Info|krisis.- El siguiente artículo fue publicado en la revista Identidad hacia el año 2009 con el seudónimo de "Rafael Pí". Básicamente sigo de acuerdo con el contenido del artículo. Creo que el problema no es crear un partido más, sino que ese partido tenga el valor de decir alto y claro que la formula-partido está muerta y enterrada y que la era de las redes no puede gestionarse como el pleistoceno de la democracia. Sigo pensando que es preciso plantear fórmlas alternativas y sigo pensando que la representación corporativa es el remedio a la brecha que han creado los partidos políticos con el "país real". Hay que señalar que estas líneas fueron escrita ANTES de que Podemos apareciera en el escenario.Hoy permanecezco algo más escéptico sobre las posibilidades de construir una formación de este tipo que solamente puede ser construida por una ÉLITE. Era la noción que faltaba introducir cuando escribi estas líneas hace cinco años.
En la era de las
redes, los partidos políticos han muerto
Más sociedad civil,
menos partidocracia
El tras-partido de la pos-crisis
Desde su nacimiento la revista IdentidaD ha evitado definirse como
favorable a tal o cual partido. No solamente el deber de informar está por
encima del de encarrilar, sino que esta redacción considera que el “modelo
partido” está superado. Nuestro país precisa más sociedad civil y menos partidocracia.
No vamos a ser nosotros quienes alimentemos el mercadillo de los partidos proponiendo
alguna nueva opción. Es hora de pensar en el futuro, en lo que podemos llamar
la pos-crisis, proponiendo un modelo alternativo a la fórmula partido, el tras-partido.
Que nadie se llame a engaño. La
crisis económico-financiera, la crisis de la globalización, está resultando la
más dura que hayan parecido jamás las sociedades modernas. Siendo, de momento,
una crisis económico-financiera se está transformando en una crisis social y en
pocos años se transformará en una crisis política. Todavía hoy las fuerzas que
han gestado el actual “orden político-social” esperan que una corta duración de
la crisis pueda evitar este proceso y que una remontada económica logre evitar
el tránsito de crisis social a crisis política. Vanas ilusiones que se disiparán
con discurrir del tiempo.
El fin de las
ideologías
Los partidos políticos son estructuras inorgánicas que han
intentado superponerse a la estructura orgánica de la sociedad. Si han podido
triunfar es gracias a que ofrecían una “ideología”, conjunto de ideas críticas
sobre un sistema existente y que proponen otros valores para gobernar el mundo.
Lo esencial de una “ideología” era la elaboración de un sistema de valores y la
definición de un modelo de sociedad. Durante 150 años, los partidos políticos tuvieron
su razón de ser en las propuestas conservadoras, reformistas o revolucionarias
que sostenían.
Todo esto funcionó bien durante un ciclo histórico, sin
embargo, en la segunda mitad del siglo XX, los cambios en el mundo se
sucedieron a una velocidad mucho mayor de lo que las ideologías estaban en
condiciones de soportar. Entre 1965 (cuando empieza a gestarse la “nueva
izquierda” y la caída del Muro de Berlín (1989), en apenas un cuarto de siglo,
las ideologías se muestran como esquemas rígidos, de imposible evolución, que
pronto pierden su preeminencia respecto al momento histórico.
En 1989, esta realidad se transforma en un deseo de crear
un esquema ideológico nuevo: aparece, entonces, la doctrina del “fin de la
historia” que se configurará como el nudo del pensamiento globalizador. Varios
acontecimientos rebasan y arruinan pronto este esquema ideológico: el ascenso
de nuevas potencias político-económicas (China, India, Brasil), la aparición de
grandes tensiones geopolíticas (cenit y ocaso del poder americano, la tendencia
a la constitución de bloques continentales, la UE, el mundo islámico, el bloque
bolivariano, la reconstrucción de Rusia), la aparición de problemas energéticos
y medioambientales irresolubles (fin de la era del petróleo barato y agotamiento
del oro negro, cambio climático, agotamiento de fuentes alimentarias, escasez
de agua) y, finalmente, la crisis económica iniciada en el verano 2007 (énfasis
en la economía especulativa y arrinconamiento de la economía productiva). Que
nadie se llame, pues, a engaño: la doctrina del “fin de la historia”, soporte
ideológico de la globalización, no resistirá la primera crisis de la
globalización que, acaso, se convierta también en la última.
