Como decíamos inicialmente, en
las Obras Completas de José Antonio
Primo de Rivera no hay ni una sola frase de reproche o crítica a la monarquía.
El texto más elocuente ya lo hemos citado al principio de este trabajo y hemos
visto que no puede ser considerado en manera alguno como antimonárquico, sino
más bien como la constatación de una situación de hecho: la monarquía se ha
agotado y ha caído. Punto. No hay ninguna profesión de fe republicana en lugar
alguno. En la Falange histórica, la única referencia “cantada” al anti-monarquismo
no procede precisamente de los fundadores del partido, sino de los jonsistas de
Ramiro Ledesma, cuando escriben en el himno la famosa estrofa “No más reyes de estirpe extranjera” (1). Claro está que para valorar convenientemente este dato hay que
recordar también que el impulso para que Ramiro Ledesma pudiera editar La Conquista del Estado y las demás
revistas que le siguieron hasta julio de 1936 vino dado por el grupo de amigos
suyos bilbaínos… en su inmensa mayoría monárquicos alfonsinos (2).
Uno de los pocos falangistas que
se han atrevido a escribir sobre este tema de manera sincera tuvo que reconocer
la ambigüedad fundamental de la actitud joseantoniana ante el dilema monarquía–república.
En efecto, Manuel Parra escribe: “Me he
preguntado a posteriori, ahora que ya peino canas, de dónde nos venía ese
fervor antimonárquico. La respuesta inmediata podría ser que de la propia
ideología falangista, pero, si rastreamos en los textos fundacionales, no
parece que el debate monarquía–república quitase el sueño a nadie” (3).
Parra añade que la actitud de Ramiro Ledesma en La Conquista del Estado cuando dice “Queremos un Estado republicano, de exaltación hispánica y de
estructura económica sindicalista”, no pasa de ser una táctica “para desligarse de cualquier acusación de
figurar en el bando de quienes pretendían restaurar a Alfonso XIII, ya en el
exilio” (4). Exacto: además de que siempre los benefactores económicos de
Ledesma procedían de esos medios como nosotros mismos hemos demostrado (5).
El testimonio que acabamos de
citar es significativo e indica cierta perplejidad de los falangistas cuando
intentan remontarse hasta el origen de su anti-monarquismo y perciben que se
trata de una posición que no está refrendada ni por los escritos de José
Antonio, ni por los demás textos fundacionales, incluidos los “Veintisiete Puntos”. En un período
tardío, el 10 de febrero de 1936, el periodista portugués Armando Boaventura,
corresponsal del Diario de Noticias
de Lisboa le pregunta a José Antonio por la “cuestión del régimen”. Para los que piensan que solamente
existen dos regímenes posibles, la monarquía o la república, José Antonio se
sale por la tangente y no apoya ni a uno ni a otro:
“¿Para qué una restauración?... ¿Con qué
monárquicos? ¿Con los que contribuyeron al derrumbamiento de las instituciones
monárquicas y, consecuentemente, a la implantación de la República, el 14 de
abril? El problema no es de régimen, sino de hombres aptos. De hombres a la
altura de las responsabilidades del momento político, de la hora que transcurre
en todo el mundo. En este segundo cuartel de la Revolución del siglo XX...” (6).
Así pues, ni monarquía, ni república, sino todo lo contrario. Cuando
alude al Estado Sindical no aparece ninguna referencia que permita entender si
tendría una forma monárquica o republicana. No es raro que Manuel Parra al
terminar el parágrafo III de su estudio apunte: “Pocos puntos de
agarre doctrinal teníamos, pues, los joseantonianos jóvenes y los no tan
jóvenes en las postrimerías del franquismo para que la monarquía suscitara
sarpullidos en nosotros” (7).
La pregunta siguiente es: si
el anti-monarquismo no se encuentra entre los puntos doctrinales de Falange
Española presentes en los documentos históricos del partido ¿de dónde procede?
La pregunta es todavía más pertinente teniendo en cuenta que desde los años
sesenta como mínimo, el vector principal del movimiento falangista es el anti-monarquismo
que cada vez parece más irrenunciable.
