Supe de la existencia de Julius Evola en 1969. No había nada
traducido en España. Un camarada italiano me envió Orientamenti y quedé fascinado. No eran más de 16 páginas, densas,
pero claras. Para entenderlo había que asumir un concepto: “Tradición”. Yo
tenía entonces cierta reserva: el carlismo era “la tradición” en España y me
parecía en aquellos años algo arcaico. Yo
–y toda nuestra generación– estaba “por la revolución”. Cualquiera que fuera.
Evola me enseñó que su propuesta era una síntesis de tradición y revolución.
Por eso, seguramente, me interesó. Luego traduje –malamante, hay que decirlo– Los
hombres y las ruinas que me había enviado Maurice Bardéche con el título
extemporáneo de Les hommes parmi les
rovines. Y luego vino El fascismo
visto desde la Derecha a partir de una traducción francesa muy buena. Sin
darme cuenta, había traducido la “obra política” de Evola. Tardé poco en hacer
otro tanto con Revuelta contra el mundo
moderno, a petición de un editor poco serio. En cuanto a las “obras
técnicas” de Evola, fueron editadas en diversas ocasiones por empresas
convencionales: Martinez Roca, EDAF, Plaza&Janés, Olañeta… La
tradición hermética, El misterio del Grial, Metafísica del Sexo, La doctrina
del despertar… Finalmente, mi querido Francis García y yo tradujimos
por cuenta de Ediciones Thor, Cabalgar el Tigre.
Evola fue uno de mis
maestros de pensamiento. Quizás el más importante. En los años 70 conocía
solamente la “parte política” del corpus evoliano. Incomparable, entre otras
cosas porque respondía a los grandes problemas de nuestro tiempo que habían
nacido después de 1945. Pero no había tenido tiempo de leer convenientemente
las otras obras técnicas, ni siquiera el Rivolta.
Aproveche mi estancia forzada en la prisión parisina de La Santé para leerlas
con detenimiento. Así que, en los años 80, fui “evoliano de estricta
observancia” y contribuí, por lo mismo, a la difusión del pensamiento de René
Guenón en España. Hoy soy muy crítico respecto a la obra de Guénon (no dio
ni una en sus “desembocaduras”) y me gustaría hacer alguna precisión sobre
Evola.
¿Para qué puede servir el estudio del pensamiento evoliano?
Durante mucho tiempo –como los de Ordine Nuovo– creía que para inspirar una
“política de derechas”. En los 70 y, sobre todo en los 80, me sentí muy ligado
a la “parte política”. Hoy creo que es necesario conocerla, pero resulta,
simplemente, inaplicable. Era una política que todavía resultaba viable en la
Europa de las entreguerras y, en el límite, hasta finales de los años 40,
cuando todavía sobrevivían en el viejo continente algunas “estructuras
tradicionales”. Hoy han desaparecido, por tanto, no hay puntos de apoyo. Por otra
parte, no existe ninguna posibilidad de reconstruir un movimiento inspirado por
Evola, como fueron Ordine Nuovo y Avanguardia Nazionale, ni siquiera
estructurar una tendencia evoliana dentro de un gran partido como fue el MSI.
Él mismo Evola se dio cuenta de que el suelo faltaba bajo sus pies cuando
escribió Cabalgar el Tigre: que era,
a la vez, tanto un análisis crítico de la modernidad, como una propuesta de
actitud personal ante la decadencia.
El Evola del Rivolta
contro il mondo moderno nos muestra cuál es nuestra identidad y qué mitos y
etapas nos han llevado desde los orígenes a la decadencia moderna. Las dos
partes de la obra son imprescindibles: la descripción de “la tradición” y la
morfología de la historia desde tiempos míticos hasta la Guerra Fría.
Brillante, espectacular, conmovedor y emocionante en ocasiones. Muchos que lo
leímos en nuestra juventud, sencillamente, nos extasió, quizás porque estaba
dotado de una coherencia de hierro. Creo recordar que incluso en los primeros
años 90 seguía considerándome “evoliano”. Solo evoliano.
Lo que propone Evola
es, siempre y en todo momento, aplicable de “puertas hacia adentro”, pero hoy
carece de salida de “puertas hacia fuera”. Me explicaré. Si de lo que se trata es de adquirir una
conciencia de sí mismo, una actitud ante la vida, unos caminos de realización
interior… hay que leer toda la “obra técnica” de Evola. Y luego tener el valor
de seguirla, simplemente, porque puede cambiar la vida. Pero si de lo que se
trata es de “hacer política”, las propuestas de Evola, ya no pueden aplicarse
tal como fueron enunciadas a mediados del siglo XX en su “obra política”.
