Una de las
páginas más curiosas de la historia de la Iglesia en el siglo XX fue la
creación del Sodalitum Pianum, con la intención de infiltrarse y seguir
los pasos de la masonería y, por tanto, operando en rigurosa clandestinidad
como sociedad secreta. Se ha insinuado que Monseñor Escribá de Balaguer se
inspiró en la experiencia del Sodalitium Pianum para crear el Opus Dei.
Sea como fuera, estos apuntes servirán para encuadrar históricamente a esta
asociación, una de cuyas prolongaciones fue la Revista Internacional de las Sectas
y de la Sociedades Secretas publicada. Esta es la historia del Sodalitium
Pianum, red clandestina, conocida también como El Abetal.
En 1903 falleció Gioacchino Pecci, León XIII, cuya sucesión estuvo
teñida por un incidente de gran calado. Reunido el cónclave a principios de agosto
de 1903 en la Capilla Sixtina, el cardenal Puszyna, obispo de Cracovia,
dependiente del Imperio Austro-Húngaro, transmitió a los reunidos el veto que
el Emperador Francisco José extendía contra el cardenal Mariano Rampolla del
Tindaro, hasta entonces Secretario de Estado candidato más seguro para la sucesión.
Se daba la casualidad de que, en los últimos sesenta años, se
habían sentado en la silla de San Pedro dos papas cuyos pontificados fueron los
más largos de la historia. En efecto, entre León XIII y su predecesor Pío IX,
sumaban 57 años de pontificado. León XIII murió a los 94 años de edad y hasta
ese momento en Roma se bromeaba diciendo: “En Pecci buscamos a un santo padre,
no al Padre eterno”. Lo cierto es que en ese período el papado atravesaba un
período de inadaptación a la nueva situación creada tras la invasión de los
Estados Pontificios y a la amputación de su poder temporal.
Todos los observadores coincidían en que Rampolla del Tindaro iba
a ser el sucesor de León XIII y los cardenales corroboraron esta sensación
dándole en la primera ronda de votaciones 24 de las 62 papeletas quemadas luego
en fumata nera. El cardenal Giuseppe
Melchior Sarto, patriarca de Venecia, apenas obtuvo cinco. En la segunda ronda
Sarto subió a 10 y Rampolla obtuvo 29. Fue entonces, al iniciarse los debates
que concluirían con la tercera votación, cuando se produjo el veto imperial
transmitido por el cardenal Puszyna. Sarto cosechó entonces 21 votos. La opción
de Rampolla debía descartarse, o de lo contrario, se produciría un nuevo
encontronazo entre el poder civil y la autoridad religiosa. En la séptima
votación, Sarto resultó elegido adoptando el nombre de Pío X.
¿A qué se debía el veto del emperador austríaco? Éste temía que
Rampolla fuera un papa de talante liberal, condescendiente con el liberalismo y
partidario de aceptar los nuevos signos de los tiempos y, por tanto, a
desmarcarse de los Imperios Centrales. En lo esencial, el eje del conflicto
radicaba en Francia donde la lucha entre las autoridades republicanas y el
clero francés no había dejado de endurecerse durante todo el siglo XIX. León
XIII y su Secretario, Rampolla, eran partidarios de solucionar el contencioso
mediante la vía del compromiso; después de un período de tensiones que se
iniciaron con la publicación de la encíclica Syllabus por Pío IX, verdadera declaración de guerra al
liberalismo, Rampolla y León XIII, terminaron por proponer que el clero francés
aceptara a la República. Eso era demasiado para el régimen teocrático-imperial
austríaco.
En Viena reinaba el anciano emperador Francisco José, en el cargo
desde 1848, el año de las grandes insurrecciones antimonárquicas. Francisco
José fue el último Habsburgo en pretender detentar la autoridad material de la
cristiandad, cuya autoridad espiritual correspondía al Papa. Europa estaba
entonces dividida en alianzas rivales: de un lado el Imperio Austro-Húngaro,
Alemania e Italia, de otro Francia, Rusia e Inglaterra. Rampolla consideraba
que las cosas no podrían permanecer así por mucho tiempo. Percibía signos de
fragilidad en el Imperio Austro-Húngaro y quería evitar que la Iglesia se
identificara excesivamente con esa opción. Además Rampolla pretendía, como
hemos dicho, dulcificar la situación con Francia. Políticamente, los sectores
de la extrema-derecha francesa combatían a Rampolla de quien decían que era
francmasón (incluso apareció un folleto titulado Le F.·. Rampolla).
