Náusea, asco y repugnancia, son los síntomas -los únicos síntomas
que puede sentir una persona sensata ante una campaña electoral. No es que haya “opciones buenas” y “opciones malas”, todo
dependerá del color del cristal con que se mira, lo que ocurre es que el clima
general de una campaña -confrontación, promesas sin intención de cumplirlas,
juicios temerarios, falsificaciones de la realidad, publicidad engañosa,
mentiras mil veces repetidas- afecta a todas las opciones que compiten, sin
excepción, y terminan generando náusea, asco y repugnancia en los ciudadanos
que todavía son capaces de pensar por sí mismos.
¿La prueba? Que cada vez participa menos gente activamente en
las campañas electorales, que cada vez se realizan más entre la indiferencia
general, que cada vez asiste menos gente a los mítines electorales, y que es
innegable el creciente desinterés que suscitan las promesas de todos los
partidos. Hace años que venimos diciendo que, hoy la gente ya no vota a
favor de tal o cual candidatura, sino en contra de otra. Y esto se confirma una
y otra vez en cada convocatoria electoral.
¿Cómo hemos llegado a esto? La democracia parlamentaria es así:
¿acaso esperabais otra cosa? Los que teníamos la
suerte en 1977 de conocer el rostro de la democracia francesa o de la
democracia italiana, sabíamos que detrás de estos regímenes impuestos en 1945
por los nuevos dueños de Europa occidental, los norteamericanos, se había
cristalizado un régimen caracterizado por las rivalidades partidistas, la
inestabilidad, la imposibilidad de planificar a medio y largo plazo, el
arribismo, la corrupción, los enriquecimientos bruscos, la especulación y la
ausencia in crescendo de sentido del Estado.
Así pues, en 1977, los que teníamos edad para votar, votamos, a
pesar de que intuíamos lo que nos esperaba. Y, en tanto que españoles, podemos
decir, que hemos logrado marcar un “plus ultra”: hemos logrado llegar
más allá, apurar hasta las heces las lacras de la democracia parlamentaria y
lograr un sistema absolutamente inoperante, el más inoperante de Europa Occidental,
basado en el endeudamiento creciente, la mentira generalizada, las promesas
incumplidas, la corrupción banalizada, la compra de franjas enteras del
electorado mediante subsidios y promesas de subvenciones o de concesión de nacionalidad
española a gentes que jamás han pisado España (nietos de exiliados
republicanos, sefarditas) o que acaban de pisarla (vamos por los 5.000.000 de
inmigrantes nacionalizados), un gasto público desbocado e inviable a corto
plazo, una presión fiscal insoportable, especialmente para los salarios medios,
una delincuencia llegada de los cuatro rincones del planeta que genera una
inseguridad en todo el país, sin olvidar la centrifugación del Estado -que hace
inviable la existencia de ese mismo Estado de las Autonomías producto directo
de la constitución de 1978-, la destrucción del tejido industrial generado por
una mala negociación de los acuerdos de adhesión a la UE, sin política exterior
propia, con la educación primaria arruinada e inoperante, con la caída de la
calidad de los servicios públicos y, especialmente, de la sanidad y,
finalmente, con la atomización de la sociedad, mediante la introducción de leyes
derivadas de la Agenda 2030, de los “estudios de género”, el torpedeo continuo
a la “célula base de la sociedad”, la familia, y la construcción de una
sociedad sin valores instrumentales, olvidando que ninguna sociedad es viable
sin compartir algún tipo de valores comunes. Esa es la democracia
parlamentaria que tenemos y que nos ha llevado a ese punto sin retorno.
Ante esta perspectiva, ¿a alguien le puede extrañar que sintamos
náuseas de esta y de todas las campañas electorales? Nos sigue “doliendo
España”, es más, nos duele todo lo que ocurre en su interior y, por extensión, nos
duele esta Europa que ha renunciado a ser lo que ha sido desde la formación de
la cultura clásica greco-latina. Y más aún nos duele cuando hemos visto cómo la
propia clase política europea colocaba la piqueta de demolición en el propio
edificio para adaptarlo a la “ideología woke”, a la “corrección política”, a
los “estudios de género”, y a la última estupidez surgida en los laboratorios ideológicos
del “nuevo orden mundial”.
