viernes, 7 de mayo de 2021

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: EL SABLAZO FISCAL POSTELECTORAL DEL PSICÓPATA DE LA MONCLOA

 

Colombia, en estos momentos, está viviendo momentos difíciles. Y todo por una reforma fiscal que, en España, es mucho más dura, pero que aquí ni siquiera ha merecido comentarios, movilizaciones y se ha coronado con el silencio de los “bienpagaos”, esto es, de los sindicatos. Vale la pena recordar que las calles están descontroladas en Colombia desde hace unas semanas: las cifras que dan los medios -y que, por supuesto, no pueden ser consideradas como reales- hablan de 24 muertos, 800 heridos y 89 desaparecidos. Y todo por una reforma fiscal, llamada eufemísticamente “Ley de Solidaridad Sostenible” que puede resumirse así: se suben impuestos a todos los que cobran más de 533 euros y se exige el “diezmo” a los que ganan más de 2.303 euros. Las protestas populares obligaron al presidente a retirar el proyecto de ley por “solidario” y “sostenible” que fuera. Estos incidentes no pueden hacernos olvidar que en España el gobierno Sánchez dio, el día después de las elecciones madrileñas, un nuevo golpe de tuerca fiscal que sigue al dado a principios de año. Y aquí no pasa nada.

En el último trimestre de 2020, Sánchez anunció la subida de los refrescos azucarados y afirmó hacerlo “por el bien de nuestra salud”. No se atrevió a subir la cerveza o los licores con elevado grado alcohólico o los impuestos a los grow-shops de cannabis… Aquello pasó casi desapercibido a pesar de que el dinero que había mendigado Sánchez el verano anterior en la UE  (y que, en el fondo ha sido el desencadenante del cambio de alianzas que intentó Sánchez atrayendo a Cs y deshaciéndose de Podemos, y que ha concluido en un estrepitoso fracaso saldado en la derrota electoral madrileña) implicaba subidas de impuestos. ¿O es que alguien creía que el dinero iba a llover de Europa sin que nos exigieran garantías?

A medida que la necesidad de los fondos europeos se ha ido haciendo más acuciante, el gobierno Sánchez se ha visto obligado a clarificar sus “reformas” y ser más concreto. No podía hacerlo antes de las elecciones del 4-M, o de lo contrario la sigla PSOE, en lugar de haber quedado tercera, hubiera quedado a la altura de Ciudadanos. Por eso, las 348 páginas del Plan de Recuperación, procura justificar a dónde irán los 140.000 millones procedentes de la UE que España recibirá entre 2021 y 2026. Pero esas 348 páginas son solamente una parte de los 2.000 folios que han sido enviados a Europa. La parte “conocida” era, hasta hace poco, un canto a la modernidad y al esnobismo: “transición ecológica”, “transformación digital”, “cohesión social y territorial” y, claro está, “igualdad de género”. 

Pero, Europa lo que quiere asegurarse es que, llegado 2026, cuando se agoten esos fondos (que se habrán agotado mucho antes), España no tenga que pedir una nueva ayudita. Y eso implica: o bien, contención del gasto público (con disminución de la burocracia y del aparato del Estado, algo que Sánchez y sus apoyos nacionalistas e independentistas, no están dispuestos a realizar) o bien, lo más fácil, subidas fiscales, especialmente para la clase media (mejor no tocar a los poderosos para evitar una debacle). Ahora bien ¿quiénes son las “clases medias”? Aquellos que cobran más de 1.400 euros al mes. Estos son -somos- los que vamos a sufrir la presión fiscal mas alta de la historia de España: es lo que este país ha elegido al votar PSOE y Podemos…

Primera en la frente: “eliminación de la reducción por la tributación conjunta del IRPF”. Se calcula que esta subida supondrá para el gobierno 2.293.000.000 euros más de ingresos. Y lo más increíble del caso es que esto se hace “por la igualdad de género”, dado que la tributación conjunta “genera un desincentivo para la participación laboral de la mujer”.  En mi tierra, a esto se le llama cinismo.

Otro tanto puede decirse de la insistencia en la “fiscalidad verde”. Lo verde vende. ¿Quién se va a oponer a la salvación de la naturaleza? Así pues, a partir del tercer trimestre de 2021, ya tendremos un nuevo impuesto “sobre los residuos e icineración” y otro que gravará “los envases de plástico no reutilizables”.

