A la vista de los resultados me niego a escribir Generalitat de
Catalunya, porque ni éste es el régimen “histórico” de Cataluña, ni sus
resultados son como para echar cohetes. Por eso creo que en minúsculas y
contraído, cabe mejor llamar a la “gencat” que padecemos. Cataluña es hoy,
gracias a la gencat menos catalana que nunca. Y no solo eso: su sociedad
está completa e irreversiblemente desfigurada. Peor todavía: la criminalidad no
deja de repuntar cada año y no leve sino de manera espectacular, por mucho que
las estadísticas estén maquilladas a la baja. Peor aún: el “procés” primero y
la “pandemia” después supusieron golpes de los que la economía catalana no se
ha recuperado. Las dos noticias que cuentan mejor el “drama de la gencat”: la
economía madrileña uniprovincial crece a mayor velocidad que la economía
catalana; y, por otro lado, la enseñanza catalana registra “resultados
catastróficos” en el Informe PISA y se sitúa a la cola de España, a su vez, a
la cola de Europa… A lo que puede unirse que Cataluña está a la par con
Andalucía en paro juvenil y en llegada de inmigrantes. Como para que ahora,
los partidos que han monopolizado desde su nacimiento, el gobierno de la gencat
(CiU ayer, hoy Junts, PSC-PSOE y ERC) estén orgullosos y nos prometan seguir
por la misma senda.
EL ESTADO DE LA SANIDAD CATALANA
Les contaré una peripecia personal. Todo esto viene a cuento de
que ayer fui a la revisión anual en el Centro de Asistencia Primaria. El
edificio lo han ampliado hace dos años. Era de una planta… le han puesto otra
encima. ¿Era necesario? En realidad, no. Pero era una forma de “petar
presupuesto”. Hoy, los pasillos del CAP están casi desiertos. Cada médico y
cada enfermera, tienen su propio despacho. Hará unos meses, cuando pedí
revisión de la vista con el oftalmólogo, me derivaron a la enfermera para que me
realizara una “prueba de visión”. Bueno. Resultó más grotesca que catastrófica.
A la hora establecida, me presenté. La enfermera tardó bastante más. Luego el “aparato”
no estaba donde debía estar. Salió a buscarlo. Volvió 10 minutos después: el “aparato”
era no era otra cosa que una tarjeta anatómica que tapaba un ojo y luego el
otro. Vamos, lo mismo que cuando el óptico nos tapa un ojo con una simple
tarjeta y luego el otro. Y en cuanto a la “prueba” consistía en leer las letras
de la “tabla optométrica”… la mismo que se utiliza para graduar la vista. No
era la prueba que debía establecer si estaba próximo a las cataratas o no. Para
colmo, cuando encontró el “aparato”, resultó que alguien se había llevado a
otro consultorio la “tabla optométrica”. Estaba en otro despacho en el que un
trío de enfermeras, comentaba las discotecas de la comarca…
Nada de todo esto parece edificante. Y es que, desde los
tiempos de la pandemia, la sanidad catalana ha ido de mal en peor. Tuve la
desgracia de que el día de San Esteban de 2019 necesité una sonda uretral y lo
que pensaba que era una simple infección de orina, resultó ser una próstata del
tamaño de una naranja marroquí. El que ten pongan un grifo en el pito no es,
desde luego, algo que desee para nadie. Cada 60 días hay que cambiarla: es
incómoda, molesta, a veces dolorosa y siempre engorrosa, para dormir, para moverse,
para todo. Cincuenta días después, tras una campaña de terror en las que los
medios de comunicación auguraron que moriríamos todos, el gobierno, siempre
atento a nuestro bienestar y seguridad, declaró el “estado de emergencia”. Lo
noté, sobre todo, por que en el Centro de Asistencia Primaria de donde vivía
entonces, se atrincheraron: no dejaban siquiera que la gente se acercara más
allá del telefonillo exterior. Me dieron un teléfono para contactar con el
hospital comarcal. Inútil: no respondían nunca. Miré en Internet: la gencat
había previsto la “emergencia sanitaria” y ofrecido teléfono y email para cada
región. Pero el teléfono del hospital comarcal seguía sin responder y nadie
contestaba los emails: tuve que acudir a la policía autonómica para que ellos
mismos llamaran al hospital y me dieran una hora en la que cambiarme la sonda
uretral… Y así en dos ocasiones más. La operación de próstata tuvo lugar,
siete meses después, a finales de julio de 2020. Hoy, amigos con el mismo
problema, me cuentan que deben sufrir la dichosa sonda nueve meses. La
alternativa es acudir a la medicina privada que, por 7.000 euracos de nada te
hacen la misma operación sin demoras de ningún tipo.
