Se tiene al fascismo por
una ideología agresiva y belicista. Sin embargo en sus intelectuales abundaron
las tendencias pacifistas. Ellos, que habían conocido las consecuencias de la
Primera Guerra Mundial y que estuvieron presentes en los campos de batalla,
mejor que nadie, estaban legitimados para oponerse a la guerra. En Francia,
además, los intelectuales fascistas, sabían que un nuevo conflicto les
enfrentaría de nuevo a Alemania, país que para muchos de ellos era el modelo a
seguir. El pacifismo de estos escritores está fuera de duda. Tarmo Kunnas nos
lo explica en su obra La tentación fascista (hemos utilizado para la
traducción, la primera edición Italia (Edizioni Akropolis, Milán 1981) y la
edición francesa (Editions Les Sept Couleurs, Paris 1972).
* * *
El ejemplo de los futuristas italianos y de Jünger demuestra que es
fácil pasar del culto a la fuerza al militarismo (1). Hans Johst, en un primer
momento pacifista, se convirtió luego en nacionalista militante e incluso en
militarista (2). Es difícil, en efecto, conciliar las tendencias pacifistas
inherentes en algunos de los escritores fascistas con la atmósfera más o menos
militarista de los movimientos fascistas. Aun así es frecuente aludir al
“pacifismo” de Ezra Pound (3), de Drieu La Rochelle o de Céline.
Gottfried Benn que estuvo muy alejado del militarismo
nacionalsocialista, aceptó pagar caro su sueño nacionalsocialista. Sabe que el
tiempo del fascismo es el de los violentos conflictos europeos y lo admite (4).
No está, en realidad, afectado por la posibilidad de una guerra.
Ezra Pound no es el hombre del pacifismo integral. Ciertos
compromisos nos revelan el carácter ambiguo de su pacifismo. Sostiene que los
movimientos pacifistas están subvencionados por los mercaderes de armas. En su
panfleto político afirma que ni el desarme, ni un pacifismo morboso son
precisamente las mejores garantías para la paz (5). Si bien declara no amar la
guerra, admite algunos “efectos positivos” de la Primera Guerra Mundial. Esta
guerra fue, para Inglaterra, una especie de despertar, en el momento en que
estaba por desplomarse en la decadencia (6); compromiso casi nietzscheano en
este escritor anti-nietzscheano. En los Cantos Pisanos, tras la Segunda Guerra
Mundial, afirma que cuando Pétain defendía Verdún, Léon Blum no defendía más
que su bidé (7). En el curso de sus emisiones radiadas en Italia, durante el
tiempo de Mussolini, Pound atacaba, más que a la guerra en sí misma, al
carácter mercantil de las guerras de su época (8).
En cuanto al pacifismo de los escritores fascistas franceses,
algunos se preguntan si no se trataba simplemente de oportunismo: combatir por
la paz era la ellos su único medio para no atacar al fascismo. Deberemos
examinar, así pues, su pensamiento en las obras anteriores a la crisis para
verificar si se encuentran elementos sinceramente pacifistas antes que
estallase la guerra con Alemania.
En efecto, en los poemas de guerra del joven Drieu existe cierta
vacilación, casi una protesta contra la guerra, a pesar del latente pensamiento
nietzscheano que domina su obra. Verosimilmente, el joven poeta, por un
instante ha probado el horror de la guerra en Verdún y quizás a puesto a
continuación en duda la legitimidad de la guerra en general.
El joven combatiente renuncia temporalmente a las poses nietzscheanas.
No puede afirmar siempre que el sufrimiento es aceptable: “Ah, yo lo sé, yo no
lo olvido / Sé que también este grito se lanzó / Pero entre el tiempo, no voy
arrastrando aquel grito lanzado bajo la lluvia de las granadas / Aquel grito de
revuelta que salió de mi / aquel grito que puso al mundo en una maternal
evidencia / … En aquellos días, fui quien gritó “no” al dolor” (9).
Esta duda no es más que un interrogante y el joven Drieu es ante
todo una especie de militarista. Una cierta ambigüedad parece aún persistir
también más tarde en el pensamiento del escritor. En Estado Civil son reconocibles algunas críticas a la guerra (10),
pero el “joven europeo” tiene un espíritu guerrero (21).