No solo estamos asistiendo al desplome de una Nación-Estado,
España, sino la de una construcción federal pensada de cara a afrontar el
futuro. Estamos también asistiendo al hundimiento de nuestras sociedades,
convertidas en inviables, inestables: a diferencia de en otros momentos
históricos, ya no existe ningún clavo ardiendo, ni ningún grupo social del que
pueda partir una tarea de reconstrucción. Lo pagaremos. Lo pagarán nuestros
hijos. Pero es lo que ha elegido el electorado y el lugar al que nos ha
llevado la clase política.
Así pues, ¿para qué votar? ¿por quién votar? ¿Vale la pena para
algo votar? Votar a lo que algunos pueden considerar la “mejor opción”, no
supone ya de ninguna manera la posibilidad de invertir la tendencia a la
desintegración social y nacional. ¿O es que habéis olvidado que el PP -la
única, alternativa, de momento al PSOE- ha gobernado ya España y, como máximo,
su estancia en el gobierno ha revertido algunos de los peores resultados del
socialismo en materia económica, pero ha sido absolutamente incapaz de superar
el hundimiento de la educación, la caída de calidad de los servicios públicos,
la inmigración masiva o el aumento de la inseguridad ciudadana…?
De hecho, hace falta contar los tiempos: el “centrismo” (UCD)
ha gobernado durante cinco años antes de desaparecer (1977-1982), los
socialistas han gobernado durante 26 años (5 Pedro Sánchez, 7 Rodríguez
Zapatero, 14 Felipe González) y la derecha 15 años (Aznar 8 años, Rajoy 7 años).
Estas son las cifras desnudas y, a partir de ahí pueden establecerse los
porcentajes de responsabilidad de las partes. Ni PP ni PSOE son inocentes en
el desmoronamiento de nuestra sociedad, de nuestra economía, de nuestros
servicios públicos y de nuestra seguridad. Y esta “democracia parlamentaria”
ya se acerca al medio siglo (45 años, para ser precisos). Así pues, aquí, ya
nadie puede presentarse como absolutamente inocente.
¿Y estas siglas nos piden, hoy, en 2023, nuevamente el voto? Aquí han pasado demasiadas cosas en los últimos 45 años como para que una promesa o un rostro sonriente en un cartel pueden hacernos olvidar que PP y PSOE son las siglas sobre las que recae la responsabilidad, en comandita, de lo que podemos llamar con propiedad “el destrozo español”.
LOS PROBLEMAS REALES QUE NADIE TRATA
Ayer mismo se publicó la noticia de que las encuestas realizadas
por la Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo
han confirmado que las escuelas españolas ya ni siquiera son capaces de enseñar
a leer a los niños. Ya sabíamos que nuestros estudiantes iban a la cola de
Europa en matemáticas, saber que ni siquiera son capaces de comprender lo que
leen genera una indecible tristeza, especialmente para los que tienen hijos o
nietos y sembrar las más serias dudas sobre su futuro. La “democracia
parlamentaria” ha construido una juventud en la que el analfabetismo
estructural es la dominante.
Pues bien, ¿conocéis algún programa de partido que se haya
preocupado por poner en primer lugar una reforma de la educación? Más aún:
¿habéis oído algún partido que proponga la reducción del gasto público,
la liquidación de organismo administrativos inútiles, como alternativa a las
subidas de impuestos? ¿Habéis oído a algún partido que proponga que
cualquier subvención que se dé sea a cambio de algo, de una mínima
prestación o servicio a la sociedad? Solamente en la semana que llevamos de
campaña electoral, Pedro Sánchez y sus esbirros han realizado distintas
promesas de subvenciones, subsidios, paguitas, salarios sociales, incluso “herencias
sociales” que, sumadas implicarían entre 24.000 y 30.000 millones más de gasto
público en un momento en el que nuestra deuda asciende a billón y cuarto de
euros, cuyos intereses pueden resultar impagables en caso de que el Banco
Central Europeo siga subiendo las tasas de interés. ¿Habéis oído que el PP
proponga la devolución de los MENAs a sus familiares en Marruecos, la
repatriación de extranjeros que hayan cometido cualquier delito en España o que
haya entrado ilegalmente en nuestro país? ¿Habéis oído que el PP o el PSOE
propongan que los juzgados guardia emitan sentencias rápidas para
delincuentes detenidos in fraganti o para faltas? Y así sucesivamente…
Pero ni PP ni PSOE ponen el énfasis en los verdaderos problemas de
la sociedad, sino solamente en aquellos problemas en los las encuestas les sugieren
que pueden generar más polémica. Y esto en medio de una indiferencia
generalizada que provoca el que el elector solamente reaccione ante polémicas tan
estridentes como inútiles.