Cuando al morir León XIII, los Habsburgo contabilizaron los
cardenales a favor y en contra de Rampolla se dieron cuenta de que, de un total
de 63, eran precisos 42 votos para sentarse en el Trono de San Pedro. Si bien
Sarto era el preferido de los Habsburgo, resultaba evidente que sin una “ayuda”
exterior no lograría vencer a Rampolla. Esa “ayuda” fue la que se transmitió a
través del cardenal Puszyna. El Emperador podía lanzar el veto a tal o cual
candidato recurriendo a un derecho olvidado que se remontaba a los primeros
siglos de existencia del Sacro Imperio.
La elección de Sarto, un hombre bueno, por lo demás, era el
triunfo del integrismo sobre los aperturistas. Inmediatamente tomó las riendas
de la Iglesia denunció las “perfidas conjuras liberales” y estigmatizó a los
católicos que habían aceptado el liberalismo, llamándolos “lobos disfrazados de
corderos”. Estas reservas hacia el liberalismo se habían acentuado cuando al
tomar posesión del obispado de Venecia, el único edificio que no lucía
engalanado era el Ayuntamiento de la ciudad gobernado por los anticlericales.
Todos sus biógrafos coinciden en que, sin ser un hombre rencoroso, jamás pudo
olvidar esa ofensa.
Así pues, cuando el cardenal Umberto Benigni le propuso constituir
una red de información, espionaje y control de las actividades masónicas y
anticlericales, una especie de masonería católica, Pío X, no solamente brindo
su apoyo entusiástico, sino que la subvencionó. Esa red sería el Sodalitium Pianum.
El Abetal. La contra masonería vaticana
En 1909 se constituyó oficialmente el Sodalitium Pianum o Pía Hermandad. Tenía todas las características
de una asociación secreta de resistencia, infiltración y espionaje. Nadie
estaba autorizado para mencionar el nombre de la asociación; ni siquiera existía
autorización para mencionar sus iniciales, SP. Sin embargo, dado que el eje de
actividades estaba situado en los países francófonos, estas dos letras llevaban
directamente a la palabra SaPin
(literalmente, “abeto”). Así pues, el Sodalitium
Pianum fue llamado La Sapiniere,
el abetal. Era el primero de una larga serie de nombres en clave utilizados por
la organización: los judíos eran llamados los “charcuteros”, los jesuitas los
“ingenieros”, los francmasones “escultores”, los católicos liberales, “los
grises”, los miembros de la propia asociación, los “primos”... El lenguaje en
clave había sido ideado por el propio Benigni y se conocía como “lenguaje
Roich”.
Resulta difícil establecer sus efectivos y su alcance real. No en
vano era una sociedad secreta. Se sabe que fueron muy pocos y extremadamente
seleccionados. De hecho, la mejor prueba de que el reclutamiento fue eficaz y
riguroso es que aun hoy resulta muy difícil establecer quien la formó y cuáles
fueron sus actividades. Solamente se produjeron algunas filtraciones en Bélgica
y Alemania, países de donde proceden los pocos datos de que disponemos hoy para
componer este artículo.
La lectura del material del que se dispone y que ha llegado a
nuestras manos, extremadamente parcial y limitado. Permite percibir que se
trataba de una red que trabajaba muy sistemáticamente, tenía unos objetivos
perfectamente identificados y era implacable cuando se trataba de elaborar un
dossier, conseguir un dato o realizar el seguimiento de algún movimiento,
incluso de sectas ocultistas extremadamente secretas. Prácticamente, el
Vaticano estuvo informado puntualmente de todos los movimientos del ambiente
ocultista de la época, del alcance de la infiltración masónica en todos los
Estados occidentales y colocó gente muy cerca de los personajes más conocidos
de las diferentes ramas masónicas.