Al final, es la idea de la decadencia la que ayuda al escritor a
asumir un compromiso coherente frente a la guerra. Adapta esta noción de
decadencia a la guerra moderna y por tanto resuelve el dilema: Drieu puede dar
libre curso a su adoración por la fuerza, la voluntad de poder, de lucha y al
mismo tiempo explicar que la guerra moderna no es más que una generación,
porque es la forma decadencia del combate clásico. En Drieu se refuerza el
sentimiento de la decadencia y en relación a la guerra, subraya la decadencia
de la lucha. En la carta a los surrealistas de febrero de 1927, rechaza la
guerra moderna, aunque esté en él presente la nostalgia apenas visible y teñida
de ironía, de un ideas caballeresco: “!Oh tormentos miserables y ridículos de
los hombres sin espada!” (12). El eterno enfrentamiento ha cambiado de aspecto,
lo que abre la vía al “pacifismo” (13).
El “pacifismo” de Drieu alcanza su cumbre en La Comedia de Charleroi, que todavía puede peerse en la perspectiva
de la decadencia. Se trata de una protesta contra la guerra moderna y no de una
declaración de pacifismo absoluto. Viene escenificada la ceremoniosa visita de
Madame Pragen al campo de batalla de Charleroi, donde ha caído su hijo. Esta
comedia se apoya sobre todo en un contraste: de una parte lo que son los ritos
sociales a partir de entonces privados de contenido, el patriotismo de hojalata,
el malentendido sentido del honor de otra parte, el horror de la guerra
moderna. El narrador de la novela confiesa que la guerra ha contradicho a sus
sueños infantiles (14). El “teniendo de fusileros” rechaza sin reservas la
guerra moderna (15). Esta protesta contra la guerra aparece también en la
descripción del campo de batalla. El narrador de la novela Viaje a los
Dardanelos, describe una trinchera y recuerda todas las consecuencias de la
guerra: destrucción, sufrimiento, sordidez: “Son feos estos intestinos,
repletos de todos los avances abominables que la guerra acumula apenas se
conoce: latas, armas, mochilas, cajas, piernas, mierda, fundas de proyectiles,
granadas, metralla e incluso papel de carta” (16).
Esta protesta contra la guerra se manifiesta más claramente en la
última novela de la colección, El fin de una guerra, que se cierra con una
enérgica toma de posición contraria a la guerra. El narrador actúa como
intérprete en un batallón americano dislocado en la retaguardia. Parece reinar
una paz absoluta; todo está calmado y tranquilo, pero bruscamente se oye el
tableteo de una ametralladora: poco después es conducido un herido cuya
fisonomía no esconde ninguno de los horrores de la guerra. La siguiente
descripción pertenece a la literatura pacifista: “Un joven, guapo, robusto, un
oficial con una pulsera de oro en la muñeca. Y un rostro devastado. Devastado.
Completamente hecho papilla. No tenía ni ojos, ni nariz, ni boca, pero estaba bien
vivo; sin duda sobreviviría” (17). El ritmo sincopado del relato, las frases
elípticas, intensifican el horror y demuestran la profunda turbación del
narrador.
Es absolutamente evidente que si Drieu hablará luego de pacifismo,
no se deberá solamente a motivos de oportunismo, sino sobre todo a una profunda
convicción.
Aunque el pacifismo de La
Comedia de charleroi, no haya sido en aquel momento bien visto por la
derecha (18), no se trata de un pacifismo absoluto. También en esta obra en la
que Drieu está más alejado de sus tendencias belicistas, están presentes
algunos matices que aclaran la verdadera naturaleza de su “pacifismo”. Cuando
el narrador describe la primera batalla, la define con seriedad como “la guerra
ideal” (19). No es de hecho un pacifista coherente quien hace decir a su
portavoz: “Era una guerra bastante humana” (20).
El mismo ambiguo compromiso volvemos a encontrarlo en la novela El
teniente de tiradores. Aunque el teniente critique a la guerra moderna, lo hace
como un militarista de otros tiempos. No condena la guerra en sí misma, sino
solamente la guerra que ahora está desnaturalizada por una época de decadencia.
