Nacionalismo y
patriotismo no son lo mismo. Los conceptos varían, por otra parte, mucho de una
nación a otra. Pero, en síntesis, podemos decir que el nacionalismo es el “individualismo
de las naciones” y el patriotismo, el “apego y el amor hacia la tierra natal”.
Soy patriota, pero no nacionalista. Y, además, soy europeo. Todo esto viene a
cuento de que en las últimas semanas he estado traduciendo del francés la obra
del historiador alemán Udo Walendy, Verdad para Alemania, en la que se analizan
las responsabilidades en el estallido de la Segunda Guerra Mundial. He quedado,
literalmente, horrorizado de lo que fue el nacionalismo polaco y de cómo fue
manipulado desde Londres y Washington. Me ha resultado inevitable realizar
alguna comparación con el nacionalismo catalán.
Veamos, en
primer lugar, la importancia del tema. “Carnicero” Harris, fue el comandante
del Mando de Bombarderos de la Real Fuerza Aérea británica. Churchill le ordenó
que bombardeara las ciudades alemanas hasta reducirlas a cenizas. Harris
cumplió la orden. Pero la responsabilidad no era suya, sino del que le dio la
orden. Hasta aquí, no creo que pueda haber ninguna duda sobre el razonamiento. Churchill,
por tanto, fue el responsable de todo lo que ocurrió en esta campaña de bombardeos
criminales: desde el dolor de la madre de un piloto de bombardeo derribado
sobre Alemania, hasta de las quemaduras que acabaron con la vida de un niño
alemán víctima de los bombardeos, desde la destrucción del patrimonio
histórico, hasta de la novia que perdió a su chico en cualquiera de los dos
bandos y viceversa.
De ahí la
importancia de determinar quién fue el responsable del desencadenamiento de la
Segunda Guerra Mundial: ese responsable, lo será de todo lo que ocurrió
después. De no haber estallado la guerra, no se hubiera producido la masacre del
bosque de Katyn, ni los bombardeos estratégicos contra las ciudades alemanas,
ni los 100 millones de muertos que causó el conflicto (según los más “pesimistas”,
que los más “optimistas” reducen a 60-70), ni cualquier otro episodio o exceso
que cometiera ninguno de los dos bandos. Toda la responsabilidad de aquel
conflicto debe atribuirse, así pues, al que lo generó e hizo imposible la paz.
Uno Walendy nos lo cuenta con una minuciosidad de monje medieval y unas pruebas
y testimonios incontestables, reunidas en grandísima medida de libros escritos
por los vencedores.
Lo que nos dice
Walendy es que todo partió del Tratado de Versalles, verdadero embrión de la
siguiente conflagración. Y no, no fue porque los alemanes, derrotados y
despechados buscaran la revancha, sino porque en Versalles, el gran vencedor
del conflicto fue Polonia, hasta ese
momento dividida en “particiones”. El presidente Woodrow Wilson, enunció el “principio
de las nacionalidades” sobre el que se basaría la unificación y la
independencia de Polonia y propuso que el país tuviera una salida al Báltico a
través del Vístula. Luego, todo se aceleró porque se acercaban las elecciones
generales en EEUU y 4.500.000 de votos polacos iban a ser preciosos para su reelección,
así que no se preocupó mucho de la decisión tomada en Versalles de que, en
lugar de la internacionalización del Vístula se regalara a Polonia, el “corredor”
que le daba salida al mar y que cortaba Alemania en dos.
Y todo esto ¿qué
tiene que ver con el nacionalismo? Muy sencillo: a partir de ese momento,
Polonia se creyó una “gran potencia europea” y desarrolló, no sólo un
nacionalismo agresivo en relación a TODOS sus vecinos, sino además un
imperialismo prepotente que aspiraba a anexionarse toda Prusia Oriental,
Lituania, todo Silesia, parte de Ucrania y de Checoslovaquia, aparte, claro
está de la Ciudad Libre de Danzig. Sin olvidar que, Polonia vivió una crisis política
permanente durante 20 años y su gobierno, en todo ese período, fue una
dictadura militar (primero con Pilsudski al frente y luego con su amigo y
sucesor Smigly Ridz). Ambos mantuvieron tiranizadas a las minorías residentes
en el país (alemanes, ucranianos, judíos). Polonia reivindicaba un “imperio”,
incluso con colonias extraeuropeas. Los nacionalistas más radicales aspiraban a
un imperio desde Berlín a Moscú y del Báltico al mar Negro.
