Infokrisis.- Toda la duda estriba en si los marines se retirarán antes de Irak o de Afganistán. Y, justo cuando los EEUU debaten su salida del empantanamiento afgano el recién converso el “socialista cósmico”, Zapatero y su ministra de cuota, anuncian el aumento del contingente español en aquel lejano teatro de operaciones. ¿Cómo está aquel conflicto? ¿Qué puede esperarse de la presencia de nuestros soldados en Afganistán?
Aquello no podía ir bien. Partía de una mentira: que el gobierno afgano había tenido arte y parte en el ataque el WTC. En realidad, todo el problema consistía en que el enigmático Bin Laden parecía oculto en Afganistán. ¿Lo estaba? Seguramente pasó por allí en los años 80 y principios de los 90. Y quizás, incluso estuvo en el momento de los extraños ataques al WTC. Pero también, la propia inteligencia norteamericana lo daba como presente en Sudán, en Arabia Saudí, en Yemen… Cuando se intenta bautizar una operación militar con un nombre rimbombante, ampuloso y retórico es que el objetivo de la misma no es militar sino político: para el Pentágono la invasión de Afganistán se llamó primero “Justicia Infinita” y luego “Libertad Duradera”.
El objetivo de EEUU: retratar a sus aliados
EEUU no abordó la operación en solitario, comprometió a todos sus aliados de la OTAN y de cualquier otro escenario en donde le quedara algún amigo. El presidente Uribe fue el último en sumar 1.000 soldados la contingente, seguramente agradecido por la ayuda y el asesoramiento prestado por EEUU para batir a la narcoguerrilla colombiana.
Los talibanes jamás tuvieron un “ejército” digno de tal nombre. Sin blindados, sin aviación, sin unidades estables, era mucho más parecido a un ejército tribal. De hecho, los neoconservadores norteamericanos tuvieron que crear un nuevo concepto (“Estado frustrado”) para definir la estructura de poder afgana. El concepto era interesado y se aplicaba a Estados que habían caído bajo el control de organizaciones terroristas o mafiosas… En realidad, Afganistán era algo muy diferente. Uno de los legionarios que participaron en la misión española se llevó otra impresión: “Es un Estado anclado en la Edad Media. Muy buena gente, en general, perdida en la Edad Media. Cuando hablas con ellos percibes el abismo que existe”.
Con la excusa de la “lucha antiterrorista”, los EEUU emprendieron el “ablandamiento” de las posiciones afganas durante casi un mes de bombardeos ininterrumpidos y lanzamiento de bombas a gran altura y de misiles desde los navíos de cinco naciones… más sorprendentes todavía dado que Afganistán carece de costas. Luego vino la invasión terrestre. Los marines utilizaron como ariete a la Alianza del Norte cuyo líder el General Ahmed Shah Massoud, contrario a la cooperación con los EEUU, había sido asesinado unos días antes del 11-S...
Los “halcones” que gobernaban en Washington en aquel momento estaban divididos sobre si atacar a Afganistán, Irak e Irán al mismo tiempo o emplear la “teoría del salchichón”: operar la ofensiva de rodaja en rodaja. Optaron por la segunda opción. Los objetivos estratégicos de la guerra eran tres: situar a los marines próximos a los pozos de petróleo de Oriente Medio, controlando además las rutas del petróleo de la zona; estimular los beneficios del complejo militar-petrolero-industrial en el que los neoconservadores ejercían de asesores de distintas empresas de armamento; y, finalmente, lograr que sus aliados se “retrataran” enviando tropas que evidenciaran su sumisión. Jamás pudieron engullir la tercera “rodaja”, Irán.
La OTAN respondió como un solo hombre. Y la España de Aznar lo hizo de manera entusiasta enviando a 350 soldados a finales de enero de 2002. Zapatero, tan presto a retirarse de Irak, fue aumentando paulatinamente el contingente español en Afganistán de manera incomprensible. En algunos momentos ha superado los 1250 soldados. Desde entonces casi un centenar de nuestros muchachos han muerto en aquel conflicto remoto.
¿Terrorismo internacional o insurgencia?
El discurso, infantil del zapaterismo parte de que en Afganistán se cumple un “mandato de Naciones Unidas” y que se está allí en “misión de paz”. Reiteradamente, se justifica esta presencia en función de la “lucha contra el terrorismo internacional”. La ministra Chacón, en una de sus primeras intervenciones cuando estaba todavía embarazada, explicó que la lucha contra ETA y la lucha contra los talibanes son una misma y única lucha “contra el terrorismo”. Declaración ignorante, torpe y mendaz. Y lo que es peor: mentirosa.
Durante la primera guerra afgana contra los soviéticos acudieron voluntarios de todo el mundo atraídos unos por la aventura armada anticomunista (Almerigo Grilz, dirigente padovano del MSI, por ejemplo, murió en el curso de un ataque a una columna blindada soviética) o por la guerra santa islamista (“la Base” creada por Bin Laden al servicio de la CIA). La segunda guerra afgana fue más de lo mismo: sólo que el contingente anticomunista desapareció, pero la guerra fue, de un lado, una “guerra de liberación nacional” contra un ejército ocupante que apoya a un gobierno débil y que no gobierna más allá del barrio de Kabul en el Hamid Karzai ha instalado el palacio presidencia, y por otra una “guerra santa” de islamistas contra no islamistas.