El narrador parece coincidir con el simpático guerrero que confiesa estar
contento por los sufrimientos experimentados en África: “Pero en Mauritania, exclamó
finalmente con cólera, he sufrido y he amado mi sufrimiento. He sufrido el
hambre y la sed, la soledad, he experimentado atroces tormentos, con gusto
renuncié a todo” (21).
El narrador admira, no sin ironía, la guerra medieval. Esta
admiración hacia lo caballeresco refleja la simpatía del escritor hacia los
ideales aristocráticos. El narrador confiesa, igualmente, que la guerra no ha
sido nunca absoutamente pura: “No estoy muy seguro de los méritos de la guerra
en el pasado, pero estoy seguro del demérito de la guerra actual” (22). En la medida en que Drieu se pone en guardia
ante los militaristas de los tiempos modernos, busca el peligro que la guerra
representa en la actualidad, el conjunto de sus novelas es una lección de
resignación antes que una protesta contra la bestialidad humana. También en la
última novela de Drieu hace constar al narrador: “En la naturaleza existirá
siempre la guerra, existirá siempre el dolor. La vida y la muerte, el dolor y
la alegría siempre serán equivalentes” (23). A pesar de sus tendencias
pacifistas, Drieu permanece fiel a su monismo dialéctico, según el cual todos
los aspectos de la vida son indispensables porque forman parte de la misma
unidad eterna. En lo que se refiere al instinto de conservación se encuentra en
el ánimo del narrador contra la voluntad de poder, afirma que la vida es
trágica y no puede ser de otra manera. En Socialismo
fascista, Drieu rechaza también la guerra moderna, pero confiesa al mismo
tiempo que existen virtudes que se muestran en la guerra (24).
Este pacifismo de Drieu es, como ha subrayado Alfred Fabre-Luce
(25), una nostalgia desilusionada, antes que un verdadero pacifismo. En los
artículos políticos, sobre todo en el período de 1936 a 1939, cuando Drieu
pertenecía al partido de Doriot, repetía a menudo los eslóganes antibelicistas,
pero es absolutamente consciente de que su pacifismo no es el de los pacifistas
(26). El voluntarismo de Drieu está limitado por la insuficiencia de las
posibilidades humanas: “Luchamos contra la necesidad de la guerra, de la guerra
eterna, sea civil como entre Estados, sin arrogancia, sin desesperación” (27) .
Manteniendo las necesarias proporciones, parece que Drieu sea más
fatalista en relación a la guerra en las obras literarias que en sus artículos
políticos. Creemos más en el Drieu novelista que en el Drieu articulista,
porque la resignación frente a la guerra en esos momentos inminentes está más
de acuerdo con la esperanza pacifista con la esperanza pacifista en su visión
del mundo. A veces confiesa también en los artículos políticos que es necesario
estar dispuestos para un enfrentamiento muy próximo: “Debemos ser un partido de
hombres decididos, comprometidos a fondo, dispuestos a sufrir y a combatir”
(28). El Drieu “fascista” termina convergiendo con el joven poeta de la Interrogación.
En Gilles, aparecen
algunos fragmentos críticos a propósito de la guerra moderna (29), el Epílogo
de la novela es una aceptación sea de la voluntad de poder como de la guerra.
En Carlota Corday el espíritu de
violencia y de revolución no está lejano del militarismo. E igualmente, también
Jaime Torrijos, el protagonista de El
hombre a caballo, encarna una forma de belicismo. Es ciertamente un
fascista: “Existe un solo hecho de armas que sea respetable, la guerra” (30).
Este Jaime Torrijos es, naturalmente, un personaje literario en una Bolivia
legendaria. La breve relación que encuadra los episodios de la novela, aleja a
Jaime y a sus compañeros del lector y de la realidad. En cuanto a las
tendencias personales del escritor, están representadas por el co-protagonista
de la novela, el guitarrista Felipe.
Es preciso considerar como un elemento de la dialéctica del escritor
también la afirmación ultrancista escrita en su diario algunos meses antes de
su muerte: “Admito la guerra y también el militarismo” (31).
El rechazo de la guerra moderna es una tentación permanente para
este “militarista”. Un conflicto más puro, es el sueño del autor de Perros de paja. El narrador de esta
novela dice de Constant, uno de los protagonistas: “No había esperado nada de
la guerra y así no se había visto desilusionado. Amaba la guerra, pero no la
consideraba como inmensos choques de masas, regulados por una burocracia de
ingenieros y agentes publicitarios. ¿Dónde situaba la guerra? En su corazón,
quizás contra los hombres” (32).
Parece que su compromiso político haya alejado a Drieu del pacifismo
aproximándolo al militarismo. Pero no se trata de una verdadera evolución, sino
de un retorno a sus ideales de juventud.
El problema del pacifismo es aún más sorprendente en el caso de Céline,
en la medida en que su pacifismo es más radical que el de Drieu. En las obras
puramente literarias es absoluto. En La
Iglesia, aun bromeando sobre el idealismo pacifista, se muestra contra la
guerra más que contra la ingenuidad pacifista. Es un “idealista escandinavo” el
que desvela su buena fe: “Procedamos por grados: en lugar de suprimir la guerra
con un solo gesto, la volvemos deportiva. Ya no es la brutalidad primitiva
desencadenada, la frenamos y le damos reglas… eso es todo” (33).
El Viaje al fin de la noche,
en su conjunto, no deja ninguna duda sobre el pacifismo del escritor (34), pues
la guerra moderna le parece completamente despreciable. Como el joven soldado
de La Comedia de Charleroi, también
Bardamu se ha enrolado en el ejército con entusiasmo, pero su desengaño es aún
más profundo que el del héroe de Drieu. Así, Céline, en su visión de la guerra,
muestra la fuerza de lo irracional y de la mística, tal como lo expresa
Bardamu: “E… es difícil alcanzar lo esencial, incluso en lo que concierne a la
guerra, la imaginación se resiste a tanto” (35).
Marte desencadenado en Rayos y
flechas, así como las páginas claramente antimilitaristas de Casse-pipe completan el cuadro del
pacifismo de Céline. Este pacifismo está de nuevo presente tanto en los
panfletos políticos (36) como en las novelas de postguerra. Los pasos que
describen la guerra moderna en Guignol’s
Band (37), en Normance (38), en El
castillo de los refugiados (39), en Nord (40), son una verdadera apología
de la paz.
En Homenaje a Zola, Céline
está convencido de que tanto los fascistas como los liberales y los marxistas
hacen el juego al militarismo (41). En Mea
Culpa son solamente los “optimistas”, es decir los liberales y los
marxistas, quienes hacen estallar la guerra. Céline identifica así el disgusto
por la guerra con el mundo moderno: “Masacres a miles, todas las guerras desde
el Diluvio en adelante tienen como música el Optimismo… Todos los asesinos ven
el porvenir rosáceo, forma parte de su trabajo. Así sea. La miseria, sería muy
comprensible que no hubiera bastante de una vez por todas; la miseria es el
accesorio típico en la historia del mundo moderno” (42).
Podemos preguntarnos en qué medida la protesta pacifista de El Viaje al fin de la noche se aplica a
la guerra moderna. Céline no se cuida de estas sutiles distinciones y se limita
a comunicarnos sus impresiones sobre la guerra, sin especificar; para
comprender bien la evolución que va de El
Viaje, a su “compromiso” político es necesario constatar, desde El Viaje, la condena de la guerra
moderna. Céline describe lo que entiende por su guerra de la misma forma que
Drieu hace otro tanto. No necesariamente todo heroísmo, todo patriotismo, todo
espíritu de sacrificio es puesto en discusión por Céline en El Viaje, sino son determinadas formas de heroísmo, de
patriotismo, de sacrificio las que ridiculiza. Nos indica el ideal de una época
marchita, el vacío de la civilización moderna tal como la describe Drieu en La Comedia de Charleroi. Sólo así se conoce
la evolución ulterior de estos escritores. Rechazando la guerra moderna, Céline
no por esto está muy convencido de los méritos de la guerra de otros tiempos,
pero, en sus panfletos, habla sobre todo de la guerra de nuestra época. En La escuela de Cadáveres se burla de la
ciencia moderna que facilita las muertes. Se trata de la guerra tal como la ve
Bardamú, su personakje: “El animal humano, gracias a las recientísimas técnicas
de las transfusiones casi instantáneas, sobre los mismos campos de batalla,
encuentra un motivo añadido para lograr morir en esos mismos campos de batalla.