Es evidente que hay un momento
crítico en la historia de la Falange: el Decreto de Unificación en el que
culminan los esfuerzos de Franco para formar un “partido único” bajo su
jefatura que evitara algo parecido al caos en el que se había convertido la
zona republicana (8). En ese momento, Falange Española se ve obligada a
fundirse en el seno de una nueva organización con gentes procedentes de cuatro
lugares políticos: los carlistas que aparecen formalmente en el pacto en tanto
que su aportación al esfuerzo bélico era particularmente alta y la combatividad
de sus unidades extraordinaria, en segundo lugar, Renovación Española, el
partido alfonsino fascistizado cuya sigla estaba unida a la de Calvo Sotelo
cuyo asesinato había constituido el casus
belli para la sublevación cívico–militar del 18 de julio de 1936; y,
finalmente, el partido “católico” (el resto de fuerzas citadas lo eran también,
pero solamente ésta tenía el reconocimiento del Vaticano y el apoyo del clero
español) Confederación Española de Derechas Autónomas, completamente
desintegrado, pero cuyos cuadros estaban presentes tanto en las milicias
falangistas (inmediatamente después de producirse la derrota de las derechas en
las elecciones de febrero de 1936, los elementos más jóvenes de la CEDA, las
Juventudes de Acción Popular, iniciaron masivamente un tránsito hacia Falange
Española) este tránsito se aceleró a partir del 18 de julio cuando los “camisas
viejas” fueron superados en número por los “camisas nuevas” recién llegados de
este ambiente y no completamente identificados con los ideales y el programa
falangista. Otro sector de la CEDA ya había realizado una aproximación al
entorno del nuevo poder y ocupaba una privilegiada situación en el Cuartel
General de Burgos (9)
Como se sabe el Punto 27 de Falange
Española (10), prácticamente condena cualquier entendimiento con otras fuerzas
políticas. Dice textualmente: “27. Nos afanaremos por triunfar en la lucha con sólo las fuerzas
sujetas a nuestra disciplina. Pactaremos muy poco. Sólo en el empuje final por
la conquista del Estado gestionará el Mando las colaboraciones necesarias,
siempre que esté asegurado nuestro predominio”. En esa frase (especialmente en
el “pactaremos muy poco”) se
aferraron los contrarios al Decreto de Unificación para oponerse a la
iniciativa de Franco. Los “sucesos de Salamanca” que terminaron con el
encarcelamiento y la condena a muerte de varios dirigentes de Falange, entre
ellos del propio Hedilla, conmutadas pero seguidas de un período de prisión,
hicieron que los falangistas ortodoxos no admitieran que la nueva formación que
atendía al nombre oficial no precisamente corto de Falange Española
Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas se dotara
del mismo programa que el que había sido defendido por el partido fundado por
José Antonio… amputado de su Punto 27.
Perder ese punto 27 fue simbólicamente un menoscabo a la dignidad
de la Falange que, además, se vio rebasada en la retaguardia por antiguos
miembros de las formaciones de la derecha que ingresaron en sus filas, rodearon
a Franco y ocuparon puestos de poder a despecho de su insignificancia en el
esfuerzo bélico. A esto se agregó el que la otra fuerza con la que se habían
unificado, representada por la “T” de la nueva sigla FET y JONS era de carácter
monárquico y contrarrevolucionario. A pesar de la rivalidad que experimentaban las milicias de
ambas organizaciones (11) en los frentes y que no generó tensiones, y de las
simpatías que algunos de sus miembros se profesaban mutuamente, lo cierto es
que desde el punto de vista doctrinal las coincidencias eran menores.
El carlismo tradicionalista era estrictamente monárquico,
católico y conservador. Hacía de la legitimidad el eje de su problemática.
