Querido Diario:
Habitualmente ni el mundo es cómo
nos gustaría que fuera, ni nuestras vidas salen como hubiéramos deseado. Y sin,
embargo, la vida es bella y en el mundo hay lugares maravillosos para
reinventarse a sí mismo y reconstruir el propio mundo. Sólo hay que tener
voluntad para ello. Pues bien, entre el mundo y la persona, hay otras muchas
cosas, algunas de ellas casi imposibles de reformar: una constitución por
ejemplo. La española, sin ir más lejos. Que no funciona está claro desde
mediados de los años 80 cuando ya era evidente que la corrupción se la estaba
comiendo, la partidocracia la había devorado a poco de nacer, víctima de sus
propias ambigüedades y de los consensos que existieron sólo diez años antes y
seguían manteniéndose no como acuerdos, sino como cadenas que unían a un cuerpo
muerto. Hacia finales de los 80, cuando el felipismo ya se había revelado como
una lacra inoperante, era el tiempo de reformar la constitución. El PSOE lo no
propuso porque en apenas una década sació su hambre de poder y sus ambiciones
atrasadas desde 1939. La derecha aspiraba a gestionar aquel negocio en breve y
a beneficiarse tanto como lo había hecho el PSOE. En 2004, cuando Aznar deja el
poder, la reforma constitucional sigue siendo necesaria, pero ya es imposible.
El “caso catalán”, con el Nou Estatut demostró que si se tocaba algún elemento,
el conjunto se derrumbaba. Hoy, la gran contradicción, genuinamente española,
es que no existe posibilidad de alcanzar ningún consenso para la más mínima
reforma constitucional, pero esta constitución es completamente inoperante y sus tres poderes
son más bien tres espectros sutiles incapaces de cumplir sus funciones con un
mínimo de eficacia. Lo peor es que algunos partidos “emergentes”, Ciudadanos por ejemplo, centran su
proyecto en la defensa de la constitución… El problema que tiene España es que,
en las actuales circunstancias, ni puede reinventarse, ni permanecer como está.
Y va para largo, no se crean.