Infokrisis.- Se trata éste de un artículo hasta cierto punto juvenil escrito en la prisión de la Santé durante el verano de 1981 a donde fuimos a parar por "uso de documentos falsos" forzada por la situación de clandestinidad que vivía en la época. Es curiosa la fuerza que puede dar un símbolo. En aquel período sombrio nos propusimos visitar las distintas "moradas filosofales" que podían contener como símbolo el árbol seco. Y así lo hicimos unos pocos años después. Paradójicamente, una de las mejores representaciones de este tema se encuentra en los capiteles del claustro de la Catedral de Barcelona
* * *
Existe en el centro de la ciudad de Avignon una calle de apenas 30 pasos, muy cerca del Palacio de los Papas. Se llama la rue de la Coquille la concha de Santiago pero la escultura que daba nombre a la calle y que evidenciaba lo que en tiempos fue la morada de un alquimista, resultó destrozada en el curso de una reforma del inmueble; de todas formas aún puede intuírsela.
Pero si la rue de la Coquille hoy conocida como rue Esperandieu es importante es por que se abre ante la puerta de entrada del Palacio Baroncelli, una de las más antiguas casas de Avignon. En su pórtico señorial puede verse todavía otro de los signos que evidenciaban la presencia de un avisado hermetista: un extraordinario árbol seco.
DOS "MORADAS FILOSOFALES"
Fulcanelli no tuvo en cuenta estas "moradas filosofales" cuando escribió sus dos inimitables tratados de alquimia. Hoy, cuando uno pasea por Avignon, todavía puede imaginarse a estos dos vecinos desconocidos, separados por unos pocos metros de distancia, aquel que moraba en la casa del árbol seco y aquel otro que tenía por distintivo de su vivienda la concha de Santiago; seguro que por las noches practicaban ante el horno alquímico y que en las mañanas con los ojos enrojecidos por la vela ante el athanor se encontraban jubilosos intercambiándose experiencias y consejos...
Nadie puede evitar que nos vuele la imaginación, pero si hay algo cierto en todo esto es que estos dos símbolos herméticos denotan la vivienda de un alquimista.
EL "ARBOL SECO" COMO EMBLEMA DEL SER HUMANO
Como se sabe, el simbolismo alquímico está repleto de imágenes relacionadas con la agricultura y el reino vegetal. En ocasiones se ha asimilado la Alquimia a un "cultivo celeste" y algunos autores han presentado todo el procedimiento alquímico asimilándolo a las operaciones realizadas sobre el reino vegetal: no en vano, dicen los alquimistas, el azufre símbolo del alma es como una semilla muy pequeña, el grano de mostaza que es necesario plantar en las condiciones requeridas, para que genere un árbol de tronco recio.
Pero otras claves simbólicos igualmente relacionadas por la agricultura parten de presupuestos diferentes. Así, por ejemplo, Fulcanelli, repasando los artesonados del castillo de Dampierre llega a aquel que representa un árbol seco sobre el cual, una filacteria, muestra las notaciones alquímicas correspondientes al azufre y al fuego. Para Fulcanelli el mensaje es paladino y nos lo transmite.
El árbol seco es nos dice el símbolo de los metales reducidos de sus minerales y fundidos; la temperatura del horno les ha hecho perder la vida que tenían en el yacimiento y son impropios para los alquimistas, deben ser "reincrudados", es decir, vivificados.
La "temperatura del horno" las pasiones, los sentimientos, las voliciones, todo lo "mental", en definitiva ha separado el metal de su mineral: en otras palabras, ha hecho caer sobre el binomio alma espíritu el principio de individuación: lo ha separado del Todo, el "Spiritus Mundi".
Si Fulcanelli nos indica que "son impropios para el alquimista" ello hace alusión a la tarea de reintegración en el estado primordial que supone el trabajo del hermetista. Las distintas fases de la obra hermética son pues los distintos niveles de reintegración del hombre en el estado primordial, o si se quiere, las distintas fases de realización espiritual.
Pues bien, el "árbol seco" es la imagen del ser humano. Para comprenderlo mejor habrá que citar una vieja leyenda medieval.
LA LEYENDA DEL ARBOL SECO
Un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París recoge el llamado "Libro de Messire Gaill de Mandeville", su autor nos da cuenta de la leyenda que habla de la maldición con que Yavhé cubrió a Adán y Eva al expulsarlos del Paraiso tras la "caida".