Tratar de terroristas a los insurgentes afganos equivaldría a calificar con el mismo adjetivo a todos los movimientos de resistencia al ocupante y de liberación nacional. La resistencia francesa durante la II Guerra Mundial cometió atentados terroristas contra el ocupante y contra los franceses colaboracionistas y lo mismo vale para la resistencia italiana o yugoslava, o para el Werwolf, resistencia alemana contra el ocupante aliado. El hecho objetivo reconocido por las leyes internacionales es que cualquier país sometido a una ocupación militar tiene el derecho de defenderse. Atacar un convoy militar de la OTAN no podría ser, pues, considerado desde ningún punto de vista como “terrorismo” sino como “insurgencia” o “resistencia”.
Se admite además que la insurgencia afgana ataca solamente a formaciones militares “aliadas” y mucho menos a las unidades militares o policiales afganas. Es fácil entender el motivo: salvo Karzai (político amortizado) y sus colaboradores, apenas existe colaboración activa con el invasor.
Por lo demás, si en algún momento fue cierta la presencia de Bin Laden en Afganistán, de eso han pasado ya muchos años y ningún informe de inteligencia ha reportado la presencia del buscado (¿realmente buscado?) terrorista en las montañas afganas.
Una guerra que podía haberse evitado
Pocas guerras habrán sido tan inútiles como la de Afganistán. No solamente aquel árido territorio carece de riquezas naturales (salvo la heroína que los talibanes casi consiguieron desarraigar y que la presencia norteamericana ha logrado reactivar con la consiguiente oleada de toxicómanos a lo largo de toda la ruta que conduce la droga de los campos de adormideras afganos hasta los mercados de Europa Occidental) sino que la precedente invasión soviética indicaba cómo iba a evolucionar la situación. Además, un somero análisis antropológico y sociológico indicaba a las claras que una serie de tribus levantiscas, distribuidas entre valles y montañas, sin mucha relación entre ellas, y, sobre todo atrasadas viviendo a quinientos años de distancia en relación a las democracias europeas.
¿Puede admitirse en esas circunstancias la pretensión de llevar la “democracia” a Afganistán? ¿Es realista? Por otra parte, si en el otoño de 2001, no se hubiera producido la operación “Justicia Infinita” (sic), tampoco se hubieran producido los destrozos que hacen hoy ingobernable el país. Si de lo que se trataba era de capturar a Bin Laden hubiera bastado con una operación de comando de unos cuantos cientos de Comandos Delta sobre las montañas de Tora-Bora en donde la mitología de la inteligencia norteamericana situaba el escondite de Bin Laden.
A partir de 2007, a medida que los errores y los daños colaterales sobre la población civil fueron aumentando, la insurgencia fue aumentando su base y ampliando su radio de acción, los atentados contra las tropas de ocupación aliadas se multiplicaron. La guerra que, en principio, parecía fácil de resolver, se convirtió en un calvario para los marines y los demás contingentes aliados que apenas se atrevían –como en Irak- a abandonar sus bases. Como en toda guerra de liberación, la insurgencia afgana se empezó a beneficiar de un amplio nivel de complicidades, informadores, colaboradores y voluntarios que hizo, que, poco a poco, incluso zonas como la ocupada por el contingente español en donde apenas se habían producido combates pasaran a ser en pocas semanas peligrosas. En esas condiciones es imposible vencer salvo disparando indiscriminada y masivamente sobre la población civil, seguros de que cada afgano es un adversario en potencia. Otro miembro del contingente español nos definió la situación en agosto 2009: “Incluso el afgano que acepta ir a las clases de castellano puede hacerlo simplemente para cronometrar nuestros trayectos y localizar a nuestros efectivos. Aquello está perdido y no puede hacerse nada”.
Nunca una guerra tan absurda ha llevado a tantos países a un callejón sin salida.
¿La defensa nacional española puede librarse en Afganistán?
Casi un centenar de muertos no son como para tomárselos a broma. El militar asume el hecho de que su compromiso incluye un riesgo para su vida. En el acto de la jura de bandera se compromete a morir en defensa de su país, de su sistema legal y de su sociedad… pero nunca morir en defensa de no se sabe exactamente el qué. La “aventura afgana” iniciada por el PP fue amplificada por ZP sin duda para hacer olvidar la defección iraquí.