Foralista, mientras que el concepto falangista era más bien -especialmente para
las bases- neo-jacobino, concepto formulado mucho más intuitiva que
orgánicamente. Contrarrevolucionario frente al revolucionarismo falangista,
ambos proyectos, el carlista y el falangista, diferían notablemente. Si bien es cierto que en ambas
fuerzas había distintas tonalidades de catolicismo y en Falange incluso
indiferentistas religiosos, lo cierto es que esta formación no era
confesional, mientras que el carlismo ponía como primer elemento de su lema a
“Dios”. La ambigüedad joseantoniana en relación a la monarquía era en el
carlismo una afirmación de legitimidad monárquica, a pesar de que, como se
suele recordar, el “Rey” era solamente el cuarto elemento de su tetralema,
posterior en importancia a Dios, la Patria y los Fueros. Mientras que
sociológicamente el carlismo tenía sus canteras en la sociedad rural de
Navarra, Cataluña, Castilla, Andalucía y Levante, Falange era un movimiento la
mayor parte de cuyos miembros procedían de las clases medias, con vocación
obrera pero sin muchos obreros, con vocación rural pero sin muchos campesinos y
con una fuerte componente estudiantil y juvenil.
Así pues, ambas formaciones eran relativamente difíciles de coaligar y, evidentemente, la simbiosis entre la camisa azul falangista y la boina roja carlista que operó Franco, suscitó rechazos a uno y otro lado y nunca terminó de implantarse completamente (12). El hecho de que en la postguerra, una parte del carlismo endureciera su postura anti-falangista y precipitara los incidentes del Santuario de Begoña el 16 de agosto de 1942, con lanzamiento de granadas de mano por parte de falangistas, no fue más que el inicio de una serie de tensiones que se produjeron en los años inmediatamente posteriores especialmente en el interior del SEU y que llevaron a constantes enfrentamientos entre estudiantes carlistas y falangistas. Los carlistas sostenían una posición política favorable a los aliados y veían a la Falange como el representante en España de las potencias del Eje; una vez vencidas éstas, reforzaron su posición acusando a Falange de “partido totalitario”.
En el imaginario falangista de la época se consideraba como
“monárquico” a cualquiera que no fuera nacional–sindicalista; no se hacían
grandes distinciones entre las distintas familias monárquicas y las bases
pronto empezaron a confundir a carlistas pro aliados con monárquicos
alfonsinos, igualmente pro aliados y más adelante, en el paso siguiente, a
monárquicos demócratas con monárquicos franquistas, puestos todos en el mismo
saco y unidos ambos por el mutuo desprecio hacia los falangistas. La sensación
que da, en definitiva, es que fue la hostilidad de los monárquicos carlistas
desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, lo que hizo aparecer en medios
falangistas una reacción antimonárquica que se extendió pronto a todas las
formas de monarquismo (carlistas, alfonsinos, monárquicos liberales
juanistas…).
A todo esto, Franco no ejerció su autoridad para resolver
esta polémica. Durante los casi cuarenta años que duró su régimen, en todo
momento se preocupó solamente de establecer equilibrios entre las distintas
familias que constituían su base social. Sin embargo, no explicó nunca las
razones (siempre extremadamente pragmáticas) que le impulsaron en cada fase del
régimen a establecer la hegemonía de una fuerza sobre las demás (falangistas en
la primera fase, católicos en la segunda y tecnócratas en la tercera), generando
cierta confusión y la sensación que tuvieron todas las componentes, en un
momento u otro, de que habían sido traicionadas o subestimadas en beneficio de otras.
A partir de 1947, con un nuevo clima en Europa, la Ley de
Sucesión estableció definitivamente que España se constituía en reino,
atribuyendo un título de interinidad a la jefatura de Franco que fue una
especie de “regente” hasta que se dieran las condiciones para restablecer la
monarquía. Sin
embargo, Franco en aquella época presentó la Ley de Sucesión a los falangistas
como un intento de superación de la dicotomía monarquía – república. Se
difundió la consigna “¿Monarquía? ¿República? ¡Caudillaje!” (13). Pero el problema era que ni
en las Obras Completas de José
Antonio ni en los escritos de Ramiro Ledesma existía ninguna referencia clara
al “caudillaje”, a lo que era, a su sentido, a lo que suponía… a diferencia de
otros movimientos fascistas y especialmente, del nacional–socialismo que tenía
una teoría bien estructurada sobre el “führer–prinzip",
el nacional–sindicalismo no tenía respuesta en los textos clásicos sobre las
bases en las que debía de asentarse la jefatura del Estado.
