sábado, 16 de octubre de 2010

El Misterio de la Catedral de Barcelona. L'Ou com balla.

Infokrisis.- Una de las más celebradas tradiciones en la catedral de Barcelona es la que tiene lugar en el templete de Sant Jordi en el claustro de la catedral, cuando un huevo es mantenido en el aire impulsado por el chorro de una fuente. Sobre el origen y el significado de esta tradición (cuyo origen situamos en el siglo XVII seguramente traída por exiliados de la Guerra de Sucesión que habían permanecido en Austria) trata este capítulo. El huevo es el símbolo hermético de la "obra" al contener el germen de todos los desarrollos posteriores.



El misterio de la Catedral de Barcelona
Segunda Parte
Capítulo VII
L'OU COM BALLA

El llamado "Pequeño Tratado sobre la Piedra Filosofal" ha llegado hasta nosotros en varias ediciones anastásicas de la primera del Museum Hermeticum, datada en 1677. "He leído la  Filosofía y la he comprendido bien", dice una filacteria en la introducción situada bajo el blasón de su familia. El tratado de Lambsprink es interesante, no sólo por la belleza de sus ilustraciones y la notable precisión del texto que las acompaña, sino también  según explica en la introducción  por que, como él mismo confiesa, "he seguido un orden notable, a fin de que pobres y ricos comprendan".

La "primera figura" del tratado es extraordinariamente evocadora y nos muestra un mar por el que navega un barco y dos peces. En lo alto de los cielos, aun sin verse, el sol ilumina la escena, creando luces y sombras; uno de los peces nada en la luz; el otro entre tinieblas. El texto que acompaña el grabado explica: "Hay en nuestro mar dos peces, enteramente despojados de carne y de hueso" (...) "Los dos peces, parecen no ser más que uno, pero, no obstante, son dos y sin embargo una sola cosa. Cuerpo, Alma y Espíritu". El simbolismo no puede ser más diáfano: el mar lo contiene todo; ese mar es el caos originario, el que alberga todos los elementos y estados. El barco, es la representación del cuerpo humano al que evoca por su materialidad y solidez, construido en madera, a merced de los vientos que hinchan su vela. Los dos peces, uno iluminado y otro en penumbra, son las evocaciones de los dos estados del espíritu, que los hermetistas conocían como las dos formas del Mercurio. Las escamas de los peces, de la misma tintura que la Luna y que el Mercurio, su movilidad, idéntica a la inestabilidad del metal líquido, no dejan lugar a dudas. Un pez nada entre la luz, es el espíritu rectificado, rescatado y limpio de impurezas, lo que el sabio hermetista conoció como "Mercurio andrógino"; el otro, compartiendo las tinieblas y sin acceso a las fuentes de luz, cortado de ella, es el Mercurio lunar. A lo alto, el sol invisible se alza sobre las tinieblas; su situación y su luminosidad nos dicen que es el elemento sobrenatural del conjunto y oímos resonar otra vez las palabras del Génesis "el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas", es decir, algo exterior al caos de lo que el caos nació. Y ese "espíritu de Dios" está representado en las tradiciones Catedralicias, por un simple y sencillo huevo.

Tradicionalmente los equinoccios están relacionados con el mundo terrestre y con sus variaciones; los solsticios, por el contrario, aluden al mundo sideral. De ahí que los pueblos antiguos representasen los solsticios mediante una línea vertical, que indicaría ascenso y descenso y los equinoccios con un trazo horizontal, representación del mundo terrenal. Esta dualidad no está carente de interés y se traduce en las concepciones religiosas de los pueblos. Los que hacen de los solsticios el eje de su identidad religiosa, adoptarán cultos de tipo solar; mientras que los otros se referirán a cultos telúricos y ginecocráticos, o si se quiere, a cultos lunares. Con frecuencia, ambas concepciones se interfieren como producto de las migraciones de los pueblos, las mezclas e inevitables sincretismos. Así, por ejemplo, Apolo, concebido como el Sol en sí, inmóvil y soberano (traído a Grecia por Aqueos y Dorios, indo-arios), sufre la adulteración de los pueblos equinocciales de la Grecia Antigua (los pueblos pre-arios, minoicos, cretenses, etc.), transformándose en Helios, representación del sol sometido a la ley de ascenso y descenso, que cada noche se refugia en la madre tierra donde cobra nuevos bríos para ascender al día siguiente.

Hay que incluir los cultos y temas equinocciales entre los de la Gran Madre, cultos relacionados con la floración de la tierra, con lo caótico y desordenado de los bosques, es decir, con todo lo relativo al reino vegetal. La secuencia de las estaciones hace que al frío invierno siga la bondad de la primavera. La naturaleza experimenta un cambio radical, se aceleran los deshielos y los arroyos descienden impetuosos. El verdor empieza a enseñorearse de los campos y lo que se presentía en el solsticio de invierno -el triunfo del "Solis Invictus", el sol invencible- se confirma ahora. En aquella ocasión el astro rey alcanzó el punto más lejano de la elíptica y comenzaba su recuperación, confirmada ahora con la floración de la naturaleza.