En estos días, el problema es la presencia de asesinos jubilados
en las candidaturas de Bildu. Bildu, simplemente, está dando puestos de trabajo
a los que asesinaron, robaron, extorsionaron y secuestraron para que Bildu
pudiera existir. Eso es todo. Es inmoral, claro está, el que alguien que ha
asesino aspire ser concejal de aquel pueblo en el que ha ejecutado sus
crímenes. Pero el hecho de que Bildu haya retirado a los 7 candidatos condenados
por delitos de sangre, no implica que luego, no serán “asesores” de los
candidatos de Bildu electos. ¿Pagarán con su sueldo las indemnizaciones a
los familiares de las víctimas que se fijaron en sus sentencias? Más aún:
¿también han sido “amnistiadas” las indemnizaciones a las que fueron
condenados?
Sánchez ha mentido: hoy ETA no existe, es cierto, pero en 2004,
cuando Aznar abandonó el poder, los golpes que había recibido la banda, hacían
prácticamente imposible su existencia. Fue Zapatero el que resucitó a ETA
sentándola en la mesa de negociaciones. Y, a
partir de ahí, se han sucedido más y más equívocos: firmados los pactos con Zapatero,
Rajoy los cumplió, los etarras fueron liberados con cuentagotas y cuando llegó
Pedro Sánchez el grifo se abrió más y más, especialmente desde el momento en el
que su gobierno sigue dependiendo de los apoyos de Bildu. Y, en la “democracia
parlamentaria” cualquier favor, por inmoral que sea, se paga con concesiones
aún más inmorales.
CONCLUSIONES PERSONALES
Seré claro, no voy a votar. No solo porque en mi ciudad no existe
ninguna candidatura que aporte algo más que rostros que ambicionan vivir del
erario público cuatro años, sino porque siento acto, náusea y repugnancia por
esta y por todas las campañas electorales.
Entendedlo de una puñetera vez: elección tras elección, a lo
largo de 45 años, hemos conseguido estar cada vez peor en todos los órdenes.
Esto es suficiente como para marcar una línea de tendencia e intuir lo que nos
espera tras las próximas elecciones. Gane quien gane, ninguno de los vencedores
pensará en ti. Nunca lo han hecho. Te agradecerán el voto en la noche
electoral, luego afilarán sus navajas para asestar el tajo a la parte más
gustosa del tesoro municipal y, cuando se hayan asegurado las comisiones y
subido los sueldos, su único objetivo en la vida será la preparación de la
próxima campaña electoral.
¿Queréis votar eternamente mientras nuestra sociedad y nuestro
Estado se hunden?
¿Queréis ser cómplices de unos o de otros en el hundimiento
generalizado al que estamos asistiendo?
¡Sentid esa náusea, ese asco, esa repugnancia ante el circo
político, apuradlo hasta las heces, impregnaros de él y luego actuad en
consecuencia! El voto sirve solamente cuando una sociedad marcha
razonablemente bien y cuando se trata de renovar una clase política honesta por
otra que se considera igualmente honesta pero más eficiente, no desde luego,
para liberarnos de una clase política deshonesta por otra que tampoco puede
alardear de grandes cualidades morales. O si lo preferís, la disyuntiva es, o
votar a un psicópata de manual o a un aspirante con menos carisma que Bob
Esponja.