La idea del “caudillaje” no
atenuó las distancias entre falangistas y las distintas familias monárquicas y pronto
aparecieron canciones que recuperaban el “No
más reyes de estirpe extranjera”, especialmente en las Falanges Juveniles.
Es en estas canciones –y no en doctrina alguna– en donde aparecen por primera
vez las pulsiones monarcófobas. La más difundida, sin duda fue el Viva la revolución, verdadero desahogo
de militantes de base airados (14) por lo que juzgaban desplantes de los
estudiantes monárquicos:
"¡Viva, viva la
revolución!,
¡Viva, viva Falange de las JONS!
¡Muera, muera, muera el capital!,
¡Viva, viva el Estado Sindical!,
Que no queremos –¡no!– reyes idiotas,
que no sepan gobernar.
Lo que queremos e implantaremos:
el Estado Sindical.
¡Abajo el Rey!".
¡Viva, viva Falange de las JONS!
¡Muera, muera, muera el capital!,
¡Viva, viva el Estado Sindical!,
Que no queremos –¡no!– reyes idiotas,
que no sepan gobernar.
Lo que queremos e implantaremos:
el Estado Sindical.
¡Abajo el Rey!".
En 1958, las tensiones en el
interior del Sindicato Español Universitario entre monárquicos y falangistas llegó
a su límite en un clima de exaltación por la invasión de bandas armadas
marroquíes en la franja de Ifni poco después de que Francia y España hubieran
concedido la independencia al antiguo Protectorado. En esas condiciones de
tensión aparece una canción basada en la tonada de la película ¿Dónde vas Alfonso XII? que se acababa
de estrenar, provista de una letra antimonárquica de dudoso gusto:
"De Portugal ha venido, de Portugal ha llegado
el que va a ser Rey de España, y se llama Don Juan Carlos.
A la estación de Delicias ha salido a recibirle
la aristocracia española, entre dos guardias civiles.
El maquinista era conde, la cocinera marquesa,
La mujer de la limpieza dicen que era baronesa.
Si Juan Carlos quiere corona, que se la haga de cartón,
que la corona de España no es para ningún Borbón.
Si Juan Carlos quiere corona, que será la haga de cartón,
que la corona de España es para el pueblo español".
el que va a ser Rey de España, y se llama Don Juan Carlos.
A la estación de Delicias ha salido a recibirle
la aristocracia española, entre dos guardias civiles.
El maquinista era conde, la cocinera marquesa,
La mujer de la limpieza dicen que era baronesa.
Si Juan Carlos quiere corona, que se la haga de cartón,
que la corona de España no es para ningún Borbón.
Si Juan Carlos quiere corona, que será la haga de cartón,
que la corona de España es para el pueblo español".
En otras ocasiones, los dos versículos finales hacían rimar “viruta” (“corona de viruta”) con una expresión malsonante. La siguiente adaptación fue realizada sobre la música del famoso Jingle bells (15) a la que se dotó de una nueva letra provocadora y hasta cierto punto inquietante:
¡Reyes, no!
¡Reyes, no!
¡Revolución, sí!
¡Reyes, no!
¡Reyes, no!
¡Revolución, sí!
Qué bonita es la bombita
Que vamos a colocar,
Cuando venga el Rey Juan Carlos,
en el palacio real.
Hubieron otras puyas contra la monarquía procedentes de los medios falangistas especialmente a partir de la aprobación de la Ley Orgánica del Estado en 1967, cuando ya no quedó ninguna duda de que el franquismo apostaba definitivamente por la monarquía para suceder a la regencia–caudillaje de Franco. La duda sobre quién sería el candidato real para sustituir a Franco persistieron dos años más hasta que, finalmente, el entonces príncipe de España, Don Juan Carlos de Borbón fue nombrado sucesor de Franco a título de Rey, nombramiento ratificado por las Cortes Españolas el 22 de julio de 1969. El entonces Príncipe Juan Carlos de Borbón, prestó juramento de guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino (16) y los principios del Movimiento Nacional… En esa ocasión solamente 19 “procuradores en Cortes” (equivalentes a “diputados”) de un total de 519 votaron en contra (9 se abstuvieron), buena parte de ellos eran de procedencia falangista (Agatángelo Soler Llorca, Juan Pablo Martínez de Salinas, José Manuel Sierra), pero también había monárquicos juanistas (Torcuato Luca de Tena) y tradicionalistas (Arrue Zarauz, Auxilio Goñi) y “versos sueltos” como (Eduardo Tarragona, difícilmente clasificables). Otros procuradores de origen falangista como Jesús Suevos, José Antonio Girón o Pilar Primo de Rivera, Fernández Cuesta, Utrera Molina, votaron significativamente a favor.
