Info|krisis.- El artículo siguiente se publicó hará unos cinco años en la revista Identidad. Si hacemos abstracción de algunas referencias temporales, el mensaje que se intenta transmitir sigue todavía vigente hoy y nos istúa ante un problema cada vez más presente: el precio de los alimentos es cada vez más caro y su calidad cada vez más mediocre. Por otra parte, si bien en África el sobrepeso (a causa del abuso de la alimentación fast-food) se ha convertido en una amenaza, no es menos cierto que en cualquier momento y en cualquier parte del mundo pueden aparecer problemas de abastecimiento y hambre vinculados a desajustes de la globalización. De toda esta temática se pasa revista en el artículo
Crisis alimentaria aquí y ahora
El fantasma del hambre a la vuelta de la esquina
En
1974 Henry Kissinger había dicho: "Controle el petróleo y controlará
naciones; controle comida y controlará a las personas”. Para algunos esta frase
es todo un programa de gobierno. Hay algo todavía peor que la crisis económica:
la crisis alimentaria. La primera la tenemos encima; de la segunda no nos
libraremos. Llama a las puertas. Los responsables de la crisis económica y de
la crisis alimentaria son los mismos: los grandes consorcios financieros. Son
ellos los que han impuesto las políticas suicidas de la globalización y quienes
nos están llevando a las puertas de la gran crisis alimentaria que en 2008 ya
ha registrado los primeros chispazos.
Ernesto
Milà
Algunos
recuerdan que la actual crisis económica estuvo precedida por un alza general
en los precios de los alimentos. La gravedad de la crisis y la oleada de paro
que se está produciendo desde el segundo semestre del año, hizo que el aumento
de precios de los alimentos pasara a segundo plano. Pero la crisis alimentaria
sigue ahí, amenazante, pendiendo sobre nuestras cabezas como otra amenaza,
acaso la mayor: se puede vivir en paro, incluso sin petróleo, pero no sin
alimento.
Noticias
que han pasado desapercibidas
No
sólo en España, sino en todo el mundo, el precio de los alimentos experimentó
una subida radical desde la primavera de 2007. En particular, el trigo, el maíz
y el arroz fueron los alimentos más afectados. La ONU informó que entre marzo de
2007 y marzo del 2008, el precio de los cereales aumentó un 88%, los aceites un
106%, la leche y sus derivados un 48%. Así mismo, el Banco Mundial explicó que
desde junio de 2005, el precio del trigo ha aumentado un 181% y el de la comida
en general un 83%.
El
arroz que en Tailandia se vendía a 198 dólares la tonelada en 2003, se elevó a
1.000 dólares en abril pasado. En marzo de 2008, el precio del arroz se duplicó
bruscamente en Haití. En los supermercados norteamericanos se agotaron todas las
variedades de arroz. En Europa también hemos registrado aumentos de precio
similares, pero no tanto como en el Tercer Mundo y especialmente como los
2.600.000.000 de personas que viven con menos de 2 dólares al día y que gastan
el 80% de sus ingresos en alimentación. No es raro que se produjeran motines.
Los
disturbios motivados por la escasez alimentaria han comenzado: en Burkina Faso
una huelga general de dos días paralizó el país, reivindicando reducciones
significativas en el precio del arroz. En abril, en Egipto, el ejército
reprimió la huelga general en Mahlla (Delta del Nilo) que exigía sueldos más
altos para poder afrontar las alzas de precios. Lo mismo ocurrió en Blangladesh
en las fábricas textiles de Fatullah. “Marcha del hambre” en Costa de Marfil y
manifestación masiva ante la residencia presidencial; "Tenemos hambre,"
y "la Vida
es demasiado cara, usted nos está matando", fueron las consignas.