El Consejo de Ministros, por Acuerdo de 27 de diciembre de 2001, autorizó la participación de unidades militares españolas en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (International Security Assistance Force, ISAF) en apoyo del “gobierno interino afgano”. Los inicialmente 350 soldados que llegaron en enero de 2002 se redujeron a 130 hasta julio de 2004 para incrementarse en ese momento en 540 soldados más. La excusa para este incremento fue el hospital de campaña gestionado por españoles en Kabul. Zapatero, ya en ese momento, siguió alardeando de que la misión del contingente era “humanitaria”: repartir bocadillos, realizar tratamientos médicos y en el colmo del absurdo, enseñar castellano…
El 21 de febrero de 2005, Pepe Bono, entonces ministro de defensa informó ante la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados, sobre la intención del Gobierno de cambiar el despliegue de unidades militares españolas en Kabul para liderar una Base de Apoyo Avanzada en Herat, al oeste del país, y un Equipo de Reconstrucción Provincial. Esta iniciativa obtuvo el respaldo mayoritario de los grupos parlamentarios del PSOE y del PP que, en este tema, han mantenido siempre la necesidad de nuestra presencia en aquellas tierras
Nuevamente, el 22 de junio de 2005, el ministro de Defensa presentó, ante la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados, la necesidad de apoyar a las elecciones –que resultarían un fraude tan sólo superado por las que tuvieron lugar cuatro años después- con el despliegue de un batallón de infantería, obteniendo el respaldo nuevamente del PP y del PSOE. El 12 de mayo de 2006, a la vista de que el conflicto empezaba a ir cuesta arriba y que el “desencuentro” entre ZP y Bush no remitía, el Gobierno decidió reforzar sus unidades autorizando el aumento de 150 efectivos, verdadera vaselina para atenuar la fricción. El PP se manifestó a favor. La única crítica realizada por Rajoy consistió en recordar que aquello era una guerra y en absoluto una “misión humanitaria”. Nada más que una polémica semántica diferenciaba la posición de los dos grandes partidos. En este caso también, “la alternativa consiste en que no hay alternativa”.
El 25 de septiembre de 2007, el Ministro de Defensa solicitó y obtuvo de la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados la autorización para el envío de dos Equipos Operativos de Asesoramiento y Enlace, con un contingente de 52 personas más. La cifra de nuestros muchachos en Afganistán llegaba a 690.
En el periodo 2001-2005 y, dentro del compromiso de desembolso adquirido en la Conferencia de Tokio, España contribuyó con 110 millones de euros para la reconstrucción de Afganistán. En la Conferencia de Londres, de 1 febrero de 2006, España comprometió asimismo 150 millones de euros más para el período 2006¬-2010. Estas cifras nos sitúan en el octavo puesto absoluto de compromisos de donantes y en el cuarto europeo, detrás del Reino Unido, Alemania y la Comisión Europea…
Nada de todo esto podrá hacer olvidar el accidente del Yak-42 y el ataque de Cougar que se saldó con el derribo de un helicóptero español y graves averías en otro. Casi un centenar de muertos es el resultado (casi milagroso y que podía haberse duplicado) de esta aventura. El 23 de septiembre de 2009, se encuentran en aquello zona de guerra 778 militares españoles a los que se sumarían otros 220 en poco tiempo hasta alcanzar el millar. El coste adicional del envío de estas 220 soldados supondrá 20’8 millones de euros anuales más, insoportable en tiempos de crisis. Guerra inútil, presencia absurda… pero cara.
Las excusas de Zapatero
Cínico entre los cínicos e ignorante entre los ignorantes, Zapatero en el curso de unas declaraciones grabadas con la CNN en Nueva York el pasado 21 de septiembre, aseguró que su proyecto consistía en promover una "gran alianza con el islamismo moderado para aislar a los radicales violentos” y defendió una "acción política global" que comience en Oriente Medio para lograr la paz y la seguridad en Afganistán… Zapatero consideró que era necesario aumentar la presencia española en Afganistán y anunció que ese sería el mensaje que trasladaría a Barack Hussein Obama, cuando se reúna con él en la Casa Blanca el próximo 13 de octubre.
Volvió a insistir en la idea de preparar a la medieval sociedad afgana un “futuro democrático” (que ellos mismos son los primeros en no solicitar…), vinculando el destino de aquella guerra absurda al “proceso de paz de Oriente Medio”… Triunfalmente añadió que "Obama sabe que España está comprometida con Afganistán y que lo va a seguir estando". En cuanto a nuestros niveles de participación los calificó de “razonables”. Seguramente es el único en pensar todo esto.
Vale la pena preguntarse qué entiende ZP por “islamistas moderados”. También lo aclaró: los gobiernos turco y marroquí, de los que Zapatero se considera el valedor para su ingreso en la Unión Europea (y hay que echarse a temblar ante la próxima presidencia de ZP en la UE en donde, sin duda, intentará facilitar la entrada de ambos países).
La realidad de una guerra
En su encuentro con Berlusconi el pasado 10 de septiembre, ambos mandatarios acordaron que un general español sustituyera al italiano que dirige la fuerza paz en Libia. A nadie se le escapa que Berlusconi considera un “rosa” a Zapatero. Lo desprecia como ambiguo y suele realizar chistes y comentarios sobre la legislación española en torno a los gays. No es raro que la reunión tuviera lugar justo en el lugar en donde El País difundió las fotos de Berlusconi con prostitutas. Por tanto no pudo extrañar que mientras el jefe de gobierno italiano intercambiara saludos protocolarios con Zapatero, el diario Il Foglio (dirigido por un hombre de confianza de Berlusconi) lanzara ataques furibundos sobre la política española en Afganistán justo en los momentos en los seis soldados italianos habían muerto en un enfrentamiento con la insurgencia. El artículo estaba demasiado bien documentado como para pensar que no se había nutrido de fuentes de la inteligencia militar italiana.