En aquella época, el grueso del
movimiento falangista estaba encuadrado dentro del Movimiento Nacional,
especialmente en sus juventudes, en sus milicias (Guardia de Franco) y en su
Sección Femenina. Sin embargo, existían también pequeños grupos “disidentes
del Movimiento”, como se les llamaba en la jerga de la época, situados
extramuros del régimen y con mayores o menores niveles de radicalismo, aunque
siempre manteniendo contactos con el sector falangista del Movimiento.
Estos “disidentes”, especialmente el FES y los Círculos José Antonio solían
aludir al “Estado Sindical” como su objetivo, que evitaban definir como una
“república”, si bien, por su hostilidad hacia la monarquía, era evidente que
debería estar más próximo a las formas republicanas. Solamente el sector
más radical de la disidencia falangista, los llamados “hedillistas” (en
realidad “seudo-hedillistas”), aludían de tanto en tanto a la “república
sindical”. En general, todos estos sectores, finalmente, habían percibido
que Franco era, ante todo y sobre todo, monárquico, que lo había sido siempre y
que su diseño para el futuro era justamente ese: una monarquía con capacidad
para reformar a su antojo (17).
En los últimos seis años del
régimen, desde que se produjo el juramento de Juan Carlos en las Cortes, hasta
el fallecimiento de Franco, los medios falangistas “disidentes” acentuaron su anti-monarquismo,
mientras que los falangistas que trabajaban en el interior del Movimiento
querían pensar que el príncipe de España y futuro Rey asumiría la continuidad
del régimen. Este error en la valoración de la coyuntura internacional que
se daba en 1975 y que era ampliamente desfavorable para la permanencia del
régimen franquista, generó la ruina completa de este sector y el hecho de que,
tras evidenciarse que el Rey puesto por Franco no iba a hacer nada para
defender el legado franquista, dejaron de apoyarle. Simplemente, la
cacareada “monarquía del 18 de julio”, no existió jamás más que en sus mentes.
Reinaría el nieto del monarca que había abandonado ominosamente España en 1931,
permitiendo la proclamación de la República y abriendo el camino a la Guerra
Civil.
Con el paso del tiempo, todos los partidos falangistas
actualmente existentes se han ido convirtiendo en republicanos, pero no tanto
por razones ideológicas, que ya hemos visto están ausentes, como por una
rivalidad con los monárquicos que fue creciendo a partir del Decreto de
Unificación, que se transformó en brecha con el atentado del Santuario de
Begoña, que pasó a ser oposición a las Leyes Fundamentales que proclamaron que
España era una monarquía en situación de regencia y que se transformó en
oposición declarada para unos a partir del momento en que Juan Carlos juró
suceder a Franco a título de Rey y para otros cuando dio el visto bueno a la
Ley de Reforma Política de 1976. El republicanismo falangista actual es, pues,
una reacción psicológica, mucho más que una racionalización doctrinal.