Despliegue de fuerzas armadas en Pakistán y Tailandia cuando la policía ya no
era capaz de controlar los motines de los campesinos pobres y los asaltos a los
almacenes. La lista es interminable: manifestaciones y protestas en todo el
Sudeste Asiático (Camboya, Indonesia, Tailandia), en África (Camerún, Etiopía,
Madagascar, Mauritania, Níger, Senegal, Zambia), en Centro y Suramérica
(Honduras, Perú), en Asia Central (Uzbekistán), en Filipinas…
Según
el Banco Mundial, 33 países se encuentran hoy en grave riesgo alimentario. La
novedad es que la mayoría de ellos no se habían visto afectados nunca antes por
la escasez. Un editorial de la revista Times alertó sobre la posibilidad
de nuevas revueltas: "La idea de las masas hambrientas llevadas por su
desesperación a tomar a las calles y derrocar el ancien regimen ha
parecido imposible desde que capitalismo triunfó tan decididamente en la Guerra Fría.. .. Y
todavía, los titulares del último mes sugieren que los precios de la comida
subiendo como un cohete estén amenazando la estabilidad de un número creciente
de gobiernos alrededor del mundo. Cuando las circunstancias hacen imposible
alimentar a sus niños hambrientos, los ciudadanos normalmente pasivos pueden
llegar a ser muy rápidamente militantes con nada que perder".
A
finales de 2007, India anunció que suspendía sus exportaciones de arroz:
necesitaba reservas para su propia población. Vietnam hizo otro tanto: una
epidemia de insectos había arruinado parte de la cosecha y el arroz producido
sería destinado sólo a la población local. Ambos países, India y Vietnam,
suponen el 30% del mercado mundial del arroz. Poco después, se produjo el
pánico del arroz en EEUU: los consumidores compraron todo el que encontraron en
las estanterías de los supermercados. Durante unas semanas hubo escasez de
arroz en la meca del capitalismo.
El
origen del problema
En
Haití el “bizcocho de barro” se convirtió en 2008 en algo habitual: se calienta
barro diluido en agua, se le añade algún aceite vegetal y sal... el ”manjar”
está listo para su consumo. Haití es uno de los países más azotados por el
hambre, a pesar de que en 1985 era autosuficiente en materia alimentaria. Haití
producía 170.000 toneladas de arroz que garantizaban el 95% del consumo
doméstico. Había miseria… pero no hambre. En 1995, el FMI exigió a Haití que
cortara aranceles proteccionistas como condición para conceder un préstamo. El
arroz importado pasó del 5% al 75%. El arroz norteamericano se vendió en el
mercado local a la mitad de precio; no era mejor: simplemente estaba
subvencionado con 232 dólares por Ha por el gobierno de los EEUU que, además,
subsidia la exportación. Todo ese dinero no iba a parar a granjeros… sino a
consorcios y corporaciones agroindustriales que les permitían vender arroz a un
50% por debajo de los costes de producción. Sorprendentemente la bajada del
precio del arroz consumido en Haití no ha favorecido el aumento de su consumo…
sino el hambre, al haber aumentado el paro entre los agricultores que
constituyen la mayoría de la población.
Haití
no es un caso único, ni siquiera extremo. En todo el Tercer Mundo –pero también
en los países europeos del Mediterráneo- el mecanismo ha sido siempre el mismo:
abolición de aranceles, llegada masiva de exportaciones procedentes de
agriculturas ultrasubvencionadas, abandono del campo, aumento de la dependencia
alimentaria…
A
los países pobres del Tercer Mundo, siempre se les ha exigido abolir aranceles,
permitir la entrada indiscriminada de exportaciones, para obtener préstamos.
Este proceso ha arruinado completamente la agricultura de muchos países y
generado migraciones masivas del campo a la ciudad. Ahora, 100 millones de
personas corren el riesgo de morir de hambre en el mundo a causa de este
sistema.
La
responsabilidad de los biocarburantes
Los
consorcios agroindustriales norteamericanos han comprado gigantescas
extensiones de tierras en todo el Tercer Mundo (utilizando para ello plusvalías
procedentes de los años de vacas gordas en las bolsas internacionales). Estas
gigantescas extensiones de terreno se están cultivando hoy, pero no para
cereales destinados a la alimentación, sino a la producción de los llamados
biocarburantes.
En
2006 el desvío de cereales a circuitos no alimentarios subió de un 2% a un 3%.
Ese 1% se desvió hacia piensos y biocarburantes. Un 1% parece poco, pero es
suficiente como para arrastrar toda una cadena de subidas en el precio de los
alimentos: para producir un kilo de vacuno se precisan siete kilos de cereales.
Al haber aumentado el consumo de carne entre las nacientes clases medias
asiáticas, el fenómeno ha multiplicado su impacto: mientras que en China la
clase media crecía un 8’6% en 1990, en 2007 lo hizo a un 70%.