El primer brote que despunta y que puede recogerse antes de la llegada del verano, es el haba que se incluía antes como único regalo de los torteles de Reyes que, ya de por sí, en su forma, eran símbolo mismo del Caos primordial. En el interior del Tortel-Caos se encontraba el principio de la generación, el haba, mientras que su exterior se adornaba con una corona de oro hecha en papel. En cuanto al haba se ha visto frecuentemente relacionada con cultos mistéricos y sobre él han pesado interdictos dignos de mención. En tanto que primicia de la cosecha, los pitagóricos establecieron la prohibición de comerlas como tributo a la Madre Tierra. Otra tradición clásica, rememoraba el gesto del héroe Teseo quien, de regreso a Creta, ofreció un sacrificio a los dioses cociendo cáscaras de habas y comiéndolas con sus  compañeros, como rito para un feliz regreso. El residuo de lo que era sagrado en primavera, era utilizado en los confines del otoño para augurar la futura renovación de la naturaleza.

Pocos pueblos han sido tan festivos como el romano, hasta el punto de que buena parte de las actuales celebraciones y fiestas de primavera son una herencia de la Roma antigua. Vinalias, rubigalias, parilias y, finalmente, las floralias, recordaban momentos decisivos en la historia de Roma y de sus mitos. Las parilias -21 de abril- aludían a la fecha de fundación de Roma. Por analogía, era la festividad que celebraban las madres embarazadas. La diosa tutelar de estas fiestas era Palés, diosa de los pastores a la que estos encomendaban la salvaguardia de sus rebaños ante el ataque de los lobos. En las proximidades del ganado se quemaba Azufre, laurel, olivo y romero, y el pueblo se untaba perfumes mezclados con sangre de caballo y cenizas de un becerro quemado justo al salir del vientre de su madre, junto con plantas de habas. Se trataba de un rito de purificación del ganado.

A estas seguían las rubigalias, también de carácter agrario, instituidas por Numa Pompilio -el fundador de las hermandades artesanales en la Roma mítica- en honor al dios Rubigo, conservador de las cosechas. El 23 de abril se sacrificaba en su honor un cordero y un perro y se le ofrecía vino e incienso. Del 29 de abril al 3 de mayo tenía lugar un nuevo ciclo festivo, el de las floralias o florales, en homenaje a la diosa Flora. Su celebración incluía los "juegos florales", instituidos en honor de esta diosa sabina; con su institución el 580 de la Fundación de Roma, el Senado quiso aplacar a la diosa por los desastres agrícolas de ese año. Fiesta de carácter orgiástico y promiscuo, la desnudez de las muchachas hizo -según refiere Plinio- que el virtuoso Catón se alejara de ellas, para no impedir su desarrollo.

Todas estas fiestas fueron, finalmente, cristianizadas: San Jorge, matador del dragón, el 23 de abril, sustituyó a las rubigalias. En el nuevo calendario cristiano la imagen del dragón quedó convertida en algo maléfico y demoníaco, en tanto que era frecuentemente utilizado por la iconografía pagana. El dragón que se muerde la cola -el ouróboros-  era similar en su simbolismo al "huevo cósmico", en absoluto un elemento maléfico; la expansión del cristianismo impuso la necesidad de criminalizar los cultos anteriores invirtiendo significados y dando un contenido propio a las mismas fechas. [Foto 55.- EL HUEVO BAILANDO EN EL TEMPLETE DE SAN JAIME DEL CLAUSTRO]

La sustitución de los viejos cultos paganos se hizo escalonadamente. En ocasiones la similitud entre la fiesta pagana y su equivalente cristiano era sorprendente. Tal es el caso del culto a Atis, joven dios frigio, cuya celebración tenía lugar en el equinoccio de primavera. Atis moría en un árbol, para resucitar al tercer día; si para el mundo clásico la muerte y resurrección del dios auguraban la muerte de la naturaleza en invierno y su resurrección en primavera, el cristianismo "humanizaba" este significado: Cristo, a través de su sacrificio en el árbol hecho cruz, redimía a la humanidad del pecado original.

Los cultos en honor de Maia (Maya), la tierra, en las teofanías cristianizadas se transformaron en ritos en honor de la Virgen, celebrados durante el mes de mayo. El ciclo de Pascua tiene lugar bajo el doble signo de rito de muerte y resurrección; a la tristeza (patentizada en la Semana Santa con la detención, juicio, crucifixión y muerte de Cristo y la rememoración de todos los episodios del Via Crucis), sigue una explosión de alegría y felicidad (Cristo resucita y consuma la purificación de los pecados del mundo). El ciclo se inicia con una festividad que apenas puede disimular su carácter agrario y estacional: el Domingo de Ramos.

Las aportaciones a la fiesta cristiana de Pascua no proceden sólo del entorno mistérico romano, el judaísmo también contribuyó a darle el carácter que tiene hoy. El año judío se inicia con la primavera, en el mes de Nisán, y se conmemora mediante la festividad de la Pascua que, al menos en su origen, gozó de un carácter doble, propio de agricultores sedentarios y de ganaderos nómadas; de ahí que se ofrecieran como sacrificio las primicias de las cosechas y el carnero pascual.

