En 1976 se
estrenó una película con ambiciones, Salón Kitty, dirigida por
Tinto Bras y que recogía parte de la herencia preciosista de La caída de los
Dioses de Luchino Visconti. La película se proyectó en pantalla grande,
beneficiándose de los grandes circuitos de distribución y de algunos activos
(como la presencia del más que mediocre y excesivamente acaramelado Helmut
Berger). Así mismo, a diferencia de otras cintas propias del subgénero
realizadas con escaso presupuesto, Salón Kitty fue,
verdaderamente, una superproducción que no ahorró medios ni para la contratación
de actores, ni para la promoción posterior al montaje. La película es reseñable
porque a partir suyo se filmaron otras muchas secuelas, convirtiéndose, como Ilsa:
She Wolf of the SS, en modelo y paradigma del subgénero. Así pues,
Salón Kitty es importante, no sólo en sí misma, sino porque preparó la
irrupción de cintas de calidad y presupuesto mucho más bajos, constituyendo un
modelo para producciones que convirtieron la cartelera de la segunda mitad de los
años 70 en un bazar de imitaciones, más o menos desafortunadas y siempre,
inevitablemente, de pésima calidad y mediocre realización, aptas hoy solamente
para coleccionistas del género de Naziexploitation y para amantes del freakysmo
cinematográfico.
Al parecer hubo
un establecimiento de prostitución en los años 30 regentado por una tal Kitty
Schmidt y situado en el número 11 de la Giesebrechtstraße de Berlín.
Inicialmente se llamó Pensión Kitty, pero en 1933 cambió el nombre. De
todas formas, todo lo que se sabe sobre este local hay que someterlo a caución.
En efecto, muchos de los datos publicados son producto de la propaganda
anti–nazi. Así, por ejemplo, en el libro Mujeres espía de Laura
Manzanera (Editorial Debate, Barcelona 2008, pág. 350–353) se cuenta que el
burdel pasó durante un tiempo bajo control del SD y que se grababan todas las
conversaciones entre clientes y prostitutas. Esa obra fabula sobre el deterioro
de las relaciones entre Hitler y el Conde Ciano aduciendo que se produjo
precisamente por eso (cuando es suficientemente conocido que tal deterioro se
debía a la oposición de Ciano a entrar en guerra junto a Alemania), así mismo
se cuenta que el general SS Sepp Dietrich pidió las 20 chicas para él solo o
que la operación fue dirigida por Walter Schellemberg quien se negó, tras la
guerra, a entregar las 25.000 fichas recogidas a los aliados y, finalmente, se
cuenta que Kitty Schmidt murió en 1954 sin haber revelado nada de toda aquella
operación… En otro libro se cuenta que Kitty Schmidt trabajaba para los aliados
y que temerosa de ser descubierta huyó a Holanda siendo detenida en el camino (La
historia más curiosa, Alberto Granados, Editorial Aguilar, Madrid 2006,
pág. 106). En otras ocasiones se añade que Kitty transfería grandes sumas de dinero
a bancos británicos a través de refugiados judíos a los que ella misma ayudaba
a pasar la frontera y que éste fue el motivo por el que cedió a las presiones
del SD y convirtió su burdel en un centro de espionaje…. No faltan narraciones
que hacen de Kitty Schmidt una fanática nazi, ni otras incluso que la
consideran como judía “colaboracionista” con los nazis por miedo. En
definitiva, todo está envuelto en brumas de leyenda y, lo que es peor, todos
estos datos están presentes y fueron extraídos de una novela.
Kitty Schmidt
era, en realidad, Catherina Zammit y parece que, efectivamente, sí existió un
burdel con ese nombre en Berlín–Charlottenburg en la tercera planta del número
11 de la Giesebrechtstraße que resultó destruido durante los bombardeos angloamericanos
a la capital del Reich. Pasó la guerra, el edificio se reconstruyó y la hija de
Catherina y luego sus nietos siguieron con el burdel en funcionamiento hasta
principios de 1990 cuando el negocio decayó y el nieto de la fundadora lo
transformó en albergue para inmigrantes en busca de asilo. Los vecinos
protestaron y, poco tiempo, después cerró. Eso es todo lo que se sabe de
cierto; el resto es material novelado escrito por Peter Norden en su obra de
ficción Salon Kitty. Report einer geheimen Reichssache (Limes–Verlag,
Wiesbaden u. München 1976).
Y es
precisamente esta novela la que lleva al cine Tinto Bras, director italiano
especializado en cine erótico–pornográfico cuyo relativo prestigio deriva del
éxito de la película Calígula (1979). Él mismo ha definido Salón
Kitty como un “poema erótico”, algo que, como mínimo, parece excesivo.
