En Cataluña,
finalmente, ERC y JxCat se han puesto de acuerdo in extremis. La
principal razón ha sido evitar nuevas elecciones que no hubieran sonreído a
ninguna de las dos formaciones políticas independentistas. El tour de forcé
ha oscilado entre lo cómico y lo dramático. Lo cómico ha sido representado por
los manifestantes movilizados por la ANC ante la sede de la gencat con pancartas
de “Som el 52%”. Lo dramático, es que han olvidado decir que “somos el 52%
del 50%”.
Nunca un
gobierno en Cataluña, nunca, ha tenido tan escasos apoyos populares.
Incluso La Vanguardia recordaba no hace mucho que la aceptación popular
del independentismo había disminuido hasta un 42%, cifra que va disminuyendo de
año en año y acerca, como resulta lógico pensar, al porcentaje de personas que
en Cataluña se expresan habitualmente en catalán (el 32-35%), si tenemos en
cuenta que “no todos los que hablan catalán son independentistas, pero
sí, la inmensa mayoría de quienes no lo hablan, no lo son”.
¿Qué ha ocurrido
para que pasaran casi 100 días desde las elecciones y nadie se pusiera de
acuerdo? Ha ocurrido que la clase política catalana que ha salido de estas
elecciones es de una irrelevancia tan absoluta, que ni siquiera se daban cuenta
de que pasaban los días, las semanas y los meses y cada parte -ERC y JxCat- iban
pasando y que el grueso de la población, era completamente indiferente a sus “negociaciones”.
Además, estos retrasos generan, si cabe, una mayor pérdida de peso del independentismo,
cuyos simpatizantes menos fanáticos, son sensibles a las informaciones que han
ido apareciendo, sobre disputas de poder entre unos y otros… que no tienen
nada que ver con el independentismo sino con las ambiciones de poder de todos
que son exactamente iguales a las de los partidos estatalistas.
Hará unos diez días, suscribieron un principio de acuerdo sobre la base de que eran “independentistas y querían la independencia de Cataluña”. ¡Que novedad! Sobre todo, cuando, pocos son en ERC los que creen que el independentismo pueda llevarse a cabo en las próximas legislaturas (pero sus dirigentes se deben a su electorado y ni hoy ni nunca les dirán la triste realidad: la independencia es imposible, inviable e inimaginable en el siglo XXI), e incluso que valdría mas variar algo el objetivo final, porque, por mucha debilidad y abulia que tenga Sánchez a tratar el tema, si quiere seguir siendo presidente de algo más que de una escalera de vecinos, deberá mostrar fortaleza en la “mesa de negociaciones” tantas veces prometida y tan absolutamente imposible de concretar: las posiciones están claras. Unos quieren la independencia y a los otros le traería completamente al fresco de no ser porque el partido que dé vía libre a algo así, mejor que encargue su losa sepulcral para todo el Estado.
La peor parte
se la está llevando Puigdemont. El tiempo juega contra él. Es un personaje que está
empezando a resultar incómodo para todos. Es posible, incluso, que se dé
cuenta de que muy pocos en Cataluña lo recuerdan (incluso el interés que tiene
para los informativos de TV3 es mínimo) y que, en los próximos años le va a
faltar incluso fondos para mantener su pequeña corte de Waterloo que va
perdiendo acólitos por goteo. Y todavía queda la decisión final de la justicia
belga. A pesar de que el nuevo gobierno de la gencat (en absoluto el
gobierno de CATALUÑA, ni mucho menos el gobierno DE Y PARA LOS CATALANES) tendrá
a representantes de los dos partidos, hoy JxCat es una entidad dividida
interiormente: están “los de dentro” y “los de fuera”. Los de “fuera”
aspiran solo a mantenerse y a no ser completamente olvidados en los próximos 40
años. Y los de “dentro” lo que quieren es “pillar cacho” y gozar de las mieles
del poder.
¿Programa político?
Adivinen: referéndum de autodeterminación y mesa de negociaciones. Nada que
pueda interesar al ciudadano medio catalán no implicado en el procés y que,
después de casi 20 años de machaques por parte de TV3, Catalunya Radio y el RAC
105 (ya nadie lee los periódicos publicados en catalán y solo algunos las
versiones en catalán de La Vanguardia y de El Periódico). Así
pues, el nuevo gobierno volverá a ser una camarilla que, además de para sus
intereses, gobierno para la satisfacción sentimental de entre un tercio y una cuarta
parte de los catalanes.
Pere Aragonés,
vecino mío y muy poco apreciado en su lugar de origen, no destaca ni por sus
cualidades intelectuales, ni como negociador, ni como técnico, ni como
político, ni siquiera como líder de partido. El problema de los mediocres es
que siempre aplican el “principio de Peter” sobre los distintos niveles de
incompetencia (un incompetente, siempre nombra a personajes más incompetentes
que él para los cargos por debajo del suyo, con la seguridad de que no le harán
sombra).
¿El futuro de
este gobierno? Aprovechando la debilidad de Sánchez, como máximo arrancará un
indulto para los presos y la promesa de una mesa de negociaciones en la que habrá
muy poco margen para negociar. Antes o después, Puigdemont intentará tomar
mayor protagonismo (por puro afán alimentario) y estallarán las contradicciones
entre ERC y JxCat y en el interior de JxCat. Aburrido, ¿verdad? Pues ese es el
futuro político de Cataluña. O, dicho de otra manera: en Cataluña hay “continuismo”,
en efecto, el independentismo camina triunfal hasta su derrota final. Es el
riesgo de pensar que estamos en el siglo XV y no en el XXI y seguir políticas vintage
propias de los años 30 del siglo XX.