No hay absolutamente ninguna “ideología” que haya estado en
condiciones de reconstruir un esquema de interpretación sobre el origen de la
crisis global actual, ni mucho menos un sistema de propuestas coherentes
capaces de diseñar el mundo del futuro. Por ello, los partidos políticos han
perdido completamente su razón de ser: ya no disponen de ideologías en
condiciones de constituir su razón de ser, su elemento diferencial y la matriz
de sus propuestas de futuro. De ahí que se hayan convertido en meros grupos de
intereses personales.
Mientras las ideologías eran conjuntos “orgánicos” (estructuras
coherentes y jerarquizadas de valores y propuestas) que se aplicaban sobre una
sociedad, así mismo, “orgánica” (compuesta por grupos sociales articulados en
torno a valores propios de cada uno e integrados en una pirámide jerárquica),
los partidos tenían su razón de ser. Pero el “fin de las ideologías” y la
imposibilidad de constituir nuevas síntesis dada la velocidad de los cambios,
ha hecho que los partidos pierdan su razón de ser. Es cierto que también la
sociedad se ha ido transformando en progresivamente inorgánica
(desestructurada) y que en realidad hoy no existe más jerarquía que la del
dinero (plutocracia). Sin embargo, en la base social siguen existiendo restos
del antiguo sistema orgánico social (estructura familiar, comunidades
nacionales, regionales, locales) imposibles de separar completamente de la
naturaleza humana (caracterizada por instintos en base a los cuales se
fundamenta el sistema orgánico “humano”: instinto territorial, instinto de
agresividad, instinto de supervivencia de la especie) y, al mismo tiempo, van
apareciendo estructuras orgánicas nuevas que responden a las características
nuevas de nuestra época (especialmente en el terreno de las relaciones
interpersonales). A estas últimas las llamamos “redes”.
La concepción del
mundo como alternativa a la ideología
Vivimos una época de elaboración de nuevas síntesis que
nadie puede prever cuánto tiempo va a durar. Los períodos de crisis y el tiempo
que les sucede inmediatamente abren siempre ciclos de renovación y preparan el
camino para nuevas formas de organización y pensamiento. Esto afectará
decisivamente a las formas de representación democrática y, por supuesto, a la
estructura misma del poder. El mundo del siglo XXI se está gobernando con
principios nacidos a mediados del siglo XVIII, generando una contradicción
flagrante entre unos principios que ya no responden a las necesidades
actualmente planteadas.
No se trata de que las ideologías existentes hasta finales
del siglo XX estén en crisis, sino que las ideologías en sí mismas, han muerto.
La ideología se restringe al ámbito de lo individual: es el individuo el que
optaba por asumir tal o cual ideología, según una reflexión propia e
individualizada. Luego, la ley del número, las urnas, legitimaban a esa
ideología para modelar a una sociedad, en la medida en que cada partido era el
portavoz de un sistema ideológico. El individualismo propio de este esquema era
superado, mediante el “partido”, y estaba en condiciones de dirigir la nación.
Hoy, hundidas las ideologías, es solamente la ambición de unos “dirigentes”
políticos y los mecanismos técnicos de promoción, marketing y publicidad los
que, a través de una psicología pavloviana, basada en estímulos, otorgan
mayorías, en absoluto proyectos políticos.
No podemos pensar hoy en generar, asumir, rescatar o
adaptar ideologías del pasado. En tanto que esquemas antihistóricos, la
vigencia de las ideologías pasa pronto y, a partir de ese momento, siempre se
intenta encajar a martillazos la realidad con el esquema ideológico que se ha
asumido. No es tiempo, pues, de ideologías, sino de “concepciones del mundo”.
A diferencia de la ideología, la “concepción del mundo” es
un sistema de valores que arraigan en la mentalidad de una comunidad. Son los
valores que caracterizan a un pueblo. Si éste mantiene su originalidad, ha
evitado liberarse de contaminaciones y procesos de alienación, si ha mantenido
una fidelidad mínima a los valores de sus antepasados, podremos decir que esa
comunidad ha sido fiel a sus orígenes y ha restablecido el contacto con su
“autenticidad” originaria. Un pueblo puede afrontar mejor su destino histórico
si existe una continuidad entre sus valores originarios y los que desee aplicar
en el futuro.