Es así de sencillo y así lo hemos comprobado. Y, cuidado con el análisis
histórico que realiza porque puede derivar en comportamientos dogmáticos y
sectarios, de los que Evola se habría reído pero que están ahí para evitar
tocar una coma a la obra de este maestro.
La parte “técnica” de Evola, en cambio, ha resistido muy
bien el tiempo. Es simplemente, imperecedera. La doctrina del despertar seguirá siendo considerada como la
exposición más clara sobre el budismo, lo fue en el momento en el que se
escribió. Otro tanto cabría decir del Metafísica
del Sexo, del Misterio del Grial
o de La Tradición Hermética. Se trata de obras inactuales que estarán
siempre en vigor y presentes en los catálogos de editoriales especializadas en
países interesados por la cultura.
Evola es indica un
camino a seguir que lleva inevitablemente conduce a actitudes y métodos propios
del Zen, para quien quiera recorrerlo hasta el final y tener la “experiencia de
la trascendencia”. A diferencia de corrientes esotéricas u ocultistas, no
lo hace con una mentalidad o una intención sectaria: “esa dirección es buena, estúdiala y, si te convence, síguela”. Es
más, desconfia de las sectas, gurús y profetas. Nos dice además: para seguir en pie, hace falta
convencerse de que no hay clavos ardiendo a los que asirse, no existen
“coberturas al nihilismo”, no existe “la fuente” de la que mana toda sabiduría
espiritual. Si existió, se ha ocultado. Ha desaparecido toda posibilidad de contactar con ella. Pero queda el recuerdo
en los textos clásicos, el estilo, incluso las prácticas
interiores de meditación y ascesis para vivir la experiencia de la
trascendencia. Y ese “estilo” puede revivirse en cualquier circunstancia de
lugar y tiempo.
Evola expone las doctrinas tradicionales del universo
indo-ario y nos dice: el Sol volverá
como en el Solsticio de Invierno. Nosotros somos “hombres de tiempos de
crisis”. No veremos el nuevo día, pero siempre podemos permanecer “en vela” y
enseñar a otros a que estén, así mismo, en guardia, despiertos, esperando el
“nuevo amanecer”. Esta sugestión, casi poética, es lo que hizo que muchos
de nosotros, siguiéramos estudiando “la Tradición” y, no solamente eso, sino
que quisiéramos “vivirla” en nosotros mismos.
Fue en el libro introductivo a Avanguardia Nazionale (que ha sido recientemente reeditado por Il Settimo Sigillo) en el que en las
primeras páginas se aludía a la noción de “libertad” que luego reencontré en Los hombres y la ruinas. De hecho el
primer texto está inspirado en el segundo y el propio Evola dio su nihil obstat. Era un pequeño párrafo
iluminador: “la libertad se define como
la capacidad de dominio sobre los instintos. Todo puede ser dominado a todo
puede dominar al hombre, desde el heroísmo al miedo”… Alguien, en una isla
desierta, sin leyes, ni estructuras opresivas, puede ser un esclavo de sí
mismo, de sus propios instintos y de sus pulsiones más bajas. Reconozco que en
ese momento entendí el lema de la Ciudad Libre de Esparta, “Solo el desprecio a la muerte da la
libertad” y el grito de la Legión Española: “Viva la muerte”.
Tardé algo más en comprender que todo esto era algo más que
“poesía” o propuestas para una vida pretendidamente heroica. Alguien podía
detenerse ahí… o bien tratar de interiorizar y vivir estas experiencias. En los
años de exilio y prisión, creí –vanidad de vanidades– que estaba siguiendo una
“vía heroica” que consistía en dar siempre un paso al frente, no dudar nunca a
la hora de elegir la opción más comprometida e ir al lugar más complicado para
traducir estas orientaciones en experiencias vitales. Y no reniego en absoluto
de ellas. Una cosa es tener un ideal para vivir y una causa para morir y otra
muy distinta llevarlo a la práctica. Yo creo que durante unos años, Evola me
ayudó a vivir intensamente, jugando a la ruleta rusa. Una vez superada esa
etapa, era absurdo permanecer en ella, especialmente cuando se tenía familia,
hijos y necesidades vitales. Bastante tenía con no haberme roto los dientes en
la aventura.