De ahí también viene el impuesto sobre las autovías, peaje para todos y para cualquier desplazamiento… Dicen que la arritmia que ha llevado a Gabilondo al hospital es por su derrota electoral, pero no está tan claro: es muy posible que sea por descubrir los nuevos impuestos, entre otros éste que el gobierno asegura que reportará 30.000.000.000 a las arcas del Estado. ¿Acaso el impuesto de circulación no cubre ya las necesidades de mantenimiento de carreteras y autovías? Lo más previsible es que el ciudadano decida recurrir a carreteras comarcales para desplazarse… aumentando el consumo de gasolina, la contaminación y la siniestralidad vial.

Pero, a partir del segundo trimestre de 2022 asistiremos al éxtasis fiscal: subirán los impuestos sobre los hidrocarburos, esto es, sobre la gasolina y sobre los derivados (que afectará incluso a los plásticos y ¡a determinados alimentos!) y un bonito “impuesto ecológico” sobre los gases fluorados. Subirá también el impuesto de circulación y el de matriculación. Nada comparable con lo que ocurrirá en el 2023 y 2024, en donde la tendencia no será a subir impuestos, sino a ¡eliminar beneficios fiscales! Algo que, en la práctica, supone la forma más simple y menos imaginativa de subir impuestos…

El proyecto presentado por el gobierno Sánchez se las ingenia para exprimir literalmente a la clase media, y a todos aquellos que tienen un trabajo. De alguna parte tienen que salir los 7.000 euracos para mantener a los MENAS y las subvenciones entregadas a grupos sociales sin exigirles nada a cambio. La relación de “frentes” a los que se dirigirá la fiscalidad hacen temblar: fiscalidad medioambiental imposición societaria, tributación de la economía digitalizada, aplicación y concreción de la armonización de la tributación patrimonial y fiscalidad de las actividades económicas emergentes, sin olvidar que, en el proyecto enviado a Europa, existe la posibilidad de crear “nuevas figuras tributarias”… todo lo cual, por supuesto, se hace por nuestro bien y por nuestra salud, por un mundo mejor y por una sociedad más igualitaria.

La patronal es la única institución que se ha mostrado calurosamente a favor de algunas de estas medidas (el impuesto de autovías), rechazando las que les afectan directamente, como no podía ser de otra manera. Los sindicatos, como en las últimas décadas, mudos y dispuestos a firmar lo que sea, a cambio de unas subvenciones de más. La sociedad anestesiada y aterrorizada con el Covid y preguntándose cuándo los van a vacunar, los medios de comunicación hablando de Rociíto, mientras la deuda pública y el déficit siguen desbocados y negándose a colocar en primer plano el auténtico sablazo fiscal perpetrado por el grupo de aventureros sin escrúpulos que forman la corte del psicópata atrincherado en La Moncloa.

Las calles en Colombia están ardiendo por mucho menos. Alguno dirá que nuestro país es ejemplo de civismo y que si queremos un Estado del Bienestar hay que pagarlo: por nuestra parte decimos que España hoy es símbolo de resignación, sumisión y pasividad.  Un gobierno digno de tal nombre y una sociedad coherente y atenta a sus problemas, sería consciente de que con liquidar de un plumazo el faraonismo autonómico, los problemas económicos de este país se solucionaban y con ser más exigentes con nuestra clase política, en lugar de creer sus promesas electorales y sus monsergas para justificar sablazos fiscales, se solucionaba todo sin necesidad de poner el cazo en Europa. No tenemos Estado del Bienestar, pero tenemos una fiscalidad suficiente para convertir en millonario a cualquier político de tercera en apenas una legislatura.

La crisis de 2008-2011 se saldó con la aparición del “movimiento de los indignados”. Sabemos como terminó aquello. Nos atrevemos a augurar que el próximo estallido social será todavía peor, en la medida en que ya no habrá “tribunos de la plebe” a los que creer y a los que seguir y saldrá a flote la “elementareidad” de nuestro pueblo.

Pero, no nos engañemos, no es la fiscalidad lo que hay que reformar, sino el propio Estado, en sus valores, en sus instituciones y en sus estructuras. Sería un error pensar que echando al psicópata de La Moncloa de su poltrona todo se solucionaría.