Era evidente que, los fundadores de El Abetal estaban
extremadamente influenciados por lo que identificaban como el “sistema de
trabajo masónico”, caracterizado por el secreto, la clandestinidad, la ausencia
de información pública y el trabajo de penetración capital en las estructuras
que se trataba de ganar o en las que albergaban “información sensible”. Fue el
primer intento de construcción de una “francmasonería católica”.
No había ninguna duda de que Benigni era un prelado conservador.
Entre 1906 y 1911 fue subsecretario de la Congregación para Asuntos Eclesiásticos
Extraordinarios. Fue sucedido por Eugenio Pacelli, futuro Pío XII. Se le
conocen frases de carácter antisemita –creía firmemente que los judíos
realizaron y realizaban en aquella época crímenes rituales-, fue uno de los más
fervientes partidarios de la firma del Concordato entre el nuevo Estado Fascista
y el Vaticano y, finalmente, consideraba que los teólogos modernistas formaban
una asociación secreta vinculada a la masonería tendente a destruir a la
Iglesia. Pero nadie le negaba una habilidad para la organización, una
preparación y una inquietud intelectual extremadamente sólida y, finalmente,
una fidelidad a toda prueba hacia la causa de la Iglesia.
Jamás se ha logrado establecer quien formaba parte de la dirección
del Abetal. Se sabe sólo que al frente existía una “dieta” y que, seguramente,
el cardenal Benigni era su líder, pero ningún otro nombre ha trascendido, si
bien se han citado a varios obispos españoles como posibles miembros del mismo
organismo.
Los pocos textos del Abetal que han llegado hasta nosotros
demuestran que “el modernismo”, erae su principal enemigo. En la encíclica Lamentabili
(1907), se ordenaba a los sacerdotes, teólogos y seglares, que dejasen de
intentar interpretar la Biblia en base a los criterios científicos y
racionales. En esta encíclica Pío X, sostiene que una cosa es el ritmo
evolutivo de la sociedad y otra la Iglesia y que ésta se encuentra sometida a
verdades eternas y, por tanto, imposibles de adaptar al ritmo de los tiempos.
La andanada iba dirigida contra los tibios teólogos modernistas, rebasados con
los avances de la ciencia de su tiempo. Dos años después, nacería El Abetal.
En octubre de 1914, cuando ya era Papa Benedicto XV, el obispo de
Albi, Ireneo Mignot, envió un memorial al cardenal Ferrara, Secretario de
Estado Vaticano, formulando quejas contra la organización de Benigni: “De un
tiempo a esta parte se había creado por todas partes en las naciones católicas
de Europa, al margen de la legítima jerarquía, un poder que se protegía bajo la
égida de algunas personalidades y que pretendía imponer sus ideas y sus
voluntades a los obispos, a los generales de las órdenes y al sacerdocio
regular y secular. Este poder, irresponsable, anónimo y oculto, disponía de dos
medios para reducir a aquellos que se negaban a inclinarse ante sus caprichosas
exigencias: la prensa y la delación”. El obispo de Albi, al hablar de
prensa, aludía a Corrispondenza Romana,
boletín oficioso editado por Benigni y fundado por el cardenal español Merry
del Val y a la agencia de noticias de los católicos alemanes vinculados a El
Abetal, la Central Auskunftsstelle der
Katholischen Presse, con sede en Coblenza y dirigida por el abate Brunner.
En los medios masónicos franceses y católicos moderados, se tenía la convicción
de que este grupo de prensa trabajaba para los alemanes. Lo cierto es que el
cardenal Merry del Val mantenía posturas anti francesas y los propios sectores
conservadores de la Iglesia gala estaban contra la República (a la que
consideraban como el “hijo predilecto” de la masonería) preferían colaborar en
una política de acoso y derribo de las instituciones republicanas.
El día 6 de agosto de 1914, Pío X, se dirigió a los soldados
franceses que estaban siendo reclutados, con palabras de aliento y solidaridad.