El artículo destacaba la falta de combatividad del contingente español, no por falta de espíritu militar, sino por las limitaciones impuestas por el gobierno español (solamente pueden utilizar sus armas en defensa propia, pero no en acciones ofensivas…), lo que contribuye a que los italianos tengan desguarnecidos sus flancos y se favorezca a la ofensiva talibán. En varias ocasiones los helicópteros norteamericanos habían tenido que acudir en defensa de la infantería italiana a causa de que los soldados españoles argumentan no poder ayudarlo “por órdenes superiores”. El artículo de Il Foglio se revelaba que las tropas españolas no habían participado en ningún combate entre mayo y julio… Zonas, oficialmente defendidas por españoles, de hecho lo están por italianos. “Madrid” ha llegado a negar la ayuda de los seis helicópteros de transporte y de los aparatos teledirigidos de observación Searcher.
Vale la pena recordar que la aportación italiana es tres veces superior a la española en efectivos y helicópteros y sin limitaciones en cuanto a las tácticas a emplear. Sin embargo, el atentado que costó la vida a seis militares italianos desencadenó una verdadera convulsión en la sociedad italiana e incluso en la opinión del gobierno Berlusconi sobre la actitud ante el conflicto: el telegénico mandatario italiano anunció una retirada gradual a la vista de la evolución del conflicto. Es lo más razonable que cabría esperar de cualquier gobierno europeo.
El estado de la cuestión en España
En España solamente hay debate sobre terrorismo cuando ETA coloca muertos sobre la mesa. Solamente existe debate sobre la inmigración cuando hay incidentes. Solamente hay debate sobre nuestra presencia en misiones exteriores cuando llegan féretros. Aquí jamás se ha debatido ni sobre la entrada de Turquía en la UE y solamente sobre las importaciones hortofrutícolas marroquíes cuando algún sindicato agrícola se queja de la caída en picado de los precios (que no repercute en los mercados)… Por tanto no es de extrañar que no haya debate sobre lo que hacemos o dejamos de hacer en Afganistán a la vista de que PP y PSOE mantienen la misma posición sobre todos estos temas. Ni hay debate, ni se le espera. Y si no hay debate es señal de que tampoco hay muertos. Ésa es la buena noticia.
La mala es que nuestras tropas, despreciadas por sus vecinos, abochornadas por la actitud de un gobierno y de una ministra que no conciben la vida de nuestros soldados más que como moneda de cambio para ser recibido en el hall de la Casa Blanca, hostigados por una insurgencia que percibe en ellos el “eslabón más débil” en la zona de Herat, ni siquiera tienen estructura de combate suficiente como para prevenir y repeler ataques. O se aumenta el contingente y se le liberan las manos para que puedan atacar a los islamistas en sus reductos, o militarmente aquello está perdido. Los 1.000 destacados allí son insuficientes para abordar tareas ofensivas.
Sobre asuntos especializados –y la participación en una zona de guerra es uno de esos asuntos-, hay que someterse a los criterios técnicos especializados, en este caso de los militares. Los militares en todo este asunto han sido los últimos monos. Cuando las conveniencias políticas se anteponen a la lógica militar, van a producirse víctimas, cuando se mantiene el autoengaño de la ayuda humanitaria en zona de combate, las bajas son inevitables.
¡Que la sangre de nuestros muchachos muertos caiga sobre la conciencia –por atrofiada que esté- de quienes los han enviado a morir en una guerra absurda!
[recuadros fuera de texto]
Ningún hijo de político marcha a Afganistán
“Yo invito a Obama; pago con la vida de tu hijo”
El envío de una nueva unidad de 220 militares a Afganistán decidido por el congreso de los diputados el 21 de septiembre fue apoyado, nuevamente por el PP. Así, la misión, se convierte en la más numerosa de las que España desarrolla en el exterior (por delante de la que se encuentra en Líbano) cuenta en la actualidad, además, con otros 450 soldados del denominado batallón electoral y con 80 más que viajaron ayer a Afganistán para asumir la dirección del aeropuerto de Kabul.
Actualmente el contingente español dirige la Base de Apoyo Avanzada (FSB) en Herat y el Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT) de Qala i Naw, en la provincia de Badghis, en el oeste del país. Hay personal español en el Cuartel General de Mando Regional de Herat, liderado por Italia; en el Cuartel General de ISAF en Kabul; y un destacamento aéreo en la base estadounidense de Manás, en el Kirguizistán. Esta presencia ha tenido un duro tributo de sangre: 87 fallecidos, el 10% del contingente.
Seis de ellos murieron en una acción de guerra, 17 en el derribo del helicóptero en Cougar, 62 en el Yak-42 y dos en accidentes diversos. Muertes de chicos jóvenes, absurdas y que podrían haberse evitado si Aznar y Zapatero hubieran pensado en los intereses de la defensa nacional antes que en aspirar a sentarse a la diestra del “emperador”. Nuestros muchachos dan la vida en Afganistán para que los presidentes del gobierno puedan fotografiarse con el presidente norteamericano de turno.