Mientras
que la producción mundial de alimentos ha ido creciendo a un ritmo mayor que la
población mundial desde 1960, incluso durante los años 2006-2008… sin embargo,
el precio de los alimentos se ha ido encareciendo hasta hacerse insoportable,
especialmente en las economías más modestas.
A
partir de 2007 el precio del maíz empezó a fijarse, no en base a los costes de
producción y a unos criterios aceptables de rentabilidad, sino en relación al
del petróleo, con la consiguiente subida. El efecto inmediato, fue la subida de
los precios del maíz destinado para alimentación (y sus derivas, incluidas
margarinas), que arrastró luego subidas similares en el precio de la soja, del
trigo y de los aceites vegetales para uso alimenticio.
Hay
tres elementos que han contribuido a que el precio del petróleo aumentara: de
un lado, en tanto que combustible fósil, cada día que pasa, el consumo hace que
disminuyan la cantidades de hidrocarburos existentes en el planeta; de otro, el
consumo mundial de petróleo aumenta, no solamente en los países
industrializados, sino especialmente en los países en vías de
industrialización. No se encuentran nuevos yacimientos que compensen el aumento
en la demanda del petróleo. Finalmente, también el petróleo se convirtió en un
objeto de especulación y a partir de agosto de 2005 se inició “la burbuja
petrolera”.
Estos
tres elementos, han interactuado para generar un aumento del precio del
petróleo. En 2003, el barril de petróleo valía 25 dólares, pero el 29 de agosto
de 2005 había alcanzado los 70,85 dólares. Cuando parecía que éste sería el
tope histórico, el huracán Katrina hizo que aumentara todavía más al afectar a
las refinerías situadas en el Golfo de México. Los especuladores transformaron
esta tragedia en “burbuja”: en mayo de 2008 el precio alcanzó los 133,17
dólares y en el mercado de futuros se compraba a 168,96 dólares por barril.
Luego empezó a remitir, a la vista de que la economía mundial era inviable en
esas circunstancias. La “burbuja petrolera” había cesado, pero poco podía
hacerse para evitar que los otros dos factores (aumento de la demanda y
descenso de las existencias) pusieran fin a la era de petróleo barato.
Sin
embargo, los consorcios petroleros afrontaron el problema desde otro punto de
vista. Desde los años 80, buena parte del combustible utilizado en Brasil se
obtenía a partir de vegetales. Era el “combustible verde” en un tiempo en el
que todo lo “verde” tenía buena imagen. Así que fueron los consorcios
petroleros los que estimularon la producción de biocarburantes. Había otra
buena razón: los EEUU subvencionaban la
producción de oleaginosas y gramíneas utilizadas en los biocarburantes. Era
como encontrar un pozo de petróleo y que el Estado pagara por la extracción.
Pero cualquier gramínea dedicada a biocarburantes queda desviada del circuito
alimentario…
¿Quién
es el culpable de la “burbuja alimentaria”?
En
Perú en agosto de 1990, siguiendo órdenes del FMI el precio del combustible se
multiplicó por 30 y el del pan por 12… de una sola vez, en la misma noche y sin
aviso previo. Fue la exigencia para obtener un crédito de 1.500 millones de
dólares. Es una de las delicias del “mercado libre”. Sin embargo, lo
agricultores locales no experimentaron ningún aumento en sus beneficios.
El
"mercado libre" destruye las agriculturas locales… incluida la
española que no puede afrontar los precios de hortalizas, frutas y verduras
procedentes de Marruecos y agoniza lentamente para mayor gloria de la
globalización. Si esto pasa en un país europeo, en África, esa política conduce
directamente a las hambrunas.
¿Quién
gana con este proceso? No gana ni siquiera el granjero medio norteamericano,
tan sólo un pequeño racimo de empresas que controlan los mercados
internacionales de grano, los fertilizantes y el mercado de semillas. Cargill
Inc y sus 140 firmas controlan el mercado mundial de grano. Nadie puede
competir con Cargill Inc que fija el precio de compra y el de venta, actuando
en régimen de oligopolio.