Cuando ayer volví al Centro de Asistencia Primaria, no me
sorprendieron ni las corredores semivacíos, con unos pocos pacientes que
utilizaban algún videojuego del teléfono para matar el tiempo, haciéndonos
partícipes de las musiquillas machaconas y de las campanillas, alegres o
fúnebres, que nos indicaban si prosperaban o no en la partida, unidas a las
conversaciones a voz en grito entre pacientes que pugnaban por que me enterara
de sus intimidades y de sus muchas dolencias sin que el personal sanitario les
recordara los carteles, profusamente distribuidos por los corredores en los que
se prohibía el uso del móvil y se prescribía silencio. Lo que me sorprendió mucho
más es que la bendita gencat, haya generado demoras de dos meses para
realizar un análisis de sangre rutinario (hasta el año pasado la demora venía a
ser de una semana) o que una ecografía (un procedimiento particularmente barato
para sentenciar cómo está el hígado) tarde en realizarse ¡nueve meses!
En el hospital de Calella -y es un ejemplo entre otros muchos- la
parte más limpia es la placa que recuerda que fue inaugurado por Jordi Pujol.
De hecho, el nombre del big boss, ha recibido más lustre que el resto de
la placa (y se nota), porque con cierta frecuencia, ciudadanos airados, desahogan
su cólera tachando el nombre del que fuera capo di tutti i capi de la
gencat.
UNA gencat QUE HA CONSEGUIDO ANESTESIAR A TODO UN PUEBLO
Cataluña -no lo dudo- es la “más democrática” región de todo el
Estado. Región que no Nación. O, “autonomía”, antes que Nación. Sería abusivo
considerar “nación” a una Región, solo por el hecho de que “tiene lengua propia”…
Vale la pena recordar que el 100% de los programas de TV3 -televisión al
servicio de la gencat- son el lengua catalana, o que el 70% de los programas de
TV2 -gracias al pedrosanchismo- se emiten en catalán… idioma, por cierto, en
el que se expresan habitualmente solamente entre el 32 y el 35% de la población.
Si no fuera porque cuatro de mis ocho apellidos son catalanes y he logrado
reconstruir mi árbol genealógico desde finales del siglo XV, me sentiría
discriminado.
A cada cifra negativa sobre el uso del catalán -que hace tiempo
toco techo y va disminuyendo progresiva e inevitablemente- responde la gencat
inyectando más y más fondos. Ahora, por ejemplo, va a empezar el Barcelona Film
Fest. Va por su octava o novena edición. Este año han invitado a Meg Ryan (que
ya no es la encantadora jovencita de hace treinta y cinco años, sino un rostro
deformado por los latigazos de bótox y los bisturises estéticos) y
anuncian un ciclo de cine japonés, junto a una granizada de películas
realizadas en Barcelona, todo ello en catalán, doblado o subtitulado al
catalán, por mucho que las de cine japonés ya estén dobladas o subtitulados en
castellano.
La situación del “cine en catalán” es dramática. Solamente un
3% de espectadores ve cine en catalán (datos del diario
ARA) y las campañas realizadas por la gencat en este ámbito han fracasado
una tras otra. La lectura del artículo de Ara (diario vinculado a
sectores independentistas) es significativa y concluye así: “Se puede culpar a los ciudadanos que no
actúan con responsabilidad lingüística, pero todo el mundo que haya intentado
ver una película en catalán sabe que a menudo quedan relegadas a salas alejadas
de los centros y de los barrios con más catalanohablantes, o en los horarios
menos atractivos para la mayoría. Esto no facilita que el público vaya,
favorece que el catalán se vea como una opción menos comercial y, por tanto,
aún se le relegue más”.