Ningún hijo de la clase política está arriesgando su vida en Afganistán. Seguramente por eso la actitud del gobierno es tan frívola y despreciativa con la seguridad de nuestras tropas.
© Ernest Milà – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen
Aquello no podía ir bien. Partía de una mentira: que el gobierno afgano había tenido arte y parte en el ataque el WTC. En realidad, todo el problema consistía en que el enigmático Bin Laden parecía oculto en Afganistán. ¿Lo estaba? Seguramente pasó por allí en los años 80 y principios de los 90. Y quizás, incluso estuvo en el momento de los extraños ataques al WTC. Pero también, la propia inteligencia norteamericana lo daba como presente en Sudán, en Arabia Saudí, en Yemen… Cuando se intenta bautizar una operación militar con un nombre rimbombante, ampuloso y retórico es que el objetivo de la misma no es militar sino político: para el Pentágono la invasión de Afganistán se llamó primero “Justicia Infinita” y luego “Libertad Duradera”.
El objetivo de EEUU: retratar a sus aliados
EEUU no abordó la operación en solitario, comprometió a todos sus aliados de la OTAN y de cualquier otro escenario en donde le quedara algún amigo. El presidente Uribe fue el último en sumar 1.000 soldados la contingente, seguramente agradecido por la ayuda y el asesoramiento prestado por EEUU para batir a la narcoguerrilla colombiana.
Los talibanes jamás tuvieron un “ejército” digno de tal nombre. Sin blindados, sin aviación, sin unidades estables, era mucho más parecido a un ejército tribal. De hecho, los neoconservadores norteamericanos tuvieron que crear un nuevo concepto (“Estado frustrado”) para definir la estructura de poder afgana. El concepto era interesado y se aplicaba a Estados que habían caído bajo el control de organizaciones terroristas o mafiosas… En realidad, Afganistán era algo muy diferente. Uno de los legionarios que participaron en la misión española se llevó otra impresión: “Es un Estado anclado en la Edad Media. Muy buena gente, en general, perdida en la Edad Media. Cuando hablas con ellos percibes el abismo que existe”.
Con la excusa de la “lucha antiterrorista”, los EEUU emprendieron el “ablandamiento” de las posiciones afganas durante casi un mes de bombardeos ininterrumpidos y lanzamiento de bombas a gran altura y de misiles desde los navíos de cinco naciones… más sorprendentes todavía dado que Afganistán carece de costas. Luego vino la invasión terrestre. Los marines utilizaron como ariete a la Alianza del Norte cuyo líder el General Ahmed Shah Massoud, contrario a la cooperación con los EEUU, había sido asesinado unos días antes del 11-S...
Los “halcones” que gobernaban en Washington en aquel momento estaban divididos sobre si atacar a Afganistán, Irak e Irán al mismo tiempo o emplear la “teoría del salchichón”: operar la ofensiva de rodaja en rodaja. Optaron por la segunda opción. Los objetivos estratégicos de la guerra eran tres: situar a los marines próximos a los pozos de petróleo de Oriente Medio, controlando además las rutas del petróleo de la zona; estimular los beneficios del complejo militar-petrolero-industrial en el que los neoconservadores ejercían de asesores de distintas empresas de armamento; y, finalmente, lograr que sus aliados se “retrataran” enviando tropas que evidenciaran su sumisión. Jamás pudieron engullir la tercera “rodaja”, Irán.
La OTAN respondió como un solo hombre. Y la España de Aznar lo hizo de manera entusiasta enviando a 350 soldados a finales de enero de 2002. Zapatero, tan presto a retirarse de Irak, fue aumentando paulatinamente el contingente español en Afganistán de manera incomprensible. En algunos momentos ha superado los 1250 soldados. Desde entonces casi un centenar de nuestros muchachos han muerto en aquel conflicto remoto.
¿Terrorismo internacional o insurgencia?
El discurso, infantil del zapaterismo parte de que en Afganistán se cumple un “mandato de Naciones Unidas” y que se está allí en “misión de paz”. Reiteradamente, se justifica esta presencia en función de la “lucha contra el terrorismo internacional”. La ministra Chacón, en una de sus primeras intervenciones cuando estaba todavía embarazada, explicó que la lucha contra ETA y la lucha contra los talibanes son una misma y única lucha “contra el terrorismo”. Declaración ignorante, torpe y mendaz. Y lo que es peor: mentirosa.
Durante la primera guerra afgana contra los soviéticos acudieron voluntarios de todo el mundo atraídos unos por la aventura armada anticomunista (Almerigo Grilz, dirigente padovano del MSI, por ejemplo, murió en el curso de un ataque a una columna blindada soviética) o por la guerra santa islamista (“la Base” creada por Bin Laden al servicio de la CIA). La segunda guerra afgana fue más de lo mismo: sólo que el contingente anticomunista desapareció, pero la guerra fue, de un lado, una “guerra de liberación nacional” contra un ejército ocupante que apoya a un gobierno débil y que no gobierna más allá del barrio de Kabul en el Hamid Karzai ha instalado el palacio presidencia, y por otra una “guerra santa” de islamistas contra no islamistas.
