Infokrisis.- Como eco de otros tiempos, cuando se ha
rumoreado que el ministro Wert planeaba transformar en obligatoria la enseñanza
de la religión y ante la oposición habitual y previsible de la izquierda, se ha
producido una reacción unánime de las cadenas de TV ligadas a la derecha
religiosa (que no son sino apéndices mediáticos de la derecha del PP, nos
referimos a Intereconomía y a la COPE) seguida por exaltadas peticiones en el
mismo sentido de varias organizaciones de extrema-derecha. En las redes
sociales, una y otra vez aparecían mensajes favorables a la enseñanza de la
religión e invectivas contra los sectores “progres” que se oponían a la medida.
Quizás valga la pena realizar algunas puntualizaciones al respecto.
Pero ¿sabéis
realmente cuál es la situación de la enseñanza?
La primera reflexión es palmaria: el gran problema
de la enseñanza en España -nos atreveríamos a decir que el único problema- es
que el sistema educativo está literalmente destruido, pulverizado, inservible
para formar personas, garante de las más elevadas tasas de fracaso escolar,
farolillo rojo de la enseñanza en Europa y, vergüenza nacional. Y no es
precisamente por la ausencia de la asignatura de religión, sino por muchos
factores que se vienen arrastrando desde la Ley General de Educación de 1973
(la llamada Ley Villar-Palasí) y que, tras sucesivas reformas, ha ido
acelerando su velocidad de caída.
Dicho de otra manera: aunque la Ley Wert
garantizara la obligatoriedad de la enseñanza de la religión católica, ello no
serviría absolutamente para nada. Tenemos alumnos que no saben ni realizar un
razonamiento lógico básico, a los que les cuesta calcular 5 más 5 sin utilizar
los dedos, que son incapaces de comprender un texto e incluso leerlo, que ni
siquiera pueden concentrarse durante un cuarto de hora para escuchar las
explicaciones del profesor y que ni siquiera han entendido la importancia de
tener una aceptable formación cultural. Con este panorama puede pensarse lo que
supondrá enseñar al alumnado que Dios es “uno y trino” o el dogma de la
Inmaculada Concepción. Alumnos que tendrán dificultades en recordar las
virtudes teologales, o que serán incapaces de enumerar los diez mandamientos o
de recordar el Credo, porque desde 1973 se inició la lucha contra el uso de la
memoria en el aprendizaje, no estarán en condiciones ni de asimilar los
contenidos de esta asignatura, ni los de cualquier otra.
Nuestro sistema educativo no es, desde luego,
el terreno más abonado para el aprendizaje de la religión, ni de cualquier otra
asignatura. Reimplantarla sería algo así como pedirle a un ciego que utilice la
panoplia de colores que se le ha regalado. Decimos esto para establecer la
importancia del problema: la enseñanza de la religión o su desaparición de las
aulas es un problema secundario en relación al problema principal que se dirime
en el terreno de la educación: su reforma, a la vista de la innegable quiebra
del sistema educativo. Se trata, pues, de debatir sobre cómo será esta reforma,
de qué manera se hará, cuáles serán sus principios rectores y quienes la
pondrán en práctica. Discusión, no precisamente menor, ni siquiera susceptible
de llegar a buen puerto, a la vista de la sima en la que se encuentra el
sistema educativo.
España y la
religión
Los partidarios de la enseñanza religiosa
insisten en que España es un país católico y que su historia se ha identificado
con la defensa de la fe hasta ser la misma cosa. Por tanto, si se aspira a
resucitar los valores de patriotismo e Hispanidad –y de eso, a fin de cuentas, es de lo que se trata- hará falta
difundir el mensaje religioso y, por tanto, situar de nuevo esta asignatura
entre las que cuentan para aprobar un curso escolar. Bien, sobre esto, hay
bastante que decir.
Es cierto que desde el episodio histórico de
la “conversión de Recaredo”, España ha sido un país católico, pero es igualmente
cierto que antes de ese episodio existía un Reino Visigodo arriano y que desde
tiempos muy remotos existía lo que unos llamaban el “país de las Hespérides” y
otros simplemente Hispaniae. Esto por lo que se refiere a los orígenes
históricos de nuestro país.
No parece aventurado ni sesgado recordar que
la religión católica no vive hoy sus mejores momentos y que desde mediados de
los años 60 su influencia en la sociedad española ha ido declinando
progresivamente. Hoy, los seminarios están vacíos, cada vez más parroquias se
encuentran sin titular o teniendo al frente un sacerdote en edad de jubilación.