Lo que el redactor parece desear es que solamente se exhiba cine doblado al
catalán para que aumente el escuálido porcentaje del 3%. Los exhibidores, por
el contrario, que conocen los gustos del público saben que se arriesgan a ver desiertas
sus salas si se siguiera esa dirección.
En realidad, el “problema
catalán” no existe. Es más bien, el problema generado por la gencat. Es más,
soy de los que siempre he dicho que, de celebrarse un referendo por la
independencia, la respuesta sería ampliamente negativa. Cuando el famoso y
malhadado “procés”, la gencat, antes de conocer el resultado, incluso antes de
conocer si se celebraría, ya había creado “comisiones de desenganche”, dando
por supuesto que el resultado sería un SI como la copa de un pino… por mucho
que las encuestas indicaban que, sin haberse iniciado ninguna campaña en contra
y después de cinco años de machaque independentista en todos los medios de
comunicación subvencionados, los resultados ni siquiera estaban claros. Hoy,
el propio CIS de la gencat indica que las cifras de seguimiento del
independentismo han bajado y, en cualquier caso, el resultado de una consulta
sería el seguir como ahora. De ahí que la cuestión del resultado es
irrelevante, de no ser porque, este primer referendo no contentaría a los
indepes y pedirían otro (como ha ocurrido en Quebec, en donde han llegado a
pedir hasta tres antes de ser abandonados por la opinión pública).
¿Qué es, a fin de cuentas,
un independentista? Respuesta sucinta: alguien que no se da cuenta del mundo en
el que vive.
Fíjense el “tema-estrella”
de la campaña de ERC: “recaudación del 100% de impuestos en Cataluña”. No se
habla en absoluto de una reducción de impuestos, que es lo que, desea la
TOTALIDAD de españoles. Hoy, España va en cabeza en presión fiscal entre todos los
países de la UE: y no es para “igualarnos” con Europa, sino para pagar las
locuras presupuestarias del pedrosanchismo y de la extrema-izquierda. Tengo
próximos a los que el gobierno se queda con el 40% de su sueldo (sin contar con
el 21% de IVA), o a los que se les ha dado una subvención para el alquiler de
3.000 euros en 2023 y ahora, en 2024, se le pide que pague 1.700 euros…
Lo peor no es la falacia
del eslogan “Espanya ens roba”, sino que la propuesta de “recaudación
del 100%” implica decir: “Preferim que ens robi la gencat”. Y lo peor
aún es que una parte de Cataluña está tan anestesiada, tan absolutamente en
piloto automático, que ERC piensa que un lema así contribuirá a aportarle votos
extra.
¿Qué decir de la
candidatura de Junts? Aquí también, las declaraciones preelectorales son
grotescas. Puigdemont ha dicho que, si no triunfa, “se retirará de la
política”. ¡Qué gran pérdida para la gencat! ¡Alguien que no ha dado un
palo al agua en su vida, más allá de vender pasteles en la confitería familiar
cuando era joven, que no ha terminado ninguna carrera de las que ha empezado y
que ha vivido desde muy joven a la sombra de la gencat, ahora amenaza con
retirarse a la vida privada!
sobrevive siete años sin trabajo reconocido, hay que empezar a preocuparse.
No es que el resto de
partidos presenten mejores opciones: ahí está Illa, “el ministro de la pandemia”. El licenciado en filosofía
-sin ninguna especialización- que llegó al ministerio sin tener ni idea de lo
que era la sanidad y en el que los errores y horrores del período pandémico
pueden atribuirse en gran medida a ser absolutamente incapaz de entender que ni
las vacunas eran la solución, ni comprender que los protocolos de la OMS para
tratar la enfermedad eran, precisamente, lo que generaba más víctimas mortales,
ni que la generalización de las mascarillas o las medidas extemporáneas,
incluso a surfistas que no llevaran mascarillas en la playa, eran meras
ridiculeces zafias e ignorantes. Luego ha resultado que el nombre de Illa sigue
mezclado en la trama Koldo por compras irresponsables de mascarillas averiadas.
Pues bien, ese es el candidato del PSC el que dice que con la “amnistía” se
inicia un período nuevo de convivencia (cuando tanto ERC como Junts han dicho
que “lo volverán hacer”…).