El tercer hijo de la pareja primordial, Set, logró llevarse una rama del Arbol de la Ciencia y lo plantó en el valle de Hebrón, en Palestina.
Cuando murió Cristo el árbol se secó y no reverdecerá sino hasta que un príncipe de Occidente haga cantar misa bajo sus resecas ramas...
Esta bella leyenda nos lleva a una cuestión capital que nos sitúa en el centro del misterio y de la problemática alquímica.
REVERDECER EL ARBOL MEDIANTE EL AZUFRE
En el "árbol seco" existe siempre una brizna de vida, aquella que permite su resurrección. Así mismo, los alquimistas y posteriormente los rosa+cruces identificarán en el ser humano, caido y cortado de sus orígenes, una chispa de divinidad, no activa, pero sí latente en él. De hecho, en elárbol seco de Avignon pueden verse unas cuantas hojas que indican la posibilidad de que reverdezca de nuevo.
Los rosa+cruces (incluso los modernos), lo llamarán el "átomo de vida", único capaz de activar el "Cristo Intimo"; incluso lo situarán en la fisiología del cuerpo humano a la altura del ventrículo izquierdo del corazón. Su activación produciría una visión tan plástica como la apertura de una rosa exhuberante en el centro del torax.
Otro famoso mago y ocultista occidental de nuestros días, Aleister Crowley, enunciaba entre los principios de su sistema operativo, este: "todo hombre y toda mujer son una estrella", indicando que en cualquier ser humano late este principio superior, luminoso y extremadamente potente en caso de ser activado.
La activación de esa fuerza interior vivificadora se realiza mediante nos dice la imagen del castillo de Dampierre la combinación del azufre y el fuego.
Este azufre es tanto el símbolo del alma, como el de la inmortalidad. "Sulfur" en griego quiere decir tanto divino como maravilloso, es el dios animador. Su notación alquímica está compuesta por el símbolo del fuego (el triángulo) que se superpone a la cruz de los cuatro elementos (símbolo de la corporeidad y del devenir del mundo).
Es a través del fuego y mediante él símbolo del triángulo como se logra purificar el "espíritu", asimilado al mercurio por los hermetistas y ese mercurio agrupa al flujo mental y volitivo.
Tal activación supone la culminación de la obra hermética y en tanto que el hermetismo se llama también "Arte Real" o Ars Regia, el operador pasa a asimilarse a un "príncipe". Ahora la leyenda ya nos es más clara y accesible.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - htttp://infokrisis.blogia.com - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproduccion de este texto sin indicar origen
Pero si la rue de la Coquille hoy conocida como rue Esperandieu es importante es por que se abre ante la puerta de entrada del Palacio Baroncelli, una de las más antiguas casas de Avignon. En su pórtico señorial puede verse todavía otro de los signos que evidenciaban la presencia de un avisado hermetista: un extraordinario árbol seco.
DOS "MORADAS FILOSOFALES"
Fulcanelli no tuvo en cuenta estas "moradas filosofales" cuando escribió sus dos inimitables tratados de alquimia. Hoy, cuando uno pasea por Avignon, todavía puede imaginarse a estos dos vecinos desconocidos, separados por unos pocos metros de distancia, aquel que moraba en la casa del árbol seco y aquel otro que tenía por distintivo de su vivienda la concha de Santiago; seguro que por las noches practicaban ante el horno alquímico y que en las mañanas con los ojos enrojecidos por la vela ante el athanor se encontraban jubilosos intercambiándose experiencias y consejos...
Nadie puede evitar que nos vuele la imaginación, pero si hay algo cierto en todo esto es que estos dos símbolos herméticos denotan la vivienda de un alquimista.
EL "ARBOL SECO" COMO EMBLEMA DEL SER HUMANO
Como se sabe, el simbolismo alquímico está repleto de imágenes relacionadas con la agricultura y el reino vegetal. En ocasiones se ha asimilado la Alquimia a un "cultivo celeste" y algunos autores han presentado todo el procedimiento alquímico asimilándolo a las operaciones realizadas sobre el reino vegetal: no en vano, dicen los alquimistas, el azufre símbolo del alma es como una semilla muy pequeña, el grano de mostaza que es necesario plantar en las condiciones requeridas, para que genere un árbol de tronco recio.