Quizás el elemento más original de la película sea la utilización de espejos en
algunas escenas, a pesar de que, tanto en esta como en otras producciones
suyas, se percibe claramente que experimenta un fetichismo particular hacia el
vello púbico. Salón Kitty no es la única novela erótica que Tinto
Bras ha llevado al cine: ha realizado el mismo tránsito en L’uomo che
guarda de Alberto Moravia, Le Lettere da Capri de Mario
Soldati, y en otras tres ocasiones más (su mismo Calígula se
basaba en un guion de Gore Vidal), novelas en las que el erotismo juega un
papel destacado. Desde los años 80, se ha situado políticamente entre los
“radicales” italianos.
Lo primero que
se percibe al visualizar esta película es el intento de situarse tras el surco
abierto por Luchino Visconti con su La Caída de los Dioses. Dos
son, en efecto, los actores presentes en el filme viscontiniano que repiten:
Helmut Berger e Ingrid Thulin, que encarnan respectivamente a Walter
Schellemberg jefe del SD, en la cinta Walter Wallemberg, y a Kitty Schmidt,
para la ocasión Kitty Kellermann. Berger está, como siempre, inexpresivo y
amanerado ejerciendo una vez más de icono gay de los años 70. La Thulin salva
la película introduciendo su arte interpretativo y su capacidad para asumir los
papeles que le encargan. El guion es débil y la dirección de Bras excesivamente
lenta, añadiendo pesadez y falta de ritmo a su proverbial barroquismo.
Lo que intenta
transmitir la novela y la cinta es que el régimen nazi era dictatorial y
consideraba la sexualidad como una forma de controlar a la población e incluso
a los cuadros destacados del mismo régimen. Nada mejor que un burdel para
conocer en esas horas de relajación la verdadera opinión de los visitantes. El
tema sirve para mostrar cómo el III Reich intentaba controlar las conciencias
utilizando incluso la sexualidad. La novela empieza con una redada de la Sittenpolizei
berlinesa en la que resultan arrestadas cientos de prostitutas; entre éstas se
seleccionarán a 20 que serán adoctrinadas por las SS y adiestradas en los
métodos para sonsacar opiniones a sus clientes. Estas prostitutas formarán un
grupo aparte en el Salón Kitty a las que se les reservará cierto tipo de
clientes. Bras, por supuesto, es un cineasta “progresista” y, por tanto, tiende
a presentar a las prostitutas como “colaboradoras inocentes” del “infame” SD.
En efecto, las chicas ignoran que sus conversaciones están siendo grabadas. La
propia Kitty y sus prostitutas son presentadas como mártires antinazis. Cuando
un cliente utiliza la frase “Vengo de Rothenburg”, Kitty les muestra el book
en el que aparecen las 20 prostitutas seleccionadas por la seguridad del
Estado.
La película fue
vapuleada por la crítica y supuso un punto de inflexión en la carrera de Helmut
Berger que, a partir de ese momento, dejará atrás las refinadas películas
viscontinianas en las que participó para asumir producciones cada vez de más
bajo nivel y terminar filmando incluso con “Jess Franco” (Jesús Franco) una más
que olvidable cinta (Faceless, los depredadores de la noche). En
lo que a Ingrid Thulin se refiere, también para ella su carrera terminó allí.
Después de Salón Kitty no filmaría más que una sola película ocho
años después.
Los
subproductos del Salón Kitty
El hecho de que
la película contara con el favor de las distribuidoras y se proyectara en las
mejores salas de exhibición de la época, no pudo evitar que fuera un fracaso
comercial. Sin embargo, se trató de una coproducción en la que se había
invertido mucho dinero y medios y que arrastró a otros productores menores a
seguir por el mismo camino… con presupuestos incomparablemente menores. En
otras palabras, si Salón Kitty sirvió para algo fue para
reactualizar y revitalizar el subgénero de Naziexploitation.
Los rasgos de
este subgénero, repetidos obsesivamente, son:
1. Todas las cintas están ambientadas en el III Reich, en campos de concentración la inmensa mayoría y o en locales en donde las prisioneras son forzadas a ejercer la prostitución; en ocasiones de lo que se trata es de realizar con las presas experimentos pretendidamente científicos y auténticamente sádicos.
2. Como en todas estas películas, la escena cumbre que indica que se trata de una película de pretendido alto voltaje erótico es la revista a las presas recién llegadas al campo de concentración… que aparece en todas, absolutamente todas, las películas de este subgénero.
3. Los personajes están pintados a brochazos, con rasgos excesivamente maniqueos: los malvados (guardianes, SS) son incapaces del más mínimo rastro de compasión y de un solo pensamiento honesto; los “buenos” (presos) carecen de cualquier egoísmo, valientes hasta la temeridad incluso en la tortura, están dispuestos a darlo todo por sus compañeras y compañeros de infortunio.