¿Cómo es posible que
individuos que, en el mejor de los casos, pueden ser calificados como “pobres
tontorrones” y en el peor como “escoria ignorante y sin escrúpulos” sean las
opciones preferidas de los catalanes? Es simple explicarlo: ayer estaba recopilando
datos para un ensayo sobre el justicialismo argentino. Me encontré un cartel
revelador: un brazo levantaba un libro. La leyenda decía: “Un pueblo
leído, jamás es sometido”. Sin recurrir a eslóganes de masas, lo
podemos traducir así: “la capacidad crítica de un pueblo, depende de su nivel
cultural”. En Cataluña durante los años de la gencat, se ha reducido la
culturalización del país a obtener el “Certificado de nivel elemental de
catalán (B1)”. Esto ha sido todo. No importaba, a partir de ese título, la
gencat creía que había cumplido su misión redentora. Y ni siquiera era muy
rigurosa a la hora de dar los certificados. El resultado ha sido que, gracias a
la gencat, Cataluña es hoy menos catalana que nunca.
Cuando era pequeño, hace
70 años, en el Penedés, todos, prácticamente, hablaban catalán. La lengua
catalana fue la de mi infancia, junto al pa amb tomàquet i pernil que mi
tía hacía para todos sus sobrinos. Era la época franquista. Recuerdo que en el
cole de los Escolapios de Balmes se bendecía la mesa desde 1958 con esta fórmula:
“Déu i Pare omnipotent, amb sa divina paraula, beneïu aquesta taula, i a
tots nosaltres. Amen”. Nadie nos decía la lengua que teníamos que hablar en
el recreo, ni nadie parecía obsesionado por la lengua. Lo bueno era que,
aquel bachillerato cincuentero y sesentero, nos daba armas culturales
suficientes como para que pudiéramos entrar en la vida con un aceptable bagaje
cultural: incluso los que optaban por carreras de ciencias, sabían de
historia, arte, literatura o filosofía; y los de letras, conocían las leyes
elementales de la física, eran capaces de resolver ecuaciones y conocían los
rudimentos de las ciencias naturales. Y, como esto nos facilitaba madurez
cultural, algunos optaron por expresarse en catalán y otros en castellano, unos
por defender el franquismo y otros la democracia.
Hoy, las aulas son un ágora de ignorancia. Y el “nivel B” de catalán no lo resuelve todo. Aparte de que en Cataluña en estos momentos estamos ya próximos a los dos millones de inmigrantes (entre recién llegados, legales e ilegales, naturalizados españoles pero que siguen arraigados a sus tradiciones culturales y antropológicas e hijos de todos estos), si es que no los hemos superado, el gran problema de esta bendita tierra de mis padres y mis abuelos, es que la enseñanza se ha hundida y con ella la capacidad crítica y cultural del alumnado.
No es algo nuevo: es algo que viene
arrastrándose desde mediados de los años 70 (en 1975 en la Escuela de Ingenieros
se dio un curso de catalán: algunos alumnos estaban entusiasmados porque les
convencieron de que en la lengua de Pompeu Fabra se podía decir “idiota” de
treinta maneras distintas: estúpid, ridícul, curt, idiota, obtús, animal,
babau, bàmbol, capfluix, llanut, talòs, toix, totxo, bajà, beneit, y otras
muchas más que ni recuerdo… Aquello me pareció banal: un idiota es un idiota,
se le llame como se le llame, incluso sin llamarlo de ninguna manera, él mismo
se define como tal al decir lo que han dicho estos días Puigdemont (“abandonaré
la política si…”), Aragonés (“100% de recaudación para la gencat”) o
ufanándose del “bon treball” que hizo Illa durante la pandemia.
Pido disculpas por estas
notas inorgánicas y mal ordenadas. Son las que me van a acompañar en esta
espera de 60 días para un simple análisis de sangre y de nueve meses para una
ecografía abdominal. Durante ese tiempo votaré en dos ocasiones. Creo que, como
mínimo ha quedado claro, a quien no votaré, sino que, más bien, maldeciré.
La “democracia ha triunfado
en Cataluña, tenemos gencat por todo la eternidad; disfruten de lo votado”