Consorcios
como éste utilizan a la
Organización Mundial del Comercio (WTO) como ariete para
penetrar en terrenos insospechados. El de las semillas, por ejemplo. Unas pocas
empresas tienen la exclusiva “propiedad intelectual” sobre las variedades de
plantas obtenidas mediante diseños biotecnológicos. Esas plantas son difundidas
a través de programas de ayuda y de la abolición de restricciones impuesta por la WTO. Los granjeros del
Tercer Mundo las plantan y obtienen cosechas nunca antes vistas (utilizando los
fertilizantes adecuados facilitados por los mismos consorcios). Sólo al cabo de
un año entienden que no pueden volver a plantar las semillas obtenidos de los
frutos cosechados… sin pagar derechos a Monsanto o Arch Daniel Midland y sólo
utilizando los fertilizantes vendidos por esas mismas empresas. Ese modelo
económico es el que facilita la irrupción de hambrunas y el control alimentario
ejercido por unas pocas empresas.
Decrecimiento
y ruptura con la globalización
El
“desarrollo sostenible”, bendecido en las cumbres de la ONU , se ha mostrado, paradójicamente,
insostenible. No se trataba solamente de que los habitantes de las “naciones
emergentes” de Asia, utilizasen un carburante cada vez más escaso en la
naturaleza: también empezaron a alimentarse con dietas que nunca habían
pertenecido a su tradición secular, rechazaban la alimentación monótona e iban
incorporando (a medida que las multinacionales de la alimentación y el fast-food
penetraban en sus países) cada vez más carne. Si tenemos en cuenta que este
proceso está ocurriendo en las zonas más pobladas del planeta, es evidente
desde hace diez años que se estaban alterando las necesidades alimentarias del
planeta.
Para
colmo, la subida del precio del petróleo hizo que aumentara el precio de los
fertilizantes y su transporte. Ahora hemos llegado a un proceso endiablado: se
gastan hidrocarburos fabricando fertilizantes, se aumenta el consumo de
combustible transportando esos fertilizantes y se gastan más cantidades de
petróleo poniendo en marcha máquinas de siembra y recolección de plantas que son
utilizadas para… fabricar biocarburantes, con los que compensar la escasez de
combustible. Todo esto evidencia el estado de una civilización que ha
perdido el norte en cuyo centro se ha instalado lo absurdo, cuando lo absurdo
sirve a los intereses de los grandes consorcios.
Esta
espiral no tiene salida: necesitamos más petróleo para fabricar biocarburantes;
pero esto –unido a las malas cosechas y a la especulación- provoca el aumento
en el precio de los alimentos. Y así seguirá mientras el objetivo sea suplir la
crisis energética con biocarburantes… lo que añade una crisis alimentaria,
además de no servir para resolver las necesidades energéticas del planeta.
En
los países emergentes no disminuirá el número de ciudadanos que aspiren a vivir
“como occidentales” (el modelo pluriétnico norteamericano acompaña a la
globalización) por lo tanto hay que pensar que cada vez será preciso aumentar
más las superficies de cultivo dedicadas a biocarburantes… con lo que
disminuirán las dedicadas a alimentación. Y ni siquiera está claro que exista
superficie de cultivo suficiente en todo el planeta como para suministrar
energía a todos los motores que existirán de aquí al 2020 cuando el petróleo
empiece a escasear de verdad.
Solamente
hay tres salidas: o una disminución drástica de la población mundial,
especialmente la de los países emergentes que, de paso, son los más
superpoblados; o el hallazgo de nuevas formas de energía; o el decrecimiento.
Los
atentados de Bombay en noviembre pasado demostraron que “alguien” parece interesado
en envenenar las relaciones entre India y Pakistán y convertir aquella zona en
una prolongación de la guerra de Afganistán. A fin de cuentas (como decíamos en
ID-14, págs. 31-34), no sería la primera vez que se sale de una crisis
económica organizando una guerra que ocasione decenas de millones de muertos (y
en la zona podrían alcanzarse con facilidad algún centenar de millones en poco
tiempo), estimule la productividad de algunos países y genere perspectivas de
crecimiento económico mediante inversiones en la reconstrucción de los países
afectados.