Tratar de terroristas a los insurgentes afganos equivaldría a calificar con el mismo adjetivo a todos los movimientos de resistencia al ocupante y de liberación nacional. La resistencia francesa durante la II Guerra Mundial cometió atentados terroristas contra el ocupante y contra los franceses colaboracionistas y lo mismo vale para la resistencia italiana o yugoslava, o para el Werwolf, resistencia alemana contra el ocupante aliado. El hecho objetivo reconocido por las leyes internacionales es que cualquier país sometido a una ocupación militar tiene el derecho de defenderse. Atacar un convoy militar de la OTAN no podría ser, pues, considerado desde ningún punto de vista como “terrorismo” sino como “insurgencia” o “resistencia”.
Se admite además que la insurgencia afgana ataca solamente a formaciones militares “aliadas” y mucho menos a las unidades militares o policiales afganas. Es fácil entender el motivo: salvo Karzai (político amortizado) y sus colaboradores, apenas existe colaboración activa con el invasor.
Por lo demás, si en algún momento fue cierta la presencia de Bin Laden en Afganistán, de eso han pasado ya muchos años y ningún informe de inteligencia ha reportado la presencia del buscado (¿realmente buscado?) terrorista en las montañas afganas.
Una guerra que podía haberse evitado
Pocas guerras habrán sido tan inútiles como la de Afganistán. No solamente aquel árido territorio carece de riquezas naturales (salvo la heroína que los talibanes casi consiguieron desarraigar y que la presencia norteamericana ha logrado reactivar con la consiguiente oleada de toxicómanos a lo largo de toda la ruta que conduce la droga de los campos de adormideras afganos hasta los mercados de Europa Occidental) sino que la precedente invasión soviética indicaba cómo iba a evolucionar la situación. Además, un somero análisis antropológico y sociológico indicaba a las claras que una serie de tribus levantiscas, distribuidas entre valles y montañas, sin mucha relación entre ellas, y, sobre todo atrasadas viviendo a quinientos años de distancia en relación a las democracias europeas.
¿Puede admitirse en esas circunstancias la pretensión de llevar la “democracia” a Afganistán? ¿Es realista? Por otra parte, si en el otoño de 2001, no se hubiera producido la operación “Justicia Infinita” (sic), tampoco se hubieran producido los destrozos que hacen hoy ingobernable el país. Si de lo que se trataba era de capturar a Bin Laden hubiera bastado con una operación de comando de unos cuantos cientos de Comandos Delta sobre las montañas de Tora-Bora en donde la mitología de la inteligencia norteamericana situaba el escondite de Bin Laden.
A partir de 2007, a medida que los errores y los daños colaterales sobre la población civil fueron aumentando, la insurgencia fue aumentando su base y ampliando su radio de acción, los atentados contra las tropas de ocupación aliadas se multiplicaron. La guerra que, en principio, parecía fácil de resolver, se convirtió en un calvario para los marines y los demás contingentes aliados que apenas se atrevían –como en Irak- a abandonar sus bases. Como en toda guerra de liberación, la insurgencia afgana se empezó a beneficiar de un amplio nivel de complicidades, informadores, colaboradores y voluntarios que hizo, que, poco a poco, incluso zonas como la ocupada por el contingente español en donde apenas se habían producido combates pasaran a ser en pocas semanas peligrosas. En esas condiciones es imposible vencer salvo disparando indiscriminada y masivamente sobre la población civil, seguros de que cada afgano es un adversario en potencia. Otro miembro del contingente español nos definió la situación en agosto 2009: “Incluso el afgano que acepta ir a las clases de castellano puede hacerlo simplemente para cronometrar nuestros trayectos y localizar a nuestros efectivos. Aquello está perdido y no puede hacerse nada”.
Nunca una guerra tan absurda ha llevado a tantos países a un callejón sin salida.
¿La defensa nacional española puede librarse en Afganistán?
Casi un centenar de muertos no son como para tomárselos a broma. El militar asume el hecho de que su compromiso incluye un riesgo para su vida. En el acto de la jura de bandera se compromete a morir en defensa de su país, de su sistema legal y de su sociedad… pero nunca morir en defensa de no se sabe exactamente el qué. La “aventura afgana” iniciada por el PP fue amplificada por ZP sin duda para hacer olvidar la defección iraquí.