NOTAS
(1) El himno apareció publicado por primera vez en uno de los
últimos números de La Conquista del
Estado en octubre de 1931. La letra había sido escrita por Juan Aparicio y
la música compuesta por José Guerrero Fuensalida. Inicialmente fue concebida y
titulada como “himno de combate” y no parece que en ningún momento nadie la
considerase “himno de las JONS”. Esa categoría le fue atribuida en la
postguerra, quizás por confusión. En la obra Marchas y Montañismo de 1943, aparecía con el nombre de “Himno de las viejas JONS” y así ha
pasado a la historia. Pero cuando se produjo la fusión entre Falange y las JONS
parece evidente que ninguna de las dos organizaciones tenía himno propio, ni
tampoco Ramiro Ledesma en ¿Fascismo en España? alude en ningún momento a la
misma. La letra que aparece en La
Conquista del Estado es: “Juventudes
de vida española | y de muerte española también, | ha llegado otra vez la
fortuna | de arriesgarse a luchar y a vencer. | Sobre el mundo cobarde y avaro,
| sin justicia, belleza ni Dios, | imponemos nosotros la garra | del Imperio
solar español. | No más reyes de estirpe extranjera, | ni más hombres sin pan
que comer; | el trabajo será para todos un derecho, | más bien que un deber. |
Nuestra sangre es eterna y antigua | como el sol, el amor y la mar; | por las
glorias de siglos de España, | no parar hasta conquistar. | La Nación nos ordena, y marchamos | con la
alegre virtud del partir; | que el pasado se impone a la ruta | que pretende
tener porvenir. | El pasado no es peso ni traba, | sino afán de emular lo
mejor; | viviremos la gesta del héroe | con orgullo, soberbia y valor. |
Adelante, muchachos, reunidos | tras la
furia y la lanza del Cid, | triunfaremos por nuestra grandeza; | que la raza
prosigue su fin”. (Datos extraídos de Cara
al Sol. Himno de guerra y amor. Cuadernos de la Vieja Guardia. Publicado
sin otros datos por la Hermandad de la Vieja Guardia. Cuesta de Sto. Domingo,
3, 28013 Madrid, Pág. 3–4).
(2) Cf. Ramiro Ledesma
a contraluz. Por una comprensión integral de su vida y de su obra. Ernesto
Milá. EMinves, Barcelona, 2014, págs. 53–127. Especialmente en el Capítulo II,
este extremo queda ampliamente demostrado.
(3) Cf. Manuel Parra Celaya, Reflexiones sobre la monarquía, publicado en la web de Plataforma
2003, Documento nº 22, http://www.plataforma2003.org/colaboraciones.htm
(4) Idem.
(5) Cf. Ramiro Ledesma a contraluz, Ernesto Milá, eminves, Barcelona 2014.
(6) Armando Boaventura: "Madrid–Moscovo.
Da Ditadura á República e á guerra civil de Espanha". Lisboa, 1937, c.
XIII, págs. 160–65. Recogido en las Obras
Completas de José Antonio, edición digital, con el título de “El problema político no es de régimen – El
Diario de Noticias de Lisboa, publica una entrevista con Don José Antonio Primo
de Rivera – La refrenda el periodista Armando Boaventura.
(7) Cf. M. Parra, op. cit.
(8) Hay muchos textos
sobre el Decreto de Unificación, uno de los más recientes que es accesible y
puede ser consultado es El gran golpe: el
caso “Hedilla” o cómo Franco se quedó con Falange, de Joan María Thomàs
Andreu, Editorial Debate, Madrid, 2014.
(9) Gil Robles antes de la guerra albergaba una simpatía
particular hacia Franco. Cuando fue preciso cubrir la plaza bacante de jefe de
Estado Mayor Central del Ejército, con Gil Robles como Ministro de la Guerra,
éste propuso a Franco al que antes ya había enviado a pacificar Asturias.
Alcalá Zamora se resiste a la elección, pero Gil Robles insiste y consigue el
apoyo del presidente del Partido Radical, Alejandro Lerroux, obligando al
presidente a que acepte el nombramiento de Franco. Antes del 18 de julio y
desde como mínimo el mes de abril de 1936, Gil Robles había enviado a su
familia (mujer y siete hijos) a la localidad francesa de Biarritz a donde
acudía él mismo los fines de semana. Estas precauciones son comprensibles
especialmente si tenemos en cuenta que tras el asesinato de Calvo Sotelo, el
siguiente nombre en la lista de los asesinos era precisamente el jefe de la
CEDA. En uno de esos viajes a Biarritz, el 15 de julio, le sorprendió la
sublevación cívico–militar y no regresó a España exiliándose voluntariamente.