Pero otras claves simbólicos igualmente relacionadas por la agricultura parten de presupuestos diferentes. Así, por ejemplo, Fulcanelli, repasando los artesonados del castillo de Dampierre llega a aquel que representa un árbol seco sobre el cual, una filacteria, muestra las notaciones alquímicas correspondientes al azufre y al fuego. Para Fulcanelli el mensaje es paladino y nos lo transmite.
El árbol seco es nos dice el símbolo de los metales reducidos de sus minerales y fundidos; la temperatura del horno les ha hecho perder la vida que tenían en el yacimiento y son impropios para los alquimistas, deben ser "reincrudados", es decir, vivificados.
La "temperatura del horno" las pasiones, los sentimientos, las voliciones, todo lo "mental", en definitiva ha separado el metal de su mineral: en otras palabras, ha hecho caer sobre el binomio alma espíritu el principio de individuación: lo ha separado del Todo, el "Spiritus Mundi".
Si Fulcanelli nos indica que "son impropios para el alquimista" ello hace alusión a la tarea de reintegración en el estado primordial que supone el trabajo del hermetista. Las distintas fases de la obra hermética son pues los distintos niveles de reintegración del hombre en el estado primordial, o si se quiere, las distintas fases de realización espiritual.
Pues bien, el "árbol seco" es la imagen del ser humano. Para comprenderlo mejor habrá que citar una vieja leyenda medieval.
LA LEYENDA DEL ARBOL SECO
Un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París recoge el llamado "Libro de Messire Gaill de Mandeville", su autor nos da cuenta de la leyenda que habla de la maldición con que Yavhé cubrió a Adán y Eva al expulsarlos del Paraiso tras la "caida".
El tercer hijo de la pareja primordial, Set, logró llevarse una rama del Arbol de la Ciencia y lo plantó en el valle de Hebrón, en Palestina.
Cuando murió Cristo el árbol se secó y no reverdecerá sino hasta que un príncipe de Occidente haga cantar misa bajo sus resecas ramas...
Esta bella leyenda nos lleva a una cuestión capital que nos sitúa en el centro del misterio y de la problemática alquímica.
REVERDECER EL ARBOL MEDIANTE EL AZUFRE
En el "árbol seco" existe siempre una brizna de vida, aquella que permite su resurrección. Así mismo, los alquimistas y posteriormente los rosa+cruces identificarán en el ser humano, caido y cortado de sus orígenes, una chispa de divinidad, no activa, pero sí latente en él. De hecho, en elárbol seco de Avignon pueden verse unas cuantas hojas que indican la posibilidad de que reverdezca de nuevo.
Los rosa+cruces (incluso los modernos), lo llamarán el "átomo de vida", único capaz de activar el "Cristo Intimo"; incluso lo situarán en la fisiología del cuerpo humano a la altura del ventrículo izquierdo del corazón. Su activación produciría una visión tan plástica como la apertura de una rosa exhuberante en el centro del torax.
Otro famoso mago y ocultista occidental de nuestros días, Aleister Crowley, enunciaba entre los principios de su sistema operativo, este: "todo hombre y toda mujer son una estrella", indicando que en cualquier ser humano late este principio superior, luminoso y extremadamente potente en caso de ser activado.
La activación de esa fuerza interior vivificadora se realiza mediante nos dice la imagen del castillo de Dampierre la combinación del azufre y el fuego.
Este azufre es tanto el símbolo del alma, como el de la inmortalidad. "Sulfur" en griego quiere decir tanto divino como maravilloso, es el dios animador. Su notación alquímica está compuesta por el símbolo del fuego (el triángulo) que se superpone a la cruz de los cuatro elementos (símbolo de la corporeidad y del devenir del mundo).
Es a través del fuego y mediante él símbolo del triángulo como se logra purificar el "espíritu", asimilado al mercurio por los hermetistas y ese mercurio agrupa al flujo mental y volitivo.
Tal activación supone la culminación de la obra hermética y en tanto que el hermetismo se llama también "Arte Real" o Ars Regia, el operador pasa a asimilarse a un "príncipe". Ahora la leyenda ya nos es más clara y accesible.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - htttp://infokrisis.blogia.com - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproduccion de este texto sin indicar origen