4. Las escenas de violación son igualmente explícitas y se repiten con crecientes dosis de violencia. Habitualmente se trata de violaciones colectivas y, siempre el sexo es explícito y está mucho más próximo a las cintas pornográficas que a los estándares eróticos.
5. Los reconocimientos médicos a las prisioneras suelen ser el ingrediente insustituible en toda cinta de Naziexploitation que se precie.
6. El reparto es siempre el mismo: guardianes sádicos, detenidas ingenuas e indefensas, malvadas guardianas lesbianas, oficiales de las SS afeminados y crueles, soldados pacifistas que terminan haciendo causa común con las presas y, finalmente, presas que hartas de abusos deciden responder a las agresiones y vengarse de sus agresores.
7. Pocos son los directores que utilizan su verdadero nombre para firmar estas producciones como si fueran perfectamente conscientes de que están realizando cine–basura (el concepto de género de cine de explotación que justificaba todos estos subgéneros aparece con posterioridad) y evitan utilizar su propio nombre. Se trata, por tanto, de películas “alimentarias” realizados por directores que, por algún motivo, no han logrado destacar en otros géneros.
Sin ánimo de ser
exhaustivos presentamos una breve lista de películas que se filmaron en la
estela de Salón Kitty:
– La larga noche de la Gestapo (1977).– Dirigida por Fabio De Agostini, director del cual no consta ninguna otra película y que, por tanto, hay que pensar que se trata de un seudónimo. El argumento sorprende por su desprecio a la verdad histórica y a toda muestra de rigor. Rudolf Hess y un grupo de generales del ejército y de magnates de la industria armamentística alemana, ponen en marcha una conspiración para derrocar a Hitler y no se les ocurre nada mejor que construir un burdel con prostitutas extraídas de la Gestapo para obtener información de los traidores al Reich…
– Casa privada para las SS (1977).– dirigida por Bruno Mattei (1931–2007), director italiano que habitualmente trabajaba con el seudónimo de “Vincent Dawn” y especializado en cine de exploitation. Sus dos primeras películas (SS Girls y KZ9 ambas de 1977) tienen como temática el porno anti–nazi. La película intenta describir a un grupo de fieles del III Reich que se proponen desarticular cualquier conspiración para derrocar a Hitler y, a la vista de que la oposición frecuentaba burdeles, contratan y entrenan a prostitutas para que los mantengan informados de cualquier trama en marcha. Si en Salón Kitty las prostitutas contratadas son 20, aquí, a causa del presupuesto apenas son 10 las que ejercerán de espías.
– Bordel SS (1978).– dirigida por José Bénazéraf, cineasta argelino que desde 1962 ha rodado infinidad de películas porno. En esta ocasión se nos cuentan las aventuras de unos soldados alemanes en un burdel del París ocupado. Todo gira en torno a los amores de un capitán alemán con una prostituta; ambos, por supuesto, acabarán trágicamente. Cabe destacar que el papel femenino está encarnado por Brigitte Lahaie, que hasta los años 80 había participado en todo tipo de cintas porno, incluso con el director español Jess Franco en la mencionada Faceless, los depredadores de la noche junto a Helmut Berger.
– La última orgía del III Reich (1977).– producida y dirigida por Cesare Canevari (1927–2012), actor, productor, regidor y montador italiano especializado en películas erótico–pornográficas de muy escaso interés, la penúltima de las cuales fue este subproducto inspirado en Salón Kitty. El guion, al menos, tiene la virtud de mostrar ciertas ambiciones: cinco años después de concluida la Guerra Mundial, el antiguo comandante de un campo de concentración, Conrad von Starker, se reúne con Lise Cohen, una antigua prisionera judía y recorrerán los lugares ya vacíos que constituyeron el escenario de su relación. Ella recordará las torturas y vejaciones a las que fue sometida por su amante, a base de flash–baks. Un subproducto más en el que una mujer presa, aceptar ser prostituida por miedo a las consecuencias de una negativa.
A pesar de que
estas cuatro cintas (y seguramente alguna otra que se nos escapa de la que ni
siquiera ha quedado constancia en las historias del cine), la última película
introduce un elemento nuevo que en ese mismo momento estaba a punto de ser explotado
por la primera entrega de la serie sobre Ilsa: el campo de
concentración como escenario claustrofóbico de las secuencias de sadismo y
torturas sexuales. A partir de entonces, ese elemento del campo de
concentración coexiste con el burdel en el que agentes–prostitutas tratan de
sobrevivir.