Evola me enseñó los valores
y las prácticas que me sirvieron de soporte para esos años. Me encarriló por la
vía del budismo zen en el que sigo acampando (eso sí, fuera de cualquier grupo
organizado; y daré un consejo: si usted es guenoniano, evoliano,
tradicionalista o está interesado en el Zen o en el budismo, háganlo, pero
fuera de cualquier grupo organizado, o de lo contrario; háganlo con disciplina
y dedicación, fórmense (que libros no faltan, gratuitos y de pago), pero no
cometan el error de participar en grupos organizados. Si lo hacen, están
perdidos, perderán el tiempo. Una “vida tradicional” puede experimentarse con
tal de que uno tenga un muro blanco y un cojín.
Evola me enseñó otra
cosa: a intentar ver el mundo tal cual es, sin prismas deformantes, sin fugas
emotivas, sin calenturas emocionales, manteniendo la estabilidad interior
incluso en las situaciones más desagradables (exilio, detención, tortura) tanto
como en el análisis de la realidad y de sus rasgos (algo que me ha servido para
poder analizar situaciones políticas y realizar valoraciones personales). Y
es que una de las “vías de la tradición”, uno de los “caminos del despertar”,
consiste en preguntarse continuamente ¿quién soy yo y cómo es lo que me rodea?
Complemento a la otra fórmula de “vivir el aquí y el ahora”). Gracias a Evola, cabría añadir, conocí también la filosofía alejandrina y la filosofía estoica…
Conocí, en definitiva, con mucha más claridad que la que me
podía ofrecer cualquier religión o secta, lo que era la “espiritualidad”.
Pertenezco a una generación que perdió la fe al cerrarse el Concilio Vaticano
II y que tuvo como educadores a pobres diablos que iban de “curas
obreros”, hablaban del “compromiso cristiano" y habían sustituido el
culto exterior por la demagogia social. La fe es algo que, cuando se pierde, ya
no se recupera jamás. La vía que nos enseñó Evola –y que, más que enseñarnos,
sintetizó y expuso– no era la de ese impulso irracional del alma, la fe,
sino el de “ensayo y error”. No tengas fe, vive la experiencia interior tal como
te lo recomiendan los textos clásicos. Rectifica si te equivocas tantas veces como sea precios: RE, RE, RE...
A fin de cuentas, hoy me sigo considerando “evoliano” y, sin
duda, Evola supuso la mayor aportación en mi
formación doctrinal.
¿Y en la parte política? Eso ya es otra cosa: Evola, probablemente, hasta mediados de los 60 creía que el pensamiento tradicional podía aplicarse a la política. Escribió, en la “primera postguerra” para los jóvenes neofascistas que se manifestaron dispuestos a luchar “por el honor” asumiendo la herencia de la República Social y del fascismo de Saló. Esos jóvenes, a menudo heroicos, llevaban en sus venas la sangre de guerreros. Para ellos escribió sus Orientaciones y su obra política. Luego, cuando advirtió el proceso de “solidificación del mundo” en el seno del cual eran admisibles otras actitudes, les dedicó su Cabalgar el Tigre. A mí me queda el haber sido uno de los introductores de la obra de Evola en España y lo que es mucho más importante: el haber seguido las orientaciones interiores que nos propuso, incluida la carcajada dionisiaca y la serenidad de Apolo. Y sí, Evola es superior a Nietzsche y mucho mejor analista de la mitología clásica.
¿Y en la parte política? Eso ya es otra cosa: Evola, probablemente, hasta mediados de los 60 creía que el pensamiento tradicional podía aplicarse a la política. Escribió, en la “primera postguerra” para los jóvenes neofascistas que se manifestaron dispuestos a luchar “por el honor” asumiendo la herencia de la República Social y del fascismo de Saló. Esos jóvenes, a menudo heroicos, llevaban en sus venas la sangre de guerreros. Para ellos escribió sus Orientaciones y su obra política. Luego, cuando advirtió el proceso de “solidificación del mundo” en el seno del cual eran admisibles otras actitudes, les dedicó su Cabalgar el Tigre. A mí me queda el haber sido uno de los introductores de la obra de Evola en España y lo que es mucho más importante: el haber seguido las orientaciones interiores que nos propuso, incluida la carcajada dionisiaca y la serenidad de Apolo. Y sí, Evola es superior a Nietzsche y mucho mejor analista de la mitología clásica.