Merry del Val protestó una hora después. Cuenta la leyenda que, en sus últimos
14 días, Pío X, cambió sus puntos de vista, se desembarazó de Merry del Val y
promovió la figura del cardenal Ferrata. El 20 de agosto murió, al parecer,
pronunciando: “¡Muy tarde, muy tarde!”.
Tres meses después, el Cardenal Ferrata, fallecería tras una ligera comida en
su propio despacho. Empezó a vomitar y pidió ser sacado del Vaticano. Expiró el
21 de octubre.
Se ha insinuado que el Papa y su nuevo válido fueron asesinados
por El Abetal, el cual tenía en el cardenal De Lai, ayudante de Merry del Val a
su sucesor. Precisamente De Lai, en carta enviada a Benigni el 25 de febrero de
1913, se mostraba partidario de institucionalizar el Sodalitium Pianum bajo la fórmula jurídica de un “instituto
secular” (la misma fórmula que luego se dará al Opus Dei).
La asociación no duraría mucho tiempo, sin embargo, existen
algunas huellas de que logró una inusitada eficacia. El 1 de agosto se inició
la Primera Guerra Mundial. Para muchos católicos aquel conflicto supuso la
sensación de que había llegado el “fin de los tiempos”. Pío X, un hombre
fundamentalmente bueno, previó consecuencias apocalípticas y veinte días
después falleció víctima de una profunda depresión.
Su sucesor, Giacomo della Chiesa, Benedicto XV, mantuvo unas
orientaciones doctrinales completamente diferentes. Tanto él como su sucesor,
Pío XI, intentaron por todos los medios abrir la Iglesia hacia posiciones más
compatibles con los tiempos modernos. Benedicto XV repudiaba al integrismo y a
sus estructuras. Una de ellas era El Abetal. Por lo demás, muchos teólogos y
clérigos recelaban de esta organización secreta, se creían observados y
delatados en sus opiniones y criterios poco ortodoxos.
A nadie le extrañó que pocos días después de su consagración,
Benedicto XV diera órdenes para que El Abetal fuera disuelto. Correspondió al
Cardenal Donato Sbaretti esta tarea. No era fácil, porque no existían archivos
centralizados y los miembros de El Abetal estaban poco predispuestos a
establecer listados de la composición de sus redes.
Sbaretti, Prefecto de la Congregación del Concilio interrogó a
Benigni: “¿Por qué este secreto riguroso ante las autoridades eclesiásticas
sobre la actividad de esta asociación?”. Era evidente que la respuesta no
podía satisfacer al nuevo Papa. En efecto, Benigni sostenía que el Vaticano
estaba infiltrado por clérigos, teólogos y biblistas “modernistas” y, que,
últimamente, incluso se producían infiltraciones bolcheviques. Eso implicaba
que cualquier dato que se facilitara sobre una sociedad secreta que combatiera
a este ambiente, podía caer en malas manos y, por tanto, no estaba dispuesto a
darlo. La suerte estaba echada.
Entre tanto, también murió el 21 de noviembre de 1916 el emperador
Francisco José, sucediéndole Carlos I. El Imperio austro-húngaro se encontraba
agotado por una guerra tan prolongada y con tantos sacrificios humanos y
materiales. Carlos I ascendió al trono, reconociendo que el sueño de hegemonía
europea de Francisco José, estaba agotado y se las arregló para solicitar al
príncipe de la rama carlista española, Sixto Enrique de Borbón Parma, la
mediación con los aliados. Benedicto XV se sumó a esta mediación y llamó en
ayuda de su diplomacia exterior al cardenal Rampolla del Tindaro. Sin embargo,
sus intenciones pacificadoras fueron obstaculizadas por los partidarios de la
guerra a todo trance.
El resultado fue la destrucción de los Imperios Centrales y la
apertura de veinte años de inestabilidad política en Europa central que acabarían
en la Segunda Guerra Mundial. En los campos de batalla quedaban 30 millones de
muertos, el 99% cristianos. Rusia había caído en manos del comunismo y los
católicos iniciaban un período de persecución que iba a durar setenta años.
Para colmo, pocos meses después del término del conflicto, una epidemia de
gripe española segó durante dos años la vida de 21 millones de personas. Con
razón las profecías del seudo-Malaquías atribuyeron a Benedicto XV el título de
Religio Depopulata (religión
despoblada).
