La mascarilla es un mal recuerdo en toda Europa. En España sigue siendo una presencia necesaria en interiores. Tanto es así que, después de 15 días en Prusia (desde Yalta concedida en parte a Polonia y en una mínima parte a Rusia) soy consciente de que lo que más me va a costar reubicarme es la coña de la mascarilla. Pedro Sánchez ha dicho que estamos “próximos” a que deje de ser obligatoria, pero no ha explicado el por qué sigue siéndolo. Resulta incomprensible que después de degradar el Covid a una simple “gripe” (lo que algunos decíamos, desde el principio que era), la mascarilla siga siendo obligatoria en España. Todo se debe al “algoritmo”.
No vale la pena hacer más distingos: hoy el mundo está dividido en
dos partes, los que aceptan los designios del “nuevo orden mundial” emanados
por el Foro Económico Mundial (FEM) en su aspecto político-económico y por la
UNESCO en sus vertientes culturales, y frente a ellos, los que rechazan todo
esto en función de proyectos nacionalistas, populistas o simplemente opositores.
El eje FEM-UNESCO difunde la corrección política, el neo-liberalismo, el
mundialismo universalista y la globalización. Enfrente están un racimo de
opiniones que, en buena medida, ni siquiera son conscientes de contra quién se
están enfrentando: piensan, por ejemplo, que Sánchez es la peste (que lo es),
pero que cuando llegue un gobierno de derechas, todo se resolverá. Y se
equivocan, por que el problema es mucho más amplio y profundo.
O se está en un frente o se está en el otro. Y si se está en la
oposición al frente FEM-UNESCO, como estamos conscientemente algunos, hay que
estarlo hasta el final. Aquí, como en un embarazo, no cabe decir aquello de “es
que estoy medio en cinta”. O se está o no se está y si se está contra el “nuevo
orden mundial” y los designios del consorcio FEM-UNESCO, hay que estarlo
radicalmente, esto es, apuntando a las raíces del problema, a las bases mismas
de la ideología mundialista y de la globalización económica.
Porque hay que reconocer al adversario coherencia en su proyecto: un
gobierno mundial, regido por los “señores del dinero”, gobernado políticamente
por “algoritmos”, cuya base es la técnica y cualquier signo de identidad
(personal, nacional, de género, social, antropológica y cultural) contradice el
principio de la “igualdad” y dificulta la “homogeneización mundial”.
Frente a este “gran adversario”, las posiciones distan mucho de
estar unificadas. Por ejemplo, hay antimundialistas que, sin embargo, son
liberales. Hay nacionalistas de derechas que apoyan las mieles de la globalización
e internacionalistas de izquierdas que, sin embargo, son antiglobalizadores.
Hay opositores ateos y cristianos, y la mayoría de los unos están poco
dispuestos a colaborar con los otros y viceversa, sin olvidar que el
“materialismo” ya está en el campo opuesto o que un cristianismo a lo
Bergoglio, es una parte más del frente FEM-UNESCO. La ventaja que tiene el
frente mundialista y globalizador es que, a pesar de que también existen
diferencias en sus filas, hay un acuerdo en no torpedearse mutuamente: ni un
solo “señor del dinero” tiene el más mínimo interés, por ejemplo, por las
ideologías de género, pero son conscientes de que el “género” es un signo de
identidad, por tanto, torpedear el concepto de “Hombre” y de “Mujer” es bueno
para sus intereses.
Bien, y a todo esto, ¿qué pinta Sánchez y el sanchismo en todo
este fregado? Sánchez no es más que una de las traducciones posibles de la
ideología FEM-UNESCO en España. Esta ideología -en la peor acepción del término
“ideología”, es decir, como esquema cerrado de interpretación de un momento
dado de la historia que se pretende extrapolar a toda la historia- irrumpió en
el PSOE tras el “felipismo”: la izquierda española se dio cuenta de que el
“socialismo”, la “socialdemocracia”, “la izquierda”, ya se habían quedado sin
caladeros de votos al disminuir en número la clase trabajadora. Y llegó ZP, un
tipo sin formación marxista, sin bases culturales de ningún tipo, un simple
trepa que vendía “talante” y poco más. Su ideología había tomado forma al calor
de las lecturas del “Correo de la UNESCO” (no es cierto, ni que fuera masón, ni
que fuera un marxista con piel de cordero: era simplemente un vendedor de la
nueva ideología soft, blandurria, tontorrona, buenista. Era ZP.