Diariamente se cierran conventos e incluso desaparecen órdenes religiosas
enteras. De hecho, la mayoría de órdenes religiosas, especialmente femeninas,
estarían reducidas a la mínima expresión de no ser porque sus conventos han ido
cubriendo, mal que bien, las bajas con ordenaciones procedentes del tercer mundo.
Hoy nos tememos que la presencia de inmigrantes entre las órdenes religiosas
femeninas ya está en una proporción de 1 a 3 (una monja española por tres
inmigrantes). Sin embargo, la llegada masiva de inmigrantes que suscitó
esperanzas en la Iglesia española no ha podido transformarse en una fuente de
revitalización de la misma. Para sorpresa de la Conferencia Episcopal, buena
parte de los andinos que llegaron entre 1997 y 2009, procedentes de países de
mayoría católica, luego resultó que optaron por acercarse a confesiones
protestantes, Testigos de Jehová, pentecostales, evangélicos, etc. En cuanto a
los procedentes de países del África Negra con fuertes comunidades católicas,
la mayoría… son islamistas.
Cuando Manuel Azaña en los años 30 pronunció
aquella odiosa frase de que España había dejado de ser católica, evidentemente
exageraba, porque España seguía siéndolo. Cuando empezó a dejar de serlo fue
tras el cierre en falso del Concilio Vaticano II (en pleno tardofranquismo),
cuando una parte del clero y de la jerarquía católica viraron a la izquierda y
se produjo el hundimiento en cadena que todavía prosigue hoy y que hace que,
año tras año, la Iglesia española se repliegue cada vez más.
Es importante reconocer esta situación porque
si se acepta el principio de la historiografía católica según el cual España y
la fe están indisolublemente unidos, hasta el punto de que España empezó cuando
se asentó el catolicismo romano en nuestro país, cuidado, porque, por lo mismo
se puede inferir que España dejará de ser tal en cuanto el catolicismo haya
dejado de ser la religión de los españoles. Y, de hecho, el sector mayoritario
de la sociedad, hoy, hace gala de un indiferentismo religioso innegable. Basta
ver los medios de comunicación para darse cuenta de que solamente dos cadenas
televisivas, ambas de segunda fila y con unas audiencias bastante residuales,
mantienen viva la llama de la fe, especialmente a través de programas de debate
político excepcionalmente polémicos (y, a ratos, incluso zafios).
En nuestra opinión, la historia de España es,
hasta cierto punto, la historia de la defensa de la fe católica… como también
Francia reclama este privilegio, Inglaterra, con su particular iglesia
nacional, se sitúa en la misma órbita y otro tanto hace Portugal, por supuesto,
con el mismo derecho que España. Y si se trata de discutir qué catolicismo
nacional es el más militante y combativo, desde luego este título recaería,
desde 1789, sobre el francés mucho más que sobre el español. Nosotros tuvimos
nuestra “reconquista” realizada bajo el signo de la fe, como los caballeros
teutónicos tuvieron su combate en defensa de la fe en las marcas del Este y los
cruzados procedentes de toda Europa lo tuvieron en Palestina. Más razonable,
pues, parece aceptar el hecho de que la historia de España no empieza con la
conversión de Recaredo y que, por lo mismo, no terminará aunque la Iglesia
católica agote su crédito en la sociedad española.
Por otra parte, a los que sostienen que la enseñanza
de la religión es necesaria para vivir el ideal patriótico, le diríamos que
mucho más importante para entender lo que es una patria es la enseñanza de la
historia, de la geografía, de la sociología… Lo que nos lleva de nuevo a
considerar la crisis de la enseñanza en su totalidad y no solamente a
interesarnos por el destino de la religión católica en las aulas, discusión
completamente secundaria en las actuales circunstancias.
Una institución
globalmente en crisis
Las visitas de los últimos papas a España no
se han saldado con una revitalización de la fe, ni con un reforzamiento de las
parroquias, gestionadas por un clero diocesano que casi completamente ha optado
por integrarse en algún “grupo”: Opus Dei, Comunión y Liberación,
Neo-Catecumenales, Legionarios de Cristo, El Yunque, etc, organizaciones que, aun
reconociendo a Roma como faro y guía de la cristiandad… simplemente mantienen
su política de grupo por encima de las órdenes tradicionales que ilustraron los
mejores momentos de la cristiandad (benedictinos, dominicos, jesuitas,
franciscanos, etc.).