Dudas sobre la disolución de El Abetal
Pues bien, dando por supuesto que El Abetal fuera efectivamente
disuelto, estamos ante la existencia del único servicio secreto vaticano, de
carácter clandestino, que operase autónomamente de cualquier otro servicio
internacional. El Abetal fue el modelo que influiría en la idea que monseñor
Escribá de Balaguer se haría en sus orígenes de lo que luego debería ser el
Opus Dei. Antonio Tovar, rector de la Universidad de Salamanca, escribió: “En los círculos cercanos a la Curia y a
las dos embajadas de España en Roma, personas bien relacionadas nos han dicho
que por su función, monseñor Escrivá se había ocupado de un grupo casi
sacerdotal que tenía por emblema un abeto, razón por la cual se llamaba el
Abetal”. El Abetal es disuelto efectivamente a finales de 1921. Seis años
después, en octubre de 1928, se funda oficialmente el Opus Dei... sin utilizar
ese nombre todavía y con algunos usos muy similares al Abetal.
Todavía no se han podido establecer relaciones entre El Abetal y
otras iniciativas propias de los ambientes integristas del primer tercio de
siglo. Uno en particular: la Revista
Internacional de las Sectas y Sociedades Secretas. Tampoco, a parte de
algún testimonio encontrado en las biografías de Escribá de Balaguer, se ha
podido establecer hasta qué punto influyó en la mente de aquel joven cura, la
experiencia de El Abetal y de qué manera tuvo conocimiento de la existencia de
esta sociedad secreta. Lo que si resulta incuestionable es el terror que la
eficacia del Sodalitium Pianum
causaba en sus adversarios. La masonería vivió en esa época bajo la presión
constante del riesgo de infiltración vaticana. Muchos teólogos “modernistas”
prefirieron alejarse de la Iglesia o plegarse a la disciplina vaticana antes
que enfrentarse a la sutil red de agentes de El Abetal.
Así mismo, cuando el OSS y luego la CIA inician la colaboración
con el Vaticano a causa de la común cruzada anticomunista, hay que pensar que
apenas habían pasado 25 años desde que El Abetal fuera disuelto. Difícilmente
alguien que ha trabajado en infiltración, información y espionaje, logra
desterrar de su mente las descargas adrenalínicas y el estilo de esa actividad.
Es de suponer que, aun disuelta oficialmente, la red de Benigni debió ser
aprovechada de alguna manera e incluso es probable que algunas redes se
siguieran manteniendo hasta los años 80.
En este sentido, cabe preguntarse por qué Monseñor Lefevre, que
conocía perfectamente la red de El Abetal –no en vano perteneció a su
generación- y su nombre real, puso a su movimiento de resistencia contra el
liberalismo vaticano y elaggiornamento
el mismo nombre impronunciable de “Sodalitium Pianum”... La secuela del Abetal: La R.I.S.S.
Hay motivos suficientes para pensar que el interés de Monseñor
Benigni por los medios de prensa, prosiguiera tras la disolución oficial del Sodalitium Pianum. En efecto, el abate
Boulin, auxiliar de Benigni, se convirtió en el difusor de la Revista Internacional de las Sociedades
Secretas (RISS), que alcanzó gran peso entre el catolicismo conservador del
período de la entre-guerra. Los vínculos con El Abetal resultan demasiado
evidentes como para pasarlos por alto.
Como se sabe, a caballo entre el siglo XIX y el XX, estalló el
famoso affaire Leo Taxil (del que ya nos ocupamos en estas mismas páginas de la
Revista de historia del Fascismo). Tras la confesión de Taxil, la mayoría de
católicos prefirieron olvidar el bochorno de haber creído durante un tiempo en
la absurda mistificación y evitaron, a partir de entonces, aludir a la temática
de la “conspiración judeo-masónica-satanista”. Pero unos pocos siguieron
considerando que detrás de Taxil, “había algo” de lo que Taxil había sido un
mero instrumento. El hecho de haber ridiculizado la idea de una conspiración,
implicaba que los mentores de la conspiración habían alumbrado un fuego de paja
para desviar la atención de la verdadera estructura secreta. Taxil había sido
un instrumento de fuerzas que ni siquiera él mismo acertaba a identificar.