ZP seguía considerándose “socialdemócrata”. Pero llegó la crisis
de 2007-2011. ZP y con él, el resto de la izquierda europea, se puso del lado
del capital, de la banca y de los consorcios en crisis que se salvaron gracias
a los dineros del Estado. Y entonces, en los años que siguieron, entre 2011 y
2020, se produjo la “gran mutación”. El “gran reseteo” del capitalismo no se
produjo, como se ha dicho, después de la crisis del Covid, sino en la fase
posterior de recomposición del panorama económico mundial tras la gran crisis
económica iniciada en 2007.
Fue en esos años cuando se formó el “frente común” FEM-UNESCO y
fue en esos años cuando se emprendió la lucha contra cualquier signo de
“identidad”. El cerco se cerró: defender una opción nacional, afirmar un origen
étnico o una impronta cultural, incluso considerarse “Hombre” o “Mujer”,
pasaron a ser herejías. La historia, la filosofía, cualquier humanidad, incluso
las matemáticas, se convirtieron en enemigas del objetivo igualitario final. La
“igualdad” se había convertido en “homogeneidad”. El “poder mundial” no
precisaba seres “libres e iguales” como decía la letanía aprobada desde la
constitución americana: necesitaba individuos “homogéneizados y normalizados”,
hechos a troquel. Sólo así viviríamos en un “mundo feliz”.
Sánchez, simplemente, se sumó a esta tendencia. O lo sumaron: es
muy fácil comprar a un ambicioso sin escrúpulos, sin principios y sin otra cosa
en la sesera que la ideología del trepa. Porque, Sánchez es eso y no es otra
cosa: el problema es que no está claro si la “oposición” ha identificado al
“enemigo”. Sánchez no es más que un mascarón, un pobre diablo, mentiroso,
engañador, difuso, interesado solamente en mantenerse en el poder el máximo de
tiempo posible. Nada de particular, otro político del montón. Pero no tengo muy
claro que Feijó sea consciente de quién es el enemigo, incluso de que Feijó sea
radicalmente diferente en su línea política a la de Sánchez. De hecho, ni
siquiera tengo claro que dentro de Vox, esté completamente claro en todos los
niveles de dirección, quién es el verdadero adversario y si el complejo
FEM-UNESCO es señalado como el verdadero problema y no el botarate de Sánchez.
Y ¿qué tiene que ver todo esto con el “algoritmo”? Es muy
sencillo: hoy el mundo lo gobiernan “algoritmos”. Y aquí debemos detenernos un
momento para explicar lo que es un algoritmo: es una secuencia que trata de
resolver los problemas más complejos de la forma más sencilla posible. Antes
del algoritmo figuran solamente los datos de los que se parte, el IMPUT;
después del algoritmo debe salir un resultado, el OUTPUT. Lo que hay entre
ambos términos, es el algoritmo propiamente dicho, es decir, los pasos que se
deben realizar para llegar, desde los datos iniciales, al resultado apetecido.
A la hora de multiplicar, por ejemplo, 2 x 3, el IMPUT son el multiplicado (2)
y el multiplicador (3), y el OUTPUT es 6, el algoritmo es las operaciones y
pasos que debemos seguir. Hoy, nos movemos en un mundo en el que todo son
algoritmos. Es posible que alguien no entienda que para multiplica 2 x 3 es preciso
sumar 2 + 2 + 2, pero no importa: lo que importa es que el resultado siempre
sea 6, aunque no se entienda el porqué debemos dar esos pasos intermedios. Y
eso mismo es lo que le ocurre a Sánchez, el cree que debe dar 21.000 millones
al “ministerio de la igualdad” para mantener contentos a sus aliados a Podemos
hasta el final de la legislatura. Pero no es así: da los 21.000 millones para
tratar como sea de atenuar las diferencias de género. Para eliminar la idea de
“género”. Por lo mismo, destierra la filosofía y la historia cronológica de los
programas de estudios, no porque, la ignorancia de las humanidades sea el
camino más directo para terminar ignorando lo que es “Humano” y racional, sino
porque cree que, si lo recomienda la UNESCO, debe ser porque es “bueno” para la
humanidad y, de paso, porque le permite liberar horas lectivas para asignaturas
inútiles o para entregarlas a las comunidades autónomas para lo que hagan de su
capa un sayo.