En
cuanto a las nuevas formas de energía, no hay que ser hoy muy optimistas a
medio plazo, a pesar de que la esperanza de que los científicos encuentren
nuevos hallazgos que eviten los problemas generados por el crecimiento, haya
alimentado la concepción “progresista” de la historia durante siglo y medio. En
realidad, lo que ha ocurrido es otra cosa: los científicos han generado
inventos que han mejorado la calidad de vida, pero al mismo tiempo creando nuevos
problemas, los cuales han sido resueltos con otros inventos que han terminado
generando más problemas… hasta la situación límite actual. No se puede ser muy
optimista en torno a esto. Haría falta ver si crear un parque móvil de
vehículos movidos con energía solar, resuelve el problema o más bien crea
nuevos problemas medioambientales: ¿dónde se almacenarían las baterías
amortizadas?, ¿no correrían el riesgo de
agotarse determinados minerales utilizados para la fabricación de esas mismas
baterías? La ciencia no tiene respuestas para todo y las respuestas que aporta
no están libres de suscitar nuevos y más graves conflictos.
Queda
la opción del decrecimiento. Un planeta de posibilidades y recursos limitados,
no puede crecer de manera ilimitada. No hay, pues, “desarrollo sostenible”.
Ahora de lo que se trata es de desandar lo andado o enfrentarse a la realidad
de problemas medioambientales cada vez mayores e irresolubles.
Decrecimiento
implica que todos vamos a sufrir mermas en nuestro ritmo de vida a cambio de
obtener una garantía de viabilidad del planeta. Probablemente deberemos
utilizar más a menudo transportes públicos. Seguramente, habrá que renunciar a
vehículos de alta cilindrada y potencia elevada. Mientras se encuentra una
solución energética viable (la energía de fusión no estará presente en nuestras
vidas antes de 2040-2050) habrá que restringir los consumos, optimizar los
rendimientos, esforzarse en las energías renovables y aumentar los presupuestos
de investigación en estos sectores. Pero todo esto no bastará.
Será
preciso moderar el volumen de población: no habrá que ver como una tragedia el
que la pirámide de edades sea, durante unas décadas, negativa y que al bajar la
población el PIB sea negativo. Si el problema es el pago de pensiones, el
Estado deberá habituarse a administrar mejor sus recursos, reducir su volumen y
aligerarse. Europa es, por cierto, una de las zonas más pobladas del planeta.
Menos población, menos consumo. Y si esa población es, cuanto más homogénea,
mejor, tenderán a desaparecer problemas y tensiones étnico-sociales. En este
terreno el fin de la globalización debe acarrear el fin de la multiculturalidad
y el mestizaje.
Hoy,
no es que falten alimentos, es que están mal gestionados. No es raro: se
gestionan en beneficio de unos pocos consorcios que dominan la alimentación,
los fertilizantes y los mercados internacionales. Solucionar el problema pasa
por una profunda reforma internacional, no sólo de la Organización Mundial
del Comercio y de los tratados firmados, sino del FMI y el Banco Mundial,
culpables en gran medida de la crisis alimentaria. Y, por supuesto, la
abolición de “derechos de propiedad intelectual” sobre semillas obtenidas por
biotecnología. Todo esto implica –vale la pena recordarlo- una profunda reforma
política en cada país y la alteración profunda de las correlaciones de fuerzas
políticas que han permitido llegar hasta esta situación. Dicho con otras
palabras: quienes han gestionado el poder en los últimos 30 años, son culpables
de las situaciones generadas y deben pagarlas. Las responsabilidades políticas
a quienes firmaron alegremente acuerdos con la WTO y facilitaron la aplicación de políticas de
destrucción de nuestros campos, deben ser exigidas y sus siglas arrojadas al
estercolero de la historia.
Cada
país debe tender a la autosuficiencia alimentaria. O al menos cada bloque
económico integrado debe disponer de esa autonomía. Vale la pena recordar que la Unión Europea tuvo
como precedente la “Europa Verde” que estableció normas que consiguieron
estabilizar los precios de los alimentos en los años de postguerra y
racionalizar la producción. La globalización se muestra como la causa de buena
parte de los males de la economía, pero también ha terminado siéndolo de los
pueblos. La globalización ha facilitado el alza del precio de los alimentos,
las hambrunas en determinadas zonas del planeta y, finalmente, el que un sector
que afecta a toda la población, esté en manos de un cartel de corporaciones
multinacionales que actúan en régimen de oligopolio.
Los
Estados tienen la obligación de facilitar el derecho a la vivienda, a la
alimentación y al bienestar a las poblaciones y esos derechos están por encima
de los acuerdos internacionales firmados irresponsablemente y de los derechos
de los consorcios multinacionales.
