Desde el
interior de España, las personas con un
mínimo de sentido común, comprensión de los mecanismos de la política y
capacidad crítica, tienen tendencia a ver el gobierno de Pedro Sánchez como un
Frankenstein 2.0., una hidra monstruosa de muchas cabezas, mucho más ampliado
que el Frankenstein 1.0. de la anterior legislatura que, a fin de cuentas,
solamente incluía al PSOE y Podemos (por mucho que podemos distara mucho de ser
un partido unitario y que “su momento” ya hubiera pasado).
En aquel primer
gobierno de coalición, Sánchez optó por
coaligarse con Podemos -aunque todos sus socios de la Internacional Socialista
le aconsejaron hacerlo con el PP en una “gran coalición” que siempre había
reportado buenos resultados a la socialdemocracia- simplemente porque
consideró que Podemos, debilitado, con mínima experiencia política y cuyo programa
estaba reducido a una serie de obsesiones de poco calado, era mejor que aliarse
con un PP, mucho más grande y que corría el riesgo de realizar el “abrazo del
oso” al PSOE. Pero en esta segunda legislatura de Pedro Sánchez todo ha
cambiado.
Y la primera muestra de que estamos en otro
escenario es que España está partida en dos: la no-España por un lado (esto es
nacionalistas y separatistas), la extrema-izquierda polimórfica y babosilla y
un PSOE cuya única preocupación es seguir administrando la “caja”; y la
“derecha” compuesta por PP y Vox. Ninguna posibilidad de “tercera vía”, ni
de “centrismo” realmente existente. Ya nadie alude al “amplio espacio de
centro” y, antes bien, la tendencia es a
la polarización creciente e irreversible: “derecha frente a izquierda”,
“conservadurismo frente a progresismo”. Y es sobre estas dos opciones reales sobre
lo que hay que decidir.
Así se ven las
cosas desde el interior de España y la visión es justa. Sin embargo, en el
curso de una reunión con unos amigos de Costa Rica, tuve ocasión de meditar
sobre cómo se ven las cosas desde fuera de España. Lo que preocupa es ¿cómo se ha llegado a esta situación? Hace
poco en Houston me formularon la misma cuestión: en ningún país, nadie, mínimamente razonable, quiere llegar a una situación
parecida a la española.
En ambos casos,
mis interlocutores se sorprendieron por la respuesta que era la que menos
imaginaban: en tanto que conservadores,
todos ellos consideraban que “el error es
cosa de izquierdas y la línea justa lo propio de la derecha”. Y esto puede
que sea así en otros países, no lo es, desde luego, en España.
Pedro Sánchez está sentado en La Moncloa
simplemente porque la derecha se equivocó en su estrategia o, más bien, porque
las dos formaciones de la derecha, tienen como objetivo desde la anterior
legislatura ganar más peso político que la otra. Y el resultado es que el
beneficiario ha sido Pedro Sánchez y sus nuevos aliados. Digámoslo más
claramente: en España gobierna la
izquierda y la “no-España”, gracias a los errores de la derecha. Y, lo que es
peor, seis meses después de las elecciones generales, esa derecha sigue sin
haber rectificado su estrategia.
¿Y cuáles han sido los principales errores
de la derecha? Fundamentalmente, tres:
- El primero es no haber pactado un “programa común” ANTES de las elecciones generales de 2023.
- El segundo, no haberse dado cuenta Feijóo que a lo largo de la legislatura anterior se produjo la polarización del país y terminaron las posibilidades de formar una “gran coalición”.
- Y, finalmente, la tercera es haber desconsiderado los aspectos doctrinales de la lucha política, centrándolo todo en la administración del poder política.
Veamos con más
detalle estos tres elementos.
Si la derecha hubiera pactado un “programa
común” y presentado una sola candidatura, se hubiera beneficiado de los restos
generados por la Ley d’Hondt, especialmente en las pequeñas provincias. Esto le
hubiera dado los diputados necesarios para obtener mayoría absoluta. Un
“programa común” de la derecha es normal -y deseable- en un momento de
polarización política, cuando ya no puede estructurarse una opción centrista,
ni forma alguna de eclecticismo político.
Sin embargo, tanto en el PP como en Vox, la opinión de
sus direcciones antes de las elecciones de 2023, era que gobernaría la derecha,
ya sea con mayoría absoluta del PP, o bien en coalición con Vox, o, como
mínimo, con el “apoyo crítico” de Vox. Obviamente, el PP trabajaba
solamente para obtener la mayoría absoluta, mientras que Vox aspiraba, a tener
el número suficiente de votos para hacerse imprescindible para formar gobierno.
Ni PP, ni Vox contaban con que las
simetrías parlamentarias salidas de las urnas fueran favorables a las locuras
psicopáticas de Sánchez y de sus aliados.
Desconfiando de
los sondeos del CIS-Tezanos, no fueron capaces de analizar el impacto generado
por la llegada masiva de nuevos votantes (especialmente inmigrantes
subsidiados) y al aumento de los sectores sociales clientelares amamantados por
el PSOE. La convicción en ambas
formaciones era que el PSOE lo había hecho tan mal, que los votantes le
volverían la espalda. Pero, la derecha olvidó a la “no-España” y despreció a
Sumar. Y si bien es cierto que todas estas fuerzas, nacionalistas,
independentistas y extrema-izquierda perdieron votos y diputados (y solo el
PSOE perdió 30 diputados), podrían haber
intuido que toda esta lista de “derrotados” podían constituir, juntos, un
gobierno, como así ocurrió.