No. Una vez herido, se le practica inmediatamente una transfusión de sangre,
así, en la pira, con la herida aun abierta, sangre viva o también sangre “en
conserva”, según la ocasión, supera la condición de cadáver. Se le hace vivir
de nuevo para que pueda volver a combatir” (43). Puede notarse hasta qué punto
el pacifismo de Céline está comprometido con la crítica de la época.
En Las bellas banderas,
Céline subraya la diferencia entre las dos guerras mundiales: “Existe una gran
diferencia entre 1914 y hoy. El hombre era aún natural, hoy todo es falso (…).
Es un estafador como todos. Es una frívolo y de ilustre nacimiento, es el
hipócrita proletario, la peor especie de vómito, el fruto de la civilización”
(44).
El pacifismo de Céline es igual, así, al pacifismo de Drieu. Se
trata de un pesimismo sobre el presente mucho más que de un pacifismo de
principios. En el mismo libro, parece encontrarse ante un excombatiente herido
en la derrota militar: “Tocaba a los militares estar allí, frenar al invasor,
morir en su puesto, con el pecho vuelto hacia los hunos y no salir por piernas”
(45)- Es la misma amargura, provocada por una desilusión, la que hace protestar
a Céline: “Querían precisamente que todos recitáramos la comedia, pasar bajo la
Puerta de Brandemburgo, hacerse llevar al Arco del Triunfo, robar las glorias
del campesino, pero no para reventar en nombre de la Nación” (46). Bardamu no
es más que una variación en la cialéctica de Céline, casi como “el desertor” lo
es en el pensamiento de Drieu.
En otros contextos, tras la guerra, Céline rechaza explícitamente la
guerra moderna: “… guerras en esta época de ridículo, es casi inconcebible…”
(47). El testimonio de Marcel Ayme sobre Céline es interesante: “Esta guerra
mundial que juzgaba aberrante, odiosa, estaba orgullo de haberla combatido con
valor y distinguiéndose, y no había nunca evitado estar orgulloso de las graves
heridas que le causó el servicio a su país”. ¡Qué lejos estamos de Bardamu!!
(48). Aquí se percibe que la persona privada es distinta al escritor como tal.
El escritor no manifiesta siempre al hombre en su integridad. Céline esconde el
lado menos pacifista del doctor Destouches. Sin duda, el pensamiento de Céline
tuvo una evolución: se alejó del ideal pacifista en el momento en el que se
aproximó a los movimientos fascistas, pero no se debe forzar demasiado esta
oposición. El pensamiento de un escritor inteligente no es fruto del capricho:
su pacifismo forma parte de su crítica de la cultura.
También el pacifismo de Brasillach es ambivalente. En sus primeras
obras literarias como en sus artículos está presente un espíritu belicista
junto a un sincero pacifismo. Análogamente a Drieu, el joven Brasillach se
nutre de admiración por la guerra del pasado (49), no ama a los “pacifistas”
del tipo de Erasmo (50). Aunque un cierto tipo de militarismo es ridiculizado
en su obra Domrémy, en la que Pierre
de Bourlemont encarna la pedantería de los militares (51), aunque Henriette no
pueda alcanzar la felicidad a causa de la aventura bélica de Jeanne (52) es el
simpático Frate François quien tiene razón cuando pone de relieve el carácter
belicista de la vida: “Tu eres una víctima de la más dura y antigua ley de Dios,
quen o quiere que en este mundo reine la paz y para turbar esta paz plebeya y
reprobable ha comprometido e instituido a sus santos. He venido a traer no la
paz sino la espada, decía Nuestro Señor Jesu, y por mi causa los hermanos se
alzarán contra los hermanos y los padres contra los hijos” (53). La obra,
todavía no es una lección de belicismo, porque Brasillach, guiado más por el
intento dramático que por la ideología, da razón tanto a Henriette que quiere
la paz como al belicismo, encarnado por Santa Juana de Arco.