Cuando cumplió su función, fue arrojado al basurero sin que le agradecieran
siquiera los servicios prestados. Pero -proseguían estos sectores conservadores-
lo esencial de las “revelaciones” de Taxil siguen siendo ciertas. Por lo demás
existían muchos datos aportados por Taxil que podían ser fácilmente comprobados
y autentificados. Así era en efecto. Donde donde Taxil elucubraba notoriamente
era en toda la cuestión de la “alta masonería luciferina” que no existía más
que en su imaginación. Sin embargo, sus escritos tenían la virtud de llegar en
un momento de gran encono entre la Iglesia y la Masonería y, por tanto,
cualquiera de las partes era capaz de creerse la más peregrina enormidad sobre la
contraria. Pero el hecho de que existieran algunos datos auténticos era
considerado como la prueba del nueve para los sectores católicos que daban toda
la idea conspirativa de Taxil como cierta.
El abate Jouin, sacerdote procedente de una familia adinerada
destinado a la parroquia de San Agustín en París, era uno de los clérigos que
pensaban así. Para proseguir la obra de lucha contra la masonería, fundó en
1912, la RISS que se publicaría
ininterrumpidamente hasta 1939. La RISS
abarca un período que engloba también aquel en el que existió el Sodalitium Pianum.
Ernest Jouin fue promovido al rango de “prelado de Su Santidad”
que le daba derecho a utilizar el título de Monseñor. A partir de 1912,
mientras vivió, publicó su revista que se subtitulaba Boletín Mensual de la Liga Antijudeomasónica La Francia Católica.
Se trata de una revista singular en la que encontramos dos líneas de trabajo
completamente diferentes. De un lado, un tipo de literatura alucinada y
escasamente creíble, muy extremista y en las mismas posiciones que mantuviera
Leo Taxil, frecuentemente repasando los textos del mistificador o en la misma
línea que estos. De otro, la RISS
incluía dossiers extremadamente elaborados y muy documentados sobre los movimientos
masónicos y ocultistas.
La RISS fue la difusora
en Francia de otra mistificación importante, los “Protocolos de los Sabios de
Sión” (véase estudio sobre esta obra en la Revista
de Historia del Fascismo), presentada por su falsificador como las actas
del Congreso Mundial Judío, en el que los dirigentes sionistas establecen un
plan para alcanzar el dominio del mundo. Las pruebas abrumadoras de que se
trataba de una falsificación no impidieron que Monseñor Jouin publicara la obra
en Francia con gran éxito de ventas.
Esta extraña mezcla de dossiers extremadamente trabajados y
artículos conspiranoicos, contribuyó a restar credibilidad a la RISS y a circunscribir su lectura a los
medios católicos ultramontanos hasta la muerte de Jouin (en 1939) fecha en la
que se interrumpió su publicación. Luego comenzó la segunda guerra mundial y en
la Francia ocupada, el patrimonio ideológico de Jouin y de la RISS fue inicialmente potenciado por el
gobierno del General Petain que prohibió la masonería y las sectas y se
configuró como el arquetipo de lo defendido por Benigni, Merry del Val, De Lay.
Con la derrota del Eje y el desplome del gobierno de Vichy, la herencia del
Sodalitium Pianum y de la RISS se extinguiría en el marasmo final y en el
descrédito de las posiciones antisemitas y antimasónicas que siguió.
Veinte años
después de la derrota del Eje, se producía el aggiornamento católico. Las fuerzas integristas, en esa
circunstancia, recuperaron, en buena medida las ideas de Benigni y Jouin, e
incluso volvieron a utilizar la sigla del Sodalitium
Pianum. Pero ya eran extremadamente minoritarias en el seno de la Iglesia y
casi completamente ausentes de la jerarquía vaticana. Y, por lo demás no
formaban un frente unido sino que desde el principio, formaron núcleos muy
diversos de resistencia a las reformas.