El segundo
motivo es la personalidad de Feijóo:
Feijóo entiende solo de “gestión del
poder”, pero es un absoluto cero a la izquierda en materia de doctrina política
y sus convicciones “ideológicas” son menguadas, generalistas y muy mal
definidas; es el primer presidente del PP prácticamente “apolítico”: sus
nociones son vagas, prendidas con alfileres y retrasadas entre cinco y diez
años respecto a la realidad política.
Durante su
permanencia al frente del gobierno autónomo gallego, ya mostró algunos rasgos
de incomprensión de la situación. Llamó la atención su interés en imponer el
gallego sobre la lengua vehicular de todos los españoles. Estremeció aún más su
declaración sobre la “obligatoriedad” de la vacunación durante el COVID (que,
finalmente, no se atrevió a aprobar cuando ya surgían dudas sobre la eficacia
de las vacunas y cientos de denuncias sobre los efectos secundarios que
generaban). Pero, lo realmente terrible
fue cuando sustituyó a Casado y en su debut ante los medios de comunicación,
sostuvo que su “primera opción de
alianzas era el PSOE”… Y esto demuestra que ¡ni Feijóo, ni la cúpula del
PP, fue capaz de identificar a principios de 2022, que habíamos entrado en la
política de bloques! Incluso durante la campaña electoral de 2023, volvió a
insistir en que no pactaría con Vox y que seguía pensando en la posibilidad de pactar
con el PSOE. Y esto, que era razonable
cuatro años antes, durante la victoria electoral de Pedro Sánchez en noviembre
de 2019, ya no lo era cuatro años después, cuando las políticas del
Frankenstein 1.0., estaban en el origen de la polarización de la sociedad
española que ya era un hecho al salir de la pandemia.
Vayamos a la última
causa del desastre de la derecha. Ya, tras
las elecciones municipales y autonómicas se percibió claramente que algunos
dirigentes del PP -especialmente los que quedaban del “período Casado”- como
María Guardiola no tenían absolutamente nada que ver con un programa
conservador: eran candidatos que hubiera podido figurar tranquilamente en una
lista socialista o, incluso, en Podemos. Aquella primera polémica desatada
por la Guardiola que estuvo a punto de impedir la formación de un gobierno en
aquella región y de forzar la convocatoria de nuevas elecciones autonómicas,
pesó como una losa en la moral de los votantes del PP y desmovilizó a muchos.
¿Votar al PP para seguir soportando trapos multicolores en los ayuntamientos?
¿para seguir subvencionando a los chiringuitos LGTBIQ+? ¿Para seguir acogiendo
inmigrantes y a practicar políticas multiculturales? La erosión que sufrió el PP con la “cuestión extremeña” tuvo mucho que
ver en el freno al crecimiento del PP y sitúa el punto crítico que afecta, en
mayor medida al PP, pero también a Vox.
En general, la
tendencia actual es a votar a la derecha, no por identidad con los valores de
la derecha, sino por rechazo a la izquierda. Eso hace que el voto de la derecha sea siempre volátil y fluctuante,
mientras que el voto de la izquierda es más clientelar: votan a la izquierda,
especialmente, inmigrantes nacionalizados y subvencionados y otros grupos
sociales beneficiados por las políticas pedrosanchistas (okupas, LGTBIQ+,
feministas radicales, animalistas) y, finalmente, profesionales “progresistas”.
Esto no ocurre en la derecha que nunca se ha preocupado de la “lucha cultural”
y que ha renunciado, en sus campañas electorales, a proponer “valores”,
temiendo emanciparse el favor de algunos que estarían dispuestos a votarle como
voto más seguro contra el pedrosanchismo.
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*
El resultado de todos estos errores fue la
derrota de la derecha o, si se quiere, una victoria pírrica (porque el PP fue,
con mucho, el partido más votado, pero los errores mencionaron acarrearon su
derrota final). A medida que se iba materializando la posibilidad de que
Sánchez pactara el “gobierno de los derrotados”, el Frankenstein 2.0, la
derecha se encontró sin estrategia y optó por recurrir al tacticismo. Tres
grandes movilizaciones sucesivas contra la amnistía, movilizaron a no menos de
500.000 personas en cada ocasión, ni más de 1.000.000. El PP optó por la movilización callejera, mientras que Vox se mostró
más favorable a la “judicialización” del conflicto (que tan buenos
resultados le había dado durante el “procés”).
Pero, tanto si se trata de movilizaciones
callejeras como de presentar obstáculos ante los tribunales, en ambos casos, son
meras tácticas. Y vale la pena recordar que toda táctica que no está al
servicio de una estratégica corre el riesgo de dilapidar esfuerzos. Por el
momento, todavía, las dos formaciones de
la derecha se han mostrado incapaces de definir una línea estratégica. Y lo que
es peor: cada una aspira a debilitar a la otra, robarle votos y superar a la
otra.
Mientras las dos fuerzas de la derecha no
admitan que sin un PROGRAMA COMÚN es muy posible que tarden mucho en gobernar
y, cuando lo hagan, el país se haya convertido en prácticamente ingobernable.
El “programa
común” solamente puede basarse en tres puntos:
1) defensa de la unidad del Estado y de la Nación Española,
2) anulación de todas las medidas tomadas por el pedrosanchismo después de las elecciones de 2023 y
3) defensa de la identidad y de la sociedad españoles, de sus valores y rasgos antropológicos ante el mundialismo y la inmigración masiva.
Tal como están
las cosas, un programa de este tipo estaría en condiciones de atraer a los
sectores de la izquierda que van despertando en las últimas semanas. Sin “programa común”, y con las estrategias
clientelares del pedrosanchismo, esta etapa negra-negrísima en la historia de
España, puede prolongarse hasta la destrucción completa del Estado, de la
Nación y de la Sociedad española.