Es precisamente en el curso de la cena pascual cuando Cristo instituyó la Eucaristía (de carácter esencialmente agrario, a través del pan y el vino, utilizado como "carne" y "sangre" de la tierra); la inocencia e indefensión del cordero fue transferida a la imagen de Cristo ("cordero de Dios"). Los primeros cristianos, cuando apenas eran una disidencia de la religión judía, celebraban su pascua en la misma fecha que la hebrea, esto es, el 25 de marzo. Pero esto suscitó resistencias y oposiciones en la nueva religión. Tras un largo proceso, el Concilio de Nicea (325 d. JC) decretó que la Pascua fuera una fiesta móvil cuyo inicio lo marcaría el primer domingo siguiente a la luna llena tras el equinoccio de primavera, es decir, entre el 21 de marzo y el 25 de abril. Intentos de cambio posteriores y de transformación en una fiesta fija -aprobado en el curso del Concilio Vaticano II- no han podido imponerse.

En Cataluña, contrariamente al resto de España, el ciclo de Pascua no termina el domingo de Resurrección, sino el lunes siguiente, celebrándose con un dulce típico: la "mona". Hoy la repostería ha convertido lo que era simple en algo extremadamente sofisticado; sin embargo, en algunos pueblos del interior, puede todavía adquirirse la "mona" tradicional, redonda y con cuatro huevos duros equidistantes (en ocasiones solo con uno y situado en el centro).

En otras latitudes el huevo tiene un papel central en estas celebraciones desde un período que se pierde en la noche de los tiempos. En yacimientos arqueológicos suecos y rusos, se han encontrado huevos de arcilla en enterramientos. En la actualidad, en distintas latitudes -especialmente en Europa Central- se confeccionan huevos naturales, de mazapán, o chocolate, pintados con motivos tradicionales.

Este papel protagonista del huevo deriva de su simbolismo tradicional como germen que contiene en potencia todo lo que será el ser que nazca de él. Es el origen de toda generación. Y si se relaciona el huevo con la primavera se debe a que la renovación de la Naturaleza que tiene lugar en ese período del año se asemeja a la exuberancia que mostrará el potencial contenido en el huevo.

En la Seo barcelonesa existe la tradición de "l'ou com valla" ("el huevo que baila"), similar a la que se da en otras latitudes  -países eslavos, por ejemplo- consistente en colocar un huevo (previamente vaciado) sobre un surtidor para que la presión del agua le impida caer. Se trata de una alusión al poder renovador del sol  -"el sol danza en los cielos"- que desde las alturas genera la frondosidad de la tierra. El huevo, situado en el Templete del claustro, baila sobre una fuente decorada con motivos vegetales entre los que destacan las cerezas. No es una tradición excesivamente antigua, apenas setecentista, y es probable que fuera traída a Barcelona por gentes que la habían visto en Austria (a donde fueron a parar muchos exiliados políticos de la Guerra de Sucesión).

La noche del 30 de abril al 1 de Mayo tenía para los antiguos pueblos indoeuropeos un carácter mágico. Abría la puerta a las festividades del mes de mayo; sin embargo, hoy se la considera una celebración siniestra y ligada a la brujería. Hasta el triunfo del cristianismo, la noche que marca el tránsito de abril a mayo, se consideraba el momento en el cual las divinidades de la fertilidad se extendían por los campos, superando definitivamente el invierno. La fiesta se celebra todavía hoy en Suecia (día de la Valborgsmässoafton), especialmente por los estudiantes de la Universidad de Upsala, que en ese día queman sus gorros de invierno en medio del jolgorio general y de los excesos alcohólicos. ¿Cómo se operó la cristianización? Visto que la Iglesia no podía hacer olvidar el recuerdo ancestral dejado por la festividad pagana, se limitó  -como en otras ocasiones- a cristianizarlo. Creó un personaje mítico y legendario, cuya existencia real jamás ha podido ser confirmada, Santa Valpurga, que habría contribuido a la evangelización de los pueblos nórdico-germánicos en el siglo VIII. San Bonifacio, antes de su muerte, asesinado por paganos, le habría encargado su tarea evangelizadora.

La iconografía nos la presenta con un báculo abacial y un frasco de aromas; en su noche las campanas de las iglesias francesas sonaban llamándola para que las protegiera y apartara las brujas. Dado que los aquelarres brujeriles tenían lugar principalmente en esa noche, la Santa estaba reputada de ofrecer una defensa segura contra la maldad. Bram Stoker en "Dracula", recuerda que en la "Walpurgisnacht", el diablo sale de las entrañas de la tierra y habita entre los hombres.

Para protegernos de todo esto, el día de Valpurgis del 1298, el obispo Fray Bernardo Pelegrí señaló, según el ritual, con su báculo abacial el perímetro de la Seo barcelonesa, reinando Jaime II, hace ahora setecientos años.

(c) Ernesto Milá - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen