viernes, 10 de abril de 2015

Entre el duelo y la petición de ayuda


Ayer por la tarde falleció, después de una rápida e inesperada enfermedad, mi cuñada. No se trataba de una mujer mayor (45 años), ni nunca en su vida había tenido malos hábitos de vida. Nunca bebió alcohol, nunca fumó y nunca se drogó. Mujer fuerte, con dos hijos que nacieron sin dificultades, no era, desde luego, la candidata a morir de un cáncer de hígado con metástasis en el intestino. Y sin embargo así ha sido. Descanse en paz y que el Sol acoja su espíritu. No escribo estas líneas como lamento (lloramos de pie a nuestros muertos y sentimos su presencia por toda la eternidad), sino porque me han sorprendido varios aspectos de esta enfermedad que me gustaría compartir con vosotros.

Sorpresa: ¿está claro el origen de los cánceres?

La primera sorpresa es que ningún médico nos ha preguntado por los hábitos de vida de la fallecida. Nadie parece –ni siquiera a título personal– querer investigar porqué una persona que no tenía edad ni características para adquirir esa enfermedad, bruscamente, muere. Nadie entre la clase médica parece interesado en tener elementos estadísticos que contribuyan a aclarar de dónde procedió la enfermedad y, lo que es peor, por qué  en estos momentos se está produciendo una oleada de este tipo de cánceres entre personas de edades intermedias.

Desde que se manifestó la enfermedad, en conversaciones con amigos y conocidos he podido saber que son muchos los afectados por el cáncer y que rara es la familia en la que no se ha manifestado en alguna ocasión. Ayer mismo, una amiga brasileña que acababa de perder a su cuñado hace apenas cuatro días me comentaba que, en todo el mundo, tres de cada cuatro personas mueren de cáncer. Eso no ha ocurrido siempre: es una enfermedad propia de la modernidad. Un verdadero signo de los tiempos.


La cuestión clave es que si este tipo de enfermedad tiene una incidencia extrema en la actualidad, pero no en tiempos históricos, se debe a que hoy existen uno o varios elementos que la generan. Y esta es la duda: ¿qué elementos desencadenan una enfermedad de este tipo? No me importan los avances en la lucha contra el cáncer –me da la sensación que la oleada de cánceres es muy superior a tales avances. Me interesaría más que se nos dijera cuáles son los orígenes y los desencadenantes de la enfermedad a fin de poder prevenirla. Y aquí, lo que existe es un inmenso vacío y una inmensa duda.

¿Polución electromagnética?

Ayer murió en EEUU una mujer con 115 años, hoy he visto en las noticias que otra mujer de 105 años era capaz de nadar 1.500 metros en una piscina. Esto quiere decir que el nivel de vida actual, las comodidades, los adelantos médicos, tienden a prolongar la vida. No se trata de que “vivamos más”, sino que se ha logrado reducir la mortandad infantil y eso hace que, estadísticamente, dé la sensación de que “vivimos más”. Lo cierto es que están muriendo gente de edades intermedias por enfermedades propias de la modernidad.

En diciembre estuve en la península de Nicoya en Costa Rica, uno de los “puntos azules” del planeta en donde encuentras con facilidad abuelos de 100 años o más. Cuando le pregunté a un familiar –médico costarricense– a qué se debía esa longevidad me la resumió: vida tranquila, alimentación natural y entorno familiar estable. Seguramente es verdad y tales son las claves de una vida agradable. La serenidad de ánimo, la alimentación sana, un entorno en el que la persona está libre de tensiones y se sienta protegida por la estructura familiar tradicional, pesan mucho en la ecuación personal y en la resistencia contra las enfermedades. Hay que decir, que la Península de Nicoya no es una zona atrasada del planeta: existe cobertura telefónica, transformadores eléctricos, líneas de wi–fi, llega las ondas electromagnéticas como en cualquier otra zona del planeta. Así pues, si bien es cierto que es muy posible que la incidencia de los cánceres tenga algo que ver con la “polución electromagnética” (y que vale la pena prevenirse de ella: no utilizar en exceso telefonía móvil, evitar la proximidad de antenas de telefonía o de transformadores eléctricos, etc.), da la sensación de que existen otros elementos “coadyuvantes” para el desarrollo de los cánceres y otros que los “bloquean” (y que están presentes en esos pocos “puntos azules” del planeta).

Parece demostrado que lo que se ha llamado “polución electromagnética” tiene que ver con determinadas dolencias y cánceres. Nada más inseguro que la instalación de una antena de telefonía o de un transformador en las inmediaciones de nuestro hogar. Nada más inseguro que las sobredosis de telefonía móvil. Pero ¿hasta qué punto? ¿a partir de cuántos minutos al día empieza a ser peligroso hablar por teléfono? ¿y el wi-fi? ¿afecta a nuestros genes? Preguntas sin respuesta. Resulta imposible creer los “estudios tranquilizadores”: si ahora hay enfermedades en número y densidad muy superior a otros tiempos es porque estas enfermedades tienen que ver con “algo” que está presente en la modernidad y era desconocido hace 40 ó 50 años…

Lo que sí parece cierto es que allí en las proximidades de dónde se encuentra alguna antena de telefonía, los cánceres han aumentado. Estos días, en el funeral de mi cuñada, me han hablado de varios casos conocidos directamente.

La “ecuación personal” ante el cáncer

Otra certidumbre es la de que existe una “ecuación personal” de respuesta ante los cánceres y que, en buena medida, depende del carácter. Me da la sensación de que el cáncer avanza mejor entre determinadas formas de ser y que, un carácter capaz de controlarse a sí mismo, estable, apacible, optimista, consciente de sí mismo y, en cualquier caso, activo, opone más resistencia al cáncer que un carácter bilioso, amargado, pesimista o resentido. No era éste el carácter de mi cuñada, pero sí es lo que parecen afirmar algunos estudios. Me queda la certidumbre de que hay una “conexión” psico–somática entre la enfermedad y los procesos mentales del cerebro, pero me veo incapaz de establecer los límites y las características de esta conexión: sí parece cierto que alguien optimista tiende a vivir más y mejor que un tipo sombrío y pesimista. Parece también cierto que la gente activa se ve libre de determinadas enfermedades (aunque corre el riesgo de accidentes cardiovasculares). Y parece también comprobado que caracteres estables, serenos, apacibles se ven menos sacudidos por determinadas dolencias.

El drama no es solamente la aparición del cáncer entre las edades intermedias; la prolongación de la vida y el hecho de que hoy sea relativamente frecuente la presencia de gente que llega a los 90 o 100 años, ha hecho que en esta franja de edades, e incluso a partir de los 60, hayan ido aumentando los casos de locura senil, los procesos degenerativos del cerebro, el alzheimer, el parkinson, etc. Y esto también da qué pensar: no se trata solamente de aumentar la esperanza de vida, sino también y sobre todo aumentar la calidad de la vida. Creo que en este terreno, cerebros activos están más resguardados de estas dolencias que los cerebros que, llegados a un punto, viven en la resignación o en la indiferencia ante lo que les rodea. Pero no me cabe la menor duda que estas enfermedades son también productos de la modernidad y el estilo de vida modernos.

Alimentación con vermicidas, fungicidas, insecticidas, plaguicidas…

Y luego está la alimentación. No sabemos lo que comemos. Lo sé porque he vivido en el campo en varios períodos de mi vida y conozco la diferencia entre la alimentación “natural” y la fabricada en serie o de manera intensiva. En muchas ocasiones he contado que en Francia teníamos dos vacas que se alimentaban solamente con heno, con grano y con la hierba que comían y daban una leche que bebí durante seis meses sin hervir, recién ordeñada,  sin encontrar el más mínimo problema. Nosotros mismos fabricábamos nuestra propia mantequilla, junto a la cual, la que servían en los hoteles parisinos, era lo más parecido  parafina… Más adelante, en Tavertet, los pollos que nosotros mismos criábamos eludiendo piensos de engorde, tenían un sabor y una textura muy diferente a los pollos de supermercado. Los huevos de las gallinas, con yemas consistentes y rojizas, son la antítesis absoluta de los que se compran por ahí. Y en cuanto a los tomates y las hortalizas que cultivamos en Villena, me dieron unos aromas y unos sabores que hacía tiempo que no recordaba. Hoy no sabemos lo que comemos, ni cómo se ha cultivado, ni de dónde procede, ni siquiera lo que contiene. Y esto en un momento en el que la “trazabilidad” (para los alimentos europeos, no para los marroquíes) y el etiquetado (no, desde luego para los alimentos que proceden de china), atosigan a nuestros agricultores.

Pero las necesidades de la producción y las nuevas técnicas de cultivo generan las mayores dudas: no se trata solamente de los transgénicos, sino de las nuevas técnicas de cultivo (los cultivos hidropónicos que hacen que todo lo cultivado tenga sabor a agua a pesar de que su forma sea la de un tomate, una fresa, una lechuga; los cultivos bajo plásticos que precisan sobredosis de plaguicidas, vermicidas, fungicidas, etc.) y de los abonos que se utilizan (y que generan metabolitos si no se respetan los plazos de espera… ¿y quién nos asegura que un agricultor marroquí o chino los respeta?), los que, sin duda tienen una incidencia segura en el desarrollo de los cánceres.

El problema de los aditivos químicos

Y, finalmente, están los aditivos químicos. Seguimos sin saber lo que comemos y el que nos coloquen referencias del género “E–301”, “E–305”, no dicen nada sobre lo que contiene ese alimento. En algunos casos –los esmaltes de las latas de conserva– se tiene claro que generan espermatozoides vagos y masacran el semen. Se sabe, pero no se prohíben. Y se sabe desde hace 15 años. Estando en Canadá, vimos un programa sobre seguridad alimentaria. Canadá es uno de los países del mundo con más seguridad alimentaria. Allí se prohíben alimentos que tardan cinco e incluso quince años en prohibirse en España. Varios nutricionistas estaban de acuerdo en que lo mejor era, ante la duda, no comer siempre los mismos alimentos, eludir aquellas bebidas que contengan “aspartamo” (uno de los aditivos más frecuentes en las bebidas gaseosas e incluso entre zumos envasados) y diversificar al máximo la alimentación para diluir al máximo los riesgos. El problema no es solamente la obesidad que la “bollería industrial” puede generar, sino los aditivos que nos tragamos.

El capitalismo puede matar. El estilo de vida puede matar. La tecnología puede matar.

¿Mi impresión general? Que si la clase médica no pregunta por el estilo de vida del afectado por el cáncer es porque ya está demasiado claro –e incluso es posible que existan informes a disposición del público– cuál es su origen. En 1987 colaboré en la elaboración de un libro sobre el síndrome tóxico, escrito por la corresponsal del Der Spiegel en España. La tesis era que la intoxicación atribuida al aceite de colza derivaba de una intoxicación por organofosforados que partió de un bancal de tomates en Roquetas de Mar (Almería), cuando un agricultor utilizó un productor químico para regar sus tomates y no respetó los plazos de seguridad. Recuerdo que el libro estaba muy bien estructurado, en absoluto conspiranoico, sino realizado con una lógica cartesiana. La conclusión era que las multinacionales de químicas habían impedido que se conociera la verdad. Y hemos llegado al quid de la cuestión: el capitalismo atentando contra la salud.

Seamos claros: en un momento histórico en el que la clase política come de la mano de las multinacionales, de los “señores del dinero” y de las grandes corporaciones industriales (tal es el primer efecto del neoliberalismo), NINGÚN POLÍTICO sería capaz de extender una orden de prohibición de algún producto químico o de limitar la polución electromagnética, SI TAL PROHIBICIÓN PUDIERA GENERAR LA DISMINUCIÓN DE LA CUENTA DE BENEFICIOS DE UNA GRAN CORPORACIÓN. Y es que el capitalismo MATA. Lo ha hecho desde la primera generación manchesteriana. Lo ha hecho cuando ha precisado de guerras para reactivar la economía. Y lo sigue haciendo ahora que el dinero manda a la política. NUESTROS GOBIERNOS ESTÁN PERMITIENDO PRÁCTICAS QUE NOS ESTÁN MATANDO. Lo hacen por omisión y, sobre todo, practican una política del avestruz impidiendo investigar en determinadas direcciones.

La única realidad y unas peticiones que os agradecería contestarais

Un familiar muy querido ha muerto, esa es la única realidad final. Lo ha hecho cuando no “le tocaba”. Lo ha hecho como muchos que mueren de cánceres de los que nadie parece querer conocer su origen y sus elementos desencadenantes.

Quisiera pediros vuestra opinión: a qué atribuís esta oleada de cánceres, no lo que dicen los medios, sino las conclusiones personales a las que vosotros habéis llegado (porque no tengo la menor duda de que muchos, casi todos, sin duda, tendréis algún amigo, familiar, vecino, compañero de trabajo o de estudio, conocido, que haya fallecido en las mismas circunstancias).

Quisiera pediros vuestras opiniones sobre el origen de esta oleada de cánceres, qué creéis que los provoca, a qué atribuís las muertes de vuestros seres queridos por esta enfermedad… cualquier cosa que pudiera sugerir algún tipo de explicación para poder prevenir esta enfermedad.

Creo haberos expresado las intuiciones que estos días he tenido al hablar con otros amigos y familiares de mi querida cuñada muerta tan joven. Sí, ya sé que todas estas opiniones son subjetivas y que no se trata de una investigación científica, pero no hay que olvidar que, muy frecuentemente, de la observación de una multiplicidad de casos, pueden desprenderse leyes comunes. No tengo la menor duda de que la clase médica tiene su opinión, pero que nadie quiere jugársela: las multinacionales de químicas, de farmacia, de alimentación, de comunicaciones, de electricidad, mandan… y nadie quiere enfrentarse a ellas directamente. Pero cuando uno tiene casi 3.000 “amigos” en Facebook, estamos antes un número suficiente como para que las opiniones vertidas aquí sirvan para algo o al menos indiquen “intuiciones” de las que puedan desprenderse normas de comportamiento, evitar tomar determinados alimentos o utilizar determinadas tecnologías.

 (c) Ernesto Milá - infokrisis - ernesto-mila-rodri@gmail.com