El día 17 debería haber asistido a una reunión organizada por su mentor Ángel
Herrera Oria con el general Mola en Burgos. Tardíamente, Gil Robles escribiría:
"Me negué a colaborar en ese
proyecto. Mi negativa me colocaba, por supuesto, en una situación muy difícil
ante los militares sublevados", confiesa Gil Robles. Aquello fue su muerte
política. Uno meses después, Ángel Herrera le mandará una carta: "Te lo
propuse, y si hubieras aceptado, creo que hubieras sido el futuro jefe del
Estado". Sin embargo, para congraciarse con el nuevo régimen, Gil Robles
entregará el dinero sobrante de la campaña electoral de febrero al general Mola
pedirá a los suyos que, a título personal, se unan a la sublevación.
Intervendrá también en las gestiones previas a la sublevación del ejército de
África, especialmente en la contratación del Dragón Rapide, el
avión que trasladará a Franco desde Canarias a suelo marroquí. El gobierno del
Front Populaire francés terminó expulsándolo, pasando a establecerse en Lisboa.
Sus gestiones y favores bajo mano hacia el régimen de Franco no le serán
reconocidos. El cambio del rumbo de la Segunda Guerra Mundial favorecerá el que
Gil Robles –en la creencia de que los nuevos poderes internacionales que han
salido vencedores del conflicto terminarán derrocando a Franco– declaró sus
renovados fervores monárquicos, proponiendo una "Monarquía para
todos" y entró a formar parte del Consejo de Juan de Borbón. Esto hizo que
las relaciones con Franco se fueran deteriorando progresivamente,
convirtiéndose a partir de 1944 en un personaje odiado por el régimen y acusado
de traidor. El diario ABC (el 5 de
mayo de 1944) publica un artículo titulado El apuntalador de la República,
en el que se le acusa de traidor y de haber entregado a los republicanos listas
de militantes de Acción Popular, su partido, para ser fusilados. A raíz de esto
toma contacto con el socialista moderado Indalecio Prieto en 1947 y cinco años
después regresa a Madrid. Todavía participará en el “contubernio de Múnich”
(1962) a raíz de lo cual dimitió de su cargo en el Consejo Privado de Don Juan.
Siguió ejerciendo su profesión de abogado en Madrid y defendió a uno de los
implicados en el Caso Matesa (1969) solicitando la comparecencia de Franco en
el juicio para intentar vincular el régimen a la corrupción. Tras la muerte de
Franco fundo la Federación Popular Democrática de carácter democristiano que
fue un rotundo fracaso. Se retiró definitivamente de la política en 1977
muriendo en 1980 olvidado por todos. La biografía más accesible sobre el
personaje (que no la mejor) es José María
Gil Robles, Miguel A. Ardid Pellón, Ediciones B, Barcelona, 2004.
(10) El llamado Programa de Falange Española fue publicado inicialmente por el diario monárquico ABC en su edición de Madrid, en viernes 30 de noviembre de 1934, año trigésimo, número 9.834, págs.. 32–34.
(11) El carlismo logró movilizar en
julio de 1936 y por última vez en su historia a verdaderas masas populares
hasta el punto de que se ha llegado a llamar a la Guerra Civil “cuarta guerra
carlista”. Cuarenta y tres tercios de Requetés con un total de 60.000 combatientes de alto valor y combatividad
supusieron, un refuerzo extraordinario para las unidades militares regulares.
La procedencia de estos tercios procedían indicaba perfectamente cuáles eran
las zonas de más implantación carlista: Navarra (11 tercios), el País
Vasco (8), las dos Castillas (9), Andalucía (7), Aragón (6), Cataluña y Asturias
(1 en cada caso). En cuanto a las milicias falangistas, al comenzar la Guerra
Civil solamente existía una Primera Línea, buena parte de cuya militancia se
encontraba encarcelada. Solamente después de unas semanas de guerra, los mandos
supervivientes del partido lograron organizar las centurias provinciales que
habían crecido extraordinariamente en Banderas, equivalentes a batallones. Es
difícil establecer el número de miembros que tuvieron estas banderas dado que
Falange Española creció extraordinariamente en las primeras semanas de
conflicto. Se calcula, de todas formas, que llegaron a 200.000 combatientes.