En El niño de la noche, el
narrado está más próximo al pacifismo que al belicismo, y juzga la guerra como
un acontecimiento brutal (54). Parece aun que en el momento en el que
Brasillach es tentado por los movimientos fascistas su compromiso en relación a
la guerra se convierta en más favorable. En junio de 1937 está abiertamente a
favor de las virtudes militares, aunque conozca las desgracias de la guerra: “…
la guerra, por dura que sea, es el momento en el que la verdad recupera su
lugar y las nubes se disipan” (55). Este aspecto del pensamiento de Brasillach
está presente también en la novela Como
para es tiempo, aunque el autor subraya el carácter puramente literario de
su obra: “No se busque en las páginas que siguen nada más que una leyenda
áurea” (56). Y René, un personaje que focaliza las simpatías del escritor,
encarna también el belicismo: “Todo esto tiene un aspecto idiota, pero quizás
es ella, la guerra, para mí, aquella alegría un poco estúpida que enmascara
tantas cosas y que todavía es tan sincera, en absoluto patética, como pura,
verdaderamente pura” (57).
No es el heroísmo nihilista del joven Drieu el que encontramos en
Brasillach, sino más bien una sed de pureza y de solidaridad (58). La guerra es
una fatalidad y, por tanto, resulta ineludible tomar parte en ella, y es por
esto que vemos a René, tan poco militar, tomar parte en el conflicto con furia
(59), es por esto que el “prisionero alemán” puede decir: “… La guerra es una
terrible epidemia, y en una epidemia el hombre tiene también la ocasión de
mostrar su grandeza, como en cualquier sufrimiento y en cualquier situación de
riesgo. Esto ya es suficiente” (60).
En ocasiones Brasillach distingue entre la guerra de hoy y la de
otros tiempos, lo que se explica porque cada vez es más consciente de la
decadencia moderna. La posición del Drieu heroico es idéntica a la que
encontramos en el “prisionero alemán”: “Cada concepción aristocrática,
caballeresca de la guerra… corre el riesgo de parecer abominable y falsa en un
mundo que practica la guerra democrática” (61). El aburrimiento que sufren los
combatientes de Brasillach es análogo al que sufren los de Drieu (62). Esta
distinción entre la guerra moderna y la del pasado se encuentra de nuevo en el Corneille de Brasillach.
Está presente en Brasillach un cierto lirismo militar, por lo menos
en algunos fragmentos de Los siete
colores y de La Conquistadora
(63). Los portavoces literarios del escritor admiran el heroísmo de los
guerreros (64), y esto demuestra que belicismo y heroísmo van juntos. En Berenice, es Pulin quien demuestra
aprecio por la guerra (65).
Curiosamente, la tendencia pacifista parece acentuarse en Brasillach
a partir de 1938. Quizás esto dependa de las circunstancias: toda la derecha
francesa era contraria a la inminente guerra contra la Alemania
nacionalsocialista; pero también en Brasillac este pacifismo es anterior a
1936. Está presente en la correspondencia del escritor (66). Descrimiento la
guerra de España, Brasillach no esconde en absoluto el carácter abominable de
la guerra (67). Percibe perfectamente de qué locura procede (68). Lo mismo
sucede en su producción literaria; en Los
siete colores cita un fragmento del “diario francés” que muestra el mal
universal llamado “guerra”. Poco importa quienes si son los rojos o los blancos
quienes matan o mueren, siempre
estaremos ante el mismo mal. Se habla de una mujer española: “Habla delgada,
llorando y apre de tanto en tanto su bolso de tela encerada. Le han matado el
marido y el hijo y no tiene patatas. ¿Quién los ha matado? ¿Los rojos? ¿Los
blancos? No se sabe, en su inmenso terror lo confunde todo y, desesperada,
golpea con sus puños el bolso de tela” (69). El tono pacifista se hace menos
intenso en su siguiente obra. En Seis
horas perdidas el escritor condena los desastres de la guerra (70). Berhier
ironiza sobre la justificación nietzscheana de la guerra: “Por suerte la guerra
rejuvenece a los hombres y ésta es su única justificación y, decididamente, me
parece insuficiente” (71). LA atmósfera del poema Navidad de guerra no es mucho más entusiasta: “Cañón sordo como un
tiro al corazón / Que redobla los rumores de la noche / Aquí curioso
visitante Como te escucho en la noche /
… Aquí, curioso visitante. El cañón como un tiro en el corazón” (72).
