primera línea en las tareas de propaganda y en las misiones
más duras e ingratas. Quien localiza a un infiltrado puede tener la seguridad
de que no intentarán situar otro. Y, en última instancia, como ocurrió en el
Frente de la Juventud, cuando ya no era imposible exprimir al infiltrado, se le
llevó al campo, se le dio una pala y se le ordenó cavar: incluso alguien le
disparó cerca del oído. Se desplomó sobre el agujero por la impresión. Tan
cruel, como inofensivo y, en cualquier caso, efectivo. Y es que el de
“infiltrado” es un oficio con cierta inestabilidad laboral.