El Concilio Vaticano II se cerró con una
serie de reformas en todos los terrenos salvo con reformas en lo relativo a la
moral sexual excepcionalmente restrictiva de la Iglesia y, casi diríamos,
insostenible. Las campañas antiabortistas que incluso podemos compartir quienes
no nos sentimos miembros de la Iglesia, adolecen de un radicalismo innecesario
que ignora que, bajo determinadas circunstancias y en determinados casos
puntuales, el aborto puede ser necesario. La falta de vocaciones hace imposible
la “recristianización” de Europa que, desde hace años, debería ser considerada “tierra
de misiones”. El eje sociológico de la Iglesia se va progresivamente
desplazando fuera de su marco tradicional (Europa), para adentrarse en
horizontes geográficos en donde su futuro es problemática (África en donde las
características de la población subsahariana hacen imposible la aceptación de
la moral sexual de la Iglesia y en donde deben competir con un Islam cada vez
más agresivo; Asia en donde la Iglesia crece especialmente en sectores
marginales y extremadamente minoritarios y le resulta imposible competir con
escuelas filosóficas budistas, hinduistas, zen, confucianistas, etc; estando en
recesión en toda América –en el católico Québec hemos encontrado una iglesia
convertida en spa, varias en bibliotecas públicas, otra en almacén de modas… y
con una asistencia mínima a los oficios en aquellas iglesias todavía en
funcionamiento).
La historia de los últimos papas es
significativa. Juan Pablo II consiguió, efectivamente, contribuir a la caída
del bloque soviético… pero en su largo pontificado no pudo, ni probablemente
quiso, hacer nada para reformar la liturgia, acaso la asignatura pendiente más
importante del post-Vaticano II. Convertido en una figura mediática, la Iglesia
que dejó era bastante más débil que la que recibió en 1979. Lo mismo puede
decirse de Ratzinger-Benedicto XVI, cuyas innegables cualidades intelectuales
tampoco fueron puestas para realizar en casi una década de pontificado ninguna
rectificación esencial. De hecho, su dimisión, inédita en la historia de la
Iglesia, dice mucho de la desesperación de un intelectual ante una reforma cada
vez más imposible. Y, por lo mismo, creemos que no puede esperarse gran cosa de
su sucesor. De hecho, si las profecías de Nostradamus marcaban un límite ya
superado para los papas que quedaban, los que siguen a ese límite parecen no contar
a efectos proféticos en razón de su irrelevancia o, si se quiere, de su
incapacidad para enderezar la barca de Pedro. La sensación que tiene alguien
que, aun no considerándose católico, mantiene simpatías por el pasado católico
que fue el de sus padres, es que la Iglesia sigue existiendo pero ya no es el
eje de Europa, ni de Occidente. Constatar esta situación no supone aprobarla, ni celebrarla.
Entendemos la preocupación de los sectores
católicos de la sociedad española por el problema de la enseñanza de la
religión, pero a estos sectores les valdría más darse una buena dosis de
realismo: la iglesia española está en una posición de debilidad extrema, ni
siquiera el partido al que mayoritariamente apoyan los católicos, el PP, está
dando ejemplo de una política que pueda satisfacerles.
El bien más preciado de la Iglesia española,
en este momento, es su red de centros de enseñanza concertados. Se trataría,
más bien, de que esos centros se convirtieran en un ejemplo de cómo, aun sin
orientaciones del Estado, puede generarse un sistema educativo eficiente. Y
para eso haría falta que la Iglesia concentrara en este frente sus esfuerzos,
no tanto para lograr la victoria tan pírrica como inútil de 45 minutos de clase
de religión semanales, como para que en sus aulas, ante el signo de la cruz,
los alumnos allí formados mostraran una superior preparación y una mayor
calidad pedagógica que luego pudiera aplicarse al sistema público de enseñanza.
Obstinarse en presentar batalla en el terreno
de la enseñanza de religión, supone haber perdido la batalla por anticipado y equivocarse
en la estrategia: porque el gran problema de la enseñanza en España (pública y
privada) es su baja calidad y las altísimas cotas de fracaso escolar. Supérense
ambos problemas y ese será el sistema educativo extrapolable a toda la
sociedad.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila-rodri@gmail.com