¿Cómo es posible que en plena postmodernidad nos atrevamos
a hablar de los valores “originarios”? Es simple: hoy no existe más alternativa
que la elección de valores “originarios” o valores “globalizados”.
Afortunadamente, el mundo es demasiado grande, rico y complejo para poder
reducir todos los valores a una imposible síntesis globalizada. El fracaso de
la doctrina del fin de la historia que pretendía precisamente eso, exime de
aportar más argumentos. Los pueblos no contaminados por ideologías exteriores,
ni por visiones del mundo injertadas por otros, no sufren tensiones internas
entre lo que “son” y su “ser originario”. La fidelidad al propio origen es lo
que da principio de razón suficiente a un pueblo, mientras que asumir los
valores injertados por otro es lo que garantiza su estado de postración. Un pueblo
vencido es un pueblo que ha perdido sus valores originarios.
Así pues, mientras la ideología es cosa del individuo y el
partido de agrupaciones de individuos, la concepción del mundo es patrimonio de
todo un pueblo, le da unidad y le restituye la idea de una tarea común: la
forja de un “destino” y el cumplimiento de una “misión” histórica, los dos
elementos que definen a la “comunidad del pueblo”.
El modelo socio-político del futuro
La “concepción del mundo” es irreductible a un partido
político. Por lo demás, la realidad indica que hoy, las “concepciones del
mundo” están asfixiadas por la resaca mundialista, globalizadora y
universalista. Asfixiadas, ni muertas, ni superadas. Los valores de esfuerzo, capacidad
de sacrificio, fidelidad a la palabra dada, lealtad, abnegación, familia, ética
del honor, estilo de vida conforme a la naturaleza, etc., se encuentran
asfixiados por los valores extrapolados en la modernidad. Asfixiados, no
muertos.
Mientras los valores de la modernidad constituían una
novedad era posible concederles un “margen de confianza”: nada puede ser
rechazado, a priori. Los valores también muestran su eficacia en la práctica y,
es precisamente por eso, que hoy puede hablarse de fracaso de los valores
“progresistas”, fracaso del humanismo-universalista, fracaso de los valores
transmitidos por la globalización, fracaso de los valores economicistas… Ante
esta gigantesca pirámide de fracasos no quedan sino dos opciones: volver la
mirada atrás intentando rescatar valores originarios para el mundo del siglo
XXI, o improvisar valores nuevos. Excluimos esta segunda opción: los valores no
nacen por encargo, ni mucho menos, la irrupción de personalidades excepcionales
que alumbran valores, puede disipar la sensación de que es difícil e
incomprensible que en 5.000 años de historia, haya que esperar a 2009 para que
aparezca un individuo excepcional que cientos de generaciones y miles de
millones de individuos no han percibido antes que él. No, definitivamente,
solamente existe una opción: restaurar valores tradicionales para nuestro
tiempo.
Si lo propio de un partido político en otro tiempo fue la
“ideología”, y en la actualidad los intereses de su camarilla dirigente a
realizar con el visto bueno de los poderes económicos, la concepción del mundo
no puede cristalizar en un partido político concreto, en la medida en que
corresponde a todo un pueblo. El mismo concepto de “partido” indica fracción,
parte, ideas contradictorias con la de “concepción del mundo” que supone
totalidad, integridad, unidad. Puestas así las cosas: ¿cuál es la expresión
organizativa para intervenir en la acción política en el futuro a fin de
restaurar una concepción del mundo y hacerla acompañar de un proyecto político?
La respuesta está en las “redes” a las que antes hemos
aludido. Una red es una estructura social compuesta por individuos relacionados
entre ellos en función de determinadas actividades, intereses o proyectos. Las
redes son tan antiguas como la humanidad. El clan era una red de familias
pertenecientes al mismo linaje. La tribu, por su parte, era una red de
distintos clanes. La red formada por distintas tribus formaba un pueblo. La
“nación” nace dela red formada por distintos “pueblos”. Una familia, en sí
misma, ya es una red funcional de ayuda mutua, organización y optimización, la
básica de la sociedad. Desde siempre, los pueblos y las naciones han estado
organizados en redes. En los últimos 200 años, el liberalismo político ha hecho
que las redes fueran sustituidas progresivamente por los partidos constituidos
en función de ideologías. Si las redes constituyeron una sociedad orgánica, los
partidos solamente podían progresar en espacios inorgánicos, esto es, en una
sociedad cada vez más desarticulada y con mayores dosis de individualismo. Las
redes implican necesariamente la existencia de una sociedad personalizada,
jerárquica y orgánica, mientras que el individualismo lleva a una sociedad
horizontal, anti-jerárquica, masificada, inorgánica e impersonal.