Finalmente, Brasillach reacciona frente a la guerra de una forma diverente al
joven Ernst Jünger o a Drieu.
La Carta a un soldado de la
Generación de los Cuarenta, es el desarrollo de las precedentes tendencias
de Brasillach: “La guerra es una mal abominable porque confiere, aquí y allí,
depores absolutos a individuos inmediatamente desencadenados” (73).
Si el compromiso político ha acentuado el lirismo militar de Drieu y
Brasillach, por el contrario no ha tenido mucha influencia en las tomas de
posición de Céline. El mismo Brasilach se ha orientado hacia el pacifismo tras
haber visto las masacres de la Segunda Guerra Mundial.
Es la distinción entre la guerra moderna, a partir de ahora
degenerada, y la guerra de los tiempos aún sanos la que da coherencia al
pensamiento de estos escritores a la vez pacifistas y fascistas.
Las tendencias pacifistas son muy fuertes en Céline y en Brasillach,
como para que pueda hablarse de fascistas verdaderos. En cuanto a Drieu por su
parte está muy alejado del militarismo de Marinetti o de Jünger. No fue
precisamente el culto a la guerra lo que fascinó a los escritores fascistas
franceses.
Notas a pie de página:
(1) Archivi del futurismo, pág. 17; Schwarz, Der konservative Anarchist, pág. 60.
(2) Pfanner, Hanns Johst, pág. 219-226, Leo Schlageter, pág. 51: (Leo Schlageter) “Kampf ist schön, Fraäuleion Alexandra… Wir schön war es in der Front zu stehen”.
(3) Lander, Ezra Pound, pág. 79.
(4) Benn, Zütchtung I, G. W., 3, pág. 782: “Ein Jahrhundert grosser Schlachten wird beginnen, Heere und Phalangen von Titanen, die Promethiden reissen sich von den Felsen, und keine der Parzen wird ihr Spinnen unterbrechen, um auf uns herunterzusehen. Ein Jahrhundert voll von Vernichtung steht schon da…”.
(5) Pound, Jefferson and/or Mussolini, pág. 35.
(6) Op. cit., pág. 67: “I saw groggy old England get up on her feet from 1914 to ’18. I don’t like wars, etc… bus given the state of decadente and confort and general incompetence in pre-war England, nobody who saw thar effor can remain without respect for England.during-that-war”.
(7) Pund, Pisan Cantos, pág. 72: “Pétain defended Verdun while Blum was defending a bidet…”.
(8) Cfr. Cornell, The Trial of Ezra Pound, pág. 140.
(9) Drieu La Rochelle, Interrogation de la paix, en Interrogation, pág. 89.
(10)Drieu la Rochele, Etat-civil, pág. 58-59, 154.
(11)Drieu La Rochelle, Le Jeune Européen, pág. 26-27.
(12)Drieu La Rochelle, Sur les écrivains, pág. 51.
(13)Cfr. Drieu La Rochelle, Genève ou Moscou, pág. 74.
(14)Drieu La Rochelle, La Comédie de Charleroi, pág. 72.
(15)Drieu La Rochelle, Le lieutenant de Tiralleurs, en La Comédie de Charleroi, pág. 194.
(16)Drieu La Rochelle, Le voyage des Dardanelles, en La Comédie de Charleroi, pág. 166.
(17)Drieu La Rochelle, La Fin d’une guerre, en La Comédie de Charleroi, pág. 250-251.
(18)Cfr. Michel Mohr, Drieu La Rochelle, en La Parisienne, pág. 1029.
(19)Drieu La Rochelle, La Comédie de Charleroi, pág. 32.
(20)Drieu La Rochelle, Le lieutenant de Tiralleurs , en La Comédie de Charleroi, pág. 193.