Las
dos consignas para los próximos años no pueden ser otras más que decrecimiento
y ruptura de la globalización. Eso o tendremos un negro futuro como
perspectiva.
[recuadro
fuera de texto]
Geopolítica
del agua
El
agua dulce escasea cada vez más. Para el 2025 se calcula que el 70% de la
población no tendrá acceso a “cantidades suficientes de agua potable”. Hoy, el
20% del agua dulce es utilizada por la industria, el 67% va a parar a la
agricultura (85% en Asia, África e Iberoamérica). El consumo doméstico ocupa el
10% del total. El agua está presente en todas partes, pero no toda puede
consumirse. El 97% del agua de la
Tierra es salada, solamente el 2’5% es dulce y el 0’5% es
humedad superficial. Buena parte del agua dulce se encuentra en acuíferos subterráneos
que, una vez explotados tardan en renovarse. En cuanto a las aguas de los ríos
cada vez están más contaminadas.
En
Europa la situación es muy mala. La mayoría de ríos están contaminados con
agrotóxicos y residuos industriales. La situación es particularmente
preocupante en España, Italia (especialmente en el Sur), Grecia, Balcanes,
Holanda y Alemania. Asia está todavía peor y el agua es uno de los elementos
que enfrentan a Turquía e Irak (por el control de las fuentes del Tigris y el Éufrates)
y la principal causa del conflicto en Palestina (al precisar los cultivos del
desierto del Negev, las aguas del Jordán y de los acuíferos de Gaza).
Iberoamérica con un 12% de población mundial tiene el 47% de las reservas
mundiales de agua, lo que no es obstáculo para que en algunas zonas se exploten
acuíferos hasta agotarlos.
Falta
agua. Por tanto, no es raro que en los próximos años se desencadenen “guerra
del agua”. La escritora y cuentistas política canadiense Maure Barlow en
su libro Oro Azul indicó que “antes de que nosotros nos diéramos cuenta
de esta crisis del agua, las corporaciones transnacionales ya lo habían
previsto y formaron un cartel para apropiarse del agua. El Fondo Monetario
Internacional está presionando a los países que padecen una crisis monetaria y
económica para que -entre otras cosas- privaticen el agua como
condición para liberar los créditos”. Por su parte, el Director del
instituto Polaris de Canadá, indicaba que, ”Hay un grupo de corporaciones
que controlan el agua a escala mundial”, citando a tres de las más
importantes: Lyonneise des Eux, Vivendi (ambas francesas) y RWE de Alemania.
A
la escasez de agua se une también el destrozo ecológico que suponen miles de
millones de envases de plástico con un peso estimado de 1.500.000 toneladas de
las solamente se recicla un 20%... ¿solución? Para echarse a temblar: envases
reciclables fabricados a partir de ¡maíz!, que se descompondrían fácilmente en
agua, dióxido de carbono y material orgánico… lo único que faltaría para que
los precios de los alimentos experimentaran otro nuevo repunte.
El
hecho de que la ONU
haya establecido una “década internacional” (de 2005 a 2015) con el título
de “agua por la vida”, no parece que vaya a servir para mucho. Mientras la
población del planeta crezca y sus nuevos hábitos alimentarios precisen cada
vez más cereales, el consumo del agua irá en aumento. Para colmo, el cambio
climático y la desertización creciente de partes del planeta se unen al
agotamiento de acuíferos, la contaminación de ríos y lagos. Se prevé que en el
2050 7.000 millones de personas se vean afectadas por la escasez de agua. La ONU atribuye esta situación a
la “mala gestión de los recursos hídricos” pero el problema es mucho mayor. En
las llamadas Metas de Desarrollo del Milenio para el 2015, la problemática del
agua ocupa un lugar preferente.
Durante
siglos, el agua dulce del planeta ha parecido bastante estable. Sin embargo, en
la segunda mitad del siglo XX, los procesos de contaminación empezaron a
alterar ese equilibrio. Los vertidos tóxicos y la contaminación de acuíferos
crean problemas insuperables y hacen que el agua a disposición de la
agricultura y del consumo humano, disminuya. Lo dramático es que aumenta la
demanda de agua potable para consumo humano, para agricultura y para industria.
En estas circunstancias la tesis del “desarrollo sostenible” ya ni puede seguir
siendo una esperanza.
© Ernesto Milá – info|krisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com –
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