La crisis de las ideologías hace que queden libres de nuevo
espacios a través de los que pueden expresarse necesidades sociales más
elementales: las redes. Seguramente, las redes del futuro no serán como las del
pasado, pero su concepto es idéntico y es en función de ellas como puede
abordarse un proceso de reconstrucción orgánica de la sociedad. Sólo la
articulación de la sociedad en redes contribuirá a recomponer “organicidad” a
la sociedad.
El modelo
organizativo del futuro
En una población, el ayuntamiento pacta con la comunidad
islámica la instalación de una mezquita en ese barrio que alterará
profundamente su fisonomía. No hace falta que la población de ese barrio tenga
la misma “ideología”, baste con que sean conscientes de lo que quieren defender
para articularse en una red local. Esta red local puede contactar –medios
técnicos hoy no faltan para hacerlo con suma facilidad– con otras iniciativas
locales que afrontan el mismo problema. Estamos hablando ahora de “redes”.
Otra red hace de la lucha contra el aborto libre el eje de
su actividad, pero, en sí mismo, este problema tiene que ver con la demografía,
con las facilidades para formar una familia, con las políticas sociales
habilitadas en defensa de la familia. La existencia de una red solitaria,
solamente tiene sentido para realizar un trabajo especializado sobre un
problema concreto, pero esa red para ser eficaz debe de vincular algunas
aristas de sus nodos a las de otras redes. No existe una red digna de tal
nombre que pueda trabajar en el vacío, sin vínculos con otras.
De lo que se trata es de contraponer la noción orgánica de
redes a la noción inorgánica de partidos y de conseguir que, progresivamente,
los sistemas de representación democrática pasen a través de los primeros en
detrimento de los segundos. En el actual momento histórico el concepto de
democracia “real” está vinculado a las redes, mientras que el concepto de
plutocracia y partidocracia está vinculado a la democracia “formal”.
Y esto tiene implicaciones directas respecto al modelo
organizativo en el que pueden articularse quienes asumen la voluntad de caminar
hacia un nuevo ordenamiento socio-político.
El tras-partido está
en gestación
El concepto de “transversalita” hizo fortuna en los años 90
como la “gran innovación” de esa época. Se daba por cierto que el “modelo
partido” estaba obsoleto y que, para afrontar problemas concretos, era
necesario tender a la cooperación entre distintos partidos. Era una forma de
“salvar” la noción de partido: cambiar algo, en definitiva, para que todo
siguiera igual.
Este concepto debe ser superado en beneficio de otra noción
que podemos definir de distintas maneras: el tras-partido, el post-partido, si
queremos utilizar neologismos, o el “movimiento”, la “plataforma”, si queremos
recurrir a fórmulas conocidas que, sin embargo, será preciso redefinir.
Cualquiera de estos términos es aceptable: tras-partido porque se trata de
trascender la fórmula partido, post-partido porque lo que se
propone es una fórmula que sustituya la opción partido, movimiento porque un
conjunto de redes y movimientos sociales articulados en redes forman en sentido
propio una “estructura en marcha” y plataforma porque supone la
cristalización de una opción en una fórmula que aspira a operar sobre la
sociedad.
Así pues, en nuestra óptica, lo que sucederá al “modelo
partido” tendrá como características:
- Ser un conjunto de redes interrelacionadas cada
una de las cuales “trabaja” temas especializados en torno a los que, cada una,
realiza movilizaciones y mantiene propuestas e iniciativas concretas.
- Estas redes pueden tener una estructura
“horizontal” (extendida sobre un territorio) o “vertical” (en torno a un tema
concreto). En el primer caso: una “plataforma cívica” para la mejora en las
condiciones de vida de una comunidad local o regional. En el segundo: una
coordinadora de ciudadanos contra la islamización.