El algoritmo manda. Ponga usted la tele: si ha intentado huir de
los canales generalistas, se habrá abonado a alguna plataforma en streaming.
Netflix, por ejemplo. Netflix se gestiona mediante un algoritmo que “sugiere”
al abonado lo que le gustará y lo que encajará mejor con sus preferencias
(según los “likes”, el me gusta o no me gusta, previos). Pero no es así:
el algoritmo -y esto es lo esencial- no está hecho para favorecer al
espectador, sino para amortizar las producciones del streaming… y, por
tanto, está hecho para beneficiar al propietario de la marca. Los intereses del
streaming están por encima y por delante de los intereses del
espectador. Así, el propio streaming termina modelando los gustos del
espectador. ¿Se entiende el proceso?
Si es así -y es así y no de otra manera- se entenderá que las
decisiones adoptadas por Sánchez dependan esencialmente de algoritmos. La idea
es que “el algoritmo nunca se equivoca” y que, si los resultados no se
corresponden con lo esperado, no es por culpa del algoritmo, sino de una
población todavía lo suficientemente hosca e ignorante, que ni siquiera sabe lo
que le conviene. Si hoy en España la mascarilla sigue siendo obligatoria, no es
porque sea necesaria, ni siquiera porque sirva para algo (dudo de que haya
servido para algo más que para que respiremos nuestros propios residuos de CO2,
se nos hayan empañado las gafas y nos hayamos hecho la ilusión de que estamos
blindados ante el virus...), sin embargo, llevamos dos años con este
“adminículo” inútil y que genera más problemas de los que resuelve. En Europa
es un recuerdo, en España una presencia y, fíjense si está adocenado nuestro
pueblo, que acaso más de un 50% de la población sigue llevando mascarillas en
la calle, a pesar de que desde hace ya meses no es, ni siquiera obligatorio.
Sánchez lleva casi un mes diciendo que “dentro de poco” la mascarilla dejará de ser obligatoria. ¿Por qué sigue siéndolo? No, desde luego, por razones sanitarias. Ni siquiera por prevención. Sigue siendo obligatoria porque las noticias del conflicto ucraniano tapan cualquier otra información. Y de lo que se trata, para Sánchez, es de que la retirada de las mascarillas en interiores sea rentable desde el punto de vista de su popularidad.
Y entonces volvemos al algoritmo: aplicado este, es fácil suponer que ha dictaminado que deberá esperarse a un momento de asueto, en el que dejemos de mirar las noticias de la tele para preocuparnos de nuestro ocio, las vacaciones de Semana Santa. Entonces dejaremos de preocuparnos por el conflicto ucraniano, Zelensky será solo un nombre raro de un tipo en camiseta caqui que lanza lamentos a diestro y siniestro, y si podemos ir en un avión, o en un tren, o entrar en una disco sin mascarilla, será la mejor noticia que algunos hayan recibido en dos años. Pero, el cerebro del elector es pequeño, no cabe mucha información: se trata de que la desgracia ucraniana no tape la “gran concesión” de Sánchez.
Al igual que Netflix, el “algoritmo” no es utilizado por Sánchez en beneficio de la población, sino en beneficio propio. Este dato es fundamental y vale la pena no olvidarlo. Platón en La República ya había dejado escrito que en la “polis” no se dio un solo caso de un político que actuara contra sus propios intereses. La diferencia entre un demagogo ateniente del siglo VI a.JC y Pedro Sánchez, es que a este le basta con aplicar un algoritmo ante cualquier problema. Y a eso le llama “gobernar”.