El Consejo de Ministros, por Acuerdo de 27 de diciembre de 2001, autorizó la participación de unidades militares españolas en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (International Security Assistance Force, ISAF) en apoyo del “gobierno interino afgano”. Los inicialmente 350 soldados que llegaron en enero de 2002 se redujeron a 130 hasta julio de 2004 para incrementarse en ese momento en 540 soldados más. La excusa para este incremento fue el hospital de campaña gestionado por españoles en Kabul. Zapatero, ya en ese momento, siguió alardeando de que la misión del contingente era “humanitaria”: repartir bocadillos, realizar tratamientos médicos y en el colmo del absurdo, enseñar castellano…
El 21 de febrero de 2005, Pepe Bono, entonces ministro de defensa informó ante la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados, sobre la intención del Gobierno de cambiar el despliegue de unidades militares españolas en Kabul para liderar una Base de Apoyo Avanzada en Herat, al oeste del país, y un Equipo de Reconstrucción Provincial. Esta iniciativa obtuvo el respaldo mayoritario de los grupos parlamentarios del PSOE y del PP que, en este tema, han mantenido siempre la necesidad de nuestra presencia en aquellas tierras
Nuevamente, el 22 de junio de 2005, el ministro de Defensa presentó, ante la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados, la necesidad de apoyar a las elecciones –que resultarían un fraude tan sólo superado por las que tuvieron lugar cuatro años después- con el despliegue de un batallón de infantería, obteniendo el respaldo nuevamente del PP y del PSOE. El 12 de mayo de 2006, a la vista de que el conflicto empezaba a ir cuesta arriba y que el “desencuentro” entre ZP y Bush no remitía, el Gobierno decidió reforzar sus unidades autorizando el aumento de 150 efectivos, verdadera vaselina para atenuar la fricción. El PP se manifestó a favor. La única crítica realizada por Rajoy consistió en recordar que aquello era una guerra y en absoluto una “misión humanitaria”. Nada más que una polémica semántica diferenciaba la posición de los dos grandes partidos. En este caso también, “la alternativa consiste en que no hay alternativa”.
El 25 de septiembre de 2007, el Ministro de Defensa solicitó y obtuvo de la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados la autorización para el envío de dos Equipos Operativos de Asesoramiento y Enlace, con un contingente de 52 personas más. La cifra de nuestros muchachos en Afganistán llegaba a 690.
En el periodo 2001-2005 y, dentro del compromiso de desembolso adquirido en la Conferencia de Tokio, España contribuyó con 110 millones de euros para la reconstrucción de Afganistán. En la Conferencia de Londres, de 1 febrero de 2006, España comprometió asimismo 150 millones de euros más para el período 2006¬-2010. Estas cifras nos sitúan en el octavo puesto absoluto de compromisos de donantes y en el cuarto europeo, detrás del Reino Unido, Alemania y la Comisión Europea…
Nada de todo esto podrá hacer olvidar el accidente del Yak-42 y el ataque de Cougar que se saldó con el derribo de un helicóptero español y graves averías en otro. Casi un centenar de muertos es el resultado (casi milagroso y que podía haberse duplicado) de esta aventura. El 23 de septiembre de 2009, se encuentran en aquello zona de guerra 778 militares españoles a los que se sumarían otros 220 en poco tiempo hasta alcanzar el millar. El coste adicional del envío de estas 220 soldados supondrá 20’8 millones de euros anuales más, insoportable en tiempos de crisis. Guerra inútil, presencia absurda… pero cara.
Las excusas de Zapatero
Cínico entre los cínicos e ignorante entre los ignorantes, Zapatero en el curso de unas declaraciones grabadas con la CNN en Nueva York el pasado 21 de septiembre, aseguró que su proyecto consistía en promover una "gran alianza con el islamismo moderado para aislar a los radicales violentos” y defendió una "acción política global" que comience en Oriente Medio para lograr la paz y la seguridad en Afganistán… Zapatero consideró que era necesario aumentar la presencia española en Afganistán y anunció que ese sería el mensaje que trasladaría a Barack Hussein Obama, cuando se reúna con él en la Casa Blanca el próximo 13 de octubre.
Volvió a insistir en la idea de preparar a la medieval sociedad afgana un “futuro democrático” (que ellos mismos son los primeros en no solicitar…), vinculando el destino de aquella guerra absurda al “proceso de paz de Oriente Medio”… Triunfalmente añadió que "Obama sabe que España está comprometida con Afganistán y que lo va a seguir estando". En cuanto a nuestros niveles de participación los calificó de “razonables”. Seguramente es el único en pensar todo esto.
Vale la pena preguntarse qué entiende ZP por “islamistas moderados”. También lo aclaró: los gobiernos turco y marroquí, de los que Zapatero se considera el valedor para su ingreso en la Unión Europea (y hay que echarse a temblar ante la próxima presidencia de ZP en la UE en donde, sin duda, intentará facilitar la entrada de ambos países).
La realidad de una guerra
En su encuentro con Berlusconi el pasado 10 de septiembre, ambos mandatarios acordaron que un general español sustituyera al italiano que dirige la fuerza paz en Libia. A nadie se le escapa que Berlusconi considera un “rosa” a Zapatero. Lo desprecia como ambiguo y suele realizar chistes y comentarios sobre la legislación española en torno a los gays. No es raro que la reunión tuviera lugar justo en el lugar en donde El País difundió las fotos de Berlusconi con prostitutas. Por tanto no pudo extrañar que mientras el jefe de gobierno italiano intercambiara saludos protocolarios con Zapatero, el diario Il Foglio (dirigido por un hombre de confianza de Berlusconi) lanzara ataques furibundos sobre la política española en Afganistán justo en los momentos en los seis soldados italianos habían muerto en un enfrentamiento con la insurgencia. El artículo estaba demasiado bien documentado como para pensar que no se había nutrido de fuentes de la inteligencia militar italiana.