- Cada red debe tener la iniciativa en el campo en
el que actúa y debe obtener la mayor audiencia en torno suyo. Al frente de
estas redes locales irán surgiendo líderes.
- En el momento de aproximarse elecciones locales,
generales, autonómicas, europeas, estas redes cristalizarán en Plataformas
Cívicas que no serán sino una “red de redes”.
- Cada red aportará a la plataforma su programa y
sus efectivos.
- Cada Plataforma estará dirigida por una “mesa” o
“junta” en la que participarán los representantes de cada red con una
estructura democrática.
- El programa político-social de las redes y de su
cristalización operativa, las Plataformas Cívicas, tendrá unos mínimos
elementos que supongan el polo de agregación unánimemente aceptado.
¿Y qué hacemos con
las opciones mayoritarias?
Uno de los elementos centrales del programa asumido por un
conjunto de redes articuladas en Plataformas Cívicas, debe ser la reforma del
sistema político y económico. Esta reforma debe adecuar la realidad
institucional a la realidad socio-política. Si ésta indica que los partidos ya
no responden a las necesidades de nuestro tiempo, se trata simplemente de ir
restando espacio a los partidos políticos y devolviéndoselo a la sociedad.
No existe absolutamente ninguna razón por la que los
partidos deban controlar las cajas de ahorro, estén presentes en los medios de
comunicación públicos, o se arroguen cualquier forma de representación
democrática. Existe democracia más allá de los partidos. Es evidente que si los
partidos han dejado de ser la expresión de ideologías, para ser solo de
intereses de su clase política dirigente y de los grupos económicos que los
financian, hay que presentarlos como tales y no exclusivizar en ellos el
ejercicio de la democracia.
Esto implica que también en las instancias representativas
debe disminuir la presencia de los partidos e irrumpir las redes. Los partidos
políticos tienen hoy mínima militancia, ninguna ideología y máximo poder: se
trata, simplemente, de redimensionarlos al papel que en la actualidad desempeñan
en la sociedad y abrir paso a otras formas de representatividad en las
instituciones. El siglo XXI ha abierto la época del tras-partido. El “modelo
partido” está superado, ahora se trata solo de enterrarlo en la fosa común de
los que han quedado en la cuneta de la historia. Es la hora de las redes, tanto
como modelo organizativo para participar políticamente, y como expresión
más directa de la democracia.
La crisis económica, de prolongarse –y nada impide pensar
que va a ser larga y dura- terminará transformándose en crisis política:
quienes han provocado la crisis no han sido poderes económicos fácticos sino
también partidos políticos que han mirado a otro lado ante los abusos de la
economía financiera. Si hay algo que no puede sobrevivir a esta crisis debe ser
la partidocracia.
[recuadro fuera de texto]
Las taras del actual Nuevo Orden Mundial
Las características del “nuevo
orden mundial” surgido de la caída del muro de Berlín y de la Segunda Guerra
del Golfo (la de Kuwait en 1989) son:
1) La economía
dirige a la política: los señores de la economía dan de comer de la mano a
los dirigentes políticos, los cuales son, a fin de cuentas, solamente sus
servidores. No es raro que la clase política se haya lanzado como un solo
hombre para apoyar precisamente a quienes han sido los responsables del
desencadenamiento de la crisis (banca, finanza internacional, sector
inmobiliario, etc.). No es que estemos ante una economía “desregulada”, sino
que estamos ante una política regulada por la economía.
2) Financiarización
de la economía: esto es, transformación de la economía productiva en
economía especulativa, con el agravante de que los capitales que buscan
maximizar beneficios en el mínimo tiempo, se retiran de la economía productiva,
generando una burbuja que, inevitablemente, siempre, antes o después, termina
estallando.
3) El mito
de la economía planetaria: consiste en presentar la globalización como la
panacea universal (sólo lo es para el capital financiero) y como nuestro
destino ineluctable, algo irreversible. Y es justamente todo lo contrario: la
globalización tiende a desarticular pueblos, sociales y a generar un caos
universal y una economía ingobernable.