Todo
nacionalista es alguien muy fácil de manipular: ahí están los independentistas
catalanes que se venderían -si alguien pagara por ellos- al mejor postor con
tal de escindirse de España. En los años 20 y 30, el nacionalismo polaco estaba
alentado desde Londres por los que querían mantener la política tradicional británica
en relación a la Europa continental: impedir que ninguna nación europea fuera
hegemónica para que las tensiones que aparecerían entre países rivales
contribuyeran a que los británicos pudieran seguir manteniendo su imperio comercial
mundial. Francia, que en los años 20 era la principal potencia continental
quería, igualmente, una Alemania debilitada, por lo que también se comprometieron
a apoyar a polacos y checos…
Es importante señalar
que esto no se dio a partir de 1933, sino ¡durante toda la República de Weimar!
Y es todavía más importante señalar que los distintos gobiernos de la pacífica
República nunca habían renunciado ni a la integración de Austria en el Reich,
ni a la reincorporación de los Sudetes, ni al territorio de Memel, ni a la
desmilitarización de Renania, ni a la incorporación de la Ciudad Libre de
Danzig, ni siquiera al “corredor” de Danzig.
Es más, el único que logró un pacto de amistad y no agresión con Polonia
fue Hitler en 1934 (denunciado tras los acuerdos de Polonia con Inglaterra) y
sus reivindicaciones en enero de 1939 a Polonia fueron mucho más aceptables
para Polonia que las formuladas durante los gobiernos de Weimar, incluidos los
socialdemócratas.
Sin embargo, los
polacos no las aceptaron y, no solo eso, sino que animados por el cheque el blanco
dado por los británicos en la primavera de 1939, empezaron a hostigar a la minoría
alemana que seguía viviendo en los territorios entregados a los polacos en
Versalles. En los dos últimos meses previos al conflicto 70.000 alemanes
residentes en territorios polacos debieron huir y una cifra que oscila entre
los 500 y los 6.000, resultaron asesinados en disturbios instigados por los
nacionalistas polacos ¡incluso después de la firma del Pacto Germano Soviético
de agosto de 1939.
El cuerpo diplomático
radicado en Varsovia envió notas a sus países respectivos sobre las “provocaciones
polacas”, alertando sobre las intenciones que albergada el gobierno polaco de iniciar
una guerra. Algo que era perceptible incluso para los embajadores francés y
británico. Un enviado del ministerio de exteriores británico se sorprendió
cuando preguntó a militares polacos sobre sus fortificaciones en la frontera: “No
tenemos; desde el primer momento lanzaremos una ofensiva en territorio alemán”,
fue la respuesta. Mientras, los diarios polacos, seguían publicando desde la
primavera de 1939, llamamientos a la expulsión de los alemanes de sus
territorios, instigaciones al linchamiento y soflamas imperialistas para
conquistar los territorios reivindicados en base a ficciones históricas.
¿Qué estaba ocurriendo?
Es algo que el libro de Walendy no toca, pero que resulta fácilmente
interpretable, a través de algunas pistas que da el autor o que pueden
encontrarse en otras obras (existía una colaboración entre las “inteligencias”
de ambos países, entre otros campos, en el de descifrado de los códigos
alemanes emitidos por la máquina Enigma): los servicios de inteligencia
ingleses estaban transmitiendo al Estado Mayor polaco informes adulterados sobre
la realidad militar alemana que condujeron a una percepción errónea de la situación.
En dichos informes se sostenía que el potencial aéreo alemán era mínimo y que
la población se levantaría contra Hitler en caso de guerra. Y, por supuesto, abundan
los testimonios que confirman las promesas franca-británicas: en caso de
iniciarse una guerra germano-polaco, en quince días lanzarían una ofensiva
desde la Línea Maginot que rompería las defensas alemanas, descongestionando el
frente del Este…
En efecto, tras
el Pacto Germano-Soviético estaba claro que Polonia era un “canario que se
permitía provocar a dos gatos”. Los engaños británicos fueron creídos por los
polacos sellando el destino de su nación y de Europa durante los siguientes 50
años. Pero esos engaños cayeron en un terreno abonado: el nacionalismo polaco,
que quiso ver en su país más potencialidad de la que realmente tenían.
Conocemos el resultado.
Todo
nacionalismo, siempre, quiere “más”. Hasta que, finalmente, estalla víctima de
su propio orgullo. Polonia es un ejemplo de cómo los “nacionalistas”, al final,
resultan un peligro para la propia nación.