El artículo destacaba la falta de combatividad del contingente español, no por falta de espíritu militar, sino por las limitaciones impuestas por el gobierno español (solamente pueden utilizar sus armas en defensa propia, pero no en acciones ofensivas…), lo que contribuye a que los italianos tengan desguarnecidos sus flancos y se favorezca a la ofensiva talibán. En varias ocasiones los helicópteros norteamericanos habían tenido que acudir en defensa de la infantería italiana a causa de que los soldados españoles argumentan no poder ayudarlo “por órdenes superiores”. El artículo de Il Foglio se revelaba que las tropas españolas no habían participado en ningún combate entre mayo y julio… Zonas, oficialmente defendidas por españoles, de hecho lo están por italianos. “Madrid” ha llegado a negar la ayuda de los seis helicópteros de transporte y de los aparatos teledirigidos de observación Searcher.
Vale la pena recordar que la aportación italiana es tres veces superior a la española en efectivos y helicópteros y sin limitaciones en cuanto a las tácticas a emplear. Sin embargo, el atentado que costó la vida a seis militares italianos desencadenó una verdadera convulsión en la sociedad italiana e incluso en la opinión del gobierno Berlusconi sobre la actitud ante el conflicto: el telegénico mandatario italiano anunció una retirada gradual a la vista de la evolución del conflicto. Es lo más razonable que cabría esperar de cualquier gobierno europeo.
El estado de la cuestión en España
En España solamente hay debate sobre terrorismo cuando ETA coloca muertos sobre la mesa. Solamente existe debate sobre la inmigración cuando hay incidentes. Solamente hay debate sobre nuestra presencia en misiones exteriores cuando llegan féretros. Aquí jamás se ha debatido ni sobre la entrada de Turquía en la UE y solamente sobre las importaciones hortofrutícolas marroquíes cuando algún sindicato agrícola se queja de la caída en picado de los precios (que no repercute en los mercados)… Por tanto no es de extrañar que no haya debate sobre lo que hacemos o dejamos de hacer en Afganistán a la vista de que PP y PSOE mantienen la misma posición sobre todos estos temas. Ni hay debate, ni se le espera. Y si no hay debate es señal de que tampoco hay muertos. Ésa es la buena noticia.
La mala es que nuestras tropas, despreciadas por sus vecinos, abochornadas por la actitud de un gobierno y de una ministra que no conciben la vida de nuestros soldados más que como moneda de cambio para ser recibido en el hall de la Casa Blanca, hostigados por una insurgencia que percibe en ellos el “eslabón más débil” en la zona de Herat, ni siquiera tienen estructura de combate suficiente como para prevenir y repeler ataques. O se aumenta el contingente y se le liberan las manos para que puedan atacar a los islamistas en sus reductos, o militarmente aquello está perdido. Los 1.000 destacados allí son insuficientes para abordar tareas ofensivas.
Sobre asuntos especializados –y la participación en una zona de guerra es uno de esos asuntos-, hay que someterse a los criterios técnicos especializados, en este caso de los militares. Los militares en todo este asunto han sido los últimos monos. Cuando las conveniencias políticas se anteponen a la lógica militar, van a producirse víctimas, cuando se mantiene el autoengaño de la ayuda humanitaria en zona de combate, las bajas son inevitables.
¡Que la sangre de nuestros muchachos muertos caiga sobre la conciencia –por atrofiada que esté- de quienes los han enviado a morir en una guerra absurda!
[recuadros fuera de texto]
Ningún hijo de político marcha a Afganistán
“Yo invito a Obama; pago con la vida de tu hijo”
El envío de una nueva unidad de 220 militares a Afganistán decidido por el congreso de los diputados el 21 de septiembre fue apoyado, nuevamente por el PP. Así, la misión, se convierte en la más numerosa de las que España desarrolla en el exterior (por delante de la que se encuentra en Líbano) cuenta en la actualidad, además, con otros 450 soldados del denominado batallón electoral y con 80 más que viajaron ayer a Afganistán para asumir la dirección del aeropuerto de Kabul.
Actualmente el contingente español dirige la Base de Apoyo Avanzada (FSB) en Herat y el Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT) de Qala i Naw, en la provincia de Badghis, en el oeste del país. Hay personal español en el Cuartel General de Mando Regional de Herat, liderado por Italia; en el Cuartel General de ISAF en Kabul; y un destacamento aéreo en la base estadounidense de Manás, en el Kirguizistán. Esta presencia ha tenido un duro tributo de sangre: 87 fallecidos, el 10% del contingente.
Seis de ellos murieron en una acción de guerra, 17 en el derribo del helicóptero en Cougar, 62 en el Yak-42 y dos en accidentes diversos. Muertes de chicos jóvenes, absurdas y que podrían haberse evitado si Aznar y Zapatero hubieran pensado en los intereses de la defensa nacional antes que en aspirar a sentarse a la diestra del “emperador”. Nuestros muchachos dan la vida en Afganistán para que los presidentes del gobierno puedan fotografiarse con el presidente norteamericano de turno.
Ningún hijo de la clase política está arriesgando su vida en Afganistán. Seguramente por eso la actitud del gobierno es tan frívola y despreciativa con la seguridad de nuestras tropas.
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