(12) Fue solamente
durante la transición cuando el movimiento Fuerza Nueva popularizó ese uniforme
que vistieron durante unos meses varios miles de sus militantes demasiado
jóvenes para saber que apenas tuvo arraigo entre la militancia del movimiento
franquista y que, tanto carlistas como falangistas, se avergonzaban
frecuentemente de tener que utilizar la prenda característica del otro partido.
Distintas anécdotas cuentan que los falangistas, ya incluso durante el período
bélico y de la inmediata postguerra, solían meterse la boina roja en el
bolsillo, algo de lo que los carlistas se quejaban, no por el hecho en sí, sino
porque les era más difícil despojarse de la camisa azul y metérsela en el
bolsillo. En realidad, la reconstrucción que hizo Blas Piñar del antiguo
Movimiento Nacional de FET y de las JONS en los años 70 tenía mucho más de
personal que de histórico. Piñar ignoró deliberadamente que su concepto
personal de ”franquismo” no incorporaba a la totalidad del franquismo, sino
solamente a aquel período del régimen que se prolongó entre 1943 y 1956 y que
fue llamado “período nacional–católico”, caracterizado por tener como fuerza
hegemónica y motriz a elementos procedentes de la Asociación de Propagandistas
Católicos, con la que –no sin cierta ingenuidad– Franco pretendía aproximarse a
las fuerzas democristianas que estaban gobernando en los países vencidos en la
Segunda Guerra Mundial y que le habían ayudado en la Guerra Civil a vencer al
bando republicano: la democracia cristiana italiana y alemana.
(13) M. Parra, op. cit.
(14) Cf. Las coplas de la
Falange Republicana, Mª Teresa S. Choperena, El rastro de la historia nº 14, primer trimestre de 2004,
http://www.rumbos.net/rastroria/rastroria14/rastro14_coplas_fe_repu.htm
(15) Mª Teresa Choperena, op. cit.
(16) Las Leyes Fundamentales del Reino, fueron siete leyes que
operaron a modo de constitución durante el período franquismo. Se las ha
definido, no como constitución, sino como “carta otorgada” puesto que no habían
sido elaboradas ni aprobadas por representantes populares. Fueron, por orden de
aprobación: Fuero del Trabajo (1938),
Ley Constitutiva de las Cortes
(1942), Fuero de los Españoles
(1945), Ley de Referéndum Nacional
(1945), Ley de Principios del Movimiento
Nacional (1947) y Ley Orgánica del
Estado (1967). Habitualmente y a efectos de establecer una continuidad con
el franquismo, se considera que la Ley
para la Reforma Política de 1976, fue la “octava Ley Fundamental”… aunque
en la práctica derogó a todas las anteriores y abrió el camino a las elecciones
de junio de 1977 y a la constitución elaborada el año siguiente.
(17) Vale la pena recordar que “Franco tenía previsto que su régimen no le
sucediera, sino que sería el rey quien impulsaría el giro que exigiesen los
marcos nacional e internacional. Enrique de Aguinaga nos lo prueba de forma
irrefutable (Aquí hubo una guerra.
Plataforma 2003. Madrid 2010): a) Declaraciones de Franco al diario Arriba (1 de abril de 1969), en el
sentido de que “La Ley Orgánica del
Estado establece los cauces para la posible alteración de los Principios del
Movimiento”… ¡que eran, por propia definición, permanentes e inalterables!
; añade que “No podemos prescindir del
mundo capitalista liberal en que vivimos…”; b) En la entrevista que Franco
concede al general Vernon A. Walters, enviado de un preocupado Nixon, el
Caudillo le tranquiliza: “El Príncipe
será rey, porque no hay alternativa. España
irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses:
democracia, pornografía, droga y qué sé yo”, y c) en el Testamento de
Franco se pide lealtad para el Rey, pero no hay ni una sola alusión al Movimiento,
a las Leyes Fundamentales y al 18 de julio” (M. Parra, op. cit.)