(21)Op. cit., pág. 188.
(22)Op. cit., pág. 189.
(23)Drieu La Rochelle, La Fin d’une guerre, en La Comédie de Charleroi, pág. 193.
(24)Drieu La Rochelle, Socialisme fasciste, pág. 138.
(25)Fabre-Luce, Journal de la France (marzo 1939-julio 1940), pág. 215-216.
(26)Drieu La Rochelle, Avec Doriot, pág. 95-96; Chronique politique 1934-42, pág. 78, 151, 188.
(27)Drieu La Rochelle, Chronique politique 1934-42, pág. 151.
(28)Drieu La Rochelle, Avec Doriot, pág. 173.
(29)Drieu La Rochelle, Gilles, pág.86-87, 487.
(30)Drieu La Rochelle, L’Homme á cheval, pág. 201.
(31)Drieu La Rochelle, Le Récit secret, pág. 101.
(32)Drieu La Rochelle, Les chiens de paille, pág. 172.
(33)Céline, L’Eglise, O.I., pág. 444.
(34)Cfr. Vandromme, Céline, pág. 18.
(35)Céline, Voyage au bout de la nuit, O.I. pág. 26.
(36)Céline, L’Ecole des cadavres, pág. 136, 222; Les Beaux draps, pág. 213.
(37)Céline, Guignol’s Band, I.O. II, p. 522, 527, 573, 650, 661, 665; Guignol’s Band, II, III, pág. 33, 234.
(38)Céline, Normance, O. IV, pág. 11, 41, 48, 58, 96, 108 y 187.
(39)Céline, D’un château a l’autre, O. IV, pág. 381, 417.
(40)Céline, Nord, O. V., pág. 73.
(41)Céline, Homage à Zola, O. II, pág. 505.
(42)Céline, Mea culpa, O. III, pág. 343.
(43)Céline, L’Ecole des cadavres, pág. 248.
(44)Céline, Les Beaux draps, pág. 20.
(45)Op. cit., pág. 17.
(46)Op. cit., pág. 18.
(47)Les Cahiers de l’Herne, Nº 5, pag. 191.
(48)Les Cahiers de l’Herne, Nº 3, pag. 217.
(49)Brasillach, Jean de Joinville (9 de agosto de 1931), O. C., XI, pág. 91.
(50)Brasillach, Albert Maison: “Erasme” (21 de septiembre de 1933), O.C., XI, pág 341.
(51)Brasillach, Domrémy, O.C., pág. 68.
(52)Op. cit., pág. 126.
(53)Op. cit., pág. 106.
(54)Brasillach, L’Enfant de la nuit, O.C., I, pág. 230.
(55)Brasillach, Henri Massis: “L’Honeur de servir” (24 de junio de 1937), O.C., XII, pág. 59.
(56)Brasillach, Comme le temps passe, O.C., pág. 228.
(57)Op. cit., pág. 230, cfr. También pág. 232.
(58)Op. cit., pág. 231.
(59)Op. cit., pág. 261.
(60)Op. cit., pág. 263.
(61)Op. cit., pág. 267.
(62)Op. cit., pág. 229.
(63)Brasillach, Les Sept couleurs, O.C. II, pág. 416; La Conquerante, O.C. III, pág. 222, 263.
(64)Brasillach, Les Captifs, O.C., I, pág. 642.
(65)Brasillach, Bérénice, O.C. IV, pag. 130.
(66)Brasillach, Correspondance: 30 septiembre 1938 a su madre, 26 de octubre de 1939 a Bardeche, 28 de febrero 1940 a su hermana, O.C. X, pág. 510, 515, 538.
(67)Brasillach, Notre avant-guerre, O.C. VI, pág. 231.
(68)Brasillach, Journal d’un homme occupé, O.C. VI, pág. 347.
(69)Brasillach, Les sept couleurs, O.C. II, pág. 511.
(70)Brasillach, Six heures à perdre, O.C. III, pág. 399, 446.
(71)Op. cit., pág. 423.
(72)Brasillach, Poèmes (1939), O.C. IX, pág. 47.
(73)Brasillach, Lettre à un soldat de la classe soixante, O.C. V, pág. 595.