4) Aparición
de economías de distintas velocidades: hasta 1989 solamente existían dos
tipos de estructuras económicas, la desarrollada y la subdesarrollada. Las
llamadas “economías en vías de desarrollo” eran solamente economías
subdesarrolladas capaces de manifestar solo su voluntad de dejar de serlo. Hoy
existen distintas velocidades y ritmos de crecimiento económico (y de
contracción) que impiden cada vez más la existencia de un modelo único
planetario.
5) Desequilibrios
entre poder económico, poder militar y poder político: Durante décadas,
desde 1945 hasta 2005, los EEUU se configuraron como el gran poder político
hegemónico, que era, a la vez, el principal poder militar y económico mundial.
Hoy EEUU sigue siendo un gran poder militar, pero está quedando muy atrás como
poder económico y corre un riesgo creciente de desintegración política.
6) La
partidocracia ya no es nuestro destino: Los EEUU se manifestaron como los
más decididos partidarios de extender la “democracia” a todo el globo. Para
ellos, democracia es sinónimo de partidocracia (poder de los partidos) y
plutocracia (poder del dinero), es decir, las formas políticas más fáciles de
manipular. Pero la crisis económica, que se manifiesta sobre todo en EEUU, va a
abrir nuevas perspectivas: desciendo su capacidad económica, se irá diluyendo
su capacidad militar, a medida que ésta se diluya, disminuirá también su
posibilidad de intervenir en cualquier teatro del globo, se abrirán nuevas
brechas en el interior de la sociedad norteamericana y, finalmente, se
producirá una merma en la estabilidad del propio sistema americano. En esas
circunstancias, con unos EEUU replegados en sí mismos y en sus problemas, será
muy difícil que puedan seguir apuntalando en todo el mundo el carcomido sistema
partidocrático-plutocrático, dejan espacio para la aparición de nuevas
formulaciones.
7) Desfase
entre principios del demoliberalismo y necesidades del siglo XXI: el gran
problema de nuestro tiempo es que el mundo del siglo XXI se está gestionando
con fórmulas políticas que aparecieron a mediados del siglo XVIII y que,
inevitablemente, están desfasadas en relación al actual momento histórico: la
globalización nos ha llevado a los límites lógicos de la Ilustración, del
liberalismo económico y ha universalizado los ideales que dieron vida a la
“revolución americana”. Todo esto ocurrió hace casi 250 años en un mundo
completamente diferente al actual y, sin embargo, sigue constituyendo la médula
ideológica del “sistema político económico”.
Todo esto implica:
- Que el sistema democrático ha quedado
desnaturalizado y si hace 50 años era preeminente respecto a su momento
histórico, hoy ya no está en condiciones de resolver los problemas que las
sociedades tienen planteadas.
- Que el sistema político es un mero instrumento
en manos de los “señores del dinero” y el sistema de recaudación fiscal ha
pasado a ser, en gran medida, un racket de protección utilizado contra las
clases medias y la economía real.
- Que el sistema financiero tiene su centro en
EEUU y en el Reino Unido, cunas de la democracia y en EEUU ese sistema ha
sufrido un proceso más rápido de degeneración, contaminando a todas las
economías mundiales y convirtiendo la seudo-democracia en un instrumento a su
servicio.
En conclusión, solamente se superará la crisis económica
actual de manera definitiva cuando se den estas circunstancias:
1)
Los países europeos y Rusia se emancipen
completamente del sistema financiero anglo-sajón y creen un cinturón de
protección ante él.
2)
Se produzca una reforma política en profundidad
y una regeneración democrática que restituya la primacía de la política sobre
la economía.
3)
Se rechaza un mundo globalizado y se creen áreas
de economía integrada dentro de las cuales las condiciones sean lo más
homogéneas posibles.
La reforma del sistema político debe tender a
evitar el divorcio entre “país real” y “país oficial”.
Para recordar estos elementos utilizaremos una serie de
neologismos: el mundo futuro será ex-globalizado, tras-partidocrático,
post-financiero-especulativo y socio-políticamente integrado. Ahora de lo que
se trata es de definir cuáles pueden ser las estructuras participativas del
futuro y cómo pueden aparecer en nuestra época instrumentos políticos que no
reproduzcan las perversiones partidocráticas y que contengan en germen la
fisonomía del orden del futuro.
© Ernesto Mlilá – info|krisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com –
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